El Telégrafo
Ecuador / Domingo, 24 de Agosto de 2025

Si mi padre creyó estar seguro de algo con respecto a mí, era que jamás tendría hijos. Por eso, la mañana del 30 de septiembre de 1993, aún no asimilaba la llegada de mi hija María Belén en la Maternidad Isidro Ayora de Quito.

Soy parte de la comunidad LGBT, y ese era el argumento que mi familia había tenido para deducir que no sería padre nunca. Sin embargo, el tiempo y la realidad de mi vida cambiaron ese pensamiento. Ahora soy padre desde la otra realidad que se debe ver, oír y respetar.

Crié a Belén con todo el amor que la paternidad me generó y la eduqué sin ocultarle jamás nada respecto a su madre y a mí. Ella es hija de dos personas trans y fue fruto de un gran amor.

Considero que lo más fuerte que le ha tocado vivir a mi hija ha sido la discriminación desde la heteronormatividad educacional.

Los profesores y las autoridades de la institución donde comenzó sus estudios primarios, la trataron diferente, por el hecho de tener un padre trans. Tuvimos que afrontar muchos momentos desagradables y hasta legales. Sin embargo, salimos airosos de ellos, porque ya para esa época, se declaró inconstitucional el artículo 516 que penalizaba a la homosexualidad y en 1998, la nueva Constitución declaraba que no se podía discriminar, entre otros motivos, por la orientación sexual.

La heterosexualidad familiar ha sido predominante. Sin embargo, con el nacimiento de Belén, se abordó el tema desde la óptica de la diversidad y se respetó la constitución de otros modelos de familia, como el que formé desde esa época.

Afronté la pérdida de la madre de mi hija. Ella murió lejos, como tantas mujeres trans que salieron del país para encontrar una mejor vida, pero que nunca regresaron. Esas mujeres no tenían otra opción que el trabajo sexual en otro continente, expuestas generalmente a la violencia y la discriminación, únicamente por ser diferentes.

Soy un hombre TRANS y soy PADRE, he vivido la transmaternidad masculina desde los años noventa en nuestro país, respetando a la familia tradicional homoparental, sin perder de vista las realidades de las diversidades sexogenéricas, de las que soy parte como activista también.

Creo firmemente que aún la comunidad trans no ha sido atendida como parte de la ciudadanía. Aún no se reconoce nuestra identidad de género ni siquiera en la cédula, por eso apoyo el Proyecto de Ley para cambiar el Reglamento del Registro Civil, porque el actual no nos identifica.

Creo en las otras paternidades que han ido apareciendo en estos últimos 30 años y que se deben reforzar: hombres más sensibles, más comprometidos con la crianza de los hijos, más humanos.