El Telégrafo
Ecuador / Miércoles, 27 de Agosto de 2025

Aunque también se te podría llamar Musa de Musas. Esencia de la femme. Creatura de Dios cuando Dios se dedicaba al arte. Y criatura sometida de manera singular a la tormentosa travesía de la vida. A propósito, hablemos de tu vida, ese campo de girasoles bajo un cielo de nubes rojizas cargadas del Gran Incendio. Hablemos de la punta de tu madeja que más tiene de mecha de dinamita: tu madre: Gladys Pearl Monroe. Bella mujer pelirroja, tambaleando como en una fiesta a veces suya y más tarde de nadie, del miedo y la locura. Fiesta sin salida. Marathon de baile en la que no ganan los que mejor bailan sino los que sobreviven. (A propósito, recuerdas ¿Acaso no matan a los caballos?, esa maravillosa y terrible novelina de Horace McCoy. Estupenda metáfora de la hidra Hollywudense).

Una noche ardiente de junio, casi sin darse cuenta, Gladys Pearl Monroe te trae al mundo y enseguida te pone a circular de mano en mano. Te llamas Norma Jean y eres algo así como una muñeca sin niña, entrando y saliendo de hogares ajenos y orfanatos. Por su lado, tu madre termina disolviéndose en la puerta de un asilo. Por tu lado, empiezas viviendo palpamientos adultos, violaciones, matrimonio quinceañero. 

El rol de Marilyn Monroe como un maremoto, ahogando el nombre y la vida de Norma Jean : ascenso estruendoso, más de treinta filmes -de los cuales una decena que integrarían el cine clásico mundial- miles de fotografías, decenas de conciertos hasta en los campos de batalla, amores de postín, dolor en el alma a causa de dos abortos, toneladas de farsa y flash, pugnas con el diablo, escándalos de novela rosa y negra y de thriller político.

Menos de quince años requiere tu juventud para acabarte la vida.

Al final de ella no tienes a nadie. Nunca tuviste ni fuiste de nadie.

Un poco de Tippy el lanudo, tu mascota de la primera infancia y cuya muerte violenta te hizo descubrir que estabas sola en el mundo. Un poco de Jim, tu primer marido en nombre de la frescura inicial. Tu misma secreta pluma se refiere a Jim, así : “Era uno de los pocos chicos que no me daban asco sexual. Supongo que mi amor, por así llamarlo, era más bien esa maravillosa palpitación de sentirse deseada, amada y mimada por alguna atracción sexual”. Un poco de Joe DiMaggio, leyenda viva del béisbol, tu fugaz segundo marido, hombre bueno y bonachón que te quiso hasta después de tu muerte, como lo evidenciaban las infaltables flores en tu tumba. Un poco menos del connotado dramaturgo Arthur Miller, tu último marido por quien tenías admiración, veneración y miedo. Miedo de parecer ordinaria. Miedo de que él advirtiera que, pese a quererlo tanto, tenías frío, el techo estaba muy alto, tus palabras no eran sonidos sino burbujas. 

Del resto, salvo de un manojo de amigos –fotógrafos, músicos, poetas, artistas, militantes - no lo fuiste nunca porque no te hallaron.                       

Algo de ello nos lo dice tu escritura de libélula bailando en el cuaderno negro :

“No llores más mi muñeca/ No llores/ Te tomaré en mis brazos para mecerte/ Hasta que duermas/ ¡Chito, chito! yo ya no doy la impresión/ De ser tu madre que murió”.

Cuadernos negros   

La Musa más musa de todos los tiempos aparte de inspirar, escribía en sus cuadernos negros y secretos que, medio siglo después de su muerte han salido a la luz pública, prueba fehaciente de que sigues viva. Fragmentos, han apodado sin duende, el compendio de tus textos : un diario roto, reflexiones, poemas y poemas y más poemas. La Musa que inspiró al poeta Ernesto Cardenal, al guionista Ben Hecht, al escritor Norman Mailer y al fotógrafo Bert Stern. La musa sobre la cual Truman Capote escribió una preciosa crónica-retrato. La musa que ha provocado la industria del Mito y sigue provocando obras de arte como las de Andy Warhol, piezas de teatro, películas, canciones, grafitis, más poemas, más novelas, más pecados y pecadores, más y más feligreses. La musa de musas, aparte de musear escribía.

Detrás del glamour y la gloria y la sex-symbol no había paja dorada. Había una mujer que para no morir de vida, para no vivir de muerte hacía poemas. Sin que nadie lo sepa, quizá ni ella mismo, Marilyn escribivía. Y escrimoría, porque ella había penetrado ya en la zona donde los escogidos se vuelven polen. En ella se había inoculado el dulce mal de los poetas que conocen el otro lado de las cosas y pernoctan en la tercera orilla, como Sylvia Plath, Anne Sexton, Florbela Espanca, Alejandra Pizarnik.

            Para muestra este fragmento suyo: “Vida, soy de tus dos direcciones/ De algún modo permaneciendo colgada hacia abajo casi siempre/ aunque fuerte como una telaraña al viento/ existo más con la escarcha fría resplandeciente./ Pero mis rayos con abalorios son del color/ que he visto en un cuadro./ Ay vida/ te han engañado”.           

The end         

Y ahora vives tranquila, rodeada de los tuyos a quienes debes haber encontrado juntos viviendo en la nada como en una gran casona, o dispersos como niños en un bosque fresco, cosa que allá deber ser lo mismo. A la final, parafraseando al poeta Enrique Lhin, en la eternidad se tiene todo el tiempo del mundo para dedicarse a cualquier oficio y sin buscar beneficio.

Debe causarte una gracia taciturna ver a qué se dedica la frivolidad, que anda siempre detrás de vos, en tanto mito: Mira esta subasta, por ejemplo. Subasta dedicada a la hueste hasta cierto punto necrofágica y fetichista que tiene la costumbre de asistir con chequera lista a los remates de las cosas que usaron en vida ciertos muertos célebres : camas, autos, retratos, tacones, abrigos, bragas, espejos, billeteras, gafas, lentes de contacto y un sinfín de objetos cada cual más banal o extravagante. Tal es el caso de esta serie de radiografías tuyas. Mira, vienen de rematarlas y con mucho éxito.

¿Qué le condujo a pagar 250 mil dólares por una radiografía torácica de Marilyn Monroe, pregunta un periodista al magnate suizo cuya delgadez muestra sobre su corbatín una sonreída aunque triste calavera. Para imaginar el sitio de su alma, contesta encaminándose hacia la luz vespertina.