El Telégrafo
Ecuador / Lunes, 25 de Agosto de 2025

La sexta temporada de Game of Thrones, serie basada en la saga literaria Canción de hielo y fuego, del estadounidense George R. R. Martin, está al aire y hace algunas semanas que sus escenas coquetean con la teoría de la conspiración más famosa de la ficción del siglo XXI: Aquella que reza que Jon Snow, el bastardo de Winterfell, es en realidad el hijo de Lyanna Stark y Rhaegar Targaryen.

Flashback para dummies: 19 años antes del presente de Game of Thrones, estalló una guerra en Westeros (el continente sospechosamente parecido a Gran Bretaña donde viven los personajes de esta historia) que acabó con una dinastía que había durado 300 años: los Targaryen, una familia cuyo poder radicaba, primero, en sus dragones domesticados, y después, en alianzas políticas sin nada extraordinario. El detonante de esta guerra fue el secuestro de Lyanna Stark, una mujer del norte de Westeros, por parte del heredero al trono, el príncipe Rhaegar. Como Lyanna estaba prometida a otro hombre, Robert Baratheon, este lideró una rebelión que eliminó a todos los Targaryen y que lo llevó a convertirse en rey. Pero al final de la guerra, Lyanna agonizaba, y murió en los brazos de su hermano, Ned Stark, no sin antes pedirle que le haga un juramento. Un juramento que nunca ha sido revelado, pero que sospechamos.

Oathbreaker’ (‘Rompedor de juramentos’), el tercer capítulo de la sexta temporada, ha mostrado en un flashback a Ned Stark a punto de encontrar a su hermana. Nada más. Y entonces la teoría (resumida en la fórmula ‘R+L=J’), que ya vibraba desde hace años entre los lectores de la saga y los seguidores de la serie, está más cerca que nunca de ser confirmada. Páginas web populares, de esas que mezclan entretenimiento con información y análisis noticioso, como Vox y Buzzfeed, cada cierto tiempo vuelven a sacar la teoría a la luz: que si un personaje dijo algo sospechoso en el cuarto capítulo de la quinta temporada, o que si otro está al tanto y lo usa para su beneficio, que por qué de pronto vuelven a mencionar a Rhaegar y Lyanna cuando llevan muertos unos 20 años... Y ahora, desde la perspectiva de Bran, hijo de Ned y sobrino de Lyanna, un niño con la capacidad de leer la historia en la memoria de los árboles, el dato oculto está a punto de ser descubierto.

Pero la verdad a veces es amarga. Luego de años de escuchar sobre el heroico triunfo de su padre contra el mejor espadachín del mundo, Ser Arthur Dayne, para poder subir a la torre en la que se encontraba su hermana, Bran atestigua cómo fueron en realidad las cosas. Ned Stark había adulterado la historia: estaba perdiendo esa pelea, hasta que un aliado suyo acuchilló por la espalda a Ser Arthur Dayne, quien hasta el final había peleado con honor (y por eso murió). La estocada final, eso sí, fue de Ned.

Y ahora que se descubre una mentira de Ned —que no sería significativa si no pusiera en entredicho el honor de uno de los hombres más honorables de todo el reino—, la historia de la rebelión que provocó la extinción de los Targaryen queda en entredicho: ¿Rhaegar secuestró a Lyanna o fue la huida de una pareja enamorada? La historia se escribe con la espada del más fuerte, dice el refrán, por eso son siempre tan interesantes los antecedentes del que ha perdido: ahí está todo lo que no se ha contado. Es un mar lleno de los tesoros del descubrimiento.

Otros puntos de vista

Nunca he visto ningún acontecimiento que tenga inicio, nudo y desenlace”, dice la cineasta argentina Lucrecia Martel. Más allá de la estructura de introducción del conflicto, desarrollo de la trama y final, existen algunos otros elementos para narrar historias, sobre todo, los personajes, pues en función de quiénes son estas personas y cuáles son sus objetivos, las cosas van tomando curso. Los escritores Anne Phillips y Chris Huntley agruparon a ocho arquetipos de personajes infaltables en una narración en su libro Dramatica: A New Theory of Story (Dramática: Nueva teoría de las historias):

Protagonista: El personaje principal

Escudero: Llamado así en honor a Sancho Panza, es un compañero o aliado incondicional del protagonista.

Guardián: O mentor. Un guía, maestro y protector del protagonista.

El racional: Uno que siempre basa sus decisiones en la lógica.

Y como todo debe tener un contrapeso:

Antagonista: La antítesis del protagonista

Escéptico: Uno que no cree para nada en el protagonista.

Contagonista: Un aliado del protagonista, con las mismas intenciones, pero con técnicas que pueden retrasar, desviar o impedir la consecución de los objetivos.

El emotivo: Basándose en sus emociones, toma decisiones que cambian la historia.

Esta estructura de personajes, hecha a la medida de un protagonista extraordinario, ha sido la tradición de la narrativa clásica, que renunció por mucho tiempo a contar pequeñas historias. Y aunque las letras llevan siglos explorando esos otros lados (Don Quijote es considerada como la primera obra de la literatura moderna), el cine —una expresión artística muchísimo más joven— suele mantener, en sus producciones más rentables, la concepción de la persona inigualable, con una moral inquebrantable, un ejemplo a seguir. Más allá de cualquier intento normativo (para explicarle a la gente cómo tiene que ser y qué ideales perseguir) o de agradarle a todo el mundo (para evitar protestas de padres de familia, líderes políticos y religiosos o la censura), las grandes (en términos de presupuesto y difusión global) películas renuncian a contar las pequeñas historias, aquellas que podrían ser capaces de disparar reflexiones y dudas serias en sus audiencias masivas.

Tomemos como ejemplo una de las sagas juveniles más exitosas —y más denostadas— de los últimos años: Crepúsculo. Este best seller de la escritora estadounidense Stephenie Meyer cuenta, en resumen, la historia de amor de una adolescente, Bella Swan, y Edward Cullen, un vampiro. Sabemos que los vampiros se alimentan de sangre, y que la sangre humana es su preferida. Pero la familia de Edward es distinta, equivalente a una familia de vegetarianos: solo consumen sangre de animales. Qué conveniente. Sin embargo, si cambiara un poco la perspectiva, si se eligiera al personaje correcto, esta historia tendría un núcleo mucho más interesante que la consumación de un amor adolescente.

Cezary Jan Strusiewicz, editor del sitio web Cracked.com —y conocido también con el alias de ‘Arkard’—, hizo a finales de 2013 una lista de películas altamente comerciales que siguieron al personaje equivocado: Star Trek (la nueva generación), El señor de los anillos, Harry Potter y Crepúsculo. Y ahí proponía varias historias con mejores catarsis que las que conocemos.

En Crepúsculo, el ‘elegido’ vendría a ser el padre adoptivo de Edward, Carlisle Cullen. Nacido a mediados del siglo XVII, era el hijo de un pastor cristiano que se dedicaba a cazar hombres lobo y vampiros con un equipo de cazadores profesionales de monstruos. Eventualmente, Carlisle tomó el lugar de su padre como líder de la brigada antimonstruos, hasta que —gajes del oficio— fue mordido por un vampiro, y se convirtió en un bebedor de sangre.

Una vez convertido en vampiro, lo normal sería que Carlisle corriera [NdR: porque en esta historia en particular, los vampiros no pueden volar] enseguida al colegio más cercano en busca de la adolescente más blandita”, dice Arkard. Pero, en una muestra admirable —y dramática— de consistencia de carácter, Carlisle se dedica por mucho tiempo a intentar suicidarse para matar el monstruo en el que se había convertido.

Incluso su vida amorosa es mucho más interesante que la de su hijo adoptivo: según su historia de fondo, Carlisle, convirtió a su esposa en vampiro para salvarla de morir tras intentar suicidarse luego de perder a su hijo (hay muchos intentos de suicidio en Crepúsculo). Como no soportaba ver a una persona tan alegre morir de una forma tan trágica, Carlisle decidió irse en contra de sus convicciones. Ambos se enamoraron poco después y crearon su familia de vampiros ‘vegetarianos’, acabando un episodio fascinante de la vida de un personaje mezcla de vampiro y doctor.

Cezary Jan Strusiewicz, Cracked

En esos términos sigue la lista, ubicando como un mejor protagonista de Harry Potter a un mago sin nombre que aparece durante 10 segundos en El prisionero de Azkaban; a Nero (interpretado por Eric Bana) como mejor personaje principal en el Star Trek de 2009, y a Boromir como mejor custodio del anillo en El señor de los anillos. En esta saga, dos hobbits, Sam y Frodo, y una extraña criatura esquizofrénica entran a Mordor para lanzar el anillo único (ese que es “para dominarlos a todos y en la oscuridad atarlos”) dentro de la caldera de un volcán —el Monte del Destino— y acabar así con el poder del malvado Sauron.

Para salvar a su gente de ser devorada por un ejército de monstruos que crece en la frontera, Boromir va a Rivendell. Y una vez ahí, ¿qué proponen todos? Darle el anillo único, la fuente de poder de Sauron, a Frodo, un muchacho que nunca en su vida ha empuñado una espada. Pongámonos en los pies de Boromir: ha vivido toda su vida al lado de Mordor, talvez lo conoce mejor que cualquiera en la Tierra Media, y aun así un montón de cretinos que nunca han estado cerca del lugar ahora le dicen con descaro que sí se puede.

Cezary Jan Strusiewicz, Cracked

Incluso la maldad de Sauron es incierta: si cambiamos la perspectiva, lo que hizo fue acoger —y como cualquier otro gobernante, formar un ejército— en sus tierras a una raza de gente fea (los orcos), rechazada por su apariencia por los humanos y humanoides blancos (enanos, hobbits, elfos y hombres). Si Mordor hubiera ganado esa guerra, la historia hablaría de los reinos xenófobos de Gondor, Rohan y Rivendell.

Game of Thrones, una serie llena de crueldad, tiene éxito porque ha hecho un trabajo enorme de construcción de sus personajes todos tienen motivos comprensibles para cometer errores o tomar venganza. Y por eso es doloroso cuando alguien muere (la gente extraña a Oberyn Martell). Y por esa misma línea, aunque un poco más radical, va House of Cards, en la que Frank Underwood, un cabildero gordito (es decir, alguien que según el canon clásico jamás sería protagonista), trepa en silencio por una escalera de corrupción que lo convierte en presidente de Estados Unidos sin siquiera ganar las elecciones. Talvez la mayoría de directores preferirían contar la historia desde el punto de vista del carismático Garrett Walker. Y aunque las habilidades actorales de Kevin Spacey son perfectas para este papel, el mérito es de los ingleses que inventaron el House of Cards original en 1990.