PERFIL
Patricia de Souza (Cora-Cora, Ayacucho, 1964)
Ha desarrollado estudios en los campos de la Literatura, Filosofía, Periodismo y Ciencias Políticas. Su tesis doctoral en Literatura francesa consistió en un estudio comparado entre Flora Tristán y Lautréamont. Su trabajo literario ha sido calificado como “inclasificable” por la diversidad de géneros que integra en su desarrollo. Su obra ha aparecido en países como España, México, Perú, Venezuela y Francia. Su más reciente novela se titula Vergüenza.
Para Patricia de Souza las preocupaciones sobre el lenguaje son un constante tema de reflexión. Sus novelas, artículos y ensayos dan cuenta de ese interés que le ha llevado a reflexionar sobre las prácticas del lenguaje y las marcas con las que es revestido en su dinámica social de comunicación. El papel de la mujer, lejano al carácter esencialista, se vuelve también un tema de discusión complementario a esta preocupación. ¿Con qué lenguaje trabaja una mujer? ¿Cómo lo hace sobre las huellas de un patriarcado literario? ¿Cuáles son los discursos que sobre esa realidad se perciben? De por Lima, y a puertas de la presentación de su más reciente novela, Vergüenza, comparte varias de sus impresiones.
¿En qué consiste la diferencia entre contar una historia y decir una historia?
Cuando tú cuentas la historia, te adhieres a una noción de narración, noción clásica con una concepción de tiempo progresivo, herencia occidental y patriarcal, en el sentido en que ha sido pensada por una clase dominante, esencialmente masculina. Mi preocupación para escribir no era seguir esa línea con tiempo narrativo tradicional, sino seguir un tiempo interior, en el que pesa más el decir. El tiempo narrativo progresivo nunca me ha interesado, me interesa más el tiempo efímero, huidizo, fugaz... Por eso creo que es importante que dejemos de hablar de géneros y hablemos de escrituras, de formas de escribir que significan impregnar al lenguaje y hacer que este revele ese tiempo de experiencia interior. No hay una esencia femenina que se revele, pero si una historia en tanto que mujer.
Desde ese tiempo interior ¿cuál es la relación con esta visión patriarcal que ha tenido la literatura?
Yo no podía, en tanto mujer, tolerar una dominación hegemónica. La hegemonía viene desde el paradigma occidental, el tiempo, que protege una estructura de novela que para mí no se adecuaba a mis necesidades. He salido de eso como he podido, porque tampoco te puedes salir mucho, pero sí puedes resistir. Yo creo que nadie escribe para parecerse a otros, sino para intentar trazar su propia línea de vida, por más insignificante que sea.
¿Cómo, en su caso personal, ha sido la resistencia a la alienación del patriarcado literario desde sus escrituras?
Ha sido y es una pelea. Nunca he escrito desde un espacio integrado a un medio, siempre he sentido que he estado al margen, incluso en el Perú, mi país. Al principio fue bastante difícil, como nadar a contracorriente, porque cuando conoces el medio literario te das cuenta que está compartimentado: narradores, poetas y críticos. Yo en realidad, siempre preferí hablar de escritura entendida como la fusión entre la experiencia vital y el lenguaje.
La escritura se presenta como un ejercicio de alienación y desalienación: al mismo tiempo que hay contacto con un lenguaje cargado de marcas masculinas, hay también una toma de conciencia, desde los límites de ese lenguaje, que se convierte en una necesidad de salir del encierro, necesidad de recorrer esas marcas, de esas “patologías del lenguaje”, o algo así. Esa toma de conciencia es, a la vez, una identidad.
¿Cómo escribir, desde su ser mujer, cuando recibe un lenguaje marcado por sentidos masculinos?
Ese era uno de los retos. Yo no podía escribir como Ribeyro, como Vargas Llosa, sentía que debía encontrar mi registro. En el caso de Ribeyro su lenguaje es neutro, pero en sus arquetipos de mujer jamás me he reconocido. La idea también es sacar a las mujeres de esa trampita de estar siempre estereotipadas. Es importante escribir la novela como modo de expresión. Pero ¿qué lenguaje iba a utilizar yo? El idioma castellano está cargado de expresiones que son misóginas y sexistas, aunque las usamos todo el tiempo, incluso las mujeres para hablar entre ellas. En ese idioma, la mujer es nombrada de manera sesgada, entonces hay que entrar a nombrar las cosas y acomodarlas para que haya dos visiones diferentes; no se trata de hacer desaparecer una, sino de renovarla. Proponer una forma de representar en la que utilices tus propios instrumentos. Siempre hay una necesidad de dar tu versión. Eso significa redefinir el espacio simbólico. Un dato, recuerdo que en la librería de la biblioteca del Peruano Británico, en Miraflores, encontré el libro Las olas de Virginia Woolf, y que pensé: “Si se puede escribir así, con tanta libertad, sí me interesa”. Cualquier herencia, yo la vivía como un corsé, ahora me preocupa mucho menos eso de “parecerme a alguien”. Más que parecerme a alguien, me interesan los nuevos prototipos, lanzarlos al espacio literario.
¿Esta visión hace que usted vea a la mujer como la prótesis del patriarcado literario?
La prótesis sí, cuando la mujer no tiene visibilidad y se convierte un medio y no en un fin. Las mujeres, desde los inicios del patriarcado, han sido instrumentos de intercambio, como lo decía Claude Lévi-Strauss en su libro sobre las relaciones de parentesco. Los casos más graves, cuando la mujer ha tomado conciencia de ese rol bastardo, han terminado en protesta colérica o, cuando el lenguaje no domina ese territorio, en suicidio.
¿También los estereotipos son otra herencia patriarcal?
Claro, las mujeres tienden a estar presionadas por el estereotipo, la única forma de escapar de ahí para mí, es escribiendo, pues la escritura permite hablar desde la igualdad, llamar las cosas por su nombre. En la escritura también está presente un “deber de memoria”. La necesidad de rehabilitar ciertas realidades que se ocultan, que son secretas porque no deseamos que se vean y, efectivamente, no las vemos.
¿En su escritura en qué ha consistido ese escape?
En salirse del canon. Yo no escribo para estar en un canon, sino para salir de él; a pesar de que puedas reconocer influencias en cierta convencionalidad del lenguaje, hay el esfuerzo por salir de ese espacio. Eres consciente de la alienación, quieres salir de ella y siempre estás al borde. Puede que haya algo muy neurótico en eso, no lo sé.
¿Por eso narrar en primera persona?
Narrar así es un esfuerzo por colocarse cerca de la verdad. Una especie de compromiso con la escritura, jugársela por completo: ya estás en esto, ahora tienes que ir hasta el final de la experiencia, aunque te vaya mal y salgas magullada.
Como lectora ¿qué ventaja mira en una narración de primera persona?
Creo que siempre hay una percepción de que la persona se desnuda ante ti. La primera persona tiene el don del testimonio. Puedes sentir más inmediatamente lo que estás leyendo. La tercera persona es más tradicional y mantiene una distancia con quien lee. El lingüista Benveniste decía: “La tercera persona es nada o menos que nada”. La primera persona es temeraria, la tercera persona es más un juego de máscaras.
¿Cómo reconocerse como escritor(a) fuera de su país? ¿La distancia del lugar natal hace necesaria la creación de un nuevo Yo?
Cuando te vas de tu espacio natural todas las certezas se acaban, se desvanecen. Te encuentras en un espacio donde el idioma no es el tuyo, y tienes que aprender a dominarlo para existir. Tu idioma pasa a segundo plano, eso es parte de tu identidad: entonces cuesta decir Yo, aunque en esas nuevas circunstancias, es importante.
El extranjero te obliga a hacer un paréntesis con tu mundo y salir hacia los demás. Tu mundo es relativo: resistes re-escribiendo un mundo que ya no está, en un esfuerzo de memoria desde la ausencia. Un poco como el sicoanálisis: afrontar con un lenguaje disecado el duelo de una realidad perdida, confiando en la infinita capacidad de evocación del lenguaje.
Después de ese contacto con otro lenguaje ¿cómo volver a la lengua natal sin sentirse disminuido?
No te disminuyes porque el idioma que aprendes da otras resonancias a tu idioma. En mi caso, el francés ha enriquecido mi idioma. Hay una historia de atracción entre esos polos. El francés tiene una sintaxis clara, directa. El castellano se presta más a una escritura lenta y más especulativa. Sin embargo, hay una musicalidad en castellano que no tengo en el francés. Es interesante ver el diálogo que puedes armar entre dos idiomas.
Su novela más reciente Vergüenza, muestra una constante entre sus páginas: el silencio que se rompe. ¿Ese silencio, en la mujer, es una marca cultural?
Ese silencio tiene que ver con las mujeres que son silenciadas a pesar de ellas. No hay lugares donde la palabra tenga sentido, incluso para las mujeres que escriben, de ahí su poca resonancia. Solo si escuchamos a alguien, existe; la existencia empieza siempre en el Otro. El silencio viene también del desconcierto, de saber que un lenguaje afronta siempre una crisis porque está siempre sujeto a una realidad. El lenguaje es el catalizador de esa sociedad. Un lenguaje afirmativo, positivo, revela una sociedad libre, entusiasmada, apasionada, viva. Un lenguaje monocorde, convencional, revela una sociedad represiva. Siempre tiendo a relacionar el lenguaje que utilizo con el momento histórico que vivo. Hay una relación entre esas dos orillas. El lenguaje se impregna de todo lo que está a su alrededor.
¿Vergüenza por qué?
No es solo una vergüenza individual sino histórica. Hay un vínculo que nos une en la vergüenza de hablar, decir, proponer, pensar por nuestra cuenta. Vergüenza en lo que decimos, pues aún hay mucho pudor, mucho miedo, una vida dominada por el miedo, uff! En las mujeres hay mucha vergüenza: no dicen exactamente lo que piensan porque evitan el juicio moral de la sociedad en la que viven. El juicio social es implacable. Por eso hay que tener cierta valentía (o inconsciencia) para ir siempre hacia adelante, hasta el final de una experiencia, cuestionar ese relato que nos han contado durante toda la vida.
En mi caso, de muy joven, sentía mucho miedo de hablar en público, de decir cosas que primero nadie iba a oír y que, segundo, me avergonzaban. ¡Me parecía que iba a balbucear!. Vivimos con mucha vergüenza, incluso del origen. Estamos en un país donde la gente tiene vergüenza de haber nacido en la Sierra, de ser descendiente de indígenas, de venir de una familia desclasada, como es el caso de los personajes de mi novela…etc. Y, aunque no lo digamos, una vergüenza de género, una culpabilidad de ser mujer. Hay algo de eso…
Eso ha dado paso a una vergüenza familia, social y de clase, que nos hace sentir un linchamiento moral en la mirada del otro.
Su escritura se presenta como una apuesta profunda, pues sigue una ruta que dista mucho de lo que se compra en el mercado literario.
No es el camino más fácil, pero creo que la época está cambiando. Cuando buscas un libro buscas una confrontación, que te haga visible lo que no has visto, no que haya una repetición, que te muestre lo que ya es obvio. Siempre he estado pateando el tablero. Viajando en contrasentido, lidiando con un conflicto suavizado por la literatura. La literatura me ha enseñado a ser más generosa conmigo y con los demás.