El Telégrafo
Ecuador / Lunes, 25 de Agosto de 2025

1. El avión ha dejado mi ciudad. A través de la ventana observo la oscuridad del cielo y el brillo que lo contiene. Todo cielo es para mí un océano (y viceversa). El piloto nos informa algo, pero yo únicamente escucho las palabras del surrealista René Crevel: “Ahora, he aquí el momento de detenerse. Has andado por las calles de carne. Para la niña que llega a ser mujer tú has hablado. Pero se ha hecho tarde, misteriosa. Eres la que pasa. Es necesario decir adiós. Mañana vuelves a partir hacia tus brumas de origen. En una ciudad, roja y gris, tendrás un cuarto sin color, de paredes de plata, con ventanas abiertas directamente hacia las nubes de las que tú eres hermana. Habrá que buscar en pleno cielo a la sombra de tu rostro, el ademán de tus dedos.” El piloto se calla, pero las palabras de Crevel siguen sonando como espuma. Veo en la ventana el reflejo de mis ojos. Sonrío. Estoy llena de voces que he leído y he vivido a lo largo del tiempo. Saltan en mi cuerpo como respuestas al menor estímulo. Todas cohabitan en mí.

 

2. Renací. Supe agradecer el camino que dejé atrás. Los desiertos y mares que bauticé en mi nombre. Mi corazón más rebosante que nunca. Tengo a mi lado al hombre que canté sobre una piedra en los altos de Yambala, en las lenguas de todas las mujeres y los hombres que me engendraron por primera vez hace 4470 millones de años; el que me escuchó con su cabeza posada en mi pecho hasta perder la noción del tiempo. Mijail es un niño-viejo, como yo, con todo el peso y la levedad que le confieren los mundos que giran al interior de su cabeza. Tiemblo, luego existo. Mijail es música y es silencio. Y es el hombre con quien quiero compartir mi soledad. Llevo enamorada de él desde el año 1872. Sus besos son el retorno a mi verdadera lengua.

 

3. “Hay sitios y horas en que uno ve el mundo entero”, dice Jules Renard en su Diario (1887 – 1910), y yo, desde este lugar llamado Mantagua (Manto de agua), entre Con Con y Quintero, región de Valparaíso, a las 6 y 30 de la tarde, le doy la razón. Desde esta hamaca no sólo veo girar el mundo sino que a través de este cielo en llamas puedo contemplar el rostro de todos los continentes y todos los océanos que alguna vez imaginé. La revelación apenas dura unos instantes, pero mi mente los traduce como eternos.

 

4. La sorpresa sigue siendo el fuego y todas sus extensiones, la chimenea encendida, Mijail leyéndome un libro sobre los maestros de Gurdjieff. Hoy abrí la puerta de madera y lo primero que escuché fue la carcajada estridente de un pájaro que se disputaba algún fruto entre las ramas del frente, era el Queltehue. Al principio me asusté, luego sonreí. Lo siniestro tiene su gracia. Pero es uno quien lo vuelve siniestro o no. Todo aquí es un maravilloso reflejo. ¿Qué parte de mí es ese pájaro? ¿Qué parte de mí esa carcajada? No soy un animal de costumbre sino de re-adaptación, y para ello necesito escuchar. Como ayer, cuando involuntariamente quebré la pantalla de mi grabadora y ante mi desconcierto Mijail dijo: “Si bien es una pena, no me parece tan grave, después de todo, la máquina aún funciona, lo que ya no sirve es únicamente su estética. Desde hoy aprenderás a usarla como la usaría un ciego.”

 

5. Han habido tres temblores en dos madrugadas seguidas, la diferencia es que ahora tengo de quien sujetarme, y eso es parte de la sorpresa y del fuego y de la carcajada donde el pájaro de la noche anida.

 

6. Sesenta páginas del libro me leyó Mijail antes de dormir, una edición antigua de Los Maestros de Gurdjieff de Rafael Lefort que, al parecer, su padre protegió con papel y un poco de pintura. Cada párrafo me hizo imaginar los rostros de los Maestros Sufis que pasaban desapercibidos tejiendo alfombras o en algún oficio minucioso en los lejanos territorios de Oriente. Sin embargo, la parte que nos dejó alucinados fue la de la danza derviche (fundada por los discípulos del gran poeta Sufí Jalal al-Din Muhammed Rumi, en el siglo XIII, donde los giradores tienen una ceremonia de danza-meditación llamada Sema, acompañada por música de flauta y tambores). El autor deduce que Jesús habría empleado también este tipo de técnica, basado en uno de los evangelios apócrifos, descritos en Los Actos de Juan. Los versos era tan impresionantes que yo tenía la piel erizada mientras Mijail leía. Parecía un verdadero poema escrito en estado de trance. Una vez cerrados mis ojos, seguía escuchando lo siguiente: “Ahora contesta a mi danza. Contémplate a ti misma en mí que hablo, y viendo lo que hago, guarda silencio sobre mis misterios. Tú que danzaste, percibe lo que hago, pues tuya es esta pasión de la humanidad, que estoy a punto de sufrir.”

 

7. En Mantagua cada amanecer es un haiku. Sigo desglosando las diferentes gamas del cielo. La última vez que vi tantos contrastes fue cuando atravesé por tierra el desierto de Sonora. Pero este lugar es distinto. Podría escribir un libro entero sobre esos colores que no sé nombrar. Sigo leyendo la obra completa de Guy de Maupassant, la misma que descubrí hace poco entre los estantes de la habitación de Mijail. Desconocemos su origen y desde cuándo ha estado allí. Es una edición muy vieja y bella que dan ganas de dejar una parte mía en esta casa, exclusivamente leyéndola, mientras la otra siga viajando. Hoy por la noche partiremos hacia el sur, específicamente a la región de Los Lagos. Ya tenemos los pasajes de bus. Serán 14 horas de viaje. Veremos Puerto Montt al amanecer.

 

8. Allá afuera hay un mundo al que tengo el privilegio de observar con mi telescopio invisible. Escribo desde una pulsación que no es audible para todos. (¿Sabrá alguien escuchar todas mis voces al leerme?) He fundado otro planeta al interior de mi cabeza. Mi imaginación es un zoom que viaja a la velocidad de la luz.