Las prácticas artísticas en la contemporaneidad son procesos que se relacionan con la invención creativa en un entorno social; con la producción de significados a través de tantos lenguajes, como posicionamientos podemos tomar ante y en el mundo, en tensión siempre con lo inaprehensible de lo real. Son intensos caminos de investigación, de reflexión crítica, de producción de conocimientos, de acciones políticas que abren posibilidades de interpretación del pasado, del presente, tanto como de imaginaciones del futuro. De ahí que las artes sean sectores privilegiados, por tanto estratégicos, para la construcción imaginaria de nuestras sociedades, porque dotan de contenidos, de sentidos, por tanto de credibilidad a los mecanismos colectivos y vínculos afectivos en los procesos de cohesión identitaria. En tanto producciones culturales, estas renuevan los órdenes simbólicos, los entramados de significados compartidos, a través de los cuales se estructuran, se comprenden, se interpretan, se producen y reproducen, se orientan las acciones en la realidad.
De cierto es también que la constante innovación de las formas artísticas contribuye a la vez, de forma decisiva, al diseño colectivo de un nuevo modelo económico para nuestra sociedad. Modelo que podría potenciar la producción masiva de bienes y servicios culturales que activen y revitalicen la misma economía, como ya sabemos que podría suceder, del país. Por lo que es imprescindible establecer metodologías para una construcción dialógica de un horizonte cultural y artístico, con una visión racional y global de la situación, tanto como con una visión de la complejidad y de la delicadeza de los procesos de este campo. Una visión que encamine ciertos sectores al establecimiento de una producción creativa dentro de una escala de industrias culturales, con mercados masivos y potentes para su circulación, distribución y consumo. Pero también con una visión que comprenda que no todo puede responder a un modelo de masificación sin que se afecte a la producción de contenidos.
Porque cabría preguntarse sobre el modo en el que generamos significados, cómo los lenguajes crean marcos de inteligibilidad, disciplinamientos de percepción, regímenes de producción simbólica. Tanto como de qué manera el acceso a los mercados puede ser ampliado para expandir esos marcos, disciplinamientos y regímenes de creación e interpretación o de qué forma el mismo acceso, sin una política cultural que visibilice la complejidad del campo, puede limitarlos. Considerando que las lógicas de mercado son también marcos de inteligibilidad que pueden ser productivos y creativos para unas prácticas, mientras pueden ser totalmente limitantes para otras.
Por otra parte y siguiendo a Eduardo Kingman y a Ana María Goetschel quiero plantear una reflexión: “nuestras ciudades, culturas, naturaleza, han pasado a formar parte del decorado del primer mundo, de sus deseos y requerimientos de consumo. La propia diversidad se ha convertido en mercancía, en algo que puede ser construido mediáticamente, convertido en souvenir, ofertado en un mall o en una plaza” (Kingman-Goetschel 2005:106-107). Las lógicas de producción industrial y consumo masivo, tienen el precio de la espectacularización de la vida, creando a su vez realidades de simulacro adaptadas para la sociedad del consumo. Si bien el consumir es una actividad que el ser humano siempre ha realizado, en la actualidad el consumo ha pasado a ser una condición de la sociedad que se manifiesta como “consumismo” en una “sociedad de consumidores”; que “se caracteriza por refundar las relaciones interhumanas a imagen y semejanza de las relaciones que se establecen entre consumidores y objetos de consumo” (Bauman 2010:24).
Con lo cual no quiero decir que no deben existir una industria o varias industrias culturales, tampoco quiero decir que no deben existir mercados o consumos culturales. Sino quiero dar cuenta de la complejidad del campo cultural y la delicadeza del tejido social que involucra. Quiero poner en valor la experiencia del arte y la producción simbólica, que desencadena, que nos permite entrar en relación con los otros y con el mundo, que irrumpe una realidad totalmente otra y nos devuelve la mirada de nosotros mismos. Que es medible, contabilizable, cuantificable, masificable, como demuestran los estudios económicos de la cultura. Pero guarda a su vez una delicadeza que desafía la grandiosidad y el carácter espectacular de la vida social contemporánea. Quiero defender la fuerza de las ideas que no se mide por el número de personas que la escuchen en un momento dado, sino por la emergencia política de su enunciación en un contexto.