Trazar una frontera precisa entre realidad y ficción se vuelve cada día más difícil, gracias a las nuevas técnicas de expresión. La red, su espacio virtual, contribuye a ficcionalizar la realidad o hacer que la ficción parezca más real de lo que verdaderamente es. Vivimos en el mundo de la apariencia, de los sentidos difusos, donde buscar un significado exacto es una tarea ardua. Lo que se muestra, entonces, en una película, en qué orden, también está determinado por un jugueteo entre la ficción y la realidad. Los recursos cinematográficos sirven para colorear la realidad, para darle otra forma, para convertir a una persona de carne y hueso en un personaje, es decir, trasladar a un ser que camina por la misma vereda por la que transitamos nosotros a la pantalla, para darle un tinte maravilloso; otorgarle, quizá, más vida.
Este año, en la edición 14 de los EDOC, se han presentado obras que merecen mención especial. Definitivamente, El panóptico ciego, de Mateo Herrera, es un trabajo que merece atención, no solo por el tema y por el descubrimiento de los archivos de la penitenciaria, elementos ‘olvidados’ en la torre de vigía que una vez sirvió como centro al panóptico, sino por el manejo de las imágenes, el establecimiento de un hilo conductor a través de las ausencias y el vacío, representados, paradójicamente, por los efectos personales de los reclusos que fueron trasladados el año pasado a una penitenciaría en la provincia de Cotopaxi.
Parecería absurdo, pero no, es posible, sí, reconstruir pequeñas historias, dentro de la gran trama del monstruo panóptico —es inevitable recordar al monstruo mitológico Argos, preferido de la diosa Hera, que fue transformado en pavo real, un animal que exhibe, orgulloso, sus múltiples ojos—, gracias a objetos como un cepillo de dientes, enseres de cocina que quedaron en desuso súbito por la partida de su propietario. Y las microhistorias que se construyen en la película cobran vida cuando los investigadores leen en voz alta las cartas de los presos, peticiones, o los informes de gendarmería sobre la conducta de los reos; voces que se corresponden con esos espacios vacíos, voces que resuenan como ecos en las paredes pintarrajeadas. Seguramente, esas voces equivalen a muchas miradas, quizás a los ojos del monstruo que hace suya la visión de quienes lo habitaban y que, independientemente de sus penas, eran personas. El recorrido de El panóptico ciego se convierte en una ruta fantasmal, doliente, que da cuenta de que siempre hay una realidad distinta de la que vemos a diario, y que, sin embargo, en esta también existe vida, sentimiento, humanidad.
Y es que el género documental es profundamente humano, pues al parecer somos la única especie capaz de consignar el pasado, gracias a nuestra necesidad de recordar, para identificarnos, para apropiarnos de nuestro nombre gracias a las huellas de quienes nos precedieron, de quienes aún están. Esta quizás es la perspectiva abordada por Arsenio Cadena en Kurikinki, el cortometraje documental que elaboró el director en base a la vida de su padre, es decir, cuenta una historia personal, pero que, en sus propias palabras, tal vez no había reconocido plenamente antes de realizar la película. Un padre y un hijo, a veces, pueden tornarse lejanos por las ocupaciones diarias, por las perspectivas y por el ensimismamiento, pero en algún punto, pueden cruzarse de nuevo, como en este caso, en que el hijo muestra a su padre en pantalla, ejerciendo su oficio de sastre —un oficio que, según el realizador, se encuentra en vías de extinción en estos tiempos modernos— al tiempo que también se empeña en mantener su hobby, el andinismo, a pesar de tener problemas en sus rodillas. Este cortometraje, de 6 minutos, deja al espectador con ganas de más, y precisamente su realizador apunta a desarrollarlo en el EDOC-Lab, a manera de largometraje documental, un trabajo extraordinario pues hay que trasladar los equipos de filmación a las alturas, aunque las condiciones climáticas no les sean favorables; y aunque el kurikinki, ave andina, no se presente siempre; a pesar de ser el sema de una metáfora entre dos seres que ven su forma de vida amenazada y que aun así, siguen ejerciendo libremente su derecho a existir.
Establecer paralelismos y rastrear huellas parece ser el sino del documentalista, pero no solo en nuestro país, y la ventaja de asistir a esta muestra colectiva de filmes es que podemos apreciar la búsqueda y la necesidad de conocer el pasado y de expresar las inquietudes sobre el presente —que ha derivado de ese pasado—. Hay preguntas constantes sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, tomando en cuenta de dónde hemos arribado a este punto. Por lo menos esto es lo que se plantea, de alguna forma, el documentalista argentino Edgardo Cozarinsky, en Carta a un padre, una búsqueda por su pasado, el de su padre, el de su familia, migrantes judíos que arribaron a una región del sur, que llegaron a poblar tierras solitarias y que construyeron una identidad para sus hijos, una identidad mestiza entre la tradición y la nueva tierra. ¿Cuánto vale una inscripción en la vaina de un arma, en un idioma desconocido?, ¿qué se esconde detrás de esas palabras? Esta es una de las interrogantes que Cozarinsky se plantea mostrando a la cámara un arma japonesa, un cuchillo que perteneció a su padre, y que —como le explicó él alguna vez—, es el que se usaba antiguamente para efectuar el ritual del suppuku, el suicidio ritual por honor.
La pregunta, cualquiera que esta sea, es lo que despierta expectativa a la hora de sentarse en una sala de cine. Y es, al parecer, lo que detona una intención, aunque sea difusa en principio, a la hora de un proyecto fílmico: ¿qué es lo que busco mostrar?, ¿por qué? A veces las respuestas no llegarán, ni para el espectador ni para el realizador, pero están ahí, como un puente, como un portal mejor dicho, hacia esa otra dimensión, una extrañísima que se ha dado por llamarse ‘realidad’, aunque no parezca tal, cuando la vemos en pantalla, donde los hombres y mujeres pasan a ser personajes, quizá más cercanos, aunque nos rocen en su paso diario, aunque su ausencia sea la de un fantasma, un ser de ficción.