El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 28 de Agosto de 2025

Fan de Superman

Odié esa película, la odié con mi vida. Fui emocionado al preestreno y todo para qué: para ver cómo la supuesta bronca del siglo se convierte en la salidita nocturna de una pareja de best friends forever. La cosa daba para más, no para mucho más pero sí para alguito más, y nos salen con esa bazofia. Se supone que hicimos fila para ver el más espectacular super-bati-blockbuster de todos los tiempos: el hombre de acero contra el hombre murciélago, el cándido extraterrestre contra el audaz empresario, el periodista inmigrante (su mundo explotó, ojo: como el de los judíos durante la guerra) contra el millonario alienado, el por siempre enamorado de su compañera de oficina contra el eterno galán de clase alta, el idealista contra el misántropo, la luz solar contra la oscuridad gótica... O sea, ¡Superman vs. Batman, man! No es cualquier cosa, o sea, ¡no es Barney contra Bob Esponja, loco!

Fan de Batman

Una bazofia. Pero me molesta otra cosa: esta nueva moda de pretender que toda película de superhéroes “diga algo”. Ahora todo quiere ser una alegoría del capitalismo, la globalización, la era digital y de no sé qué. Parecería que los directores de la franquicia Marvel, y ahora los de DC se hubieran pegado una maratón de videítos de Zizek antes de hacer sus películas. Después de The Dark Knight de Nolan, pero sin la mitad del talento de Nolan, todos quieren jugar con esos mismos muñecos de cuando éramos niños y hacerles decir cosas importantes, porque se supone que ya crecimos, ¿no? (Lex Luthor, encarnación del capitalismo salvaje —pues ya sabemos que para desacreditar al capitalismo basta ponerle algún adjetivo que suene mal— crea con su propia sangre, su propio ADN, a ese monstruo furioso que lleva a la dizque muerte de Superman. Es decir, el capitalismo es monstruoso y gruñe, ¿no? El capital es capaz de tragarse cualquier bandera, porque eso es lo que le cubre la piel a Superman, la bandera de Estados Unidos, ¿no?). En lo personal, me arruinaron a Batman: ese traje metálico, esa armadura que usa cuando se da de puñetazos con el superhombre ni siquiera me dejaba ver bien la pelea, yo solo podía pensar: Iron Man, Iron Man, Iron Man. Y como si hubiera gritado: “¡Beetlejuice, Beetlejuice, Beetlejuice!”, ante mis propios ojos, en plena oscuridad de la sala de cine, se me apareció de nuevo aquel espantoso espectro justo cuando ya lo había olvidado: ¡Ben Affleck!

Otro (cinéfilo) fan de Superman

No entiendo cómo Zack Snyder ha podido valer tanta pistola. Es un director que sintoniza con el tema, al que le importan los superhéroes, alguien a quien le interesan estas tonterías. No es como poner a Roman Polanski a dirigir al nuevo Hulk (aunque toda su filmografía sea como la transformación progresiva y sutil de alguien en un complicadito Hulk de autor). Watchmen le salió bien a Snyder, claro que se trató de una copia exacta del cómic de Alan Moore (“un genio”). Tal vez por eso funcionó en la pantalla, tal vez por eso Snyder tuvo la “gran” idea —que a esnaider le debe haber gustado mucho— de repetir en la piel de Superman lo que sucede en Watchmen con el más poderoso, el Doctor Manhattan. Es decir que la sola existencia de sus poderes sobrehumanos altere la geopolítica mundial y afecte uno de los discursos fundamentales de la nación: la necesidad de una sola milicia y su control. Su capacidad para volar, desaparecer y reaparecer, destruir y aplastar lo que se le ponga en frente, hace que la prensa, los políticos, el ejército y la ley quieran recordarle que el monopolio de la violencia debe ser eso, un monopolio que debe estar siempre (oh, deber sagrado) en manos del Estado. No hay violencia sin pacto.

Primer fan de Superman (otra vez)

Estás filosofando de más. Jamás esa peliculucha sería capaz de inspirar tanto material para la cabeza. Te rayaste. Dices todo eso porque te acordaste de Watchmen y ni siquiera de la película sino del cómic original. Creo que con The Dark Knight, hace fu, en 2008, este género de superhéroes reciclados para el cine llegó a la cúspide. (Tal vez podría añadir al primer Iron Man y quizá al borrachín Hancock). Desde ahí todo se ha ido en picada. Prohibido olvidar: Ant-Man, Deadpool, Las tortugas ninja, dos Hulks, dos Batman de Tim Burton, dos Batman de Shumacher, otros tres Batman de Nolan, siete Star Wars y un par de películas de los 4 fantásticos (o sea, 8 fantásticos), con sus respectivas secuelas, precuelas y spin-offs, ya es más que suficiente, demasiado. Páreme la mano.

Fan de Batman (reloaded)

The Dark Knight es un peliculón y no solo dentro del mundillo de los encapotados. Si Nolan rescató a Batman fue porque toda esa alegoría política que luego se leyó en la película estaba justificada: el ordenamiento social es pura simulación, el Guasón es un agente del caos, convencido de la metafísica del caos y vemos a Batman como un tipo capaz de torturar al prójimo, de cruzar la frontera que lo convertiría en un criminal. Christopher Nolan rescató eso que el murciélago había perdido en la versión sesentera de la televisión con Adam West y las onomatopeyas fosforescentes (¡POW, ZOK, PLOP!). Recuperó la parte oscura, de revista pulp, ese lado entre gótico y neo-noir en que Tim Burton también quiso meterse en su primer Batman, en 1989; cuando Michael Keaton, vestido del héroe dark en un ajustado traje de hule, ya había sido Beetlejuice pero aún estaba lejos de ser (o no ser) Birdman. (Keaton, con la película de González Iñárritu, dejó de ser medio barato, medio bacán y medio bonachón —su voz se volvió dibujo animado en Cars, Toy Story y demás— para convertirse en el hombre de las tres B, con mayúscula: Beetlejuice, Batman y Birdman).

Estoy perdiendo el hilo, lo que pasa es que no quiero ni acordarme del tal Amanecer de la justicia. En esta película las motivaciones son asquerosas. Batman quiere matar a Superman, cool. Lo quiere matar, pero sus razones no alcanzan: obvia por completo el hecho de que Superman se opuso al General Zod, que fue quien quería ‘terraformar’ (o como se diga) el planeta Tierra. Lex Luthor es un Guasón wannabe (en otras palabras, Jesse Eisenberg quiere ser Heath Ledger quien, a su vez, al no haber querido ser el Guasón de Jack Nicholson, terminó por superarlo probando con toques de La Naranja Mecánica y Sid Vicious para luego también dejar eso de lado y reinventar al villano). No digo que haya que copiar todo al calco, pero cuando tienes personajes como estos, que ya han sido tan tratados, vamos, habría que ceñirse a sus personalidades, sus orígenes, aprovechar que estas películas no se cierran con cada nueva entrega sino que son seriales: siguen, siguen y seguirán. La aparición de Wonder Woman… sin comentarios. Y la amistad que emerge en un solo segundo entre Superman y Batman por tener madres tocayas (Marta y Martita)… a veces pienso que está bien que hayan puesto tremenda ridiculez, así la ‘peli’ llega al clímax de valer pistola (aunque había un tipo llorando en el cine, lo juro por mi madre y las dos Martas).

El fan cinéfilo de Superman contrataca

¡Pare de sufrir! Creo que si le seguimos el juego a Snyder, podemos encontrar un par de cuestiones interesantes. Pongámonos un ratito en su lugar. Qué haces con un material tan refrito y reciclado, si todo tiene que sonar familiar pero también nuevo y vender millones de millones y los productores le meten mano a cada decisión que intentas tomar porque hay que vender no solo la película sino muñequitos, bandas sonoras, revistas y, sobre todo, las películas que le siguen a Batman v Superman, con sus respectivos muñequitos, bandas sonoras, revistas y spin-offs. Lo que se vende es la satisfacción intermitente o más bien una promesa siempre postergada: el tan de moda y a veces exasperante to be continued. Yo lo que haría, claro, es ponerlos a pelear y punto, a pelear como nunca —kryptonita versus mirada láser— pero con motivaciones fuertes y sin ese viraje de abrupta y zonza camaradería anticapitalista (Lex Luthor) auspiciada por el propio capitalismo (Bruce Wayne) y por el poder de la prensa (Clark Kent). Obvio, tampoco vas a meter a Ben Affleck en el traje de Batman, no vas a meterte en la novedad por la novedad, o en la estupidez por la novelería.

Pensemos solo en el cuadrilátero que opone a Batman contra Superman, olvidemos por un momento el guion disparatado o las extenuantes dos horas y treinta y un minutos que dura este embriagado espectáculo de poder musculoso y narcisista. (Todo el filme parece gritar, con ese sonidazo que hace vibrar el piso y las paredes de la sala de cine: ¡Por el poder de Hollywooood!)

Piensa en Batman como cyborg. Piensa en Superman como algo posterior al homo sapiens. Los dos han seguido el trayecto de Ícaro: Batman vuela gracias al ingenio humano, el vuelo de Superman hace que los hombres (de hecho, más mujeres que hombres) lo busquen en el cielo, como a Dios. Si bien dentro de la narración Superman no es una creación humana, en cuanto ficción y proyección social sí que lo es. Superman es una biosuperación de lo humano. Con Superman hemos alcanzado el sueño ancestral de volar sin más que nuestro cuerpo. Con Batman nos hemos agarrado del genio de los hermanos Wright sin dejar de ser lo que somos, animales ciegos: murciélagos.

Si queremos ser como Superman tendremos que hacer como Batman, habrá que recurrir a la tecnología, a una de sus ramas más polémicas: la ingeniería genética. Seguramente hoy nadie estaría dispuesto a ponerse la capa y ser un superhéroe, nadie va a salir del multicine y treparse a Rocinante para dedicarle sus victorias a Dulcinea del Toboso.

El superhéroe andante del siglo XXI tendría que encargarse de la crisis económica mundial, los armamentos nucleares, la guerra en Medio Oriente, los paraísos fiscales, la corrupción de la FIFA, la pornografía infantil, el Chapo Guzmán… (Batman vs. Superman) vs. Cártel de Sinaloa, featuring Kate del Castillo & Donald Trump: ¡peliculón! Pero todos quieren vivir mejor (y aquí no estoy parafraseando el eslogan de ningún candidato a alcalde o presidente), todos queremos que nuestros cuerpos no nos fallen. Pero fallan y fallarán. Nadie quiere ser superhéroe (y unos pocos insisten en ser presidentes) pero yo me atrevo a decir que todos queremos ser posthumanos.

Fan de Batman (mientras contesta un mensaje de WhatsApp)

¿Estás loco? Yo no quiero ser un robot, a menos que sea Bender de Futurama.

Fan cinéfilo de Superman (abriendo mucho los ojos)

No digo que nos volvamos robots, aunque dependemos tanto de la tecnología que yo diría que al menos ya somos cyborgs. Hay cosas que parecen de ciencia ficción pero ya están pasando y no sé si tendremos alguna respuesta clara de cómo lidiar con eso. ¿Qué pasaría si un robot (o un celular) supiera lo que queremos antes que nosotros mismos? Todos quieren vivir más, la tecnología lo permite desde hace rato, ¿pero no es una amenaza para el planeta que cada vez más gente pueda vivir por más tiempo? ¿Quién pone los límites científicos, legales y éticos cuando, por ejemplo, alguien se pregunta de quién será en el futuro la propiedad de los materiales genéticos? To be continued…

Primer fan de Superman (poniendo su celular en modo avión)

¡Es tenaz! Ya existen técnicas avanzadísimas de reproducción asistida, experimentos en biología sintética y hasta la posibilidad de perpetuarnos por medios digitales. Las personas alteran sus cuerpos gracias a la cirugía plástica o deciden el color de ojos que tendrán sus hijos. Tal como tú dices: es superdifícil responder ahora a quién mismo le pertenece la vida. Yo a veces pienso que la realidad va a ser suplantada por la realidad virtual. Ahí sí toca preguntarse qué va a pasar con la identidad personal o cómo vamos a vivir en un mundo que hemos transformado tan drásticamente que es este mismo mundo el que también nos transforma. La inteligencia artificial, por ejemplo, es algo que a veces me fascina y otras veces me asusta: ahí es cuando miro mi laptop con sospecha y trato de adivinar si está confabulando alguna revolución junto al iPad y al PlayStation para expulsarme de la casa.

Cinéfilo fan de Superman (dibujando una media sonrisa en su rostro)

Tienes que ver Ghost in the Shell o Ex Machina o Blade Runner (aunque me parece aburridita) o Under The Skin (con Scarlett Johansson, oh sí). Hablando de películas que tienen que ver con este tema, hay una cosa que me indignó más que un insulto y tiene nombre y apellido: Víctor Frankenstein. Es el típico ejemplo de la película de buena factura que, por debajo de la mesa, intenta meterte ideas conservadoras, retrógradas y hasta religiosas. Yo que estaba feliz de al fin poder ver a Daniel Radcliffe sin tener que verle la carota de Harry Potter. Estos tipos que hicieron la película tenían en sus manos al moderno Prometeo, a personajes de 1818 creados por Mary Shelley que anticipan toda esta reflexión (y preocupación) acerca de clones, mutantes, robots, replicantes y cyborgs. Lo que me parece inaudito, y muy propio del Hollywood de hoy, es que la película termine donde la novela empieza: con la creación del monstruo, es decir, con la posibilidad de “jugar a ser Dios” y producir vida humanoide gracias al uso de nuevas tecnologías.

Shelley, en el siglo XIX, ya presentó un escenario en el que a los humanos les toca convivir con estos posthumanos (aunque se trate de una convivencia atravesada por el terror y la sospecha, pero también por la compasión). En Víctor Frankenstein, película de 2015, cuando ya hace años que el ser humano había pisado la luna, clonado ovejas y creado el reguetón, lo que deciden hacer apenas logran dotar de vida al humanoide (no le llamemos monstruo aunque en el filme aparece justamente como un monstruo incapaz de articular palabras) es matarlo, asesinarlo. El momento que vi esto, tiré a un lado mi bolsa de popcorn y te juro que pude ver, escondido detrás de la pantalla, a un club cinéfilo de sacerdotes del Vaticano diciendo: “¡Por Dios, manden a esa cosa a la hoguera, nadie puede jugar a ser Dios!”.

Es reaccionario. Es católico, apostólico y hollywoodense. Hoy que este asunto de la vida artificial es una cosa real que se hará cada vez más cotidiana, lo que deciden las tablas de la ley del séptimo arte (un arte que nació como curiosidad tecnológica en las ferias junto a monstruos, fenómenos y freaks) es censurar la idea de lo posthumano como algo monstruoso —aunque ya exista y camine entre nosotros— y darle la espalda con violencia. Qué poco (post)humanos que somos los (pre-post)humanos. No es casual que la muda criatura que crea el Dr. Frankenstein en esta película se parezca a la creación genética de Lex Luthor en Batman v Superman. Doomsday, este feo mutante de origen kryptoniano y apellido Luthor que no puede hablar, solo gruñir y gruñir, por supuesto debe morir, incluso si esto significa sacrificar la idolatrada vida de Superman. (Superman, sin embargo, es un posthumano, así que seguramente su posvida nunca estuvo de verdad en peligro: a nadie con un poco de taquilla en la cabeza se le va a ocurrir matar a la superestrella, eso solo lo hace gente con inteligencia no prefabricada, como Alfred Hitchcock en Psycho).

Fan de Batman (recordando un artículo que leyó un domingo en CartóNPiedra)

Yo creo que el futuro que supuestamente vivimos no es el futuro. ¿Para qué ha servido tanta tecnología? ¿Para mandar mensajitos y memes? ¿Cuando en la mañana te fríes un huevo hay alguna robotina a la mano que rompa la cáscara y te encienda la cocina? Nuestras actividades más pedestres siguen siendo pedestres y el sexo virtual es una fantochada. Hoy el futuro son una serie de links y likes o videos de YouTube que antes salieron en la tele, un autoengaño. El futuro nos llegó ya cansado. Un fiasco.

Yo creo que Mary Shelley, que además tenía solo 21 años cuando publicó Frankenstein, vio el futuro porque vivió en el futuro. El siglo XIX, eso era el futuro: los cambios tecnológicos de esa época no se habían dado jamás en la historia con esa velocidad ni ese impacto.

Nosotros ya nacimos con las narices frente a una consola de Nintendo, nada nuevo nos impresiona, todo nos apesta. Imagina estar viviendo en pleno XIX y ver cómo, de repente, aparece la electricidad, los motores, el teléfono, la fotografía, Tesla y Edison, las ciudades que crecen como nunca, los periódicos trayéndote noticias de todo el mundo, imagina cruzar el océano a una rapidez nunca antes conocida. El discurso científico fue la nueva forma de explicarlo y justificarlo todo, hasta la aparición del término “homosexual” para poder así patologizar de modo ‘científico’, o la explotación neocolonial y el exotismo.

Recuerda a Alexander von Humboldt, que dicen que redescubrió América con los nuevos ojos de la ciencia, y las exposiciones con animales y plantas de nuestros países en las ciudades de Europa. Sentando a la ciencia en sus rodillas, Humboldt reinventó América y Shelley imaginó la inteligencia artificial y la biogenética. El siglo más avanzado es el siglo más perverso. Y el nuestro es tan avanzado que pasamos frente a una pantalla todo el santo día: siglo bien perversito nos tocó. El siglo que, como dices, nos seduce para convencernos de que hay que matar a la creación de Frankenstein, de que hay que mutilar toda idea de lo posthumano, en lugar de pensar en la forma de vivir con algo que ya existe.

El asunto hoy es cómo convivir con la idea y la posibilidad concreta de lo posthumano. Si por posthumano entendemos un estado (en el futuro no lejano o, más bien, superpróximo) en el cual podamos superar los límites físicos e intelectuales a través del control tecnológico de la evolución biológica, ¿no se convertirán disciplinas supuestamente liberadoras, como la psicología o la antropología, en dispositivos instrumentales para que estos clones-robots-monstruos-mutantes posthumanos puedan adaptarse al mundo social?

Primer fan de Superman (aburridísimo)

Bueno, bueno. Se fueron por la tangente, concretemos. En fin, a Batman v Superman yo le pondría una estrella sobre cinco. Aunque, siendo un poquito buena gente, podría llegar a merecerse unas dos, máximo.

Fan de Batman (más seguro de sí que nunca)

Loco, ¿Ben Affleck? Yo a ese bodrio le doy media estrella, no más.

Cinéfilo fan de Superman (pensando en Wonder Woman)

Yo le pongo cuatro estrellas, ni una menos.

Todos los otros fans juntos (con una indignación que solo puede equipararse a haber visto Batman v Superman)

¿Estás ebrio? ¿Sufriste lesiones cerebrales después de ver la película o qué?

Cinéfilo fan de Superman (todavía pensando en Wonder Woman)

Ustedes son los que están mal. Vamos horas hablando de El Amanecer de la Justicia. Hay que ser sinceros, admitir que hemos caído en la trampa de Zack Snyder: creer que esta película es capaz de “decir algo”. Y eso que podemos decir mucho más, ¿o no? Pero bueno, adiós, todavía faltan por estrenar como tres o cuatro películas más de este “universo extendido” de superhéroes de DC. Y todos vamos a ir a ver cada una. No se indignen aún: nos espera un superproducido culebrón de más broncas alegóricas y monstruos tan temibles como las mismísimas mamás tocayas.