El Telégrafo
Ecuador / Miércoles, 27 de Agosto de 2025

Toda escritura es parte de la construcción cultural y el universo de los miembros de un grupo social, la correspondencia del intelectual lojano Carlos Manuel Espinosa (1896-1981) funciona como un sínodo de la construcción de imaginarios decisivos en la neurálgica Patria Ecuatoriana de mediados del siglo XX.

A través de la correspondencia como género discursivo, podemos reconocer períodos o temporalidades del pensamiento social, religioso y político. Por las referencias culturales e históricas, la correspondencia y la literatura han tenido una notable cohesión en sus expresiones, en las que se han abordado hechos visibles y no-visibles de una época. Es un repositorio de referencias sociales. Una persona deja en sus cartas un registro de situaciones, conflictos, políticas, convicciones, posicionamientos, malestares, denuncias, parodias... un matiz de expresiones vivenciales. En el estudio preliminar del Tomo 40 de Literatura Epistolar, dice Alfonso Reyes: “reservamos el término ‘epístola’ a una composición en verso, satírica o didáctica y llamamos ‘carta’ al género correspondiente en la prosa. Desde la carta privada que sigue inmediatamente a la comunicación oral, hasta la carta más ambiciosa que presta su forma o envoltura a todo un tratado caben numerosos tipos y convienen las más distintas clasificaciones. Conforme esta conversación a distancia de lo íntimo a lo público, se va volviendo cada vez más un objeto literario”.

Baudelaire nos muestra el lado subjetivo de las correspondencias; en el que no existe un diálogo personal, sino un “intercambio metafísico”. Baudelaire entabla una conexión con los objetos de la naturaleza, árboles, flores, perfumes; un desdoblamiento entre las cosas y el espíritu, una concatenación extra-subjetiva.

Espinosa, a través de la carta, un elemento cotidiano, teje y organiza una red de comunicación con nociones temporales y discursivas en un espacio cultural, académico y político. Se identifica en sus cartas una materialidad opuesta a la evanescencia de la oralidad. La correspondencia es una huella en el papel. Permite la mirada escrutadora y propicia el análisis del discurso, en su doble valor de documento histórico y momento de vida. Las epístolas construyen una microetnografía de la sociedad lojana y ecuatoriana. La correspondencia es una estampa del pasado, como punto de encuentro y herramienta reveladora de sucesos y contextos.

A partir de la Modernidad se inicia la separación entre lo público y lo privado en varios contextos como el género, la educación, las artes, los roles sociales. En la escritura, lo público es la idea fuerte, reconocida y publicable; lo privado, los temores, los odios, las verdades fuertes.

En la correspondencia de Espinosa, el elemento privado nos permite resignificar realidades pequeñas que se negaban o escondían de la mirada pública. Diría Pablo Palacio: “sucede que se tomaron las realidades grandes, voluminosas, y se callaron las pequeñas realidades, por inútiles. Pero las realidades pequeñas son las que, acumulándose, constituyen una vida”.

Explica Alfonso Reyes: “Cada carta es una expresión íntegra de la persona, sus agitaciones y sus interiores guerras civiles. Y a veces las colecciones epistolares descubren trasfondos y perspectivas sobre ciertas figuras eminentes, como esa correspondencia de Flaubert donde el yo autor, que quiso borrarse en las novelas, aparece íntegro”.

A través de sus misivas, Espinosa invita a Alejandro Carrión a empoderarse del fuerte sentimiento de arraigo del lojano, tan característico del aquel espíritu de hacinamiento o quizá hasta de un aldeanismo vanidoso que tanto nos circundó. La carta, fechada el 8 de abril de 1933, dice:

Cuidado con asimilar los quiteñismos. Vele por conservar allá tan pura como aquí la dicción castellana. Y también la escritura castellana. Es lo que más molesta en los escritores y poetas quiteños, ese apego peculiarísimo a la manera de hablar del pueblo quiteño. Con sus modismos y sus giros chocantes.

Espinosa no tiene reparos en hablar de la pureza lingüística que catapultó la idea de que en Loja hablamos el mejor castellano del Ecuador. No se embarca en la euforia de los modismos del lenguaje popular regional, que para entonces era una herramienta que impulsó la literatura realista. Es tal la camaradería de la correspondencia que a partir de algunas expresiones en un ambiente íntimo se podrían desfigurar grandes afirmaciones de los cánones literarios. Ángel F. Rojas a través de una carta suscrita, fechada y enviada el 1 de mayo de 1939 desde Guayaquil trastoca la historia de la literatura al manifestar lo siguiente:

Me refería al hecho de que, cronológicamente, Loja se anticipó a los escritores guayaquileños en dar ese giro realista, vernáculo y objetivo, que se está haciendo verdad inconclusa que fue dado inicialmente por el libro Los que se van. Le recordaba a Mora Moreno las fechas —que las recuerdo muy bien, porque me hicieron una viva impresión— en que aparecieron en esas cuasi inéditas revistas de Loja cuentos como ‘Los cuentos de la tierra, la minga’, de Armando del Valle y ‘Los amores del mayoral’, de Mora Moreno, por ejemplo. Todo ello ocurría antes de 1930, mucho antes. Lo tengo muy presente, y no niego que el camino señalado por ustedes fue una de las más preciosas y precisas indicaciones recibidas por mí al dedicarme a borronear papel, por ejemplo. Y mucho temo que la modestia —que a veces se arroga derechos excesivos, en amoroso monopolio—, escatime una verdad, escamotee una verdad ecuatoriana.

Esta afirmación contrasta totalmente con Jorge Dávila Vásquez en La Historia de las Literaturas del Ecuador: “El Realismo es un proceso emprendido por gente que apenas llegaba a los veinte años, pero que con Los que se van, su libro primogénito, malhablado y agresivo, logró un auténtico salto cualitativo hacia lo que sería la narrativa más genuinamente ecuatoriana, en un primer proyecto para articular, desde el seno del lenguaje, una auténtica cultura nacional popular”. Evidentemente, surgen a partir de las dos afirmaciones las fronteras de lo que implica la validación de un documento público aceptado y otro que pervive solamente en la posibilidad de ser verdadero. Pero, ¿qué sucedería en la historia de la literatura ecuatoriana si Ángel Felicísimo Rojas tuviera razón?

De estos resquicios nos provee la correspondencia, elementos que generan discusión y, sobre todo, una resignificación de ciertas construcciones históricas de literatura. A decir de Jorge Enrique Adoum, “la correspondencia de un escritor pertenece a la historia de la literatura y forma parte de ella: registra las dudas y certezas que tuvo en el proceso de su creación artística o de su juicio crítico y dibuja el perfil literario, político o humano del país, del continente o del mundo en un periodo dado. Puede suscitar o recoger un intercambio de opiniones sobre la literatura y el arte”.

Mirando hacia el plano vivencial íntimo y privado, vemos cómo en las cartas las figuras intelectuales se despojan de esa función metonímica de representación marmórea y compacta. Dejando visible la parte existencial y humana. En una del 20 de marzo de 1938, es visible el desencanto local de Espinosa hacia su entrañable amigo Rojitas:

¡Ya ve usted, mi querido amigo las cosas que suceden en esta triste tierra! No le envío los periódicos porque no quiero dañarle el estómago para toda la vida. En buena hora salió usted de esta pocilga. Que seamos solo nosotros los que sintamos diariamente la bilis negra subirse a nuestras gargantas amargando nuestras más dulces horas!

Sin alejarnos del universo privado y en el mismo sentido humano, pero con fino humor, Ángel Felicísimo Rojas bromea cómodamente en una de las cartas diciendo:

Quedan por ahí todavía unas cuantas familias guayaquileñas, entre el saldo hay una tipa estupenda. De un maravilloso cuerpo. Y qué cosa más rara tiene un apellido singular. Se llama Esperanza Platón. Le juro que me produjo una tremenda sorpresa el encontrarme con Platón en traje de baño, tostándose el pellejo en un balneario, en un rincón tranquilo de América, en pleno siglo veinte. Ahora espero a Aristóteles para ver cómo menea las caderas a la manera helénica.

Esto reafirma lo dicho por Alfonso Reyes: “Si ciertas cartas fueron concebidas y templadas para recibir el aire de la posteridad, otras pertenecen honradamente al secreto de las relaciones privadas; y si la curiosidad del investigador histórico o del mero aficionado se atreve un día a desenterrarlas, la indiscreción puede ser muy útil para la biografía o la historia”.

A partir de la correspondencia se construyen contextos. Por ejemplo, la sociedad lojana de la mitad del siglo XX, a través del puño y letra de Carlos Manuel Espinosa, guarda recatadamente preceptos y costumbres en la cartografía del comportamiento femenino. Es sabido gracias a Juan Paz y Miño que “el mismo año que llegó el ferrocarril a Quito (1908), Ángel Polibio Chávez escribió una especie de ‘Carreño’, con el título Urbanidad de señoritas. En esencia, el autor anhelaba una educación con virtudes, infundir en la mujer la conciencia de sus roles sociales”. El texto sirvió para que Rosaura Emilia Galarza H., ilustre maestra de la época, sostuviera: “La niña educada conforme a ese modelo, será pudorosa sin gazmoñería, tolerante, resignada, pura, trabajadora y sobre todo patriota.

Con base en esta pretensión, la carta dirigida a Ángel F. Rojas apunta hacia ese objetivo, desde la censura. Dice lo siguiente:

Nuestra obra Natacha va bien. La estrenaremos en la semana próxima, y tengo la pretensión de que saldrá bien y de que causará efecto, ¡ya lo creo! Tuve que suprimirle una de las escenas más culminantes y fuertes: en la que se cubre la preñez de Marga. Y créame que le siento de veras, porque es quizá lo más hondo que tiene la obra. Pero Ud. sabe que no es todavía posible decir ciertas cosas en público. Por otra parte, el hecho de que la obra esté representada por alumnas me obligó a la mutilación despiadada.

Además, en la correspondencia vemos a un Palacio epistolar completamente identificado con su literatura incisiva, irónica, contestataria. En una carta responde puntualmente al reproche de Carlos Manuel:

¿Encontró Ud. allá las cosas sucias? ¡Vaya! ¿Quiere decirme cuándo no están las cosas sucias? Para encontrarlas de otra manera, sería menester dedicarse de corazón al régimen que aquí observo: levantarse temprano y creer sencillamente en un Dios barbudo y bueno “que tiene en la cabeza un triangulito dorado con purpurina y que nos da de comer y nos protege de la mañana a la noche”. Si a más de esto, usted se resuelve a acrecentar con veinte centavos diarios las entradas de un señor Eguiguren, que por unos callejones del Oriente ha hecho unos estanques de ladrillo y cemento para que las aguas del Zamora le produzcan frutos civiles, le aseguro, doctor, que habrá conseguido la felicidad perfecta.

En las pinceladas de la correspondencia de este lojano insigne se observa la configuración de varias construcciones culturales y literarias. Sin olvidar que entre líneas se habla del auge de revistas como Hontanar y Bloque, y del proceso de escritura de varios cuentos, novelas y poesías ecuatorianas. Un hito importante es la línea de tiempo que se narra para la fundación de la Casa de la Cultura, a decir de Rodríguez Castelo, la creación de esta institución en los cuarenta quiso decir algo que puede parecer muy simple, pero es absolutamente decisivo: la generación que estaba a punto de irrumpir y las que seguirían creando tendrían dónde editar. La Casa de la Cultura daría voz a la lírica ecuatoriana joven, a la lírica ecuatoriana pobre, a la lírica ecuatoriana de provincias.

En los epistolarios se identifican elementos de la esfera pública y privada, son un repositorio que genera convicciones, dudas y divergencias. Según Adoum: “las cartas constituyen la confesión más honesta de un autor, puesto que, no estando destinadas a la publicación, al momento de escribirlas nadie imagina que un día puedan ser leídas por una persona distinta de aquella a quien van dirigidas, como si mirara una alcoba por el ojo de la cerradura”. Como cuando Freud confiesa sus fraudes, o Marx insulta a sus compañeros políticos o las palabras candentes de Bolívar a Manuela.

Para releer el universo privado y refutar o reafirmar la esfera pública de un personaje, una de las vías más convincentes es la correspondencia. La escritura, en definitiva, es una manera de sobrevivir a la muerte del pensamiento, resignificando el presente e inmortalizando las palabras. Porque como diría Jorge Luis Borges:

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.