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¿Quién le pone el cascabel al gato? El cine ecuatoriano acentúa su declive por segundo año consecutivo

¿Quién le pone el cascabel al gato? El cine ecuatoriano acentúa su declive por segundo año consecutivo
11 de enero de 2016 - 00:00 - Jorge Luis Serrano, Sociólogo y docente universitario

2015 cerró como un período complicado para el cine nacional, marcado por una tendencia que, en materia de público y por segundo ejercicio consecutivo, lo ha conducido hacia una deriva contradictoria y decreciente. Los números, a pesar de consolidar una cantidad de estrenos, no acompañan la performance de los títulos locales desde 2014 y no se registra, a primera vista, un estreno sobresaliente en las filas nacionales. No hubo un hit en 2015. Las cifras, aunque imprecisas todavía, confirman una recesión mayor en las audiencias. Y tampoco aparece quien defienda lo ganado.

Sin crítica y desorientados

A la ausencia de una crítica —como reflexionaba hace poco la revista 25 watts— que oriente las discusiones y que sea la herramienta para un público en formación, se suma el carrusel que las salas comerciales han provocado alegremente gracias a muchos estrenos recientes que esconden una verdad de la que no se habla con claridad.

Bajo la ola de aceptación masiva provocada por la primavera del cine ecuatoriano, florecimiento producido luego de que la ley de cine empezara a dar sus primeros resultados, han arribado a pantallas decenas de filmes hechos por cuenta propia de realizadores que, gracias a la tecnología digital y a inversiones en la mayoría de casos muy modestas, han podido estrenar igualmente bajo el membrete de ‘cine ecuatoriano’, aprovechando un espacio abierto por producciones de mejor calidad. Aquel membrete nacional hoy lo confunde todo.

Durante un primer momento, el renaciente cine hecho en Ecuador se ganó un espacio entre el público local a nombre, en efecto, de la calidad. Poco a poco generó atención hasta conquistar cifras superiores a los cien mil espectadores en más de una ocasión. En promedio, una cinta que lograba interés podía hacer sobre los cincuenta mil o sesenta mil espectadores. Éramos la envidia de cineastas de Colombia o de Perú.

Dado el escaso o nulo presupuesto para la difusión, el boca a boca era la principal vía de promoción. Hoy es la mayor debilidad. Durante el período 2008-2013, el cine ecuatoriano llegó a disputar sobre el 3% del market share de un mercado de doce millones de entradas vendidas en promedio, lo cual es poco. Pero hacia finales de 2015, ha perdido casi un 2,5% del pedazo y ni siquiera disputa el 1% de un mercado local abrumadoramente colonizado por las majors —los más poderosos estudios cinematográficos—. Es decir, casi nada.

La reciente noticia de que la nueva edición de la saga de Star Wars, al margen de su condición de estudiado clon de la industria del videojuego —o quizás precisamente por eso— ocuparía doscientas pantallas del circuito comercial nacional no deja duda de las apuestas de un mercado marcado por un monopolio sin disputa.

Las salas, sedientas de recursos para amortizar la reciente digitalización de sus pantallas, tienen en los blockbusters a sus principales herramientas de flujo de caja. La diversidad en la cartelera es un lujo al que cada vez accede menos el público ecuatoriano.

Pero, es de subrayar el hábil y astuto juego propuesto por las cadenas comerciales. No le dicen que no a ninguna película nacional que les proponga su estreno, quizás, entre otras cosas, para evitar malos ratos por los sonados casos de censura de documentales ecuatorianos que generaron mala prensa para el principal consorcio del mercado nacional. Sin embargo, bajo la democrática apertura en realidad se oculta una estrategia que les ha permitido convencer a autoridades y cineastas que poco habría que modificar de su parte. Todos estos estrenos han visto la asignación de las salas más pequeñas y los peores horarios para el cine nacional. Es decir, el hueso. Los títulos están en cartelera y nadie puede reclamar. Pero por otro lado, el verdadero espacio del negocio, entiéndase la carne, horarios estelares y las salas más grandes, permanece reservado para los tanques norteamericanos.

Date fama y échate a la cama

Para mayor INRI, como decía un viejo amigo, la pérdida no solo se produce en función de los números —los cuales, si los medimos en términos absolutos, representan más del 50% del mercado que había ganado el cine local—, sino más peligroso aún: en términos de prestigio.

Nuestro cine logró imponer una estampa de calidad que lo diferenciaba claramente de la mediocre producción televisiva que hay en Ecuador —con las excepciones del caso—, cuyas series (muy especialmente sus desastrosos sitcoms) se caracterizan no solo por su nula puesta en escena, sino por su condición de vehículo de carga de viejos atavismos machistas, sexistas y racistas. Gracias a la revolución digital y a su democratización, aquella estética televisiva se ha trasladado a la gran pantalla.

En efecto, bajo el impreciso membrete de ‘cine ecuatoriano’, ha llegado a salas una serie de producciones subestándar, lo cual quiere decir películas que incumplen con requisitos básicos para ser consideradas verdaderamente profesionales, con fallos evidentes (o estridentes) de guión, propuestas estéticas inexistentes, dramaturgia y personajes fallidos, sin control técnico alguno en materia de audio y diseño sonoro, pero que han logrado un espacio en salas gracias a la aceptación provocada por otras obras que sí atravesaron procesos de selección rigurosos para garantizar una mínima calidad al público. Ese prestigio ha sido destruido por un producto de mala calidad. Es tan sencillo como ir al mercado a comprar manzanas y encontrar que las manzanas nacionales no solo son más chiquitas y feítas sino que, incluso, están descompuestas. El boca a boca hace el resto.

Surge la pregunta de si todo aquello que se está produciendo en Ecuador debe ser estrenado en salas. Personalmente creo que no. Hay producciones que deberían pasar directamente a cadenas regionales de televisión, o editarse en DVD. Y habría que preguntarse, también, cuál es el resultado objetivo en términos de audiencia, de número de espectadores, que esas y todas las películas están haciendo. La profesionalización implica la definición de cánones y estándares.

Es verdad que la situación evoca lo que se llama una “crisis de crecimiento”, es decir, un momento de declive luego de atravesar un pico alto de actividad. Tampoco estamos en cero y eso es importante. Pero es hora de crecer y madurar. Aunque las señales de las instituciones, gremios y asociaciones para enfrentar el temporal son débiles y generan poca certeza.

Vacíos de liderazgo

Evidentemente, no ha habido una asociación gremial de productores que esté en condiciones de defender lo ganado. Bajo un reverencial miedo y temor a pelearse con alguien, persona alguna habla de frente para provocar una posición colectiva ante el problema. Quizás sea pedirle demasiado a un sector que mayoritariamente ha hecho películas de director y no de productor, es decir, las nacientes figuras asociativas no están en condiciones aún de manejar una línea editorial que haga conocer una opinión de bloque frente a los problemas y que proponga respuestas que se requieren en este ámbito.

Mientras, por otro lado, el CNCine participa de la deriva contradictoria con una dirección esperanzada en una futura Ley del Audiovisual, o un capítulo dentro de la todavía no debatida Ley de Cultura, que solo empezará a dar verdaderos resultados en 2017, no antes. ¿Y mientras tanto? No hemos visto de su parte soluciones imaginativas para salvaguardar el boca a boca que había sido clave hasta hace poco, ni tampoco decisión para enfrentar el temporal. Al parecer sus estrategias obvian la disputa por el mercado, que es donde se encuentra —mayoritariamente— el público que consume contenidos cinematográficos en el Ecuador. Se renuncia a dar batalla y prima el dejar hacer y dejar pasar.

2016, el año en que se cumple una década de la existencia de la Ley de Fomento al Cine Nacional, llega con interrogantes abiertas. La renovación es necesaria. Sin duda, mirando el decenio en su conjunto, el balance será positivo, por todo lo ganado, pero un aparente exceso de confianza puede dilapidar el incipiente capital simbólico que se había acumulado. El prestigio se construye con esfuerzo y muy lentamente. Hacen falta años y constancia. La mala fama, al contrario, se gana en segundos y con muy poco. A veces, no hay que hacer nada, como es el caso del que hemos hablado.

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