El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 28 de Agosto de 2025

Simón Bolívar es una figura en discusión: cuando murió en 1830, no recibió los honores que debía, y recién 40 años después se construyó en su país, Venezuela, un monumento a él. En una biografía para The New American Cyclopaedia (La nueva enciclopedia americana), Karl Marx lo describió como “el Napoleón de las retiradas”, porque el Libertador, aún joven, había perdido Puerto Cabello en 1812. Bolívar, bajito como los hombres de inicios del siglo XIX —medía 1,60 metros—, era un sujeto más bien delgado, con los ojos hundidos en sus cuencas a consecuencia de una tuberculosis sistemática, según las descripciones de la época; era un señor que bailaba de forma incansable, que en 20 años cabalgó setenta mil kilómetros —el doble de lo que Alejandro Magno recorrió sobre ‘Bucéfalo’—, pero que se fatigaba al caminar, porque había envejecido pronto. Al Libertador la historia lo recuerda —y lo abraza— por haber liberado a cinco naciones sudamericanas del dominio de una corona española que, a inicios del siglo XIX, se volvió especialmente violenta con sus colonias americanas y los recursos que les exigía. Aunque la suya no era precisamente una figura de guerra, todos lo respetaban como un general. Su oficio estaba en la estrategia —tanto militar como política— y eso nadie se lo puede quitar. Ahí radica la importancia de la Carta de Jamaica, un documento que resume su pensamiento, y su forma casi omnisciente de percibir la realidad de La América —como él llamaba al Nuevo Mundo— y de profetizar acontecimientos que no solo se cumplieron, sino que hasta hoy nos atraviesan. Era un visionario.

Y aquella visión está contenida en la Carta de Jamaica, una respuesta que le escribió Bolívar al comerciante inglés Henry Cullen, que vivía en la isla caribeña y que se había mostrado interesado por el proyecto de emancipación de Sudamérica.

La Carta de Jamaica fue escrita hace exactamente doscientos años: el 6 de septiembre de 1815. En ese momento, el Libertador se encontraba en la isla tras la caída de la segunda república de Venezuela, como se le llamó al breve período (1811-1812) en que Francisco de Miranda logró arrebatarle a España el control de ‘la pequeña Venecia’. En la carta, Bolívar ofrece una visión bastante completa de la realidad de América del Sur: la corona española estaba debilitada y la liberación de América del Sur era inminente, pero el Libertador se preocupaba por las formas de gobierno que debían adoptarse. Sin que existieran ciencias como la antropología o la sociología, Bolívar entendía el problema del mestizaje: A diferencia de las provincias de Roma, que con la caída del imperio en el siglo V volvieron a sus antiguas costumbres y formas de gobierno, en América no quedaba vestigio de las culturas ancestrales. Aunque luego de la Independencia de Estados Unidos y de la Revolución Francesa la democracia se había vuelto a poner de moda, en la América del Sur no había un norte político, porque, como escribía el Libertador, “no somos indios, ni europeos, sino una especie mezcla entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”. No solo era un general dotado, era un estadista con una visión privilegiada.

Ya en 1815 era consciente de la importancia estratégica de América Central, específicamente, de Panamá, como un lugar idóneo para comunicar al mar Caribe con el océano Pacífico. Ya en el siglo XVI, los exploradores españoles estudiaban la posibilidad de aprovechar el istmo de Panamá para construir un canal artificial para las embarcaciones, y evitar así el paso por el siempre peligroso Cabo de Hornos, tal como habían hecho los egipcios cuando comunicaron el río Nilo con el mar Rojo. No era una idea nueva, es cierto, pero el sueño integracionista incluía la construcción de ese “Emporio del Universo”, como lo llamó en la Carta de Jamaica, un lugar para dinamizar el comercio, un atajo a la búsqueda de las Indias que emprendió Cristóbal Colón.

El historiador estadounidense Victor W. von Hagen cuenta en Las cuatro estaciones de Manuela (1953), que para 1822, Bolívar ya había llevado a un grupo de ingenieros suecos para que estudiaran las formas de construir el canal. Lo hizo décadas antes del intento fallido del arquitecto francés Ferdinand de Lesseps —quien completó con éxito en 1869 el Canal de Suez— y del acuerdo definitivo de Theodore Roosevelt, expresidente de Estados Unidos, que en 1903 negoció la construcción con la recién creada república de Panamá, en un acuerdo desventajoso para los centroamericanos, que recién después de cien años tomarían control del canal. Talvez una nación más sólida que la novel Panamá habría negociado mejor. La nación que Bolívar quería integrar.

La Carta de Jamaica da cuenta de que Bolívar vivía sumergido en el peso de su propia omnisciencia cuando adelantaba la dificultad del continente para gobernarse, pues “subido de repente y sin los conocimientos previos, y, lo que es más sensible, sin la práctica de los negocios públicos”.

La dificultad sudamericana de gobernarse significó más tarde el fin de el Libertador. A mediados de la década de 1820, Francisco de Paula Santander, vicepresidente de la Gran Colombia, estaba encargado del poder mientras Bolívar consolidaba la independencia peruana y la conformación de la república de Bolivia. Santander le escribió a Bolívar una carta donde le pedía que pusiera a la Constitución, que prohibía gastos de recursos del Estado en guerras extranjeras, aunque aquellas guerras eran necesarias para eliminar cualquier rastro de peligro de una nueva invasión española.

Entonces el orden de la Gran Colombia empezó a desestabilizarse por las pugnas entre una línea política civilista, liderada por Santander, y otra de carácter militar, que apoyaba el afán de Bolívar de seguir con las campañas. Entonces surgió un atentado, en 1828, y en 1830, Venezuela y Quito se separaron de la Gran Colombia. El sueño integracionista se había desintegrado por una crisis producida entre autoridades que eran nuevas e inexpertas en el arte de gobernar. Tal como el Libertador temía 15 años antes, cuando le escribió aquella profética Carta de Jamaica a Henry Cullen.