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DE LAS PALABRAS A LOS HECHOS

Matices dialectales e identidad

Matices dialectales e identidad
30 de mayo de 2016 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

Como ya sabemos, el español es el segundo idioma más hablado del mundo y una de las lenguas más extendidas geográficamente. Además, según el Instituto Cervantes, es el segundo idioma más usado en Twitter y Facebook, y el tercero más popular en internet. Es la lengua oficial en la mayoría de los países de Sudamérica y Centroamérica, además de España y Guinea Ecuatorial, y es la segunda más hablada en Estados Unidos. Sin embargo, aunque el español sea el idioma de comunicación y de cohesión de un territorio tan vasto, nunca deja de ser sorprendente la variedad de dialectos que se agrupan en él. Y esta variedad configura su riqueza.

A lo largo del tiempo, y gracias a mi profesión, he tenido la fortuna de conocer gente de muchos países hispanohablantes y de fascinarme con esta variedad tan maravillosa de dialectos con la que cuenta nuestra lengua común. Los dialectos van mucho más allá de los acentos, que nos ayudan a distinguir de dónde viene una persona; sin ir más lejos, pensemos en nuestro país y el ‘cantadito’ del Austro, ‘eses’ que se omiten en la Costa o las ‘eres’ que se arrastran en la Sierra. Los dialectos están compuestos también de una variedad de palabras que hacen únicos los lugares de donde proceden, son una mezcla de la historia, de la geografía, de las relaciones sociales, de la política, de las interacciones con otras lenguas y de muchos otros factores. Son lo que nos diferencia del resto y nos da identidad.

Uno de los ámbitos más interesantes en los que nos podemos dar cuenta de esta variedad es en las palabras tabú, aquellas que no se dicen, que hacen que nos sonrojemos o nos sintamos incómodos; la mayoría de ellas está relacionada con los órganos sexuales o el acto sexual. Estas palabras tabú siempre son una especie de semáforo en la lengua, que nos marca un límite. Por ejemplo, en Argentina el verbo ‘coger’ es tabú, mientras que para la mayoría de países solo es sinónimo de ‘agarrar’ o ‘tomar’. Un ecuatoriano puede comentar que va a ‘coger un taxi’ o ‘coger una materia en la universidad’, pero un argentino lo tomará como una expresión vulgar. Tampoco se le ocurra comentar en Chile que está insoportable la ‘hora pico’ o que la fiesta empezó a las ‘cinco y pico’, porque su interlocutor chileno se sentirá incómodo. O, si es un colombiano que visita Ecuador o Perú, y percibe un fuerte olor a sudor, cuídese de decir que huele a chucha, porque a nadie le agradará su comentario. Esta polisemia es lo que hace inagotable a nuestro idioma, y conocerla nos puede ayudar a comunicarnos con aquellos que viven en otros lugares.

Sucede también que algunas palabras que son normales en un uso dialectal son extrañas en otro. Eso ocurre, por ejemplo, con la palabra ‘setiembre’, cuyo uso en Perú es más extendido que ‘septiembre’, más común entre los hispanohablantes. También, el español rioplatense se deja guiar por la etimología y utiliza ‘inscripto’ en lugar de ‘inscrito’. O las conjugaciones ‘licúa’ o ‘adecúe’, que son mucho más usadas en América que ‘licua’ o ‘adecue’, que ‘suenan’ mejor en el dialecto de España. Como estas, existen numerosas maneras de hablar un mismo idioma, todas válidas y valiosas para nuestra lengua común. El acercarnos a todas estas variedades con un oído curioso y abierto a las diferencias no solo enriquece nuestro léxico sino que nos permite apreciar las diferencias y la delicia de los matices.

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