¿En qué se diferencian los conceptos de feminismo y de género?
Para comenzar, históricamente están a una gran distancia, pues el feminismo en su expresión más definida aparece en el siglo XVI a través de las reflexiones de Christine de Pisan, en su obra La ciudad de las damas, la cual sistematiza una larga polémica de pensadoras con voz propia y presenta una discusión entre hombres y mujeres conocida en la historia literaria como la Querella de las Damas. Esta manifestación explícita no impide señalar que en el pensamiento occidental de siglos anteriores ya se encuentran síntomas claros de incomodidad de las mujeres ante las imposiciones que recaen sobre ellas en el campo de las relaciones sociales. Sófocles se refiere a la actitud de Antígona al reclamar el cuerpo de su hermano al que ve como obra materna y no como propiedad del Estado. En las enseñanzas de Hipatia hay cuestionamientos a la segregación de las mujeres del ámbito de la ciencia y de la política. Una posición semejante asumirá en el México colonial Juana Inés de la Cruz en el siglo XVI. Desde la Baja Edad Media las mujeres ensayan formas de aislamiento y agrupación como formas de resistencia a la obligatoriedad de casarse sin amor y a una edad muy temprana, es decir, abogan por la recuperación y la libertad del cuerpo femenino. Estas manifestaciones demuestran que las mujeres hicieron teoría y política desde épocas remotas en busca de un sentido de sí que resguardara la libertad femenina.
Christine de Pisan lleva al papel muchas de esas reflexiones subyacentes. La escritora tiene conciencia de la subordinación y razona abundantemente sobre las connotaciones de ser mujeres dentro del régimen patriarcal, un sistema que desvaloriza o usufructúa sin misericordia el cuerpo y la inteligencia femenina y que en cualquier momento puede dejar a las mujeres sin dinero, en soledad, sin salud y en indefensión. Es la primera vez que una mujer sale a defender públicamente a las demás mujeres. A partir de las evidencias que subraya propone crear un ámbito nuevo de realización humana bajo un orden de autoridad diferente o de otro régimen de mediación como puntualiza Milagros Rivera. La pensadora Christine de Pisan imagina una ciudad gobernada por mujeres que crean y participan de un orden social nuevo, armonioso, solidario y feliz. ¿No es la felicidad la más íntima aspiración humana? La obra de Pisan sintetiza las ambiciones, los deseos y afanes de las mujeres en el curso de los tiempos para liberarse del injustificado dominio masculino que impone y anula el sentido de la existencia femenina. No tiene el tono de una declaración de guerra sino el de una invitación a pensar y vivir la vida bajo otras condiciones más amables.
Este primer esbozo de modificación de la relación entre los hombres y las mujeres puede ser considerado como el inicio del feminismo en tanto corriente de pensamiento y propuesta de acción social. Desde su inicio el feminismo fue, por un lado, una concepción social humanista y, por otro, un movimiento de mujeres.
Después de Pisan muchas otras mujeres aportaron con ideas al esclarecer las razones en las que se basaba la dominación masculina y cómo romper esta subyugación. Con sus reflexiones ayudaron a encontrar alternativas que mejoraron la condición y situación de las mujeres y de la sociedad en su conjunto. Más, en la casi totalidad de los casos, esas propuestas sucumbieron ante la prepotencia masculina y su prurito desvalorizador de la voz femenina.
El feminismo constituye una búsqueda de autoridad para la experiencia y la palabra femeninas. Fue y sigue siendo para las mujeres una tribuna emancipatoria en procura de la libertad de decidir sobre su cuerpo, de la libertad de pensar, de crear, de comunicarse con los demás, de escribir con voz propia, de discrepar, de desplazarse en el mundo sin necesidad de protección ni miedo. Solo muy tarde y solo una parte del feminismo ha aspirado al poder. En su larga querella, al feminismo le ha preocupado auscultar y definir el origen, las formas que asume y la persistencia del patriarcado como sistema de poder omnímodo y la forma de oponerse a su visión del mundo. Ese debate ha producido un incremento de la teoría y un enriquecimiento de las ciencias sociales. Cuando centra su interés en un aspecto en particular, el feminismo toma enfoques diversos lo que da lugar a una variedad de feminismos.
Así, el feminismo de las mujeres del período de la Ilustración, siglo XVII, discurrió sobre la igualdad de las mujeres y los hombres, una discusión ajustada más a resaltar las virtudes del espíritu. De esas elucubraciones, en las que participaron también hombres, resultó un incremento de la atención sobre la educación de las mujeres. Destacaron en esta disputa autoras como Marie de Goournay, Gabriele Suchon, María de Sayas. De esta última rescato su frase: “Su impiedad o tiranía es encerrarnos y no darnos maestros, así la falta de caudal no es defecto de nacimiento sino carencia de educación. Si en vez de almohadillas y bastidor nos dieran libros fuéramos tan aptas como los hombres y quizá más agudas”. Imbuida de ese afán de superación, Marie de Gournay renunció al matrimonio, optó por vivir sola, rodeada de libros, acompañada de una criada y una gata. (A siglos de distancia, hizo lo mismo entre nosotros Mary Corylé; esta escritora llamaba “mi hija” a su biblioteca). Marie de Gournay decía: “El animal humano no es ni hombre ni mujer; mirándolo bien los sexos no están hechos para constituir una diferente especie sino para la sola propagación. La única forma y diferencia de este animal consiste en el alma racional. No hay nada más parecido a una gata en la ventana que el gato. El hombre y la mujer son uno de tal manera que si el hombre es más que la mujer, la mujer es más que el hombre”.
La lucha por los derechos será la clave del movimiento emancipatorio del siglo XVIII cuando el feminismo pasa de ser teoría a constituirse en acción pública, en lucha social organizada; enfrentamiento que cobra muchas víctimas desde el poder político oficial, entre ellas, Olimpia de Gouges, la autora de Los derechos de la mujer y la ciudadana, quien “hablando en nombre de las madres, las hijas, las hermanas representantes de la nación” pidió conformar una asamblea nacional para exponer “los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer”. Sabemos bien que la respuesta del poder fue mandar a la guillotina a Olimpia y a otras integrantes de los clubes patrióticos de mujeres.
La declaración de Olimpia de Gouges fue respaldada por los planteamientos de Mary Wolstonecraf a través de su libro Vindicación de los Derechos de las Mujeres en cuyas páginas acusa sin contemplaciones que el atraso de las mujeres se debe a la prepotencia de los hombres que usufructúan todos los “bienes de la nación” para aumentar su poder. En esa misma línea de defensa frontal de sus derechos, el feminismo ilustrado encontrará su mejor escenario en las luchas de las sufragistas que buscaban introducirse en los espacios de poder político para extirpar “los crímenes contra las mujeres”. Muchas sufragistas sufrieron una fuerte represión por poner “en ridículo” la imagen edulcorada de la mujer.
Alimentado de ciertas necesidades emergentes o de otras teorías de amplia cobertura a finales del siglo XIX, una parte del feminismo devino en feminismo marxista o socialista (también llamado materialista), en cuyo caso las voces de las mujeres asumieron como propias las demandas de otros grupos sociales, como los de la clase obrera o el campesinado. En varias ocasiones fueron víctimas de represión y rechazo.
Ya a mitad del siglo XX apareció el feminismo radical con expresiones simbólicas que representaban una abierta oposición a los mandatos de la sociedad patriarcal. No duró mucho la convulsión social que produjeron estas manifestaciones de antagonismo declarado hacia los hombres. Más bien el feminismo se bifurcó en 2 posiciones teóricas y prácticas: en feminismo de la igualdad y el de la diferencia, sin que hubiera desaparecido del todo el feminismo marxista. El primero de corte liberal proponía la igualdad de los sexos desde el campo jurídico, tanto a nivel privado como público: administración de los bienes de la sociedad conyugal, ampliación de la educación, ingreso a las universidades, participación política como electoras, acceso al trabajo pagado.
El feminismo de la diferencia apareció en Italia y estuvo sostenido por las reflexiones de muchas mujeres científicas, entre ellas, la psicoanalista, filósofa y lingüista Luce Irigaray y el grupo de filósofas de Diótima.
El concepto de la diferencia sexual fue formulado simultáneamente con los conceptos de patriarcado y de política sexual. El concepto de diferencia sexual se basó en análisis anteriores, especialmente, en los de Melanie Klein, quien impugnó las ideas de Freud sobre la sexualidad femenina, el complejo de castración de la niña y la envidia del pene; así como en las ideas de Virginia Woolf expuestas en su novela Tres Guineas, en la que la escritora inglesa destacaba el hecho de que las mujeres estaban al margen de la guerra y que ese juego malévolo era un invento masculino. También Margareth Mead desbarató los enfoques supuestamente universales sobre los comportamientos femenino y masculino. Otras pensadoras como Hanna Arendt, María Zambrano, Simone Weil habían puesto en duda conceptos propagados desde la visión misógina o androcéntrica que ocultaban el valor de la existencia femenina y reducían a las mujeres a objetos de uso. Los prejuicios fueron desmoronándose, más aún cuando una mayor cantidad de mujeres accedía a la educación universitaria y dejaba su impronta en el campo científico y profesional.
La diferencia sexual que asume este nuevo feminismo es de orden simbólico, pues radica en dar un alto valor al sentido de estar en el mundo como sujeto mujer. El punto específico de la teoría y práctica del feminismo de la diferencia es el rechazo a la homologación de las mujeres con los hombres. Las mujeres ubicadas en esta corriente de pensamiento y práctica política, cobijadas por un orden simbólico nuevo centrado en la madre, rescatan la experiencia femenina, valorizan el sentido de sí frente al cuerpo, al deseo y la palabra femenina que ha dado sentido y belleza a la vida humana. Niega en la cultura la equivalencia de los sexos y reconoce la diferencia humana originaria. Una diferencia que es fuente inagotable de significados nuevos y que permite establecer entre mujeres y el mundo relaciones libres.
El concepto de diferencia sexual no fue aceptado plenamente por los riesgos de interpretación que conllevaba y necesitó de mucha explicación y testimonio para anclarse en la comprensión de las mismas mujeres y de la ciencia social en general; lo que ocurrió aproximadamente en 1970.
Los 2 feminismos a los que he aludido en los últimos párrafos son distintos en sus objetivos pero no se contraponen porque lo contrario de la igualdad es la desigualdad y no la diferencia. Para las feministas de la diferencia la práctica política, o sea la acción social en el mundo, depende de la constatación de haber nacido en un cuerpo sexuado en masculino o sexuado en femenino. Como ha sentenciado la filósofa Adriana Cavarero este es un hecho “desnudo y crudo” que determina que entres a “gozar” del mundo o te quedes fuera de él. Porque donde rige la tradición, el sujeto del pensamiento, el sujeto del discurso, el sujeto de la historia, el sujeto del deseo es el hombre y para ser parte del discurso, de la historia, del poder tienes que someterte o negociar con él. Ese sujeto masculino posesivo y totalizador no acoge el estar y desear de las mujeres en el mundo, aspectos vinculados con la vida humana con su producción, con su gestión y su belleza. De ahí que las feministas de la diferencia se mantienen fuera de la política común porque los hombres han construido una única identidad posible y han negado el valor de una subjetividad propia a las mujeres. A las mujeres les corresponde develar y desmontar en sí mismas los engranajes del poder. De otro modo están sujetas a la condena ancestral, al silencio, y a la relación especular en que muchas mujeres aún se miran. En honor al androcentrismo las mujeres para lograr identidad deben acoplarse al cuerpo físico y al estatus político de los hombres. Esta carencia de subjetividad propia es necesaria para la perpetuación del patriarcado y el olvido del orden simbólico materno.
En el mundo actual muchas de las aspiraciones de las feministas de la igualdad y de la diferencia han sido cooptadas y corrompidas por la sociedad de consumo y el marketing publicitario que tiende a volver ganancia económica y dependencia de las mujeres, especialmente de las más jóvenes, a sus artificios. Este pseudoparaíso que promociona la libertad de comprar satisfacciones y de venderse a la política, a la moda, a la industria del sexo y a cuantas más formas imagina el ímpetu y las mañas del orden patriarcal. El patriarcado se ha rearmado de sutilezas, de engaños, de hipnosis masivas para mantener su hegemonía. Esta embriaguez por el poder y por la acumulación de prestigio llega a perturbar a algunas mujeres que reproducen la segregación a otras mujeres y a su palabra (a la que se sigue considerando sin valor ni originalidad). Mucho se admira a las mujeres que acceden al poder, pero se desconoce o desecha el pensamiento de centenares de autoras que desde los siglos anteriores han dejado a la posteridad a través de la filosofía, la ciencia, la literatura y otras artes una visión diferente del mundo y de las relaciones humanas.
Para terminar esta rápida mirada sobre los feminismos vale decir que desde finales del siglo XX y continuando en el siglo XXI aparece un feminismo de la diversidad, teoría que amplía el espectro de estudio a mujeres de otras épocas y de culturas situadas a los márgenes de la preocupación del movimiento de los sesenta y setenta del siglo anterior (mujeres pobres, migrantes, lesbianas, indígenas, refugiadas, afrodescendientes, niñas y adolescentes).
El feminismo de género, un feminismo sin mujeres
El concepto de género apareció en la academia masculina. El antropólogo Jhon Money lo utiliza alrededor de 1955 para describir los comportamientos atribuidos a hombres y mujeres, y el psicólogo Rober Stolier en 1968 para determinar los trastornos de identidad sexual. El concepto de género fue asumido por la academia de lengua inglesa para enfatizar la diferencia entre características naturales de los seres humanos y comportamientos adquiridos a través de la cultura. Académicas como Dona Haraway, Joan Scott, Teresa de Lauretis y Julia Kristeva, entre otras, son pensadoras claves del posmodernismo que profundizan en el análisis del género. También en América Latina aumenta la producción de investigaciones históricas, sociológicas, antropológicas sobre la mujer, a partir de la noción de género como un saber sobre la oposición sexual. Estas investigadoras describen y explican el complejo fenómeno cultural llamado género que con su sistema de valores, mitos, ritos, actitudes, símbolos y expectativas de comportamiento social determina la construcción de la identidad genérica sujeta a control social permanente.
La categoría de género tuvo éxito dentro de las ciencias sociales para diferenciar entre lo natural biológico y lo asignado a través de la cultura. Se afirma que la adopción del género como elemento de análisis de la realidad social ha producido la ruptura epistemológica más importante de las últimas décadas en las ciencias sociales. Y ha sido a la vez un punto de partida para estudios más especializados en la biología, la antropología, la etnografía y la historia. Sus hallazgos han puesto en cuestión el supuesto de que la vida humana se expresa solo en 2 géneros. Por consiguiente, lo que se suele entender por hombre y mujer no son construcciones biológicas sino sociales pues siendo los sexos 2 o más de 2, los géneros pueden ser de hecho más de 2 también. Este singular descubrimiento destruyó el imperativo categórico de la heterosexualidad. Al poner de manifiesto que el género es una asignación social abrió la posibilidad de expresión desculpabilizada a la variedad de géneros. Por lo mismo se puso en tela de juicio la heterosexualidad como única sexualidad posible y la sexualidad reproductiva como determinismo biológico.
Se comprende entonces que el género actúa como un clasificador u ordenador social que determina la jerarquía de los sexos y justifica la subordinación de las mujeres y los individuos no heterosexuales con respecto al poder patriarcal.
Esta nueva teoría permitió visualizar con claridad la jerarquía de los géneros. Lo asignado como masculino tiene más valor que lo estipulado como femenino. Hagan lo que hagan los hombres, sus acciones merecerán más atención porque están dotadas de mayor valor frente a los ojos de la totalidad social. El androcentrismo se puso en absoluta evidencia.
El género fue un descubrimiento feliz para la intervención política. En tanto el feminismo puntualizaba las causas de la opresión, exclusión, subordinación de las mujeres, el género apaciguaba el enfrentamiento porque transfería el dominio de los hombres al peso de la cultura. Con base en estos estudios y sus repercusiones en la vida social la aplicación del concepto género sirvió para proponer el cambio de la situación de minusvalía de las mujeres sin dar lugar a enfrentamientos sociales. Se enfatizó la intervención en los sectores más empobrecidos y carentes de protección social, propuesta que recibió el auspicio de las agencias de cooperación internacional y la venia de las dependencias gubernamentales que empezaron a hablar de nivelar los “derechos” de las mujeres.
Particularmente el género benefició a las mujeres porque se rompió la asimilación de la mujer con la naturaleza, con el sexo reproductivo y la maternidad obligatoria, para lo cual resultaron oportunos los programas de planificación familiar. La liberación de la maternidad como destino de la mujer permitió a las féminas el desempeño en otros campos que antes eran de exclusivo privilegio masculino. Mas, esta ruptura individual con el pasado aparece como una conquista personal y, en cierta manera, socava las bases de la agrupación femenina.
Al prescindir de ciertas prácticas que utilizaba el feminismo de la igualdad y el de la diferencia, el nuevo feminismo basado en el género resulta epidérmico, racionalizado pero no comprometido, funcional al mundo conservador. El disfraz del género ha dado lugar a un oscurecimiento de la visión de conjunto sobre la situación de las mujeres. Situado el conocimiento del género en un estrado neutro donde se da poco o ningún lugar a la experiencia concreta, a los procesos de autoconciencia fundamentales en la práctica política del feminismo; el feminismo de género se limita al discurso más que a la experiencia de comunidad que privilegia las relaciones y los espacios femeninos. De esa manera, el feminismo ha perdido el adhesivo que identificaba a unas mujeres con otras, distanciamiento que ha producido un feminismo sin mujeres. Por otro lado, el género no cuestiona radicalmente a la sociedad patriarcal con todas sus instituciones sino busca su reforma y revisión. De tal modo que el género se convierte en un intermediario sin rostro. Es tan evanescente que ha logrado hacer olvidar las razones últimas de la subordinación, utilización y violencia contra las mujeres.
De ahí que con gran sorpresa constatamos que en ciertos espacios políticos donde se discurre sobre el género este concepto está focalizado en las variantes genéricas a que puede dar lugar el ejercicio sexual. En tales discusiones políticas desaparecen o se minimizan los derechos de las mujeres. El género se refiere a los derechos de los GLBTI.
Por absurdos como estos más vale sustraerse al sistema de géneros. Es preferible establecer entre mujeres, con los semejantes y con el mundo, relaciones libres.