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Luis García Montero: ‘La espontaneidad no tiene que ver con la sinceridad’

Definirse es a lo que más miedo le tiene la gente. Y no me refiero a una etiqueta, sino a saberse vivo y reconocerse en la pasión, angustia, desencanto o lo que sea que a uno le sostenga en la vida. Asumir un compromiso también es otro temor, pero, cuando se lo junta a alguna definición personal, el miedo se hace menos espeso y ocurren cosas buenas, pues los caminos se aclaran y las acciones se transparentan.

Con este preámbulo podríamos aproximarnos y entender la obra y figura de Luis García Montero, un poeta que se proclama de izquierda y cuyo compromiso fundamental está con las ilusiones colectivas, sin perder su conciencia individual.

“En los mejores orígenes de la modernidad la palabra libertad tuvo una dimensión social muy importante y el neoliberalismo quiere borrarla, por lo tanto, la palabra del poeta me parece fundamental porque es la que llama a la conciencia individual frente a las consignas, pero para dialogar con el lector”, dice el poeta español, quien estuvo hace poco tiempo en el Ecuador participando en Guayaquil en la Feria del Libro Arte y Erotismo, y lanzando en Quito El desorden que soy. Antología poética, su primer libro publicado en nuestro país por Ediciones de la Línea Imaginaria. En el prólogo del poemario, realizado por Juan Carlos Abril, se dice que lo que de verdad pretende García Montero es parecerse “a una persona de la calle -sujeto cotidiano- que intenta comprenderse en sus contradicciones”.

El día de la entrevista, en un diario de la ciudad, se había publicado el nombre de los 10 finalistas que se disputan la Lira de Oro (concurso que forma parte del Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira, que se realizará en Cuenca a finales de noviembre) y, entre ellos, constaba Luis García Montero por su último libro Un invierno propio. Él no lo sabía, por eso el diálogo se realizó entre confesiones y sorpresas.

A propósito de esta coyuntura, me remito a lo que alguna vez dijo sobre Un invierno propio, en tanto comparó al invierno con la crisis y, además, señaló que la poesía escrita en ese libro da respuestas para afrontar esa crisis que ya está interiorizada en la sociedad española, ¿qué respuesta ha dado su poesía  y qué problemas son los que tienen que afrontar?

En las metáforas de la poesía clásica siempre el invierno ha encarnado una época de dificultad. Yo he querido usar esta metáfora para hablar de la situación que estamos viviendo ahora en Europa y, muy particularmente, en España. La crisis que sufrimos no solo es un tema económico, sino de valores y, por lo tanto, un asunto cultural, y ahí la poesía tiene que decir muchas cosas. La apuesta que la economía ha hecho en los últimos años desde  Estados Unidos se ha encaminado a desregular los mercados, a apoyar a las instituciones financieras y a olvidar los amparos públicos y la solidaridad entre los ciudadanos. Eso no solo depende de una manera de pensar la economía, sino también de una cultura neoliberal basada en el egoísmo y en el descrédito de las ilusiones colectivas. A mí me parece que el dinero está llevando al mundo hacia un vértigo destructivo.

¿La poesía ayuda a reconocer que existe ese peligro y, por lo tanto, genera una suerte de conciencia social para que no caigamos en un abismo del cual sería difícil salir?

La poesía significa la reivindicación de la conciencia individual en una época en la que dominan las homologaciones de las conciencias. Ahora es muy fácil imponer un pensamiento único, una corriente de opinión, una consigna y, en ese sentido, hay que ser muy precavidos porque muchas veces parecería que estamos hablando en nombre propio y lo que hacemos es repetir como papagayos lo que otros han impuesto como pensamiento en el ambiente. Para mí, la poesía significa hacerte dueño de tus propias opiniones frente a las consignas que establecen muchas veces las tecnologías a servicio de los poderes.

Pero también, usted plantea que esa individualidad de la conciencia debe ser dialogante...

Esa es mi segunda reivindicación de la poesía. En un mundo de homologaciones es posible reivindicar la conciencia individual, pero en ese mundo también se intenta confundir la conciencia individual con el egoísmo, entonces, la poesía reivindica la conciencia como una forma de diálogo entre el lector y el autor, de conciencia a conciencia. Me parece muy importante reivindicar lo individual con el diálogo, porque la cultura neoliberal que es contra la que yo lucho,  ha identificado la libertad con el egoísmo posesivo y yo quiero recuperar la dimensión social de la palabra libertad. Construir marcos públicos en los que podamos convivir y realizarnos personalmente, y en los que pueda haber derechos civiles. En los mejores orígenes de la modernidad la palabra libertad tuvo una dimensión social muy importante y el neoliberalismo quiere borrarla, por lo tanto, la palabra del poeta me parece fundamental porque es la que llama a la conciencia individual frente a las consignas, pero para dialogar con el lector.

¿Además de comprometerse con la justicia social, qué compromiso asume su poesía con el lenguaje?

Buena parte del tipo de poesía que pretendo hacer, de las tradiciones que intento reivindicar, como la poesía de Rafael Alberti, Antonio Machado, Pablo Neruda o  César Vallejo, de los cuales me siento heredero, es una poesía que, más que considerar al lenguaje poético como la invención de un lenguaje raro al margen de la sociedad, dignifica el lenguaje de todos, la narración de las preocupaciones de todos y ve al poeta no como un elegido de los dioses. Frente a eso, me gusta un poeta que se concibe a sí mismo como un ciudadano, que intenta dialogar y establecer un espacio público de conciencia a conciencia con su lector.

Así como Pablo Neruda dijo: “Mis deberes caminan con mi canto”, las transformaciones cotidianas que se reflejan en su poesía están vinculadas con las transformaciones históricas que se producen en la vida...

Te contesto que sí y además añado otra cosa: No creo que haya creación hecha al margen de las transformaciones históricas. En realidad, un poeta muy puro que no quiera mezclarse con el mundo es tan histórico e ideológico como un poeta que quiera mezclarse en él. Y un poeta de derecha es tan histórico como uno de izquierda, solo que se relacionan con el mundo a través de una ideología diferente. Yo no concibo que haya alguna creación que pueda desentenderse de la conciencia crítica, porque crear es observar la realidad: descubres sus precariedades, lo que te gusta y después imaginas algo para ofrecer alternativas frente a lo que no te gusta.

Poesía comprometida no solo para movilizar, sino para transformarse individualmente...

La imaginación es un ajuste de cuentas con la realidad, y yo entiendo a la poesía así, y que además se compromete con la historia que está viviendo, y fíjate, yo entiendo el compromiso también como una defensa de la independencia. Uno no puede dejar a la hora de criticar al mundo que haya ninguna consigna que esté por encima de tu conciencia. Por ejemplo, tú citabas a Pablo Neruda, a quien admiro mucho como poeta y por su compromiso histórico. Él se hizo comunista en España, cuando vio el golpe de Estado  que el general Franco, con ayuda de Hitler y Mussolini, preparó en España para derivar a la República Democrática Española, y escribió un poema Venid a ver las sangre por las calles, dolorido por lo que le estaba pasando a mi país, y asumió un compromiso de izquierda radical. Lo admiro por eso. Y también porque después de haber militado en el comunismo y de haber escrito a favor de la Unión Soviética, cuando descubrió que el estalinismo podía cometer injusticias que acababan en campos de concentración, él escribió algunos libros para denunciar ese régimen, y fue capaz, sin renunciar a su ideología de izquierda, de decirle a Stalin: “Por ti hay un ahorcado en cada jardín de la Unión Soviética”. Esa soledad vinculada, esa independencia que quiere dialogar con los demás, es para mí lo que caracteriza la figura del poeta en la sociedad contemporánea.

Uno de sus referentes poéticos y grandes amigos ha sido Rafael Alberti, de quien dijo que fue un maestro que le ayudó a hablar de poesía sin sectarismo alguno, ¿cómo fue su relación con él?  

Conocí a Rafael Alberti de muy joven, poco después de que volviera del exilio. Él estuvo viviendo en América y en Italia por casi 40 años porque tuvo que huir de España cuando ganó el golpe militar del general Franco. Muerto Franco, cuando empezaba la democracia, Rafael volvió y yo lo conocí porque estaba haciendo mi tesis doctoral sobre su poesía, y tuve la suerte de que bajara del altar en el que yo lo tenía, y en vez de que se convirtiera en un mito se transformó en una persona y en un cercano amigo. Para mí era el poeta republicano, el amigo de Federico García Lorca, el autor de gran parte de la poesía española contemporánea que más me gusta. Me enseñó muchas cosas, pero sobre todo, a no ser un viejo cascarrabias y eso tiene mucho que ver con el sectarismo. Hay muchos poetas que solo disfrutan de la poesía que se parece a lo que ellos hacen y hay muchos maestros que solo apoyan a los jóvenes cuando escriben una poesía que se parece a la de ellos. Rafael Alberti era un poeta que difundía el amor por los clásicos y por los vanguardistas, por la poesía más comprometida y por la más pura, por la de tono popular y por la más culta. Me enseñó que la poesía es muy rica y que la lectura se empobrece mucho si nos convertimos en sectarios.

Y así como teme a convertirse en un viejo cascarrabias, también teme que la literatura se transforme en un desahogo biográfico… 

Es verdad. Algo de lo que te enseña la poesía  es que es la espontaneidad no tiene que ver con la sinceridad. Yo antes te decía que hay gente que se cree muy original, pero que acaba repitiendo como un papagayo lo que otros han inventado y repiten consignas que difunden los medios más poderosos. Para ser dueño de tu propia opinión debes huir de los primeros términos, aprender a matizar, aprender que la vida no se divide en blanco o en negro, en buenos o malos. Hay que ver la realidad en todos sus matices y eso requiere un esfuerzo, y para mí ese esfuerzo lo hace el poeta que en vez de escribir lo primero que se le ocurre, desahogando su corazón, mide y busca bien las palabras.

¿La poesía entonces es un proceso de construcción y no de improvisación, aunque pueda funcionar de la segunda manera? 

Sí, y además es un género de ficción, y eso nos lo enseñó un poeta que parece tan sencillo como Gustavo Adolfo Bécquer, uno de los padres de la modernidad, de la poesía hispánica junto a Rubén Darío y a José Martí. Bécquer nos dijo: “Cuidado, que el trabajo del poeta no es sentir, sino hacer sentir a los demás”. Por fortuna, sentimos todos los seres humanos. Si no lo hiciéramos, esta vida sería un horror y la poesía sería imposible ¡¿De qué sirve hablar de mi amor a alguien que no sabe lo que es el amor?! Los sentimiento son universales y, por eso, el trabajo del poeta es hacer sentir. También debe cuidar muy bien las palabras, los recursos, las estrategias literarias que provocan efectos en el lector para hacerlo sentir.

¿Pero a pesar de que esa sea la función del poeta, uno puede divorciarse fácilmente del yo biográfico en la creación poética?

Creo que una cosa es el yo biográfico y otra el personaje literario. Mi yo biográfico es el que se enamora y vive un amor, mientras que el personaje literario es el de ficción que surge cuando yo elaboro mi amor e intento que ya no sea mío, sino que también sea el del lector, es decir, que pueda encarnarse en un hombre o en una mujer que piense, no en mi novia,  sino en sus amores. En ese sentido, el poema se hace arte y se convierte en un espacio público donde ya no es el desahogo de alguien el que lo invade todo con su propia identidad,  sino que ahora se convierte en un espacio de diálogo para que sea posible el amor, el miedo y la ilusión del otro.

¿La poesía que usted desarrolla sería solo posible a través de la empatía?

Escribir supone mucho aprender a ponerse en el lugar del otro sin dejar al otro sin lugar. Muchas veces cuando escribimos tenemos que ponernos en los zapatos del otro para que en el poema haya una verdad; también hay que borrarnos un poquito para no ocupar todo el poema y pueda entrar la verdad del lector. Por eso a mí me parece que la poesía es una gran metáfora de un gran contrato moderno, respetuoso  y democrático. La empatía se convierte en conocimiento, pues todos los que somos lectores sabemos que con un libro en las manos escrito por otro nos hemos descubierto a nosotros mismos. Borges decía que el arte es un espejo en el que descubres tu propio rostro. Por lo tanto, es una actividad que te ayuda a conocerte a ti mismo cuando eres capaz de ponerte en el lugar del otro.

Hasta el momento lleva dos novelas publicadas Mañana no será lo que Dios quiera y No me cuentes tu vida, ¿cómo ha sido su tránsito de la poesía a la novelística?

Te voy a contar dos cosas de tipo personal: Llevo más de 30 años escribiendo poesía. Cuando uno es joven, la impaciencia es una ayuda porque estás descubriendo tu propio mundo y tienes que escribir  mucho. Y cuando uno va cumpliendo años, en cambio, la ayuda es la paciencia porque para un poeta es muy malo repetirse. Repetirte o volver a escribir el mismo poema del año pasado acaba empobreciendo tu relación con la poesía. Yo tengo miedo a repetirme, tengo miedo a traicionarme. Un poeta tiene que ser alguien que vaya construyendo su propio mundo, por eso, me atengo a la lentitud. Cada vez escribo más despacio, hago poemas con más cuidado, rompo muchos borradores intentando no repetirme, y esa lentitud en la poesía me deja mucho tiempo para dedicarme a otros géneros literarios como la narrativa.

¿Cómo ha ido negociando los recursos literarios entre ambos géneros, cuál le genera un mayor grado de libertad al escribir?

En la vida española yo soy un indignado, un indignado de los muchos que hay. La derecha española está cometiendo muchas barbaridades, los poderes financieros están poniendo en peligro el futuro del país, de mis hijos, de mis alumnos, y yo estoy indignado. Al escribir poesía desde mi propia mirada me estaban saliendo unos poemas muy coléricos, muy antipáticos, y el tono de mi literatura tiene poco poder con la antipatía y la cólera porque me generaban rechazo. A mí me gusta la poesía como un ejercicio meditativo de conocimiento y no como un desahogo de la cólera. Entonces, la novela me permite opinar sobre la realidad, ya no desde mi punto de vista, sino multiplicándome en muchos personajes, de distinta edad, sexo, pensamiento político o procedencia. Eso me ha permitido un acercamiento con la realidad española menos indignando y más objetivo del que me estaban saliendo en los poemas que iba haciendo. Los recursos de la poesía son muy distintos a los de la novela. La poesía exige una mirada muy personal, un mundo muy propio e intenso en un tiempo breve. La novela exige crear una sensación de paso del tiempo, saber crear personajes con distinto carácter y condición, y mantener un argumento que sostenga 300 o 400 páginas. 

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