Hijo de la revolución mexicana y de la vanguardia literaria de principios del siglo XX, según el mismo Octavio Paz –convertido en mito irrefutable de la tradición literaria mexicana–, su obra se me reveló como lectura obligatoria, como a muchos, de aquellas épocas de formación universitaria. Sin embargo, no ha sido sino algún tiempo después que la figura proteica del poeta se me ha hecho manifiesta. Cien años después de su nacimiento, además, la firma de Paz, controvertida desde siempre, se ha convertido en un pretexto para profanar el mito.
Sus más grandes detractores lo acusan de cacicazgo cultural, de plagio, de anacronía estética y hasta de haber anquilosado la crítica literaria de México. Desde luego, la capacidad camaleónica de Paz hizo que El laberinto de la soledad (1950), su obra más difundida, borrara del mapa la labor intelectual en torno al ser mexicano que habían desarrollado intelectuales como Leopoldo Zea, Luis Villoro, Samuel Ramos y Jorge Portilla, bajo la tutela de José Gaos. El laberinto de la soledad se convirtió así en la obra capital sobre la conducta e identidad del mexicano. Este ser, nos dice, Paz, producto de una violación, actúa “obedeciendo a la voz de una raza”.
Por supuesto, la mirada de Paz es la de la cultura letrada, criolla. Las categorías que usa: la máscara, la fiesta, lo abierto y lo cerrado, soledad-comunión, provienen de la filosofía francesa (Callois, Bataille). Su concepto de enajenación, desde luego, de Marx. La lucha de clases, de Trotski. La poderosa prosa de Paz los asimila para descubrirnos un ser mexicano (¿latinoamericano?) en constante negación. Y, por ello, para los pazentristas, El laberinto de la soledad “es un supremo acto de voluntad personal, un profundo ejercicio de liberación personal y colectivo, pues Octavio no acepta el ejercicio de liberación solo como individual, quiere, por el contrario, que sea armónico con el desarrollo de la historia de México y es esto lo que hace particularmente interesante y original al libro. Un esfuerzo de autognosis que con una prosa de extraordinaria pujanza creó una imagen de México. Se dice fácil. Yo creo que el libro es, esencialmente, un mito ordenador y, al mismo tiempo, una hazaña poética y un altísimo despliegue de inteligencia”. (Rossi, 2008: 4).
De allí que, como dice Alí Calderón, Octavio Paz sea “luz y sombra”, no solo de la poesía, sino de la cultura mexicana (2009: 1). Es innegable que su obra es un gran continente lleno de contradicciones y aciertos. Hay en ella una necesidad de abarcarlo todo y, sobre todo, un hambre desesperada de explicar su propia poesía. El arco y la lira (1956), por ejemplo, es un ensayo iluminador, en el sentido en que se desarrolla un proceso de autogénesis, de conocimiento. Por ello su texto introductorio, ‘Poesía y poema’, reza: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro”. Y así.
Ese destino místico que Paz designa en la poesía es, sin duda, herencia del pensamiento romántico. La poesía, para Paz, es negación de toda racionalidad. La poesía “niega la historia”: “Lector de Heidegger, entiende que la poesía es revelación, emergencia de la verdad, desocultamiento del ente. En otras palabras, al hablar poéticamente enuncia, refiere el mundo y, al hacerlo, genera la sensación de mostrarlo por primera vez”. (Calderón: 2009:1). En ese planteamiento, Paz se va a ratificar en Los hijos del limo (1972), texto modificado y ampliado de las conferencias que dio en la Universidad de Harvard en el mismo año, en cuyo prefacio establece: “El poema es una máquina que produce, incluso sin que el poeta se lo proponga, antihistoria”. La poesía invierte y convierte la fluidez temporal. Lo que le preocupa a Paz, entonces, son las relaciones de la poesía con lo que llamamos modernidad.
La comprensión de la modernidad va a ser uno de los grandes temas de la obra paziana. Para él, no existe una tradición sin pasado: “La modernidad es una tradición polémica y que desaloja a la tradición imperante, cualquiera que esta sea (…) la antigua tradición era siempre la misma, la moderna es siempre distinta”. Si lo moderno es negación del pasado y afirmación de algo distinto, la obra de Paz está en búsqueda de fundar esta nueva tradición moderna, siempre cambiante, pero lo que realiza es erigirse él mismo y su obra en una tradición. En ese sentido, el poeta no puede escapar a la paradoja de sus palabras: establece su propia tradición.
Cuando Octavio Paz obtiene en 1945 un puesto diplomático en la Embajada de México en París, su conflicto ontológico-poético, a decir de Evodio Escalante (2012: 1) entra en estado de crisis. Se hace amigo de Breton y en general del círculo de los artistas surrealistas y abraza el movimiento surrealista que antes había denostado con acritud en Primeras letras (1931-1943). Es esta inconsistencia ideológica la que uno de sus grandes detractores contemporáneos, José Vicente Anaya, critica con avidez:
“Para cuando en 1945 Octavio Paz está en París ya han pasado 21 años de la muerte del surrealismo. En 1936 Artaud había escrito: ‘…el surrealismo está pasado de moda en Francia; y muchas cosas que se han pasado de moda en Francia se las imita fuera como si representas en el pensamiento de este país’ (Mensajes revolucionarios, p. 34). Lo saben todos los parisinos y los mismos antiguos correligionarios de esa vanguardia. Lo supieron los surrealistas mismos: Antonin Artaud y Philippe Soupault (y Leiris, Masson, Jacques Baron, Jacques-André Boiffard, Robert Desnos, Georges Limbur, Max Morise, Jaqcques Prévert, Raymond Queneau, Georges Ribemnt-Dessaignes y Roger Vitrac –citados por Georges Bataille en El surrealismo como exasperación) que no siguieron los pasos stalinistas y autoritarios de André Breton; sin embargo, este seguía manipulando al surrealismo a manera de ventrílocuo y hay quienes se emocionaron con sus actuaciones, entre ellos Octavio Paz, quien tendrá la osadía de llevar el muñeco a México donde cosechará admiradores al por mayor”. (Anaya, 2009: 1)
Este Octavio Paz que ahora abraza la bandera del surrealismo en los años cincuenta se enfrenta a su propia coherencia intelectual, al primer Paz. En Las peras del olmo (1957), en la que incorpora una conferencia apologética del surrealismo que había dictado años antes en la UNAM, realiza una defensa ante quienes consideran a esa vanguardia en declive. Es, sin duda, otro Paz. Uno que exalta los poderes de la imaginación para contrarrestar la enajenación. El surrealismo que abandera Paz se vuelve el instrumento para aniquilar la postura narcisista del yo poético, pero en un orden positivo, como una reivindicación. Encuentra en el surrealismo una vocación revolucionaria, que se junta a su necesidad de afirmar en la poesía unos valores mágicos. Con ello intenta resolver la antigua oposición entre el yo y el mundo. Por ello, en El arco y la lira dirá: “La creación poética se inicia como violencia sobre el lenguaje. El primer acto de esta operación consiste en el desgarramiento de las palabras. El poeta las arrastra de sus conexiones y menesteres habituales: separados del mundo informe del habla, los vocablos se vuelven únicos, como si acabasen de nacer. El segundo acto es el regreso de la palabra: el poema se convierte en objeto de participación”.
Esta lectura del surrealismo lo vuelve ya no un movimiento estético datado, sino una actitud atemporal, un movimiento ahistórico, “y que por lo mismo, podría ‘envejecer’, el surrealismo sería una ‘actitud espiritual’ de disidencia, que habría existido desde tiempos inmemoriales, y que sería analogable a la herejía de los cátaros durante los primeros tiempos del cristianismo, a los grupos de iluminados del Renacimiento y la época romántica, y a la tradición ocultista que no ha dejado de inquietar a los más altos espíritus de todos los tiempos”. (Escalante, 2012: 1)
Paz es un pensador ecléctico por excelencia, manierista, para algunos, que hecha a mano tanto de la tradición como del pensamiento que le es contemporáneo en su afán de espíritu moderno. Su vena romántica le viene, sin duda, de Novalis y Baudelaire, pero también de Eliot, Pound, Whitman, Poe, Mallarmé, Dante, Darío y Breton. Es clara la influencia de Nietzsche como de Marx, pero sobre todo de Heidegger, cuya traducción de El ser y el tiempo del maestro José Gaos le es tan cara a su postura estética.
La concepción de la poesía a la que Paz asiste es una “tradición poética que se inició con los grande románticos, alcanzó su apogeo con los simbolistas y su fascinante crepúsculo con las vanguardias de nuestro siglo” (La otra voz. Poesía y fin de siglo, 1990). Para él, “otro arte amanece”, el arte moderno, que quiebra las nociones que han constituido la modernidad desde su nacimiento: una visión del tiempo como sucesión lineal y la noción de cambio, la idea de Revolución. Esta noción de cambio alcanza su máxima expresión en el poema extenso: ‘Un golpe de dados’, de Mallarmé, y ‘Canto a mí mismo’, de Whitman: “Mallarmé: el canto del poeta solitario frente al universo; Whitman: el canto de fundación de la comunidad libre de los iguales. Con estos dos poetas termina cierta modernidad –la poesía romántica, el simbolismo– y comienza la otra: la nuestra”. (La otra voz. Poesía y fin de siglo, 1990).
Con esta afirmación la obra poética paziana se concibe heredera de ese movimiento de la poesía y con ella justifica su propio ejercicio poético: Piedra de sol (1957), Blanco (1966) y Pasado en claro (1974), sus 3 poemas en verso más extensos y complejos, a decir de Pere Gimferrer, para quien “la obra de Paz: inserta la tradición de pasado en la tradición contemporánea; engarza escritura y vida moral, palabra y pensamiento; suscita –por último y ante todo– una forma particular de poema, que es conocimiento poético, propia únicamente de él” (Lecturas de Octavio Paz, 1980). En estos 3 textos se concentra la postura poética de Paz: la idea de revelación, en la que confluyen el ritmo como agente de seducción y la imagen en su intento por decir lo que, por naturaleza, el lenguaje parece incapaz de decir.
Al recibir el Premio Alexis de Tocqueville en 1989, Octavio Paz decía: “Desde mi adolescencia he escrito poemas y no he cesado de escribirlos. Quise ser poeta y nada más. En mis libros de prosa me propuse servir a la poesía, justificarla y defenderla, explicarla ante otros y ante mí mismo. Pronto descubrí que la defensa de la poesía, menospreciada en nuestro siglo, era inseparable de la defensa de la libertad”. En ese afán, se convirtió en el poeta más polémico de habla hispana de la segunda mitad del siglo XX. Amado por unos, odiado por otros, su obra es un continente donde es posible advertir un sacro afán de instituir a la poesía a través de la gran paradoja que la funda: su imposibilidad de designar el mundo. Sea quizá Paz el último monarca de la poesía, sea quizá Paz a quien haya que torcerle el cuello, sea Paz la luz y la sombra, el fin de la poesía.
Bibliografía:
- Alatorre, Antonio ‘Octavio Paz y yo’, en El Malpensante, n. 28, febrero-marzo de 2001, en [http://elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=2516&pag=3&size=n]
- Anaya, José Vicente, ‘El retardado surrealismo de Octavio Paz. Piedra fundamental del manierismo de ahora en la poesía mexicana’, en Círculo de Poesía, 25 de julio de 2009, en [http://circulodepoesia.com/2009/07/el-retardado-surrealismo-de-octavio-paz-piedra-fundacional-del-manierismo-de-ahora-en-la-poesia-de-mexicana/]
- Calderón, Alí, ‘Octavio Paz: luz y sombra de la poesía mexicana’, en Círculo de Poesía, 3 de julio de 2009, en [http://circulodepoesia.com/2009/07/octavio-paz-luz-y-sombra-de-la-poesia-mexicana/]
- Escalante, Evodio, ‘Octavio paz y el arte de ametrallar cadáveres’, en La Jornada Semanal, 27 de abril de 2008, en [http://www.jornada.unam.mx/2008/04/27/sem-evodio.html]
-----------------------, ‘El camino de Paz hacia El arco y la lira’, en Círculo de Poesía, 19 de abril de 2012, en [http://circulodepoesia.com/2012/04/el-camino-de-paz-hacia-el-arco-y-la-lira/
- Gimferrer, Pere, Lecturas de Octavio Paz, Barcelona, Anagrama, 1990.
Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, México, FCE, 1959.
---------------, El arco y la lira, México, FCE, 1972,
---------------, La otra voz. Poesía y fin de siglo, Barcelona, Seix Barral, 1990.
---------------, Obras selectas, Barcelona, Planeta, 1992.
- Rossi, Alejandro, ‘50 años: El laberinto de la soledad’, Letras Libres, diciembre 2008, en http://www.letraslibres.com/revista/convivio/50-anos-el-laberinto-de-la-soledad?page=0,3
- Solano, Patricio Eufraccio, «Octavio Paz: el hombre y su obra», en Repertorio de Ensayistas y Filósofos, marzo de 2000, en [http://www.ensayistas.org/filosofos/mexico/paz/introd.htm]