El Telégrafo
Ecuador / Miércoles, 27 de Agosto de 2025

Martin Bergel (Buenos Aires, 1973) es doctor en Historia e investigador del CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina) y del Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes. Ha publicado El Oriente desplazado, libro que explora los orígenes del tercermundismo en Argentina y su relación con los intelectuales; además de diversos artículos y ensayos que analizan las ideas y los movimientos intelectuales en Latinoamérica a principios del siglo XX.

A partir de estas investigaciones, Bergel dictó una conferencia en Lima, sobre la relación de José Carlos Mariátegui con la literatura universal. En esta entrevista resalta algunas singularidades del intelectual peruano: su preocupación obsesiva por lo «nuevo», el interés por la traducción literaria y su incesante búsqueda crítica; características que lo convirtieron en una de las figuras más prolíficas y vitales en el campo del pensamiento latinoamericano.

¿Cómo se origina tu acercamiento a la obra de Mariátegui?

La figura de Mariátegui es, sin dudas, una referencia de peso para quienes, en especial desde América Latina, nos sentimos parte de una cultura de izquierdas. De allí que Mariátegui me haya interesado desde joven. Pero creo que fue la mediación de dos grandes profesores argentinos, Óscar Terán y Horacio Tarcus —muy importantes en mi formación—, la que me condujo a aproximarme a la obra del autor de los Siete Ensayos. Posteriormente, al fotocopiarme de Terán la edición facsimilar de la revista Amauta, pude comprobar, en efecto, cómo en esa revista se entretejían de modo admirable temas de las vanguardias estéticas y políticas. Y es que, dentro de un universo que siempre me ha interesado, el de la historia de las revistas político-culturales latinoamericanas, pocas publicaciones son capaces de competir beneficiosamente con Amauta.

Al respecto de tu interés por las revistas político-culturales, ¿tienes alguna hipótesis sobre las causas que permitieron la germinación de una revista como Amauta, en el Perú?

Es una pregunta difícil de responder. Amauta es un caso excepcional que, en última instancia, se explica por las cualidades singulares de Mariátegui. Las variables histórico-sociológicas pueden ofrecer un marco que ayuda a pensar un orden de posibilidades, pero finalmente fue el genio de su director, irreductible a explicaciones macro, el que determinó la aparición de Amauta —a mi juicio— una de las principales revistas culturales de la historia del continente (y ello considerando que el continente fue pródigo en este tipo de revistas).

Dicho esto, quizás puede pensarse a Mariátegui a partir de la idea de Terán en relación a lo que llama los «beneficios del atraso»: es decir, la voraz voluntad de modernidad que se habría apoderado de Mariátegui precisamente a partir de percibir las carencias de su medio, a partir de constatar la marginalidad del espacio cultural limeño dentro de la escena contemporánea mundial que le tocaba vivir. Pero lejos de hacer de esa situación una oportunidad para deshojar un rosario de quejas y lamentaciones —como ha sido corriente en la intelectualidad latinoamericana— Mariátegui da por sentado que esas carencias no son impedimento para desarrollar su proyecto del más alto y refinado vanguardismo. Así, puede jugar a ser más surrealista o más futurista que los surrealistas o futuristas; más socialista, o de un marxismo más creativo y antidogmático, que el socialismo y el marxismo ya no solo latinoamericanos sino mundiales de su tiempo.

Mencionabas al filósofo argentino Óscar Terán y recordé tu ensayo Pensar la nación, pensar el mundo. Allí hablas de una evolución en las investigaciones y en la mirada de Terán, en la que Mariátegui pasa de ser un intelectual preocupado en vincular nación y socialismo —lo que denominas «decir la nación»— a ser un obsesionado por la modernidad, en la que sobresale su «espiritualismo subjetivo» y un «modernismo extremo». ¿Cómo entender estas últimas características y cómo se expresan estas, en el trabajo del pensador peruano?

El modernismo extremo y el subjetivismo espiritualizante se vinculan a una ubicación muy particular del pensador peruano en el clima antipositivista que embargaba el orden de las ideas a la salida de la Primera Guerra Mundial, y que en Mariátegui asume entonaciones singulares en el cruce de marxismo, indigenismo, y la tematización de la cuestión del mito de impronta soreliana. El modernismo extremo se constata en la incesante pregunta por ‘lo nuevo’ de Mariátegui, en su activa recepción del conjunto de novedades políticas, sociales, culturales, estéticas, etc., que le toca observar. De allí su continua preocupación por lo que emerge y por lo que tramonta, lo que amanece y lo que declina. El de Mariátegui, en esa dirección, es un pensamiento que asume radicalmente la historicidad de las cosas, en el sentido de su existencia condicionada a las coordenadas de su época y a la idea implícita de que los conceptos viven con arreglo a ciclos históricos que emergen pero también se eclipsan. Y en relación a la cuestión del subjetivismo, es interesante pensar que el materialismo de Mariátegui, es decir, su interrogación marxista de las condiciones materiales que hacen a los sujetos y clases sociales, asume como una constante que su constitución está mediada irremisiblemente por climas culturales y lo que llama las «emociones de nuestra época».

En la conferencia que dictaste en Lima, desarrollaste la relación de Mariátegui con lo nuevo. Sin embargo, trataste un tema que le preocupaba particularmente dentro de su proyecto crítico-pedagógico: el de la traducción; al punto que criticaba duramente las traducciones que llegaban de España. ¿Qué veía de malo en estas traducciones Mariátegui? ¿Qué peso tenía la traducción para él y qué lugar ocupaban para el desarrollo de la modernidad en el Perú y para la asimilación de ideas nuevas?

Mariátegui, en particular en sus numerosos textos sobre asuntos literarios (pero no solamente en ellos), tenía una gran preocupación por la traducción literaria, que debe entenderse solo como un aspecto de su interés permanente y más general por la traducción cultural. Al respecto, me da la impresión de que se trata de una faceta de su praxis intelectual sobre la que no se ha reparado demasiado. Quizás la fijación de Mariátegui en algunas frases que suelen repetirse sin beneficio de contextualizaciones o ubicaciones en la trama más general de su obra, como el célebre «ni calco ni copia», ha conducido a subestimar que las «creaciones heroicas» por las que abogaba tenían como precondición o como materia prima la recepción de ideas y bienes culturales y estéticos de todas partes del mundo. «Ni calco ni copia» ha sido leído muchas veces como una defensa irrestricta de la autoctonía cultural, cuando es fácil darse cuenta de que en Mariátegui hay una continua y desaforada búsqueda por desbordar y contaminar lo puramente local o nacional. En ese marco, me ha interesado detenerme en los comentarios, muchas veces apenas señalamientos incidentales, que Mariátegui realiza a propósito de la calidad de las traducciones. Y, en efecto, él a menudo se mostró crítico con la que entonces era la principal vía de acceso de textos en lengua castellana, el mercado de libros español.

Finalmente, ¿cómo entiendes la actualidad de Mariátegui —en el campo epistemológico, político, etc. — al ser un autor que hablaba para una época, un auditorio y un contexto histórico específicos?

No estoy convencido de la actualidad de Mariátegui, o al menos no es con un propósito inmediatamente pedagógico o político que, en la actualidad, me acerco a su obra. A menudo son los pensadores ‘inactuales’ los que tienen algo que decir o comunicar a nuestra contemporaneidad. Como bien dices, hay algo casi intransferible del mundo en el que Mariátegui desarrolló su faena intelectual hace poco menos de 100 años. De todos modos, sí creo que hay ciertos atributos o rasgos de su actitud vital que me parecen aún hoy admirables. En primer lugar, su infinita curiosidad intelectual, y en especial su vocación —sin dudas de talante vanguardista— por descubrir e interpretar lo nuevo entre aquello que se hallaba ‘rigidizado’ o en decadencia. El compromiso de Mariátegui por acometer las dinámicas emergentes me resulta todavía hoy asombroso. En segundo lugar, la consabida heterodoxia con que ejercitaba su rol de intelectual marxista y de izquierdas, a despecho de cualquier discurso automatizado. En ese sentido, es probable que su muerte prematura nos haya privado de una figura que podría haber sido —más aún de lo que llegó a ser en su breve trayecto vital— fiscal mayor de las esclerosis, repeticiones y anacronismos que han sido habituales en el campo de las izquierdas. Finalmente, y también ligado a las dos razones anteriores, creo que la vocación de mundo de Mariátegui, en el sentido de un pensamiento atento al conjunto de dinámicas culturales y políticas del horizonte contemporáneo que le tocaba vivir, se extraña en nuestra actualidad, sobre todo en América Latina.

Nota

*Periférico Cosmopolita es un término acuñado por la crítica cultural Natalia Majluf.