El Telégrafo
Ecuador / Lunes, 25 de Agosto de 2025

El nombre no es desconocido, no. Películas suyas son clásicos, referentes de la cultura del cine: Scarface, Carlito’s Way, The Untouchables, películas cuya carga actoral las convierte en piezas fundamentales dentro de la cultura cinematográfica contemporánea. ¿Y qué queda para las joyas menos conocidas de Brian De Palma? De esas pequeñas obras que conjugan una música sugerente, fotografía sensual e historias trágicas y bellas no se dice mucho. Es hora, pues, de descubrirlas, repasar sus imágenes y motivos, sobre todo, con la morosidad de algunas tomas de Brian de Palma, sus movimientos de cámara, los colores.

 

Bañada en vergüenza. En 1974 aparece la novela Carrie de Stephen King, obra que lo catapulta a la fama, aunque causa polémica en el medio, e incluso es prohibida en varias escuelas. King se adentró en la intimidad de una adolescente en proceso de crecimiento, rodeada de compañeras hostiles e influenciada por una madre terriblemente religiosa. Hablar de ciertos temas era aún tabú en los Estados Unidos, sobre todo aquellos que tenían que ver con la intimidad de las jovencitas, así que King estuvo a punto de botar a la basura la novela pues se sentía incómodo cuando escribía ciertas partes… Por suerte, su esposa rescató el escrito y convenció al escritor para que lo publicase. Dos años después, apareció la versión fílmica, bajo la dirección de Brian De Palma.

 

Una inocente, pero sensual, jovencita, Carrie, se acaricia en la ducha del colegio, eso es lo que vemos apenas comienza la película. Inocente, blanquísima (incluso su apellido es White), de pronto se ve enfrentada a la sangre que brota de su cuerpo, el paso definitivo de la niñez a la adultez. La sensualidad acaba ahí. Con ojos aterrorizados, Carrie pide ayuda a sus compañeras, quienes se burlan de ella cruelmente. Ellas, vestidas con colores fuertes, le lanzan tampones y toallas higiénicas (bullying le dicen ahora, para mí es crueldad, por siempre), hasta que la maestra de gimnasia la socorre, aunque también siente cierta repelencia hacia ese ser frágil ser. Histérica, la chica ha posado sus manos ensangrentadas sobre la blanca pantaloneta de la profesora, dejando una mancha visible por el contraste entre el color rojo y el blanco.

 

Blanco y rojo, dicotomía que representa la pureza y la vergüenza, respectivamente, así como el paso al dominio de una cualidad de Carrie, algo que solo ella conoce, y su madre, solamente, intuye: la telequinesis. No puede ser casualidad que Carrie y su madre tengan, ambas, el pelo como una antorcha(1), aunque supliquen por su salvación a toda hora, en una casa que parece un mausoleo. No puede ser casual, mucho menos, que el vestido que Carrie elige para su graduación sea rosa, un paso intermedio entre la pureza y otro estado que ella aún desconoce, pero que encuentra atractivo por su alejamiento de la sociedad. No será gratuito, por supuesto, el color rojo como ira absoluta, el color rojo de la sangre, de la furia que embarga a la protagonista cuando sus resentidas compañeras suelten sobre ella un barril con sangre de cerdo. Ira, vergüenza: su madre lo había vaticinado, alborotando su cabellera roja, profetizó la furia que se nos presenta a través de una Sissy Spacek de enormes ojos, una pantalla dividida (recurso favorito de De Palma) que insiste en los heridos, la desesperación, el terror de quienes son presa de la venganza de Carrie.

 

Luego de la matanza, ella regresa, ensangrentada, dispuesta a refugiarse en los brazos de su fanática madre, la que, convencida del pecado que habita en su hija por sus poderes, trata de matarla. Ambas, madre e hija, mueren, la casa de las White se hunde como la mítica casa Usher. De ella, ni las piedras quedan, quizá algunas, protagonistas de las pesadillas de la única sobreviviente, una jovencita que despierta angustiada en un lecho blanquísimo, por cierto.

 

Vestida de deseo y frustración. El deseo que nos enloquece, el deseo expectante, ese es el motivo que mueve Dressed to kill (1980), una verdadera oda a la sensualidad, escrita y dirigida por De Palma. Sí, hay una trama policial, un asesinato, pero los morosos movimientos de cámara apuntan a la representación del deseo, por sobre todo.

 

Una maravillosa rubia, representada por Angie Dickinson, se muestra desnuda, sensual, deseosa (vaya coincidencia que el filme comience, también, con la escena de una mujer acariciando su cuerpo bajo el agua de la ducha, solo que esta no es inocente). Mientras una conmovedora melodía de Pino Donaggio suena, la rubia se acaricia, mira a su esposo, se frustra… Camina por un museo, vigila a un extraño, desea… Y su deseo la lleva a la infidelidad, al descubrimiento de una posible enfermedad venérea, y luego, sin saber por qué, a la muerte a manos de otra rubia, una misteriosa mujer de grandes gafas y gabán negro. Esta otra rubia, la asesina, se da cuenta de que hay un testigo de su crimen, Liz, una prostituta que tuvo la mala suerte de aguardar el ascensor cuando aparecía en él una hermosa mujer herida de muerte por una navaja de brillo aterrador. Bobbi, esta mujer fatídica y fatal, insinúa su crimen por teléfono a su psiquiatra, el Dr. Elliot, el mismo doctor que atendía a la mujer asesinada.

 

¿Conexión? El deseo de las dos mujeres: una desea sentirse mujer bajo la mirada de los hombres; la otra, ser mujer. Ser y parecer. La máscara y la sombra de las que Jung hablara se enfrentan, al fin: la máscara social de la “normalidad” se enfrenta con la sombra, el deseo oculto, sea de un affaire, de sexo clandestino, de un cambio de sexo, incluso.

 

¿Cómo mostrar esta dicotomía? Voces, pantalla dividida, uno de los recursos favoritos de De Palma: a la izquierda, el Dr. Elliot escucha los mensajes de voz de Bobbi y luego escucha un programa de televisión en el que se habla de los transexuales; a la derecha, Liz habla con una amiga sobre inversiones en la Bolsa. Ambos deseos, narrados indirectamente, mostrados, se conjugan, chocan. Dos personas, en realidad, se convierten en cuatro cuando se desdoblan y se enfrentan, cada una, a su sombra, a su deseo que no puede ser acallado.

 

Antes del final, una bellísima escena —¿parte de un sueño?— nos muestra el deseo en su forma más brutal y estética, a la vez: en el sanatorio mental, el Dr. Elliot-Bobbi reduce a una enfermera, la asfixia y la desviste lentamente, para disfrutar de su cuerpo, para robarle su indumentaria y convertirse, una vez más, en una mujer.

 

El final, sencillo, nos deja con la inquietud de que la pesadilla no termina, el deseo y el miedo seguirán adheridos a la piel de los personajes. Una pesadilla continua, tal como sucede el caso de Carrie, un recurso que a De Palma parece gustarle: jamás despertamos de las historias que nos ha contado.

 

La búsqueda del paraíso. Habrá que hacer un quiebre entre las películas de mujeres sensuales e inocentes y lo que viene a continuación, aunque sí, hay una mujer involucrada, inocente, en un principio.

 

En 1974 aparece El fantasma del paraíso, escrita y dirigida por De Palma. ¿Qué era aquello que mezclaba sátira, literatura y rock? Una historia de amor —o de terror, la misma cosa son—, cuyos protagonistas son un artista virtuoso, un malvado a rajatabla y una musa inocente y pervertida al final. Los ingredientes perfectos, y a esos personajes se le suman las referencias a Fausto, El retrato de Dorian Gray y Frankenstein. Vaya mezcla, menudas escenografías, vestuario y escenas, eso es este musical que escapa, sin embargo, de cualquier categorización.

 

Winslow Leach, compositor desconocido pero virtuoso, escribe una obra de rock titulada ‘Fausto’, sin saber que él mismo tendrá que vender su alma, su voz. Hace un trato con un esbirro de Swan, el magnífico productor musical, y se ve estafado por este cuando en reiteradas ocasiones trata de llegar al jefe para concretar el negocio. Peor aún, Leach ve cómo los matones de Swan se aprovechan de las coristas que acuden a las audiciones y cómo su música, cuyo crédito no aparece, podría ser degradada en voz de los horrendos Juicy Fruits. En ese trance conoce a Phoenix, una cantante cuya inocencia y virtud lo cautivan, al punto de escribir el resto de la cantata pensando en ella como musa inspiradora. Swan recluye a Leach en una prisión, y aunque este logra escapar, queda desfigurado durante un intento de destruir la obra del maléfico productor.

 

Con el rostro cubierto, con la voz destruida, Leach se convierte en el fantasma que deambula por El paraíso, el reducto de Swan. El director divide la pantalla para mostrar los primeros estragos del fantasma, una bomba que acaba con los Juicy Fruits. Leach es terminante con Swan: solo Phoenix puede cantar su obra y se deja embaucar de nuevo por este Mefisto moderno, por la promesa del protagonismo de Phoenix. Por supuesto, Swan no cumple con su promesa, a pesar de que hace que Leach firme un contrato con sangre, convoca a un rockero glam para que interprete la cantata y sucede lo predecible: Leach se hace cargo de él. Pero Swan hace algo peor: seduce a Phoenix y la pervierte, la convierte en una diva enajenada por la fama y la cocaína. Swan debe destruir a Phoenix, no por odio, sino porque no puede soportar la perfección en otro ser que no sea él; y le pide su voz, la hace que le entregue su voz a cambio de la fama.

 

Todos terminan mal, por supuesto, entre la estridencia de la música en El paraíso y el paroxismo de la fama, la juventud y la gloria de los rock star que deben caer con estrépito desde su trono de belleza. Una historia de amor, al final, o de terror, insisto, que se conjuga con el poder, una estética tremendista y la sátira de un sistema corrupto y cruel de la industria musical.

 

Mis tres preferidas de Brian De Palma, ¿qué más puedo decir? Sensualidad, puesta en escena exagerada y estridente, color, contraste. ¿Los actores? Sí, no son Al Pacino ni Sean Penn en el duelo actoral de Carlito’s Ways, pero estos personajes rotos, exorbitantes, inmersos en un mundo regido por normas propias, son más interesantes para mí.

 

Por supuesto, bajo la mirada dividida, extraña, de un solo director, uno que se mueve con totalidad comodidad en escenarios de terror, deseo y muerte.

 

 

NOTAS DE PIE

 

 

1. Sobre la relación entre madre e hija, así como los conceptos de máscara y sombra, es posible consultar el libro Encuentro con la sombra. El poder del lado oculto de la naturaleza humana, compilación de varios autores.