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La Gina eres de Gracia

Huilo Ruales

Qué bestia de trajín, y cómo sería si no tuviera la Pao y la Masha. Desde que gané el premio de poesía mística en Palermo se destapó la cosa y la cosa no para. Ya casi dos años de aviones, hoteles, encuentros, lecturas, si ya no tengo ni qué publicar porque cuándo, a qué tiempo voy a escribir. Ya me da cosas leer los mismos poemas. Me está ocurriendo igual que a los cantantes que terminan odiando su canciones famosas.

Yo también ya empiezo a aborrecer mis  poemas, no se diga los premiados. Sobre todo El Sauce que no lloraba, que me salió como por un tubo y que es el más aplaudido. No hay sitio en donde no me pidan que lo lea y yo puagg lo leo casi vomitando. O sea fingiendo, porque a la final no siento nada. Además, si se lo lee un par de veces se advierte que es feo, que es medio pendejo y falso, como que se quedó atascado cuando justo tenía que salir volando.

El Pachi tiene razón, tengo que empezar a negarme, no aceptar toda invitación. Si no, pues, voy a terminar negándome. Claro que no voy a rechazar el encuentro de Medellín, que es una ma-ra-vi-lla. Y el de Guadalajara, ay qué cosa para divina. No se diga el de Sevilla, que es una locura y encima a una le tratan como a reina, o sea como a poeta misma. No como aquí que te pagan el vuelo y el hospedaje y allá te arreglas y encima te ven como si fueras la paraca de la fiesta. En Sevilla, además, te pagan honorarios decentes, porque allá una poeta invitada es una poeta trabajando. Con una media docena de invitaciones tipo Sevilla al año, estaría salvada. Renunciaría a todo y ahí si taparía la boca a las tías, a mis hermanas, a papá y mamá. Creo que es hora de que sientes cabeza, me dicen, ya tienes dos guaguas a tu cargo. En buena medida están en lo cierto porque incluso para viajar a las invitaciones tengo que pedir permiso en la ofi y, claro, me lo descuentan. Ser poeta acá es una mierda, y dos mierdas ser mujer y poeta. Mejor me callo.

Mejor les cuento, al paso, mi cocina poética que en la actualidad se reduce a una plancha de madera, una ventana rota, la vista a un jardín público en donde me veo pequeña y tan desvalida que me doy la vuelta, tomo el teléfono y llamo a quien quiera. No sé qué hacer. Tengo terror de que sepan que en la actualidad atravieso un período de sequía que me está matando. Ni siquiera mis colegas de la Kofradía, ni mi marido el Panchi, lo saben.

La otra noche llegó al colmo de decirme, Ginita, no te parece que ya es hora de intentar el varón?. Me dió unas ganas de matarlo pero me hice más bien la dormida, y no dormí de la pura rabia y cuando me dormí soñé que con la almohada le aplastaba la cara hasta que su cuerpo dejaba de patalear. Pobre Panchi, tan bueno que es, incluso se ocupa de nuestras hijas para dejarme libre. Y yo, tan mala, que en Lima por un pelo no terminé en la cama con un poeta Mapuche, un chamán, un hermoso chamán.  

Pero, volviendo a mi sequía, la vivo con una angustia que me tiene sólo comiendo y hasta bebiendo y sin pegar los ojos. Por suerte el Panchi no se da ni cuenta porque ni me ve. Con su fábrica de baldosas y su famosa pesca los fines de semana le basta y le sobra. Estoy hundida. Es que después de picotear poemarios maravillosos para inyectarme inspiración, me pongo ante la página blanca con unas tremendas ganas de gritar en ella y no me sale ni un maullido. O me salen unos gemidos de vieja beata y hasta mentirosa. Y eso que yo siento en la garganta, en las entrañas un chorro de palabras sin patas ni cabeza que me queman, me congelan, casi me estrangulan. O sea, más que grito es algo así como un resplandor que me permite leer en el muro de una caverna —que yo la conozco, la he visto y no sé en dónde ni cuándo— una frase terrible: No Eres Poeta : No confundas destreza con talento : no haces poemarios sino paquetazos. Yo sé que esto puede ser cierto y no tengo a nadie en el mundo a quien confiar esta tragedia. ¿Quién dice que un premio internacional y dos poemarios medianamente acogidos te convierte en poeta?. ¿Y acogidos por quién?. Por la familia, por las amistades, por uno que otro obtuso periodista cultural, (como ese que me preguntó « qué se siente al haber ganado un Nóbel? »). Quién sabe si todos ellos « acogen » mis poemas de labios para afuera y apenas una se voltea me hacen picadillo que no dejan para el santo ni la limosna. Aquí, en la sucursal del infierno, nunca se sabe). Pero yo sé que no es un drama como para matarse, peor teniendo dos enanas lindas y un marido tan solidario. ¿Mi maldito bloqueo no provendrá de ser tan cursi? Qué verguenza tengo ante la Silvita Plath, es como si me estuviera viendo

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