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Lemebel arrancó palabras muertas de su tibia boca

Lemebel arrancó palabras muertas de su tibia boca
03 de febrero de 2013 - 00:00

El escritor chileno Pedro Lemebel arrancó de su garganta las palabras que el neoliberalismo -dijo- daba por muertas: “Pueblo, aunque en Chile dicen gente, ¿qué quiere decir gente?”, dejó la pregunta planteada; y añadió otros significantes: “homosexualidad, gay, marxismo, por qué no revisarlo, ahora que ustedes viven un proceso...”.  La “homosexualidad proletaria” de Lemebel  es quizá uno de los ejemplos más contundentes de resistencia latinoamericana al modelo gay imperialista norteamericano. Así desafió al auditorio que lo acompañó, la noche del martes, en el Teatro México. Y así como arranca palabras de su garganta, su peregrinar por la vida le permite arrancar historias que traduce en crónicas urbanas y, que  a veces, presenta en libros y escenarios.

La noche del martes Lemebel compartió sus crónicas sentado en una silla al lado derecho del gigantesco escenario de Chimbacalle, en Quito. El color nocturno predominó en su vestimenta: una pañoleta negra cubría su cabello, un suéter oscuro combinado con un pantalón de cuero y unos zapatos dorados de aguja que lo hacían ver más alto de lo que realmente es.

Su imagen se impuso en el escenario como en los años de la dictadura feroz de Pinochet cuando desnudo y montado en una yegua blanca junto a su compañero, Francisco Casas, irrumpieron en la intervenida Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Los amigos, los compañeros y los amores que se identificaban ya, como las “Yeguas del Apocalipsis”, parodiaron la fundación de la ciudad de Santiago, de Pedro de Valdivia.

Las “yeguas” intuyeron el poder que se le podía dar al cuerpo en un país en donde las mentes estaban dominadas por el terror de las balas y el discurso del supuesto progreso que imponían a garrote las “bonachonas” autoridades.

Los cuerpos de Pedro y Francisco fueron el pergamino desde dónde se denunciaba la falta de libertad, las desapariciones, la pobreza, la desigualdad, la enfermedad, pero sus carnes también sirvieron para dar valor a lo femenino y, sobre todo, a la homosexualidad. “Estas dos palabras que las dictaduras, las democracias, los comunistas quieren invisibilizar”, dijo Lemebel.

Acurrucado en su silla y acompañado por una mesa redonda en la que reposaba una jarra con algún brebaje que calmaba la sequedad de la garganta, un vaso de cristal y unas flores rojas que compró a una niña en la calle, Lemebel inició el áspero relato de sus crónicas.

Previo a su presentación, el artista advirtió de la distorsión de su voz, que para algunos espectadores era un resfriado, pero el propio Lemebel se encargó de aclarar que ese sonido de “ultratumba” que salía de su garganta se debe a un cáncer de laringe que le detectaron en 2011 y que le quitó parte de las cuerdas vocales.

El estado de su voz y la oscuridad que se imponían en el escenario propiciaron el clima óptimo para la lectura de relatos que en ocasiones eran acompañados por videos y melodías, como Ciudad solitaria de Rosalía.

Uno de ellos fue el que narraba  la resistencia por no olvidar a los desaparecidos de las dictaduras de Chile y de Argentina, y que fue dedicada a los hermanos Andrés y Santiago Restrepo, dos muchachos de los que hasta ahora, a 25 años de su desaparición, no se conoce su paradero ni las razones por las que fueron borrados del mapa.

La lectura estuvo acompañada de un  performance audiovisual que surge de un hecho ocurrido en Pisahua, una localidad chilena, ubicada en la zona costera septentrional, en donde se encontraron las primeras fosas de los desaparecidos de la dictadura de Pinochet. “No podíamos dejarlos descalzos, con ese frío, en esa tierra de nadie, en ninguna parte, no podíamos dejarlos enterrados en ese silencio, en esa ola, en ese minuto, con las balas quemando en el minuto final, cuando buscan una mano para fortalecerse, no podemos dejarlos ahí borrados”, declamó indignado, mientras una sábana blanca descansaba a la orilla del mar, tal como  se vio en el video.

Enseguida el artista interviene -se nota en la misma imagen- y de su mano deja caer un chorro de agua sobre la sábana y con su pie crea una huella, la acción se repite una y otra vez y se forma un camino rojo. “Para que esa ola turbia de la depresión no nos hiciera desertar, tuvimos que aprender a sobrevivir llevando de la mano a nuestros Juanes, Marías, Josés, tuvimos que apechugar y caminar al presente”, exclamó cansado.

Su garganta lo obligaba a tomar intensas bocanadas de aire y seguía con los relatos que fueron interrumpidos por aplausos del público y por una que otra tos que su cuerpo le exigía.

Lemebel contó de un amante ecuatoriano que lo acompañó cuando el presidente de Chile, Sebastián Piñeira, asumía el cargo, un día bastante irrelevante para él. Recordó el abrazo que le propinó su querido después de que le escupió al “pituco ministro de Cultura”, quien se le acercó a darle la bienvenida al acto simbólico de posesión del Gobierno de derecha, cuando Lemebel, que llevaba todo el licor en su pesado ser, sin querer pasaba por ahí.

“No me pude resistir, el gesto me salió del alma”, le dijo a su amado cuando este a su vez le advertía de las consecuencias que eso tendría y mientras el “pituco ministro” se quejaba a gritos: “Esto que has hecho es muy feo”. Al otro día en la prensa ese funcionario lo acusó de “resentido”.

El consumo del brebaje durante la puesta en escena fue constante, pero nada le impedía seguir con sus palabras hasta que llegó a su manifiesto, que declamó con una rosa roja en su mano izquierda, por la sencilla razón de que está al lado del corazón.
Su voz ronca inundó el escenario y sentenció: “No soy Pasolini pidiendo explicaciones/ No soy Ginsberg expulsado de Cuba/ No soy un marica disfrazado de poeta/ No necesito disfraz/ Aquí está mi cara/ Hablo por mi diferencia/ Defiendo lo que soy/ Y no soy tan raro/ Me apesta la injusticia y sospecho de este circo democrático”, dijo al auditorio que explotó en aplausos.

Este manifiesto fue leído en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986 en Santiago de Chile. Lemebel se autodefine como triplemente marginado “pobre y maricón”, “indio y malvestido”, y lo que hizo en este congreso de las izquierdas fue preguntarles(se) cuándo les permitirán “bordar con pájaros las banderas de la patria libre”.

La rosa roja que Lemebel agarraba con intensidad en su brazo de pluma mientras leía el manifiesto, brillaba cada vez más mientras seguía con la lectura:  “¿Qué harán con nosotros compañero?/ ¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos con destino a un sidario cubano?/ Nos meterán en algún tren de ninguna parte/ Como en el barco del general Ibáñez/ Donde aprendimos a nadar/ Pero ninguno llegó a la costa/ Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas/ Por eso las casas de caramba/ Le brindaron una lágrima negra”.

El artista, que usa el apellido de su madre como rechazo al modelo patriarcal que minimiza a la mujer y a lo femenino, no se quiso irse del escenario, pese al ataque de tos que persistía, sin hablar de su experiencia con el estudiante Ronald Wood. Un chico que  era de esos pillos que no dejaban dar la clase, hasta que estudiaron el imperio romano y, finalmente, prestó atención a la cátedra de Lemebel. El “joven de los ojos pardos” quedó impactado con los relatos romanos y, desde entonces, hablaba de revolución y le preguntaba a su maestro la forma de ser libres.

Lemebel, al poco tiempo tuvo que salir de la escuela por sus ideas y su disidencia sexual.  No supo más de su estudiante hasta que por la prensa se enteró de la muerte de Ronald Wood. Esa pérdida le quebró el alma y cada vez que puede contarla, habla de esa capacidad – el amor- que el ser humano tiene para transformar la vida: “Hablo de ternura compañero/ Usted no sabe cómo cuesta encontrar el amor en estas condiciones/ Usted no sabe qué es cargar con esta lepra/ La gente guarda las distancias”.

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