I
Su risa era abierta y desprejuiciada, propia de la espontaneidad popular de quienes han nacido en las espléndidas y aisladas costas del Pacífico colombiano, exactamente en Bahía Solano, la región donde la naturaleza ha establecido un bosque inimaginado, un santuario de ambición y deleite, pero también de pobreza y exclusión. Su carácter independiente y crítico con un sentido agudo de la ironía y el humor lo heredó —sin duda— de esos ancestros de negros y mestizos, de gente liberta y bullanguera, que le labraron en forma indeleble hasta morir un espíritu recio y de confrontación frente a las veleidades y arbitrariedades del poder.
Después de terminar su bachillerato, un joven alegre con la cabeza bullente como un motín, llegó a Cali para entrar en ese torbellino de arte y cultura que vivía la ciudad en los años setenta. Paraíso permanente de hermosas mujeres; se vinculó al movimiento teatral, que por esos años dirigía el maestro Enrique Buenaventura, uno de los fundadores del teatro contemporáneo en Colombia, quien se convirtió en su entrañable amigo y maestro.
América Latina era entonces un mundo saqueado por la consuetudinaria política imperial de Estados Unidos, apoyada por unas clases gobernantes locales faltas de grandeza. La Habana había sido tomada por un grupo de barbudos y se hablaba del triunfo y las expectativas de la revolución. Este joven audaz e inquisitivo, junto con el argentino Julio Cortázar y otros intelectuales, estableció un debate público y memorable sobre la función social del escritor. Años después, estas conversaciones fueron publicadas en un breve libro que circuló como un manual esencial para los nuevos escritores en América Latina. Óscar Collazos fue director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas en La Habana. Posteriormente inició su periplo, también su diáspora por Europa, invitado por el Berliner Künstlerprogramm. En el año 2000, la Universidad del Valle le otorgó el doctorado Honoris Causa por su trabajo literario.
II
Óscar Collazos (1942-2015) fue una de las mentes lúcidas de su generación y uno de los escritores más importantes de Colombia. Narrador y polemista, trabajó con igual fuerza la novela, el ensayo y el periodismo de opinión. La radio, la televisión y la prensa escrita fueron los medios con los que actuó para destapar las capas que hacían invisible la vida de hombres y mujeres sujetos a un acoso incesante de miseria y desprecio. Gracias a su afilado talento narrativo, la literatura de Collazos logra enraizarse en la sensibilidad del lector, desde su primer libro de cuentos: El verano también moja las espaldas (1966).
Escritor alerta con lo que acontecía en el país, América Latina y el mundo, su obra, vasta, abarca temas que abordan el narcotráfico, Morir con papá (1997), o sobre asuntos candentes y explosivos como la corrupción en las administraciones locales de Colombia.
Como coordinador editorial participé en un proyecto de una serie de crónicas noveladas que impulsó la Contraloría General de la República en 2000, donde se publicó su libro La olla podrida, título asociado con el célebre plato de la comida mediterránea, de residuos que se juntan en una sopa hirviente que devela a los lectores las maniobras de extorsión y robo en una de las alcaldías de Cartagena, ciudad en la que se exilió al abandonar Bogotá, obligado por oscuras amenazas de la ultra derecha.
Hay un libro entrañable, cuyos derechos me cedió en forma desinteresada para una propuesta editorial, Jóvenes, pobres amantes (1983), novela de iniciación, que narra el ambiente de violencia, ingenuidad y miseria que vive un grupo de niños de los barrios populares del puerto de Buenaventura. A estos mismos y crudos escenarios regresa con Rencor (2006): me golpeó tanto que tuve que esperar un rato para asimilar esta “Cartagena real”… Sí, Cartagena real, lejos de la que nos venden los reinados y las agencias de turismo, dice Florence Thomas.
III
Conocí a Collazos en la década de los noventa cuando fuimos vecinos en los apartamentos de las Torres del Parque en Bogotá. Menudo, con cierto cuidado toque de elegancia y los hábitos placenteros y mundanos del bon vivant. Su rostro mestizo de nariz gruesa, sus ojos brillantes como pequeños óvalos achinados e inquisitivos y un inseparable cigarrillo dispuesto a ser encendido.
Nuestro barrio era y es un barrio de teatreros, artistas y escritores con una bohemia abierta y desprevenida y no era imposible encontrar a Collazos recorriendo una pista de baile de rodillas, para declararle su amor a la mujer más bonita de la fiesta, pero lo más memorable era su conversación suave y erudita cuando hablaba de literatura, acompañada de cierto énfasis cuando hacía referencia a los eventos políticos que se daban en la capital. Con habilidad pragmática tejía su memoria literaria con el acontecer de los hechos sociales. Tenía una posición vertical que se hacía más certera, gracias a un exquisito conocimiento del lenguaje.
Collazos ocupaba un apartamento amplio en el primer piso. Algunas veces en el ascensor o conversando en nuestros departamentos identificábamos lo que sucedía al interior de las torres, frecuentadas por periodistas y estrellas de televisión. Alguna vez, cada quien desde su estudio, vimos descender una fugaz figura atormentada por el suicidio. Fue cuando supe que estaba escribiendo una nueva novela. Meses después me llamó para entregarme un libro con el título de La modelo asesinada (1999), novela policíaca en la que uno de sus personajes tiene el nombre de Antonio Correa. Con aprensión y cierta desazón comprobé que era yo mismo. Le agradecí (o creo que creí agradecerle el libro) con una sonora carcajada. Luego, con Guido Tamayo, uno de sus grandes amigos, comenté con alguna displicencia: es un personaje desperdiciado.
En el transcurso de estos años nos encontrábamos en cada FIL de Bogotá. En Quito dos o tres veces, cuando fue invitado como conferencista a los encuentros de literatura organizados junto con el escritor Raúl Pérez, donde el público pudo apreciar su elocuente y precisa palabra. En mi cabeza queda su punto de vista como una llama permanente contra los violentos y su ramo de desgracias. Y en mi corazón, la cálida lealtad de la amistad con los destellos de su inalterable rigor e inteligencia.