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Franz Kafka, el vendedor de seguros que escribía los mejores memorandos

Franz Kafka, el vendedor de seguros que escribía los mejores memorandos
06 de junio de 2016 - 00:00 - Yuliana Marcillo, Poeta y editora

El sosegado y eficaz redactor diurno de informes de accidentes laborales, sueña por las noches con bichos deformes arrastrándose por la habitación. Quizá comiéndoselo. Quizá convirtiéndose él en otro bicho más. Las pesadillas se alargan al son del reloj y el descanso esperado se esfuma antes del amanecer. Hay dolores de cabeza, hay preocupación por el que perdió un dedo, dos, tres, la mano, la pierna... Este hombre debe reclamar indemnizaciones, soportar a los jefes, hablar con abogados, mostrar sus competencias y facultades, convencer a los clientes, proteger la vida de los obreros, soportar sus propias angustias, permanecer seis horas en una oficina, usar corbata...

Este genial redactor de informes es el mismo que escribió La metamorfosis, una de las más grandes obras del siglo XX, historia que representa lo que un hombre puede vivir, cuán solo puede llegar a sentirse hasta el punto más trágico de la vida, donde habita la angustia de la existencia humana. Hablamos de Franz Kafka, escritor checo, hijo de padres judíos, que vivió las desgracias de los inicios y desarrollo de la Primera Guerra Mundial.

El mejor redactor de informes laborales

En 1906, después de terminar la carrera de Derecho (además de haber incursionado en Química, Historia del arte y Filología, carreras obligadas por su padre) Kafka ingresó como pasante sin retribución en una agencia italiana de seguros de accidentes laborales.

Según uno de sus más importantes biógrafos, Ronald Hayman, en 1907 ingresó a laborar en la compañía aseguradora italiana, Assicurazioni Generali. Pero las exigencias propias del trabajo no le permitían dedicar tiempo suficiente a escribir, para entonces, le entregaban un sueldo que — afirmó el escritor— apenas le alcanzaba para “pagar el pan”.

Al año siguiente pasó a trabajar en el Instituto de Seguros de Accidentes de los Trabajadores del Reino de Bohemia. Allí realizaba informes para que la compañía “pagase o dejase de pagar indemnizaciones a trabajadores heridos en el puesto de trabajo”, y llegó a convertirse en un auténtico experto en accidentes laborales. Desempeñó su trabajo de forma competente y se conservan numerosos informes realizados por él que demuestran la seriedad con que se tomó la tarea.

Esta ocupación, aparentemente burocrática, fue una fuente constante de temas para su obra literaria. Este trabajo en el instituto de seguros, que realizó hasta su jubilación anticipada en 1922, le permitió dedicarse a escribir gracias al cómodo horario de que disponía.

Como vendedor de seguros realizó muchos viajes comerciales. En esos periplos, su objetivo era convencer a los empresarios de la conveniencia de que los trabajadores estuviesen asegurados y lo hacía desde una firme convicción, señalan sus biografías. Aunque él asumió el rol de observador estricto, a veces sentía remordimientos por entregarse a una vida laboral desgastante, pero en ocasiones también se mostraba indulgente y afirmaba que el trabajo libera al hombre “del sueño que lo deslumbra”.

Kafka es considerado como uno de los escritores más relevantes del siglo XX. Pero su genialidad no solo abarcó la literatura: fue considerado por sus superiores como uno de los mejores redactores de informes laborales, debido a sus “concisos y metódicos” memorandos; realizó magistrales informes sobre cómo evitar accidentes laborales1; demostró que la frecuencia de accidentes y lesiones se puede minimizar al realizar los trabajos con diferentes máquinas, mediante la colocación de elementos de protección en los puntos de transmisión y operación; preparó cursos en seguridad y elementos de protección personal; diseñó y seleccionó varios elementos de protección de máquinas y elementos de protección personal, incluso hasta se le atribuye la invención del uso del casco de seguridad en el trabajo2.

En definitiva, Kafka inventó aquello que los prevencionistas actualmente llaman “barreras tecnológicas” para prevenir o disminuir las consecuencias de un accidente. Y esto muy lejos, lejísimos, de su pasión por la literatura.

También existió un Kafka amistoso

Con estas labores y el número de vidas que implicaba su gestión dentro de las compañías donde trabajó, surge un Kafka sociable y amistoso, uno muy poco conocido, pero que indudablemente existía. Como sus compañeros de viaje le ofrecían información interesante, tanto por las novedades culturales como por el estilo de vida de los otros, Kafka habla, y no solo habla, sonríe, socializa, intercambia información, pule su condición de observador innato.

Atrás había quedado el Kafka tímido y antisocial, pues la obsesión por estudiar su entorno, el día a día, la sociedad en la que vivía, el papel que jugaban los hombres, las mujeres, los niños, la autoridad, la violencia y el cambio —sin recurrir directamente a la psicología— hizo que comenzara a realizar su trabajo con tal ahínco que terminó convirtiéndose en todo un profesional del comercio, y de eso vivía y de eso alimentaba a su familia.

Nunca dejó de ser obsesivo y exigente consigo mismo, así que toda su rutina estaba estrictamente organizada y, según información extraída de sus diarios, se resumía más o menos así: de 8:30 a 14:30, trabajo de oficina en la aseguradora; regreso a casa; comida hasta las 15:30; siesta hasta las 19:30; gimnasia; acompañar a la familia durante la cena, en la que casi no probaba bocado y solo picoteaba frutos secos; a las 23:00, comienzo de la jornada de escritura; dependiendo de la “fuerza, inspiración y suerte” podía terminar entre las 3:00 y las 6:00 de madrugada; algo más de gimnasia; a las 6:00, desayuno; a las 8:00, nuevamente en la oficina.

El Kafka oficinista es alguien que estudia tecnología, que indudablemente entiende la burocracia, de eso que tanto se queja, pero de lo que también sacaba ventaja. A una de sus amistades le escribió contándole lo siguiente:

... la oficina no es una estúpida institución cualquiera (lo es y mucho, pero no se trata de eso y por otra parte es más fantástica que estúpida): es mi vida, mi vida hasta ahora. Puedo desprenderme de ella, de eso no cabe duda, y quizás ésa no fuera una mala idea; pero ocurre que ha sido mi vida hasta ahora, puedo llevar mal las cosas, puedo trabajar menos que nadie (y así es), puedo eludir el trabajo (y así es), puedo darme aires de importancia a pesar de eso (y lo hago), puedo aceptar con la mayor tranquilidad el trato más amable que puede darse en una oficina como si fuera lo más natural del mundo; pero mentir para viajar de pronto como un individuo libre —cuando, después de todo, no soy más que un empleado—, viajar hacia donde “no me lleva otra cosa” que el natural latir del corazón… pues bien, así no puedo mentir.

Franz Kafka

Entre la correspondencia que mantenía con su amada Felice, también quedaron registradas algunas cartas en las que justificaba su ausencia ante ella, debido a sus obligaciones laborales:

18/10/1912. La oficina no puede sino quedar relegada a segundo plano ante la importancia de esta carta, con la que respondo a las suya del 16…

23/10/1912: Aun cuando tuviera alrededor de mi mesa a mis mismísimos tres jefes con sus ojos clavados en mi pluma, tengo que contestarla en el acto…

29/10/1912- He aquí algo muy importante, aunque escrito a toda prisa. (Ya no escribo en la oficina, pues mi trabajo oficinístico se resuelve contra las cartas que allí escribo, tan absolutamente extraño es para mí este trabajo, carente de la más mínima noción de cuáles son mis necesidades.

7 /11/1912. Si tuviera tranquilidad no me pondría a temblar sobre las fichas de registro como hace unos momentos arriba en mi despacho mientras pensaba en usted...

El escritor necesitaba tiempo en solitario y en silencio. Durante el día no podía conseguirlo ni tampoco podía evitar sus compromisos, lo único que le mejoraba la rutina, era tener un “turno único y fijo”. Sin embargo, hay algo que según su biografía nunca dejó de hacer: nadar desnudo unos kilómetros en el río varias veces por semana.

El dolor en La metamorfosis

La sensible y compleja personalidad del autor de El proceso se vería influenciada por los dramáticos accidentes laborales que sufrían los trabajadores en aquel tiempo, según sus biógrafos. En La metamorfosis por ejemplo, un tenaz agente de seguros se convierte en una especie de bicho que conserva su intelecto humano y pese a su repugnante aspecto quiere continuar viviendo en sociedad. Y mucho de ello es autobiográfico, pues en sus biografías ha quedado clara la presión que ejercía su padre en él, y que también se ve reflejada en este cuento donde Gregorio, el personaje principal, era un viajante modelo, respetuoso con sus jefes, sometido a la disciplina aburrida del trabajo y la autoridad paterna.

Kafka (Gregorio) dice lo siguiente en un monólogo impresionante, mientras su voz cambia, pero él intenta a toda costa justificar su transformación:

... nosotros, los comerciantes, por suerte o por desgracia, según se mire, tenemos sencillamente que sobreponernos a una ligera indisposición por consideración a los negocios. También sabe usted muy bien que el viajante, que casi todo el año está fuera del almacén, puede convertirse fácilmente en víctima de murmuraciones, casualidades y quejas infundadas, contra las que le resulta absolutamente imposible defenderse, porque la mayoría de las veces no se entera de ellas y más tarde, cuando, agotado, ha terminado un viaje, siente sobre su propia carne, una vez en el hogar, las funestas consecuencias cuyas causas no puede comprender.

Franz Kafka

A esto debe sumarse el dolor y la angustia del otro, debido a que los obreros de la jurisdicción de Kafka estaban expuestos a espantosos accidentes de trabajo. La época en la que el escritor trabajó en la compañía coincidió con un período en el que se comenzaba a insistir en la seguridad como complemento de la prestación del seguro.

Kafka recomendó prohibir beber brandy y fumar pipa en los cobertizos de las canteras donde había dinamita. Algunos citan que enfrentó a empresarios que se quejaban por sus trabajos, que sin duda los obligaba a pagar resarcimientos por accidentes de trabajo o invertir en seguridad, todo para salvaguardar la vida de estos trabajadores. Los escritos de oficina de Kafka fueron publicados primero en alemán y luego en inglés por la Universidad de Princeton. El libro The Office Writing, año 2008, contiene todos los documentos y trabajos de Kafka, en el instituto del seguro.

Hay algo que siempre quedó claro: Franz Kafka nunca se reconcilió con la oficina, aunque le diera dinero, aunque podría vanagloriarse si quisiera, aunque tuviera la oportunidad de salvar vidas. La soledad, el silencio, ese cuarto propio del que habla la novelista francesa Marguerite Duras, a veces llegan de formas extrañas, y él siempre lo supo:

La oficina es un obstáculo para la creatividad... La escritura y el trabajo no pueden conciliarse porque el centro de gravedad de la escritura se sitúa en lo profundo, mientras que la oficina se queda en la superficie de las cosas. Entre esos dos mundos hay un vaivén continuo, un proceso que acabará conmigo.

Notas

1. Realizó un artículo en el periódico Gablonzer Zeitung, el 2 de mayo de 1910 titulado ‘Indicaciones de prevención de lesiones en trabajos de maquinarias para elaboración de la madera’ y publicó otro llamado ‘Medidas para la prevención de accidentes’, en el que da ejemplo de cómo un cambio de cuchillo en la cepilladora reduce la cantidad de accidentes de los operadores.

2. Peter Drucker, su biógrafo, cita en textos y entrevistas que Kafka tenía un vecino, un tal Dr. Kuiper, otro funcionario del Instituto del Seguro de Accidentes de Trabajo, que contó que Kafka recibió una medalla del American Safety Congress en 1912, en reconocimiento por ser el inventor del uso del casco de seguridad en el trabajo, pero no se han encontrado pruebas sobre la veracidad de la teoría.

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