El Telégrafo
Ecuador / Sábado, 23 de Agosto de 2025

Gustavo Nielsen (Buenos Aires, 1962) tiene fama de rebelde. Definirlo es una tarea compleja: es arquitecto, dibujante y uno de los grandes escritores argentinos contemporáneos. Pero antes que nada, es un hombre visceral, sin miedos ni ataduras, capaz de gritar “fraude” en la ceremonia de entrega del reconocido Premio Planeta 1997, del que era uno de sus finalistas. Y que, años después, la justicia le dé la razón. Nielsen es, sobre todo, un hombre libre capaz de ver en la niebla.

Conversar con Nielsen es una invitación a la locura. En Argentina a las personas que logran una poción amalgamada de talento y excentricidad se les llama “locos lindos”. Nielsen es hoy un “loco lindo” suelto por Buenos Aires, autor de más de una decena de novelas y libros de cuentos, entre los que se destacan La flor azteca, Marvin, Aschwitz y El amor enfermo. Su obra La otra playa, ganó el premio Clarín de Novela 2010.

Pero ¿quién es Gustavo Nielsen? —le pregunta El Telégrafo a este escritor de 50 años que lleva adelante desde hace tiempo el blog Milanesa con papas.

Nielsen se toma un segundo y se refugia en su “locura”:

No puedo andar revelando mi identidad secreta a cualquiera. La arquitecta María Silvia López Coda, del colectivo Metaphorarq, me regaló hace un año un saco italiano que heredó de su padre. No solo me queda una pinturita (en argot local, muy lindo), sino que me lo pongo y mi alma crece y se fortalece. Soy indestructible con ese saco puesto, un superhéroe. En la intimidad, llamo a ese saco, capa.

Tenés dos profesiones que, a simple vista, parecen contrapuestas: ¿te consideras más un escritor que vive de la arquitectura o un arquitecto que se refugia en la literatura como vía de escape a las líneas rectas, a los planos perfectos...?

Soy un arquitecto que se zambulle, cuando puede, en la literatura. La arquitectura es un buen trabajo; la literatura es una vacación.

Tus lectores en especial y un sector del mundo literario en general te consideran una especie de rebelde. ¿Te sentís así o es un mito literario?

(El escritor argentino Rodolfo) Fogwill una vez me escribió una dedicatoria que dice así: “para Nielsen, el que me enseñó a no escribir”. Soy un rebelde porque no respondo a los parámetros del mercado, que aunque pague poco, siempre se esmera por pedir y pedir. Sus exigencias no me incumben. No necesito probar nada ni mantener ninguna expectativa: mis lectores me esperan, me tienen paciencia. No tengo agente; tenía una, pero no me sirvió. En arquitectura me la paso dando servicios, en literatura déjenme hacer lo que quiero, por favor.

26-05-13-cp-nielsen-4Escribiste cuentos de gran ternura como el del mago Marvin, o novelas muy fuertes como Auschwitz en la que llegas a retratar con suma crudeza la tortura y violación de un niño, una escena que —confieso— me hizo bajar la presión cuando la leí. ¿Tenés algún tabú cuando escribís?

Escribo para contar todo. No hay tabúes ahí.

¿Te arrepentís de haberle hecho juicio a Planeta (por manipulación del concurso de 1997 que dio como ganador a Ricardo Piglia, por entonces vinculado contractualmente a la editorial) ¿Te benefició o te perjudicó en tu relación con las casas editoriales?

¿Cómo me voy a arrepentir de un acto de justicia, de honor, de sinceridad? Lo que importa es hacer las cosas bien, no adaptarse a cómo las hace el poder de turno. Creo que el juicio que le gané a Planeta solamente perjudicó a los que quieren sacar una ventaja del mundo editorial, no a los que se presentan a concursos mandando los libros por correo. Las trampas siguen funcionando, pero desde mi precedente sentado en la justicia internacional, los concursos que no son tales, que no son limpios —por decirlo así— avisan desde las propias bases con una pila de recaudos legales. Se acabaron los disfraces.

Años después de eso, ganaste el premio Clarín de Novela. ¿Cómo hiciste para no perder la fe en los concursos literarios después del caso Planteta?

Cuando te roban en la calle andás un tiempo con desconfianza, pero después volvés a moverte con desparpajo. Al menos en las cosas que te interesan. El Premio Clarín de Novela es buenísimo, y claro como el agua. No solo lo gané una vez, lo perdí otras veces anteriores. Hay que presentarse ahí, ese es mi mensaje a los escritores. Ganar un buen concurso en literatura es fundamental: un modo de crecer, de mostrarse, de lograr más lectores y críticas.

¿Qué significa Milanesa con papas en tu vida?

Es mi “querido diario” público.

En el escritorio de tu oficina en el barrio de Chacarita solías tener un muñequito de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner? ¿Lo seguís teniendo?

Ahora lo vestí con un poncho de dólares de propaganda.

¿Por qué dólares en un momento en el que hay una gran presión del mercado paralelo de esa moneda en el país?

Porque fui al cumpleaños de 50 de mi vecino Fernando Molina y había servilletas de papel con el motivo de cuatro billetes de 100 dólares por unidad (los vecinos de Barracas, donde vivo, nos limpiamos la torta de la boca con dólares, se ríe). Franklin, con la barba de crema, parece Papá Noel. Me traje una limpia, le hice un cortecito para pasar la cabeza y se la puse a Cristi para que se abrigue en el invierno que acaba de llegar. Se llama poncho de actualidá.

Argentina sin dudas vive un momento político divisorio. Pareciera que todo es blanco o negro. ¿Cómo ves a tu país?

Sigo creyendo en mi país y en el modelo de Cristina. Tengo mis críticas, claro. No soy un K (por Kirchner, ndr) ferviente, pero la volvería a votar. Me parece que toda Latinoamérica está encontrando su lugar en el mundo, que no tiene que ver con el de Europa ni el de Estados Unidos. Creo en este nuevo lugar, aunque por mi profesión de arquitecto no me sirva del todo, aunque tenga algunos intereses contrapuestos. Pienso que estamos cambiando de piel, eso es todo. Me gusta más pertenecer a un continente mutante que ser un apéndice de alguna potencia mundial. Prefiero ser militante a militarizado.

“Esta nueva
lite ratura
argentina está
hablando de
violencia, con la
intención de
hacer el mal, de
desagra dar”.
¿Un escritor o intelectual tiene el deber de comprometerse o rechazar un proceso político como el actual o puede mantener matices e independencia que lo diferencien de los actores protagónicos?

Un intelectual tiene que ser independiente. Tiene que poder criticar lo que quiera, con libertad.

Decís que respaldas el modelo del gobierno, pero al mismo tiempo elogias el premio Clarín, organizado por el grupo mediático y monopólico severamente enfrentado con Cristina Fernández...

Contra todo lo que la gente piense, hay cosas que Clarín hace bien. La revista cultural Ñ, en la que tengo un montón de amigos, ARQ, la revista de arquitectura, que nos ha publicado montaña de veces y hasta fuimos tapa; la revista VIVA y el Premio Clarín de Novela, que han ganado muchos colegas interesantes, como Patricia Suárez y Federico Jeannmaire. Me gustan también las colecciones de discos clásicos o de jazz que sacan. En la vida nunca hay negros o blancos, siempre todo es bastante gris. Hay que saber mirar en la niebla.

¿Existe una nueva literatura argentina?

Sí, pero no soy yo. Tengo 50 años y escribo desde los 13, lo que significa que me pasé 37 años haciendo lo mismo. Ya no soy nuevo. Lo noto también en cómo se acercan mis colegas jóvenes, con algo de respeto, de “mirá con quién estoy”. Se sacan fotos conmigo. No sé si es bueno; me gustaba más antes, cuando todo era una gran pelea, siempre de fondo para mí. Esto debe ser envejecer. Me encantaría que las pendejas (muchachas) de la literatura se acercaran para besarme como hacían cuando yo tenía 30, pero me empezaron a tratar de usted. El usted enfría todo. Más que 50, me hubiera gustado cumplir dos veces 25.

26-05-13-cp-nielsen-3¿Hacia dónde mira y en qué se refleja la literatura argentina actual?

Me interesó mucho Bajo este sol tremendo, la novela de (Carlos) Busqued, aunque al final intercala una especie de resumen de una página y media que se sale de cuadro. Es un libro desprolijo, pero muy intenso, con buenos diálogos. Lo hace mejor Leo Oyola en Kryptonita. Esta nueva literatura argentina está hablando de violencia, con la intención de hacer el mal, de desagradar. La literatura debería hacer mal; el concepto de entretener me está resultando tonto, a pesar de que lo sostuve bastante tiempo. También me interesa el ejercicio de ficción en verso que hacen algunos, como el libro de Gabi Cabezón Cámara, Le viste la cara a Dios o los Pornosonetos de Pedro Mairal que publicó Vox. Aunque otra vez, si voy a lo mejor escrito, me quedo con los Pornosonetos, que son geniales y están cuidados al detalle. El libro de Gabi es muy bueno, pero desprolijo. La desprolijidad parece ser el signo de esta época literaria cargada de editoriales y posibilidad de edición, ya sea en papel o virtual. Selva Almada es una escritora que surgió ahora, con un par de libros muy interesantes. También pasa lo mismo con Luis Mey. En el que sí vi un progreso importante es en el libro de crónica periodística: tipos como Sebastián Hacher (Sangre salada) o Rodolfo Palacios (Adorables criaturas; Conchita) saben qué quieren y cómo hacerlo. Hicieron grandes libros con temas raros. Ambos tienen cierta predilección por lo ilegal, los asesinos, el amarillismo de los diarios. Es un placer leer a estos chicos.

¿Argentina sigue siendo un faro con respecto a la región? ¿Seguimos teniendo un gran peso en la literatura latinoamericana?

No creo. Me parece que lo único que seguimos siendo, junto a los uruguayos, es el club de los buenos contadores de cuentos. Acá y pasando el charco están los mejores cuentistas del mundo de habla hispana, y eso nadie nos lo puede quitar. El cuento de Samantha Sweblin que acaba de ganar el Rulfo (Un hombre sin suerte) es extraordinario. Búsquenlo en la web y léanlo como tarea para el hogar, me lo van a agradecer.

¿Cómo ves la literatura latinoamericana en general?

La veo como siempre: hablando de la mismas cosas, pero muy desunida. Sabemos poco de lo que pasa en nuestros países vecinos. El Hay Festival y la Feria del libro de Guadalajara no son suficientes para vincular nuestras voces que, cuando por fin accedemos a los demás libros, vemos tan similares. Creo que nos comunicamos entre nosotros por telepatía territorial. El mercado no ayuda; los agentes menos que menos: lamentablemente son un estorbo más.

¿Los latinoamericanos seguimos dependiendo a los Cortázar, los Borges, los Vargas Llosa, García Márquez para que se nos reconozca en el mundo en materia de letras?

Ellos son nuestra historia, pero hoy no siento que haya verdadera dependencia. Yo simplemente los sigo leyendo y releyendo. No estoy pegado a ellos, ni soy el hijo o nieto de ellos. No tengo necesidad de decir ¡Suélteme, Cortázar!, como tal vez debería decir (Ricardo) Piglia con Borges. Esa generación vivió (y sigue viviendo) la desesperación, el ahogo de estar debajo del ala de la gallina, y por otro lado lo vivieron como un orgullo, tal vez un signo de protección permanente. Toda esa mierda copista no me interesa para nada. No creo que se puedan producir grandes libros a la sombra de nadie. Me interesa seguir leyendo los libros de Cortázar, Borges, Onetti, Vargas Llosa, García Márquez y Donoso porque son geniales, porque me gustan mucho, como cuando leo a Philip Roth, a Faulkner, a Melville, a Bernhard, a Joyce, a Canetti, a Flaubert. Por lo demás, soy libre.