El liberalismo aún nos atañe, porque es un viejo espíritu que todavía está vivo en las dimensiones de la política y la economía; vive para justificar filosóficamente el capitalismo y el neocolonialismo. El radicalismo salió de sus entrañas, lo interpeló, se hizo humanista y quiso florecer de manera distinta, en Latinoamérica. Uno de sus referentes claves, fue
el “indio”Alfaro
El liberalismo es la doctrina económica y política de la Modernidad europea que sustenta el “progreso” capitalista y la organización de la sociedad en Estados – nacionales.
El liberalismo económico desarrolló la idea de “derechos naturales”, anteriores al Estado moderno. Estos derechos se presumían ligados a la existencia natural e incuestionable de la “propiedad privada” y el libre mercado. Por lo tanto, la libertad individual solo sería posible en condición de propietario y libre circulación de mercancías. El lugar de reflexión de esta tesis fue la Europa de los siglos XVII y XVIII, cuando se operaban cambios en el orbe: el mercado había dejado de ser sitio de intercambio de productos sobre la base del precio justo, para convertirse en lugar de negocio de bienes y dinero para el incremento del capital.
En otro campo, los filósofos del liberalismo político daban sus propias respuestas al nuevo orden civilizatorio. Reconfiguraron la doctrina de la “soberanía popular”, que no sería interpretada ya como el poder omnipotente de un Dios Político, quien ejercía su autoridad a través de monarcas y dinastías. El nuevo antropocentrismo, consideraba que los asuntos políticos eran temas terrenales de libre albedrío; por tanto, la soberanía popular o el poder original para fundar un orden político, estaba en el pueblo soberano, cuyos individuos debían realizar un pacto social recogido en la Ley superior, la Constitución.
El filón de la soberanía popular abrió un nuevo camino de reflexión en el campo de la filosofía política y social. Hablamos del humanismo, que consideró a la sociedad como el objeto y el centro de toda acción política y económica. Se abriría la vertiente: mercado versus derechos del hombre. Durante el proceso de la Revolución Francesa, se pondría en evidencia la contraposición de estas dos visiones del mundo. En la praxis política, se distinguirían como los moderados y los radicales; más allá quedarían los monárquicos retardatarios.
Este debate invadió al mundo occidental, del cual Latinoamérica formó parte, con su élite decimonónica, consecuencia de un proceso histórico atado por largo tiempo a Europa, a través del orden colonial. Pero Latinoamérica era para entonces, un cuerpo bifronte, con rostro occidental y rostro propio, en su conjunto un “Otro” distinto, un espejo que reflejaba una imagen diferente. Esto significó que la recepción misma del liberalismo, fuera propia, a la usanza, a la medida. Algunos intelectuales – políticos de estas tierras, identificados de entrada con el humanismo y con el espíritu propio de América Latina, comenzaron a plantear la necesidad de construir países y gobiernos respondiendo al “equilibrio de los elementos naturales del país”, considerando la diversidad, pero a la vez, enterrando el principio de “raza” (José Martí).
En el Ecuador se expresaban en el siglo XIX, las tres grandes corrientes del pensamiento político: la de los conservadores, quienes plantearon un proyecto republicano basado en la supremacía de la ley divina y en la necesidad de un Estado confesional. La de los liberales moderados, que buscaron instrumentalizar un poder de Estado limitado, para facilitar el desarrollo de la burguesía, el libre mercado, la propiedad y la empresa, en una sociedad de grandes propietarios, con poder para controlar a las masas campesinas, como factor de producción. Y por otra parte, los radicales, los rojos.
El radicalismo y los radicales en el Ecuador tuvieron como su objeto de reflexión al ser humano, y como centro de acción y razón política la transformación de la sociedad. Consideraron al Estado una expresión de la soberanía popular y no del orden divino; a la educación universal y laica un derecho que debía ser efectivizado por el Estado, para lograr que los individuos usaran un pensamiento racionalista para entender el mundo. Este radicalismo ecuatoriano puso en práctica la acción del Estado para limitar el libre comercio internacional, colocándose de manera equidistante del liberalismo histórico que consideraba al mercado como un hecho natural sobre el cual no se debía intervenir. La conversión de la mujer en ciudadana, era una de las demostraciones concretas de la visión de género y de la composición compleja del “pueblo soberano”; la inviolabilidad de la vida como principio constitucional, daba cuenta del predominio de un pensamiento esencialmente humanista; la libertad de culto y de expresión, hablaban de un radicalismo que ponía en primer lugar los principios de los “derechos del hombre”. Los radicales ecuatorianos, fueron también los pioneros en visibilizar el problema del indio e iniciar el debate para responder a esa realidad, y también colocaron en su hoja de ruta la organización artesanal – obrera. Otro de sus signos particulares, fue la unidad latinoamericana como objetivo táctico para enfrentar la emergencia de poderes neocoloniales. Mercado versus sociedad; liberalismo versus radicalismo, esa era y es aún la cuestión, que aún nos atañe.