La primera vez que se debatió en Quito la relación inevitable entre economía y cultura, el diálogo fue complejo y atropellado. Se dio durante un taller (conformado en su mayoría por artistas y burócratas culturales, para quienes pensar a las artes convertidas en números resultaba una reducción aberrante) organizado en 2011 por la entonces directora de Economía de la Cultura, Gabriela Montalvo, y resultó difícil presentar ideas que llegaran a una concurrencia poco abierta. La discusión alcanzó su clímax cuando un funcionario, quien se autoproclamó escritor, expresó su molestia por la metáfora que utilizó el tallerista para explicar cuáles deberían ser el tono y el lenguaje con los que los estudios económicos se dirijan a gestores culturales y artistas: “Si no lo entienden los poetas, no sirve”. Esa fue la primera vez que Felipe Buitrago nos habló de Economía Naranja.
Felipe es un economista jovial y divertido, y uno nota desde el primer segundo la seguridad y el sentido práctico que proyectan los nacidos bajo la tutela de capricornio, pero que en él se conjugan con ese colombiano don de la palabra que le permite explicar los mecanismos más complejos de la macroeconomía en una forma que “lo pueda entender el amigo poeta”.
Hace más de 12 años, Buitrago lideró el equipo que desde el Ministerio de Cultura de Colombia construyó la Cuenta Satélite de Cultura de ese país y, a partir de esta experiencia, enfocó su trabajo hacia la Economía de la Cultura y las Industrias Culturales, y esa fue la razón por la que fue invitado a Quito en 2011, para que apoye al grupo ecuatoriano que trabajó en la construcción de la metodología de nuestra propia Cuenta Satélite. El objetivo de ese taller era lo que Felipe llama “evangelizar”: hacer consciente al sector cultura sobre el potencial económico y de generación de riqueza que tienen las artes y, en general, todas las expresiones culturales desde la perspectiva industrial. En ese entonces no se había bautizado todavía a esta visión económica con el color que Sinatra identificó como “el más feliz”, pero ya se habló de las ideas fundamentales de la Economía Naranja: que la creatividad es el recurso mejor repartido en el mundo y que, a diferencia de los recursos no renovables, como el petróleo, esta no se agota con la utilización, sino que mejora y se multiplica. “Un pintor pinta mejor a medida que va desarrollando su técnica y su estilo; mientras que un árbol desaparece una vez que se lo tala para convertirlo en papel”, explicaba Buitrago.
De aquella primera visita quedaron las ideas base sobre las que se asienta el trabajo que se realiza desde el Ministerio de Cultura y Patrimonio en el área de Industrias y Emprendimientos Culturales. Las Industrias Culturales producen y reproducen contenidos simbólicos y construyen identidades y estilos de vida; pero además constituyen un importante rubro para las economías nacionales. En Estados Unidos lo entendieron temprano, y hoy en día su sector cultural es el primer exportador y el segundo generador de empleo, con un nivel de aportación a su PIB mayor al 11%.
En América Latina estas mismas Industrias Culturales promedian un 7% del PIB; y nuestro vecino Colombia exporta más libros, cine, televisión y discos que café. En Ecuador, el trabajo de construcción metodológica de la Cuenta Satélite de Cultura arrojó una cifra aproximada del aporte económico de 4 sectores culturales: la música, las artes visuales, el sector editorial y el audiovisual habrían aportado el 1,64% del PIB en 2010.
A partir de allí se ha comenzado un trabajo serio que empieza a develar importantes resultados. En el sector fonográfico, por ejemplo, se calcula que el tamaño de la industria en términos de demanda fue de un poco más de $ 43’700.000 en 2012; y es un hecho que en 2009 hubo más de 46 millones de personas empleadas en alguno de los 4 sectores culturales mencionados arriba. Nada mal para un sector que suele ser visto como suntuario, y que a nivel social carga los estigmas del entretenimiento y la contemplación; aquellas características que hacen que se mire a los productos de las Industrias Culturales desde un prejuicio que las muestra, o bien como una infusión para masas adormecidas (en el caso de la televisión o la música popular, entre otros), o bien como lujos destinados a la pequeña burguesía del intelecto (en el caso del cine o la literatura); pero que desconoce de plano el potencial económico y de desarrollo que reposa sobre un recurso poco explotado por estos lados del mundo.
No podemos olvidar que, en general, la cultura es toda la producción material, tangible o intangible, de un grupo humano en un momento específico y un territorio determinado. Por eso, la cultura, y por extensión los productos de las industrias culturales definen los modos de vida, de acción y pensamiento; en última instancia, construyen la identidad social e individual. Es la combinación de ambas caras de la moneda —la cara del desarrollo económico y la de construcción de identidad— lo que hace de las Industrias Culturales, y la Economía Naranja el centro de la revolución digital que se avecina (si no empezó ya), y que marcará el rumbo de lo que queda del siglo XXI.
La segunda vez que Felipe Buitrago vino a Quito fue para un encuentro de Industrias Culturales y Propiedad Intelectual. El escenario no había cambiado mucho en un año, y los asistentes a su conferencia fueron escasos. Fue allí cuando escuché por primera vez su tesis de que la revolución digital es la gran oportunidad para América Latina, ya que es el canal hacia el que está migrando la difusión de los bienes y servicios de las Industrias Culturales. Pero además el postulado tiene que ver con las particularidades de las culturas latinoamericanas. Durante su disertación en un auditorio de la Universidad Católica lo explicó con un ejemplo que puede haber resultado chocante para algunos: Carlos Vives, el músico que utilizó el recurso cultural de su tierra, la costa atlántica de Colombia, para convertirla en un producto de exportación de una de los sectores más representativos de las Industrias Culturales, el sector de la música y el disco.
Buitrago también participó en un foro relativo al tema de la propiedad intelectual, en el que se determinó que esta es el vértice en el que confluyen los 3 pilares del ecosistema naranja: la oferta, compuesta por los artistas, los colectivos, las empresas y las majors de la cultura y el entretenimiento; la demanda, en la que se inscriben los consumidores y lo que Buitrago llama “Prosumidores” (aquellos en quienes se mezclan las funciones de producción y consumo), pero también hacen parte de ella los críticos; y las instituciones, entre las que se cuentan los ministerios, los consejos, las asociaciones y las sociedades de gestión Colectiva. Todos ellos confluyen de manera inevitable con la propiedad intelectual, pues la correcta aplicación de la normativa en derecho de autor implica el flujo económico que le permite a un creador realizar su labor sin necesidad de insertarse en otros ámbitos laborales distintos.
En Ecuador, la realidad de la piratería en el ámbito musical ha minado el ingreso económico de los autores, de modo que hoy aún no se puede hablar de una industria musical consolidada, sino de un sector en proceso de consolidación. Sin embargo, el trabajo de los últimos años ha dado sus réditos: para 2012, la Sociedad de Autores y Compositores del Ecuador distribuyó más de $ 1’ 700.000 a los titulares del derecho de las obras usadas ese año entre medios de comunicación, espectáculos públicos, inclusión en discos, etc. De ese monto, apenas $ 380 mil se repartieron entre autores ecuatorianos, pues el grueso de la música que se usa y escucha en Ecuador es extranjera. Hasta 2012, solo el 9% de música rotada en radios era ecuatoriana. Ese año se registró un desequilibrio económico debido a la fuga de $ 1’313.000 que se entregaron a los titulares de los derechos de todo el repertorio extranjero que se usó ese período en Ecuador. Para 2014 se proyecta una fuga de por lo menos el doble de ese valor (siendo conservadores en el cálculo), debido a que durante el primer cuatrimestre del año se pagó una cifra similar ($ 1’300.000) a una sola canción extranjera, All you need is love, para que pueda ser usada en una campaña de turismo.
Sin embargo, se han tomado medidas muy importantes para revertir esta realidad, tales como la aprobación de la Ley de Comunicación, que incluye el 1x1 para la rotación de música en radios, además de cuotas para su utilización en medios audiovisuales y publicidad. En un escenario ideal, en el que no exista piratería, el tamaño de la industria en tanto demanda podría crecer a más de $ 221 millones al año, lo que generaría una recaudación por derechos de autor de $ 9,6 millones; es decir, un aumento del 360% en regalías solo por inclusión fonográfica. En un escenario ideal de 1x1, en el que el 100% de los medios pagaran el uso de la música, el monto recaudado y distribuido ascendería a casi $ 4’795.000 solo para autores nacionales, lo que ayudaría a equilibrar de algún modo la balanza, y nos permitiría hablar del nacimiento de una verdadera industria musical.
Este es el potencial de desarrollo que tiene la Economía Naranja. En 2013, después de 12 años de trabajo, Felipe Buitrago recopiló toda esta información en un libro escrito para el BID denominado La Economía Naranja: una oportunidad infinita, cuyos créditos comparte con Iván Duque. Allí explica lo mismo que ha estado explicando todo este tiempo, pero con ejemplos más universales y en un lenguaje fácil y didáctico, al alcance de los poetas. Allí afirma, por ejemplo, que si comparamos la generación de riqueza que puede alcanzar un país latinoamericano con las cifras de una potencia como China, no tendremos oportunidad en el mapa global. Por eso postula como una necesidad la creación de un MICO (Mercado Interamericano de Contenidos Originales), en el que las creaciones de países hermanos como los nuestros puedan circular con libertad, y así empezar a idear un bloque cultural y económico fuerte. Para ello, se hace necesario que este ‘mico’ se ‘coma’ 7 cocos (7 cooperaciones): conutrir (que las oportunidades de formación y fomento sean abiertas a todos los ciudadanos latinoamericanos); cocrear, coproducir, codistribuir, coconsumir, coproteger, y coinvertir.
En Ecuador estamos dando los primeros pasos. Apenas la semana pasada el Ministerio de Cultura y Patrimonio sacó a circulación un disco que apunta a la exportación de la música ecuatoriana a partir del principio de coproducción: La mitad de mi mundo, dúos de artistas ecuatorianos con Alberto Plaza. Un primer paso hacia el MICO de la música, que desde hace años ha sido entendido por el sector cinematográfico.
Ahora solo falta que el sector privado se sume, que entienda que invertir en cultura no es perder, sino apuntar a un sector económico que ya es fundamental en la economía mundial, y que, debido a la revolución digital, se perfila como el principal motor de la economía del siglo XXI.