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La palabra disidente

Malest,  Cornifici, tuo Catullo,

                   malest, me hercule, et laboriose,

                  et magis magis in dies et horas.

         Quem Tu, quod minimum
facillimumque est,

                            qua solatus es allocutione?

                                                                                                         Catulo 

 

La poesía cumple varios procesos en relación con el ser colectivo del que emana. La escritura lírica es una lectura crítica del mundo. Es el rostro visible de una subversión que propone otro estado de las cosas. Una de las sanas condiciones del canon literario es que esté constantemente sometido a revisiones que le permitan actualizarse mediante la incorporación de nuevos registros; y dejar de lado laceraciones previas como las restricciones enunciativas que funcionan en el mundo gobernado por ese discurso dominante que es la cultura heterosexual. La historia de la disidencia es una historia de luchas reivindicatorias y de conflictos en los que hay valores en juego. La anomalía y la naturalidad son identidades sociales que también se proyectan a lo sexual y, por ende, llevan una enorme carga con que se lastra la lucidez de uno y otro lado de las fronteras.

La disidencia sexual no es condición limitada al mundo masculino; sin embargo, el hallazgo de tales textos se nos hace más escurridizo en suelo ecuatoriano.

Miradas y voces otras

La literatura no permite una única lectura; a pesar de que la poesía homoerótica haya sido atenazada por los estudios de género, queer, entre otros. Si las voces de la poesía se repliegan en la sombra, la de los poetas de la disidencia, a más de saber que el sentido de sus textos se va configurando poco a poco, desbrozan un haz de caminos simbólicos con una definida vocación de apertura: aparte del diálogo de sus poemas con los escritos por autores de tradiciones diversas, disponen las condiciones necesarias para la metamorfosis.

¿Existe un canon homoerótico? La exclusión es un riesgo, siempre. De la faceta política del poema extraemos ese filtro social a través del que nos percatamos de un imaginario (tanto narrativo como lírico) en el que se ofrece una palabra normada; un ordenamiento para gobernar el cuerpo. En cambio, estas voces concretas prefieren separarse del discurso único, evidencian búsquedas que trasgreden y permean la palabra de una sola dirección.

Los tiempos no han sido los mismos –las lecturas se abren para entender mejor al otro-. Si bien fueron esporádicos, tímidos y hasta pesarosos los tanteos por expresar los deseos de estas conciencias en una primera época, luego se han metamorfoseado las circunstancias y hoy permiten incluso el desenfado. En aquel mundo perfecto donde se tensan los deseos masculino y femenino, el espacio de estas voces es zona extraña. Los poemas pertenecen a una tragedia que arrastra a los protagonistas de sus resonancias a la expulsión de ese espacio normado. El ritmo de estos poemas es como los ires y venires del amor: ráfagas y pausas impulsan sus arrebatos. Estamos frente a variadas y tortuosas poéticas del desencanto, que ofrecen la sensación de hilvanar sus relatos.

Los autores de esta antología han devenido habitantes de un espacio que ha sido visto como fronterizo. ¿Cuáles son los tópicos de la literatura homosexual? Diría que no solo están en los libros de los poetas que viven y escriben desde la disidencia, sino de aquellos que, entendiendo que no hay tabúes para las letras, asumen líneas que en otro momento hubieran sido tomadas como un fardo que lastraría sus carreras. Estos poetas no solo perturban escribiendo desde el ojo, sino desde el cuerpo entero; pero, independientemente de la vida del autor, este genera temas –en este caso de índole homosexual– y es hacia allá a donde debemos enfocarnos: a ese universo ficcional, de la imaginación, que el poema ofrece. El lector caerá en la cuenta de las estrategias con las que estas voces configuran su universo. Ninguno es formalmente estacionario: todos se arrumban hacia formas distintas; exploran el continente que más conviene a su discurso. Asimismo, las resonancias oscuras y la palabra vigorosa hacen de estos poetas un segmento realmente importante del horizonte lírico nacional.

Francisco Granizo: el verbo, ese puente encendido

La de Francisco Granizo Ribadeneira es poesía que nos proyecta a lo primigenio. Es palabra que apela a la divinidad desde variadas perspectivas, como la blasfemia y una noción cierta del éxtasis y la revelación. Hay en sus poemas un evidente simbolismo que desemboca en una atmósfera mística. En la mística que conocemos, la de la tradición de San Juan de la Cruz, la conciencia abandona memoria y voluntad hasta llegar a Dios en una suerte de tensión amorosa y erótica. En Granizo la materia erótica hace participar de su esencia a todo lo que toca en su deseo de ser uno con el amado. Como el poema registra su condición de sujeto en falta, insiste en sus fintas con el Absoluto (Dios) desde su perspectiva de ser relativo (la conciencia individual).

Desde el neobarroco, la voz poética configura un espacio lleno de seres que se identifican recurrentemente a través de sus sentidos. Sus sonetos generan una zona ambigua (masculina y femenina) que rebasa una enunciación viril por un lado y, por otro, demuestra una conexión con la necedad por desear la experiencia plena del amor. La voz, siempre consciente del acto de creación a través de la palabra, juega con el verbo, la luz, las sombras y sentimos una como proto-música, latente en todas las cosas. 

David Ledesma Vázquez: la desgarradura hecha poema

Los contemporáneos de David Ledesma Vázquez fueron profusos y cautos al mismo tiempo, en calificar una obra de enorme fuerza lírica como aquella. La voz del poeta es de las más desgarradas y lacerantes que se hayan escrito en estas tierras. La soledad fue el gran acicate para la producción del poeta.

El yo poemático que construye este autor transmite los cuestionamientos de todos, sin necesariamente llegar a las respuestas. En los poemas de Ledesma hay una desolada visión de los demás, de los recursos existenciales de los que hace acopio para impulsar un acercamiento a lo que los sentidos transmiten con sus cantos de sirena; acercamiento que es muy peligroso, aunque necesario. La enunciación de Ledesma se produce desde un evidente lenguaje hastiado por su experiencia en el mundo y con los seres que lo habitan. Es como si renunciara a vanagloria poética, y se pronunciara en un tono embebido de melancolía, a veces en poemas polifónicos, donde la voz se bifurca. Su decir lírico erosiona la palabra; colapsa el sistema y fractura su jerarquizada estructura hasta dramatizar la estrechez de un ambiente hostil donde cada vez es más difícil ser feliz, expresarse, existir.

Su poesía supo encajar esta nueva estética, auténtica, que buscaban algunos lectores. Ha sentado magisterio entre sus seguidores: El poema final, hallado en su bolsillo de camisa de suicida, se ha convertido en un texto emblemático y exacerbó la leyenda extratextual del autor. 

Roy Sigüenza: cuando amar es herirse de otro

Una visión completamente distinta es la de los poemas de Roy Sigüenza. Aquí está el regodeo en la palabra lúdica, al igual que un desenvuelto panorama que pasa revista a la propia experiencia existencial del poeta. No hay ligazones con el orden religioso represor y, si las hubiere, son las del cuestionamiento crítico a un estadio ciertamente detestable de la convivencia social. No existe la culpa; tampoco la absolución –ingrediente que no le preocupa a esta conciencia–, sino una intención de registrar el gozo y una visión apoteósica del amante. Las barreras no encorsetan los poemas de Sigüenza y sus herramientas provocan en un continente mínimo algo similar a un repentino fogonazo en el espíritu del lector. La autorrepresentación del poeta va en continuo diálogo con la tradición, para interpelarla constantemente.

El proyecto de escritura de Roy Sigüenza parte de lo compendioso por un lado, y por el otro, del gozoso camino del deseo. Cuatrocientos cuerpos es, en sí mismo, un corpus que dialoga con la poética del Jaime Gil de Biedma de Pandémica y celeste: “Para saber de amor, para aprenderle,/ haber estado solo es necesario./ Y es necesario en cuatrocientas noches/ –con cuatrocientos cuerpos diferentes–/ haber hecho el amor”. En un nuevo estadio (esta vez epifánico), en algo que podría recordar un panerotismo cósmico, el sujeto lírico rastrea la impronta de los nombres del pretérito hasta proyectarlos en un eterno presente. Sigüenza, al igual que Ledesma, parece jugar con elementos que habían sido excluidos de la poesía; y los incorpora para lograr el artificio, nombrando lo innombrable.

Cristóbal Zapata: la exploración de las lindes

La seducción de ciertos temas es poderosa y el caso del poeta Cristóbal Zapata es, visto así, muy particular. Lo es en el sentido de que ha mostrado un reiterado correlato homoerótico. El poeta asume cualquier tópico de la retórica. En Zapata se produce el reconocimiento de las carencias propias, y desde este reconocimiento se vuelca en una dinámica de emociones voluptuosas.

El poeta suele preceder a sus poemas con textos que los contextualizan; aun así, los textos líricos, con gran carga narrativa, tienen valor no en función de lo que relatan,  sino debido a que provocan una fractura significativa en nuestro discurso cotidiano –el extrañamiento–. Hay un estallido a cada esquina en esta procesión –y nótese la doble implicación que tiene la palabra en tanto rito religioso y en tanto cadena de eslabones varios– de circunstancias, imágenes, personajes. Quizá es el autor en quien se manifiesta un mayor deseo de dialogar con los objetos culturales que lo rodean, y de hacer partícipes de ese diálogo a quien lo lee. Zapata se convierte en mediador entre esa banda sonora y nosotros, a través de un discurso que no ve como mero decorado a esos ingredientes, sino que los materializa en elementos de anclaje con-desde-contra el mundo.

Franklin Ordóñez Luna: tras el dolor gozoso

Ordóñez es poeta que empieza a producir temprano y llega a consolidar su obra a través del tiempo. Fortalece su proyección hacia los demás en un intento por desestabilizar la concepción regular del mundo. Tan supeditado parece, en la voz de Ordóñez, este estar en el horizonte compartido con el verbo y el cuerpo ajenos, que llega a construir una palabra que examina, diligente, un balance entre ausencia y presencia del amante; evidencia su temor por la pérdida del otro. Si hay correspondencia en el objeto de deseo, es verdad que es precaria al punto de sostener un frágil equilibrio. La palabra del poeta cae en la cuenta de que profesa un cuerpo, y que si este se contiene en menudos poemas, se impone a la larga un volumen entre lo delicado y lo abrupto –no se nutre de la ironía, como otras voces–. En fin, tanto la ruptura (la pírrica victoria amorosa en este mundo) como la continuidad (alucinantes rituales del sexo) insinúan una vida de la nocturnidad en 

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