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PERSPECTIVA
Montalvo: Frente a negras pasiones… una pasión negra (fragmento)
En este trabajo de 2007, publicado originalmente en la revista Kipus de la Universidad Andina, Franklin Miranda Robles examina el pensamiento de Juan Montalvo desde tres perspectivas: como un hispanoamericano que mira a Europa en busca de aprobación; como un americano que, desligándose de la metrópoli, trata de elaborar un pensamiento autónomo (aunque occidental) sobre Hispanoamérica; y como un pensador latinoamericano que elabora su discurso desde la heterogeneidad y que entiende los procesos histórico-culturales que esta conlleva. Sobre esta última mirada versa el fragmento que presentamos a continuación, en el que Miranda, a través de la caracterización que hace Montalvo del afrodescendiente, muestra la postura que el ensayista asume frente a los diferentes pueblos que conforman las naciones latinoamericanas.
Considerado uno de los grandes intelectuales hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XIX, el ensayista, novelista y dramaturgo ecuatoriano Juan Montalvo (Ambato, 1832-París, 1889) ha sido relegado a una posición secundaria dentro de la tradición teórico-crítica latinoamericana durante el siglo XX y lo que va del XXI. Pese a formar parte de ese grupo de figuras sobre el cual, según Pedro Henríquez Ureña1, debía fundarse el canon del pensamiento y literatura de América Latina, Montalvo es el único cuyo pensamiento no ha sido estudiado con suficiente profundidad y justicia en nuestro continente.
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¿El pueblo o los pueblos?
Según Andrés Roig2, la idea de clase que esgrime Montalvo posee dos raíces: el pensamiento social europeo del siglo XVIII y la propia experiencia social y política del ensayista ecuatoriano en el siglo XIX. En esto último juega un papel decisivo la extracción socioeconómica (clase media) y étnica (mestizo) latinoamericana del autor. Eso explicaría la vigencia del pensamiento montalvino, así como sus posibles contradicciones. Y es que cuando Montalvo se refiere a la noción de clase se mueve entre ‘el deber ser social’ y ‘el ser social’. Esto que parece contradictorio, en realidad es complementario si entendemos, como lo hace el investigador argentino, que se trata de una idealidad necesaria para que el otro pueda ser y desde ahí formar una república democrática. Para ser más claros, el concepto de pueblo de Montalvo en ciertas ocasiones alude a los pobres y en otros momentos a la totalidad de la nación (no solo a la plebe). Eso no implica incongruencia sino la necesidad de unidad y superación de la dicotomía dominante-dominado para poder construir la nación orgánica. Lo que no quiere decir que Montalvo suprima la noción de clase, sino que plantea un diálogo interclasista, desde el respeto de las funciones de cada grupo en la totalidad.
A nosotros nos interesa fundamentalmente examinar, en esa doble concepción, aquel pueblo que está relacionado con la idea de “una multitud compuesta por la parte laboriosa y útil de la sociedad humana”3. Es decir, la población más humilde de la nación. El énfasis radica en el hecho de que aquí, el pensamiento de Montalvo opera también de forma doble y casi contradictoria. Por un lado se muestra acorde a su tiempo, paternalista, pues cree en la necesidad de ilustrar a este pueblo para poder construir una civilización americana. Pero por otro lado, y aquí su aporte como adelantado, entiende a este hombre popular como un sujeto con una cosmovisión propia que le permite, en ocasiones, autodeterminarse. Así, el polemista es capaz de afirmar que el pueblo posee una sabiduría que nace de la práctica. Sapiencia que es tomada del buen sentido, pero también del ejemplo de los hombres que por sus virtudes e inteligencia destacan en la sociedad (conociendo su carácter orgulloso, ¿hace aquí una alusión a sí mismo?).
No obstante la última parte de su afirmación, Montalvo añade que si bien el pueblo no estudia en los libros, tiene la capacidad de conocer el mal y aplicar el remedio. Y aunque la instrucción formal es importante, más lo es reconocer las virtudes y razones que pueden ayudar a solucionar los problemas. De ahí que le recomiende al pueblo: trabajar y observar. Luego, dentro de su idea de nación, si cada clase social, pese a sus diferencias o mejor dicho en virtud de ellas, debe integrar una totalidad cooperativa; en ese conjunto cada grupo también debe ceder parte de su libertad. “El pueblo no está entonces obligado a la subordinación ciega y absoluta”. Esta aseveración le permite invertir los esencialismos sobre la servidumbre y manifestar que el esclavo no es ignorante per se, sino que es la falta de libertad la que lo convierte en tal. Agrega que el exceso de libertad o individualismo exacerbado constituye una esclavitud de las pasiones que fácilmente se convierte en tiranía. Las leyes creadas en el bien común son las que deben garantizar el respeto hacia el pueblo y hacia cada una de las otras clases sociales.
Por otro lado, si bien recomienda el trabajo como medio para construir un pueblo virtuoso, no cree, como lo hace la oligarquía burguesa, que el sujeto popular sea un irresponsable por naturaleza. Lo que plantea Montalvo es un equilibrio entre la razón y los placeres. Equilibrio que por lo demás es natural puesto que según él, el ocio nace del trabajo, está latente en su interior. No existe ocio sin trabajo. Al referirse al tema de las dictaduras y el papel del pueblo en ese estado de excepción, nuestro ensayista considera que si bien la imposición de la fuerza es despreciable, también lo es el pueblo que no se rebela. Y es que un conglomerado social esclavizado está degradado. Un pueblo no puede ni debe corromperse por sus infames gobernantes, nos dice, al hacerlo se está convirtiendo en esclavo y la esclavitud es antirrazón que vuelve animales a los hombres4. Entonces, en caso de tiranía, el pueblo debe satisfacer sus necesidades en la revolución, si no lo hace es inepto y vergonzoso5.
No obstante esta confianza en las capacidades del pueblo, Montalvo regresa nuevamente a los grandes hombres de ideas (héroe y libertador) que deben guiar a este pueblo. Logra, en todo caso, establecer entre ambos una relación interdependiente de cooperación, unión e impulso mutuo, que parece superar la idea de paternalismo: este guía no puede hacer nada sin un pueblo que lo entienda y apoye. Donde no hay pueblo que busque justicia tampoco hay hombre de ideas. El pueblo tiene sensibilidad para la sabiduría y virtudes, pero cuando falta el verdadero guía, el pueblo adora al simulacro. Esto último le permite dar el siguiente paso. Se alinea con los pensadores de su época e introduce la necesidad de ilustración o educación popular. Usando como ejemplo no la Europa mediterránea, ni la norteña insular, sino la confederación Helvética (Suiza), asegura que mientras más ilustrado es un pueblo menos tendrá que lamentar abusos. Pese a esto, realiza una especie de compensación moral al pueblo cuando examina la relación de nuestras repúblicas americanas con la ilustración: la falta de instrucción en nuestras naciones es uno de los factores del problema socioeconómico del pueblo. El motivo de que esta no se cumpla no radica en incapacidad mental del sujeto popular, sino en el interés de los gobernantes porque la situación se mantenga así.
Montalvo entiende la nación en función de las clases sociales. Las divide, según Roig, en militar, eclesiástica y civil. Luego ubica dentro de esta última al pueblo, y al mismo tiempo hace que todos estos actores participen de una noción global de pueblo-totalidad. Este movimiento le dará a su obra un carácter contradictorio en lo que tiene que ver con el entendimiento de la realidad heterogénea latinoamericana, pues al abocarse a la clase, Montalvo también hace desaparecer del horizonte la división de la sociedad en castas (raciales), estratificación propia de la colonia. Si por un lado, esto permite una mejor reivindicación del pueblo, también trae consigo el problema de la subvaloración de las diferencias culturales étnicas que se dan dentro del sujeto popular.
Así, el ensayista ecuatoriano se nos aparecerá oscilando entre dos concepciones de la realidad latinoamericana: entre el olvido de las particularidades culturales dentro de las masas populares y el entendimiento de ciertas peculiaridades identitarias que se dan al interior del sujeto latinoamericano y que se producen en razón de construcciones histórico-sociales concretas.
Una pasión negra
Para examinar la postura que Montalvo asume frente a los diferentes pueblos que conforman las naciones latinoamericanas, creemos conveniente centrarnos en la caracterización que hace del afrodescendiente. Ahondar en el tratamiento de este conglomerado resulta de mucha utilidad en cuanto anuncia, conservando las disimilitudes que le imponen lo cultural, un similar entendimiento de los sujetos populares indígenas, campesinos y urbanos. Podemos adelantar que la obra montalvina, cuando se aboca a lo negroamericano, opera subsumiendo a este grupo dentro de la idea de pueblo (entendido como plebe: labradores y artesanos) o particularizándolo desde un punto de vista prenegrista. No obstante, en algunas ocasiones logra romper ambos límites y se acerca a ellos desde una visión cultural, donde pone de relieve la construcción histórico-social particular de este grupo y su integración a la idea de lo diverso de nuestra América, es decir, como afrolatinoamericanos6.
Aunque en las polémicas que analizamos el sujeto afroecuatoriano aparece de manera tangencial, las breves afirmaciones que de él hace son suficientes para aproximarnos a una propuesta que se despliega en el mismo sentido, aunque con mayor extensión, en otros ensayos. Así, en un pasaje de Las Catilinarias, el ensayista cuenta la historia de su visita a un caserío costeño donde tuvo que pasar la noche y donde el clero aparece en franca oposición al pueblo negro, a propósito de una fiesta que no puede ser acallada. Montalvo demuestra (no sin dificultades y acaso sin buscarlo ex profeso) cómo la abundancia festiva (de la música, la comida y la bebida) del sujeto afrodescendiente, en cuanto sujeto popular entregado a los placeres, es algo distinta al egoísmo de la abundancia que ansía el clero y en la que se envilece el presidente Ignacio de Veintemilla. Si bien es cierto que el pensamiento montalvino vacila entre la valoración de este aspecto del pueblo negro, como una muestra de que pese a los intentos de represión por parte de las élites aún se conserva rebelde en la alegría y la condenación de ello por el exceso de pasión acaso ‘salvaje’, también es real que la lectura que hace en este caso de la música y de las costumbres afrodescendientes es, por donde se lo vea, estereotipada, determinista, esencialista. En esta misma obra, Montalvo se encarga de demostrar que la manumisión de esclavos negros que realizó el general Urbina en Ecuador en 1852, más que una obra de voluntad liberadora, se trató de una acción que obedeció a la presión de las circunstancias económico-políticas del país y la región en esa época7. El verdadero antiesclavismo, el que profesa nuestro ensayista, busca la revaloración de un hombre degradado por la servidumbre. Reconoce, por lo tanto, que el sometimiento de un pueblo (cualquiera sea la ‘raza’) no se origina por la condición cultural de dicho grupo, sino en el ejercicio de poder por parte de quienes se creen superiores. Y añade que en tanto el negro y el indio no se rebelen a ese orden, seguirán siendo vasallos y dignos de ser tuteados sin reclamos. El mismo destino tendrá la nación que no se levante contra el tirano.
Ahora bien, para entender sobre qué trasfondo filosófico y cultural se asientan estas consideraciones sobre el negro en Montalvo, debemos revisar la cita que hace de Séneca en la penúltima Catilinaria y que amplía en el primero de sus Siete Tratados. “Todos los hombres tienen un mismo origen: uno no es más noble que otro sino en cuanto ha recibido de la naturaleza mejores disposiciones morales”. La tesis central que guía al tratado montalvino titulado ‘De la Nobleza’8 consiste en que el género humano posee un solo origen, pese a las diferencias raciales y de clase. Para fundamentar su argumento equilibra explicaciones racionales y de fe cristiana. Eso le permite pensar en la primera pareja creada por Dios, como los padres de una misma humanidad fraterna9 y al mismo tiempo desechar las propuestas evolucionistas-naturalistas que aseguran que el hombre desciende del mono. Si los seres humanos comparten un mismo origen, ¿cómo explica, entonces, la división de razas?
Lo primero que hace Montalvo es desenmascarar las falacias que explican la diferencia a partir de razones biologistas: el clima o las condiciones geográficas, o a partir de esencialidades religiosas como la maldición de los hijos de Noé (la maldad no es innata, ni los caracteres físicos son causa de inferioridad)10. En ese sentido, nuestro ensayista se empeña en demostrar que la sangre africana no retarda la civilización (al contrario puede incluso fertilizarla), pues en África los negros viven en comunidades que se rigen por leyes propias. Es la esclavitud la que coloca a los afrodescendientes en una situación inferior.
Teniendo en cuenta que la libertad es el supremo civilizador de hombres, Montalvo confía en que cualquier pueblo en el mundo donde el negro y el indio puedan sentarse en el senado, en conjunto con la raza mestiza predominante, habrá avanzado mucho en civilización. Hispanoamérica, por supuesto, también debe reconocer el aporte indígena y negro. Si recorremos ese camino civilizatorio, podrá ser perdonado el crimen de la conquista (delito no por el contacto cultural sino por el esclavismo y la discriminación racial). La principal tarea entonces es derribar la idea del esclavismo como cosa natural a la que se inclinan estos ‘seres inferiores’. En resumen, Juan Montalvo cree que todos los hombres provienen de Dios y que en lo múltiple se expresa la unidad del universo. No obstante, son las construcciones históricas las que hacen que un pueblo sea más ‘avanzado’ que otro.
Eso que pasa con las razas, ocurre de manera similar con las clases. Si todos los hombres tienen un mismo origen, la nobleza no es cosa natural. La noción de lo noble se define según sabiduría y virtudes, no según esencialidades biológicas o jerarquías sociales instauradas artificialmente. “La nobleza no es cosa esencial, innata: el noble se hace”. La nobleza, entendida en estos términos, es compatible con la democracia republicana, puesto que a partir de la primera se defiende el valor de la segunda. En América Hispana, critica Montalvo, se conserva todavía la equivocada idea de lo noble aristocrático monárquico. Se niega por lo tanto el mestizaje indio y negro, en pos de una pureza de sangre que garantice la categoría de nobleza. Al igual que en el resto del mundo, la nobleza americana debe fundarse en las virtudes y la inteligencia, puestas al servicio público y privado. La nobleza como título debe desaparecer en una república democrática, debe más bien erigirse en la práctica. El criollo americano reniega de su hermano cholo, roto, huaso, gaucho, zambo, mulato, y al creerse superior a él se opone a la moral y se convierte en el menos noble de los sujetos.
Como vemos, cuando Montalvo se ocupa directamente del hombre negro, de su lugar en el género humano y en Latinoamérica, pese a que utiliza ciertas razones de origen religioso, supera los esencialismos e instala la idea de la construcción histórico-social concreta como determinante de las diferencias y las jerarquías artificiales entre los hombres. Aunque de alguna manera propone una teleología civilizatoria, fundada siempre en los mismos valores liberales humanistas para todas las culturas, no se puede negar su inmenso aporte con respecto a la conformación de una sociedad democrática, donde el respeto a la diferencia en una misma totalidad se vuelve garantía de felicidad. Estamos, pues frente a un pensamiento tan adelantado para el siglo XIX, que aún hoy posee vigencia.
No obstante, el ideario montalvino no puede escapar del todo a su época. A la luz de lo arriba anotado, se vuelve imposible negar que el ensayista ecuatoriano haya luchado contra la discriminación racial11 y por la convivencia12 multicultural (término nuestro y contemporáneo) en las naciones latinoamericanas. Lamentablemente, tampoco se puede ocultar que en su quijotesca batalla contra los males sociales que aquejaban a nuestras repúblicas, no pudiera deshacerse de ciertas categorías del pensamiento occidental, donde se reproducía justamente aquello que estaba combatiendo. Montalvo, al tiempo que intenta derribar esas ideas de lo inferior asociado a cualidades innatas o dadas de antemano, caracteriza todo lo despreciable de la sociedad con el color negro13. Pese a esta contradicción se entiende su proyecto y de alguna manera se atenúa su error en cuanto opone a las negras pasiones, una pasión negra.
Notas
- Henríquez Ureña, Pedro (1960). ‘Caminos de nuestra historia literaria’, de Seis ensayos en busca de nuestra expresión, en Emma Susana Speratti. México, Buenos Aires: Obra crítica, Fondo de Cultura Económica, p. 255.
- A. Roig, ‘La idea de clases’, en El pensamiento social de Juan Montalvo.
- J. Montalvo, Las Catilinarias.
- La polémica burla de Montalvo hacia la figura del chagra, campesino rural en la primera Catilinaria no es un menosprecio de este sujeto por ser un hombre de campo no ilustrado, sino por su condición de bruto siervo que va a proyectarse luego en despotismo hacia sus semejantes cuando alcanza el poder. Alude a Ignacio de Veintemilla.
- Montalvo reconoce que aquellos con más herramientas críticas, económicas y de virtudes son cómplices de perpetuar la tiranía si tampoco hacen nada.
- Al respecto cfr.: Miranda, Franklin (2005). ‘Hacia una narrativa afroecuatoriana’. Cimarronaje cultural en América Latina. Quito: Abya-Yala y CCE, Núcleo de Esmeraldas.
- El polemista demuestra su desprecio por los sicarios negros (que recuerdan a los negros tauras que obedecían las órdenes de Urbina), pero no por su condición afrodescendiente, sino por someterse a tan vil servidumbre.
- J. Montalvo (1923). Siete Tratados.
- En los pueblos originarios del nuevo mundo, como los Incas, y en otras muchas culturas se habla de una pareja inicial. Eso le da a Montalvo el respaldo para hablar de un origen mítico-divino común a la humanidad.
- La belleza es relativa y está condicionada según Montalvo por la pulcritud y cuidado de una vida cómoda.
- Bien lo señala Justino Cornejo (1974) en Lo que tenemos de mandinga (prohibida para negros, zambos, mulatos y otros de igual ralea). Portoviejo: Editorial Gregorio.
- Estupiñán Bass, Nelson (1992). ‘Flash en Montalvo’, en Desde un balcón volado. Quito: Banco Central del Ecuador.
- Cfr., el artículo de Juan Montalvo, ‘El masonismo negro’, en Páginas desconocidas, pp. 6-23.