El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 28 de Agosto de 2025

Termino de leer Tránsitos (una cartografía literaria) y lo dejo en mi  velador de noche. Ahí está: es un libro grande, incómodo, tiene 538 páginas, te obliga a una lectura autista, a encerrarte en tu cuarto, a pensarla dos veces si antes de salir lo llevas o no en la mochila. Lo curioso –lo que sucede al adentrarse en lo último de Alberto Fuguet– es que el libro engaña. Intimida, sí, pero se lee rápido. Uno entra y sale de sus páginas de la misma forma en que todos los días uno abre y cierra pestañas y revisa páginas web.

Transitar entonces. Ese parece ser finalmente el mensaje del título: leer es transitar. Leer es saltarse páginas y es retroceder y avanzar sin pedirle permiso al libro. ¿Mejor empezar por ese gran perfil, al final, sobre el escritor uruguayo y maldito Gustavo Escanlar? ¿Saltarse “Otras divisas”, el apartado del libro donde hay entrevistas a Mike Patton, un texto sobre el ravotril y otro en inglés? ¿O leer –y discutir– con Fuguet sobre por qué Canadá, la última novela de Richard Ford, no es tan buena pero aun así nunca debemos darle la espalda a nuestros héroes literarios? ¿Sorprenderse al encontrar nombres nuevos y atípicos al mapa del escritor chileno como Clarice Lispector, Edward Said y Walter Benjamin? ¿Una vez más revisar sobre el taller que hizo con José Donoso y la ya famosa anécdota de cuando fue expulsado?

Hace un tiempo que ese verbo –transitar– recorre las novelas y cuentos y artículos de Alberto Fuguet. No sólo porque Fuguet, como se sabe, lleva viajando desde chico: desde que pasó de la soleada California al Chile de Pinochet. También porque su pasaporte está lleno de sellos literarios y cinematográficos y acá se nota. Pero hay algo más: detrás de toda esa acumulación, de esas referencias y de la idea central de su obra –que los libros y las películas pueden salvarte–, hay años de lecturas que están llevando a Fuguet, que cumplió cincuenta años hace poco, por una nueva etapa. O una vida. Tránsitos es una nueva vida.

Hace unas semanas, leyendo Aquí y Ahora, el libro que recopila cartas y e-mails que entre 2008 y 2011 Paul Auster y J. M. Coetzee intercambiaron, me topé con la siguiente cita sobre las tres etapas por las que cualquier escritor –o artista– pasa.

Dice Coetzee:

En la primera encuentras, o buscas, una gran pregunta. En la segunda trabajas para responderla. Y luego, si vives lo suficiente, se llega a la tercera fase, cuando la pregunta te aburre y es necesario buscar en otra parte.

De nuevo: Tránsitos como la tercera vida de Fuguet. No es solo un libro que recopila artículos y ensayos y textos breves y otras piezas de no-ficción. Es también una suerte de catarsis. A Fuguet –consciente de su lugar en el mapa latinoamericano literario, pero no por eso menos inquieto– cada vez le importa menos la intelligentsia y lo que cierto mundillo literario diga de él. O sí, aún le importa, pero por lo menos se ríe. “La piel se ha endurecido; lo que me hizo llorar y aterrarme al leer las críticas de Mala onda ya no me duele. ¿No les gustó Aeropuertos tanto? Bien. ¿Les gustó Missing más? Genial. ¿Creen que maduré? Falso: uno nunca madura, jamás. A lo más pule algo, y gana algo de experiencia y comete menos errores”.

Recuerdo que hace unos seis años un profesor –también novelista chileno– dijo que no toleraría textos fuguetianos. Esa palabra usó: tolerar. No solo eso: en la segunda clase habló en contra de los escritores que usan su vida como material literario. “A nadie le importa”, dijo. Esa misma tarde me salí de ese curso. Pienso en eso mientras regreso a ciertos pasajes de Tránsitos, un libro que además contradice la idea de ese profesor/escritor del cual escapé: la mejor literatura proviene de la intimidad, de lo personal y de cómo nos leemos. Regreso a esas partes en que Fuguet le responde a sus detractores y, en ese acto liberador, asume una nueva vida: “Mi mundo es pequeño, por la puta. Pero al menos gira”.