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Los niños que incendian el mundo
En una de las últimas entrevistas en vida, sino la última —en la clínica donde esperaba el trasplante de hígado— al autor de Los detectives salvajes le preguntaron qué pensaba del mundo, si el mundo tenía remedio, a lo que él contestó: “El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y esa es nuestra suerte”, así, al referirse a la levedad de todo en el transcurso del tiempo, estaba diciendo que ni siquiera el gran Shakespeare se salvará, ni el más grande amor sobre la Tierra ni el Taj Mahal, algún día —imaginarlo es terrible y curioso a la vez— todo esto desaparecerá, talvez solo queden flotando en el espacio exterior las ondas electromagnéticas de lo que alguna vez se transmitió por una televisora, talvez dure más un reality show de adolescentes sin más que aportar, que la propia obra de Cervantes, Voltaire u Homero, la cuestión entonces —sin ser post apocalípticos— es entender qué es lo que hace que una obra perdure y se renueve con cada lectura de una nueva generación, venciendo al polvo de las estanterías y al polvo del olvido.
Hablando entonces de la contemporaneidad actual, de los libros clásicos de la modernidad, por ejemplo, hasta hace poco en las escuelas norteamericanas, la lectura del famoso libro de J.D. Salinger El guardián entre el centeno (1951) era obligatoria como parte del pénsum de literatura y lenguaje, el libro duró décadas en las mochilas de los adolescentes que, identificándose o no, con el personaje de Holden Caulfield, lo leían con un interés general, así sucede con obras en las que lo que podemos ver es un signo similar en la construcción de los personajes que los protagonizan: todos ellos son niños a punto de la pubertad o jóvenes que no encajan en el mundo.
Los libros más famosos de autores universales han sido libros escritos en la furia de la juventud, en la poesía más que nada, se puede apreciar ese brío de un ser que si no se cree inmortal, pues o no es parte voluntaria del mundo, así, en la obra de Bolaño, los personajes, tan fuera de lo establecido como sus circunstancias y su bagaje, tienen el sino de la juventud, todos ellos tienen algo que cualquier persona siempre ha querido hacer o ser: jóvenes extraviándose donde sea, aventurándose a otros continentes, viajando y viviendo al día, que están entre el borde de la locura y el absurdo, de ahí que la obra, su obra tenga la capacidad de atrapar a las nuevas generaciones de lectores en el limbo de la fiebre literaria de las primeras lecturas y la construcción del mundo.
Bolaño también tiene la ventaja de su tiempo, de haber sido un escritor nacido en este tiempo, la ruptura del siglo XX al XXI es el signo del extravío y por ende el signo de reformar el mundo a la manera posmoderna, es decir, cada uno tendrá su interpretación de algo y esto, en conjunto, es la verdadera Babel, un cúmulo, una colmena de significados donde no entran ya las verdades ni los valores absolutos. Bolaño supo aprovechar y fue un producto también de estos tiempos, supo entender los mensajes que están en el mundo y no las respuestas, que como sabemos, no las hay, supo saber que el tema del tiempo y las ideas no es un tema infinito ni dicho.
Por ejemplo, Putas Asesinas, o Llamadas telefónicas, o la ya hiperfamosa Los detectives salvajes, las historias estrambóticas mezcladas en escenarios que parecen salidos de la alucinación de un enfermo mental y sin embargo son reales, tanto que los sentimos en el interior cuando nos los describe, los barrios perdidos de la India, los barrios perdidos de México, las fronteras, las calles de Centroamérica, las calles donde se pierden también los poetas jóvenes hasta el infinito, inmortalizados hasta el infinito, las calles de Europa, las calles polvorientas de una África violenta donde pareciera que el mundo que conocemos es un espejismo, una gran mentira de convenciones que es a la vez la fragilidad de los valores, de las democracias, de los regímenes, todo esto en resumen es la posibilidad de entender el mundo fuera del mundo, de la posibilidad de reconstruir el mundo a partir de estos otros mundos. En sí, los jóvenes en esta época tienen la posibilidad de la ubicuidad, de estar en todas partes y en ninguna a la vez, como en los escenarios sórdidos y nostálgicos de Bolaño.
Los niños perdidos en toda Latinoamérica, como detectives perdidos en toda Latinoamérica, es un sino de la furia de la juventud: niños que quieren incendiar el mundo, el mundo conocido y establecido, el mundo donde nos movemos y sin embargo no nos representamos, porque la ilusión del mundo puede más que la realidad del mundo, y así, mientras vemos a estos personajes aventurarse hacia la nada por un camino que lleva al desierto o a la muerte, que puede ser lo mismo, nosotros queremos ser o estar ahí con ellos, la violencia romántica y primaria de la juventud, algo que jamás pasará de moda, ese ideal que siempre estará vigente.
Bolaño se erige entonces como un representante de lo ideal que alguna vez quisimos, o quisiéramos, esa libertad temeraria del rebelde que se extravía con su juventud a cuestas, por las vías del tren, o por aquel desierto, o por las calles de un país desconocido, hacia adentro, hacia la nada.