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Jacobo Zabludovsky: la pregunta insulsa

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Era 1971 y Salvador Dalí firmaba autógrafos frente a las cámaras, antes de comenzar una entrevista televisada. Le pidieron que haga una prueba de sonido, y entonces respondió en un idioma extranjero. Quien le pidió la prueba era el conductor mexicano Jacobo Zabludovsky, ícono del periodismo oficialista en México, quien ahora le preguntaba si era francés. Dalí le respondió que catalán, la frase significaba “ácido desoxirribonucleico”, comúnmente conocido como ADN. “¿Y eso para qué sirve maestro?”, soltó Zabludovsky. Dalí prefirió cambiar de tema para evitar la pregunta, que habría encajado a la perfección en un programa del Chavo del Ocho. Zabludovsky estaba empecinado en hacerlo hablar —después de todo, era una entrevista— y le preguntó si ser dibujante es una base para ser pintor. Dalí se hartó. “Eso no lo respondo porque está en los manuales de arte. Otra pregunta que sea un poco más inteligente y acabamos”, dijo. Al mexicano le entró una risa nerviosa: “Es que eso a mí me cuesta mucho trabajo”. Muerto el pasado 2 de julio, Zabludovsky fue durante décadas el presentador del noticiero televisivo más visto de México. Un hombre que nunca hizo las preguntas correctas.

Jacobo Zabludovsky pretendió ser periodista, pero fue más un personaje que supo colocarse. Jugó con el poder. Era más una especie de vocero del régimen priísta, y prácticamente la única voz transmisora de información en la televisión mexicana durante casi 30 años a través de su noticiero 24 horas, pues en México ese era el papel del conductor del noticiero estelar de Televisa. Pero a Zabludovsky le faltaron dos cosas: sensibilidad y compromiso con el oficio.

Desde los catorce años, Jacobo tuvo algo que ver con los medios, pero sin hacer periodismo. Trabajó corrigiendo pruebas en el periódico El Nacional y luego mantuvo una columna de chismes en el semanario El Redondel. De ahí saltó a Radio Continental, para quedarse en los medios de comunicación masiva el resto de su vida.

El día de la matanza de Tlatelolco, Zabludovsky salió al aire con una corbata negra. Al día siguiente, Gustavo Díaz Ordaz le reclamó por teléfono el luto representado por el negro de la corbata. Es servil Jacobo se excusó diciendo que usaba ese color desde hacía muchos años. Es una anécdota que el propio conductor relató en varias ocasiones.

No fue hasta la década de los setenta cuando Zabludovsky ocupó el puesto de conductor del noticiero 24 horas de Televisa, después de haber fungido en cargos menores en la televisora, puesto que lo haría pasar a la historia de los medios informativos mexicanos. El abogado de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) ya no era un joven, sobrepasaba los cuarenta. Estaba listo para ser el ícono de la televisión mexicana: había trabajado varios años en la empresa y dirigido varios programas. También sabía cómo funcionaba el sistema hegemónico del PRI y las reglas a las que había que atenerse para destacar.

En 1968, conducía un noticiero en Canal 4, con Pedro Ferriz Santacruz. El 2 de octubre, día de la matanza de estudiantes en Tlatelolco a manos del gobierno mexicano para terminar con las manifestaciones que iniciaron en julio, Zabludovsky usó una corbata negra. Al día siguiente, recibió la llamada del entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz, una multicitada anécdota que el periodista relató en varias ocasiones. Díaz Ordaz le reclamó el luto representado por el negro de la corbata, y el servil Jacobo explicó que usaba corbata negra desde hacía muchos años. Era un hombre indolente, de esos a los que alude el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en el título de su ensayo Los cínicos no sirven para este oficio.

En 1967, Zabludovsky había publicado el libro La libertad y la responsabilidad en la radio y la televisión mexicana. Pero lo suyo era callar y agachar la cabeza ante el poder. El 1 de septiembre de 1968 el presidente Díaz Ordaz dio su cuarto informe presidencial. Faltaba un mes para la matanza de Tlatelolco y los estudiantes mexicanos ya llevaban semanas manifestándose. Ese día, Jacobo entrevistó al Secretario de Gobernación, Luis Echeverría, y al Secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán:

—Secretario de Gobernación. Buenos días, señor licenciado.

—Buenos días, mucho gusto de verlo bien —respondió Luis Echeverría.

—Gracias, igualmente.

—Y contento.

—¿Cuál es la situación que guarda el país desde el punto de vista de su Secretaría?

—Con excepción de los incidentes que son bien conocidos, el país está en calma absoluta, existe un gran interés por el informe presidencial, porque cada año este día el mensaje del señor Presidente significa una orientación básica para la marcha de todas las actividades nacionales. Todos los mexicanos están pendientes de sus orientaciones, lo vamos a escuchar aquí en la Cámara como en todos los rincones del país, con profundo interés.

—General Marcelino García Barragán —continuó Jacobo—, ¿cuál es la situación que guarda el país?

—El país se encuentra enteramente en perfecta tranquilidad, las partes que hemos recibido son de “sin novedad”, aquí en México, en la capital, se ha sentido menos tensión que los días anteriores, creo que esto va en una situación de resolverse rápidamente.

La conversación, que parece sacada de una tranquila tarde veraniega, muestra la ineptitud e insensibilidad de Jacobo. Él vivía en un país donde no sucedía nada. Incluso para un periodista a favor de la represión del Estado, el abordaje del tema era absurdo. El país se convulsionaba a causa del movimiento estudiantil en contra del sistema hegemónico del PRI que había empezado en julio, y la represión que el gobierno había emprendido para proteger a sus miembros y la imagen de México en el exterior, pues los Juegos Olímpicos estaban por celebrarse en octubre. El uso de la fuerza pública y las detenciones de disidentes eran el pan de cada día, la imagen de México estaba por los suelos y Zabludovsky se sentaba muy contento a platicar con la mano derecha del presidente.

Se estaba congraciando para recibir premios como el Certamen Nacional de Periodismo, que en ese tiempo eran entregados por el Estado, y que le permitieran llamarse periodista.

Ese año entrevistaría también a María Félix, actriz de la Época de Oro del cine mexicano. Jacobo tuvo la osadía de decirle que le tenía lástima, porque, dijo, ella era “al mismo tiempo una creación y una víctima de estos medios; del cine, de la televisión, del radio”. Cándido Jacobo, no sabía que se estaba describiendo a sí mismo. O quizá sí se dio cuenta momentos después, cuando prefirió decir “yo ya”, para quedarse callado y luego terminar preguntándole si las joyas que usaba eran reales o de vidrio.

Julio Scherer García, figura importante del periodismo mexicano de la segunda mitad del siglo XX, que dijo que Zabludovsky Kraveski vivía la vida que él despreciaba, describió así la entrevista que el conductor de Televisa hizo a los presidentes de México y Chile luego de que firmaran un acuerdo de libre comercio: “Zabludovsky se comportó como siempre. […] No había en su interrogatorio el escepticismo del que quiere saber, la sutileza de alguna pregunta envuelta en suave impertinencia. Los presidentes sentaban cátedra, profesores de economía ante el ilustrado mundo latinoamericano”.

Así es exactamente como lució en la década de los noventa, cuando narraba en televisión su relación con Gabriel García Márquez y su cuento ‘La luz es como el agua’. En un sillón negro, corbata negra, traje azul y pose de señorita bien portada del siglo XIX. Las piernas cruzadas y las manos agarradas encima del muslo, Zabludovsky hablaba con la precisión de quien lee un discurso y no siente nada o no entiende nada de lo que dice: pausado, sin errar una palabra, con suaves movimientos de mano para enfatizar y muy atento a los giros de la cámara, que para él parecían ser más importantes que sus palabras. Sin un dejo de gusto de ese lector voraz que se jactaba ser. Así, Zabludovsky caía en aquello que García Márquez criticaba del periodista que ha convertido a la máquina en sustituto de su memoria, y piensa solo en cuál es la siguiente pregunta, la siguiente palabra, aunque ya no sepa lo que está diciendo.

El conductor del noticiero 24 horas no perdería el toque de mal periodista. En 2005, ya retirado de Televisa y su célebre noticiero, entrevistó en su programa en Radio Red a Luis Miguel, un cantante conocido por no dar entrevistas. Zabludovsky decidió discutir cómo gastaba el cantante su dinero y si lo metía en el banco a que le produjera “3 % anual”.

Los periódicos como El Universal y Zócalo siguieron brindándole espacio después de dejar Televisa, en el año 2000, para que publicara su columna ‘Bucareli’. Y fue ahí donde Zabludovsky siguió mostrando hasta sus últimos días lo que era no saber ejercer el periodismo. El 11 de septiembre de 2014, publicó una columna titulada ‘Peña Nieto me dijo’, que no es otra cosa que la transcripción de lo que el presidente de México le respondió sobre diversos aspectos del país en una entrevista. Ni una palabra de análisis. Como si el presidente no tuviera ya suficientes espacios para expresarse.

Sorprende que Zabludovsky haya decidido preguntarle a Peña Nieto sobre la reelección presidencial, situación que no se ha dado en México desde la Revolución de 1910. Quizá extrañaba esos años en que de la mano del PRI su voz era verdad absoluta.

Finado hace apenas unas semanas, el 2 de julio, Zabludovsky recibió ovaciones por quien era de esperarse: la empresa que formó su figura y los políticos que fueron beneficiados por su trabajo. En su funeral, sus deudos hablaban de Zabludovsky en el mismo tono en que Zabludovsky hablaba de su cómplice, el poder. En cambio, sí recordaron los premios que le dio el gobierno, su buen porte, sus libros y sus frases, entre las que estuvo una que dijo en una entrevista en la etapa final de su carrera: “un periodista, si ejerce su profesión con honestidad y con valentía, es un elemento indispensable de la sociedad moderna”. Jacobo Zabludovsky sabía que los periodistas así escasean: él nunca fue uno de ellos.

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