El Telégrafo
Ecuador / Domingo, 24 de Agosto de 2025

Cada nuevo libro de Fabián Guerrero Obando y este, Cuándo el amor, no es la excepción, nos aboca a una suerte de territorios inéditos e inexplorados, incluso riesgosos, en los cuales el poeta prosigue su indagación implacable en torno a ciertos temas fundamentales y, a la vez, decanta con precisión y hondura su palabra, un ejercicio poético donde cada vocablo y cada pausa nos revela, tanto lo que implican en sí mismos, cuánto las múltiples connotaciones que su sola enunciación abre al lector como si se tratara de la corola de una flor que, siendo extraña no es, paradójicamente, cercana e íntima.

 

Se trata pues de un poeta que no elude inquirir en lo más problemático de la condición humana, por difícil o escabrosa que resultare la reflexión a la cual ese magma aún desconcertante y sorpresivo, y por ello todavía incognoscible pese a todo, nos conduce. En este sentido, no solo en este libro, sino en los que le preceden, la impresión es la de proseguir un largo viaje. Una inmersión sin concesiones ni claudicaciones en la prosecución de la meta esencial: descifrar, desde la poesía, el misterio, absolutamente contradictorio y siempre desafiante, de la existencia. Pero, debo advertir, de la existencia vista en su irrefragable temporalidad: en una coyuntura histórico – política y en un contexto social y geográfico específicos.

 

Tal sensación que, al menos en mi caso, produce la lectura de sus últimos libros, los que ensamblan su detenido periplo creativo de los últimos 10 años: El viaje —título hasta cierto punto demostrativo de lo que digo—, publicado en 2003, un libro objeto, ilustrado con magistrales tintas de Oswaldo Viteri; Las Partes, de 2006, un volumen asimismo al que transfiguran sobrecogedoras ilustraciones de Washington Mosquera; Zanja, de 2009, y La víspera, 2011, estos dos últimos, tanto como Cuándo el amor, publicados, en hermosas y bien cuidadas ediciones — debo subrayar—, por Eskeletra Editorial.

 

En la contraportada de Zanja, recuerdo, dije de Fabián Guerrero Obando: “Poeta obsedido por los temas fundamentales que atañen a la condición humana —el tiempo, la mortalidad, el devenir inapelable de la existencia—.” Hoy, ese aserto parece hallar renovado asidero, solo que multiplicado por un haz de inquietudes que, en esta frontera clave de su poesía, la enriquece, la problematiza y torna absolutamente trascendente, trascendente en cierto sentido sociológico; abismal, en una especie de condición metafísica.

 

Cuándo el amor: el título alude a una visión que, indagando en aquello que, talvez de un modo transitorio y precario, denominamos amor, toca aspectos consustanciales a esta problemática, es decir, propios de la circunstancia humana, enfocada en la coyuntura de su época y su entorno. En esa ambigüedad, en ese claroscuro u opacidad del transcurrir humano, el poeta mira, reflexiona, siente, experimenta, se involucra, se compromete y también sangra, muere y sobrevive, en un perpetuo movimiento agónico que abarca todos sus sentidos, hacia fuera y hacia dentro, “cayendo —como dice el propio poeta— dentro de su propia piel”.

 

De la opacidad del instante, del vértigo inherente a la realidad cotidiana, el poeta decanta lo esencial, lo que allí, en el devenir incesante, se expresa y evidencia, lo que, siendo primigeniamente tránsito, se vuelve permanente, cuando no eterno.

 

Precisamente por ello, una de las materias que subyacen a estas páginas es el tiempo, en sus distintas y aún contradictorias máscaras. Tiempo de la espera, de la oscuridad y angustia, pero también zona nutricia donde se configura, lentamente, o acaso abrupta e imprevista, la palabra iluminadora.

 

Tiempo de descubrimiento, exultante y siempre insuficiente. Tiempo de la carencia, de la frustración, pero jamás del olvido, puesto que la memoria recorre como un haz cegador la poesía de estas páginas.

 

Hay una tercera presencia que parece insinuarse o inclinarse puntual sobre cada línea, a la hora en que el poeta formula sus reveladoras imágenes. Un tercero que nos involucra y reclama al cabo nuestra propia mirada, comprometiéndonos y relativizando nuestra primigenia condición de lectores.

 

¿Emerge acaso esta impresión de la realidad del poeta que, no solo que se hace carne con aquello que experimenta y descubre, sino que al mismo tiempo no abandona su posición de implacable observador, de testigo y yo narrador, en una doble y a veces triple condición creativa?

 

Cuándo el amor, la misma forma adverbial de su título nos plantea ya la incertidumbre, cuánto también el advenimiento de todas las posibilidades, de todas las certezas. Cuándo el amor, pareciera impulsarnos a la ineludible pregunta: “Pero, ¿existe el amor?”, “¿cuál es su inasible realidad en el tráfago siempre mudable, adolecido de sepsia y de cambio incesante de la existencia humana?”

 

A propósito de la inquisición, llena de preguntas y perplejidades, que emprende Fabián Guerrero en esta materia siempre elusiva y enigmática del amor, el amor humano, me viene a la memoria lo que un rabino de la comunidad judía Jabad – Lubavitch contestó a Elie Wiesel, el escritor húngaro, Premio Nobel de la Paz de 1986, cuando este le preguntó si se podía creer en Dios después de Auschwitz. Aquel rabino respondió con otro interrogante: “¿Y cómo no creer en Dios después de Auschwitz?”

 

¿Cómo no creer en el amor —podríamos talvez contestar— luego de este descenso a los infiernos?, regiones recónditas a las cuales nos ha conducido verso a verso Guerrero Obando, verdadero poeta plutónico como acertadamente lo califica Alejandro Campos Oliver en el estudio que sobre la poesía del autor ecuatoriano se incluye al final de este libro. Dice Campos Oliver: “Guerrero Obando (…), es un emisario de Plutón que nos hace enfrentarnos a nuestras heridas primeras, a lo más doloroso de nuestra existencia”. “No es un poeta solar, ni lunar —añade—, es un poeta plutoniano o hadesiano, que como Caronte o Cancerbero transita por paisajes subterráneos o infernales sin titubeos”.

 

Sin titubeos, es cierto. Porque el poeta ha fraguado con precisión y rigurosidad alquímica cada palabra, cada imagen. Sorprende por ello cómo, al enunciar el vocablo, o al detenerse entre una y otra línea, las pausas adquieren sonoridad, sentido, trascendencia. Poesía para leerse en voz alta; así se ponen en más elevada evidencia los silencios, la profundidad misma, plural, polisémica, de la palabra.

 

Poesía también para leerse o recitarse con morosidad, puesto que una lectura apresurada puede privarnos de descubrir sus múltiples connotaciones, sortilegio que surge, como en contrapartida y quizá por ello mismo, de la sobriedad de la imagen, del tratamiento como cirujano con escalpelo que el poeta aplica a cada uno de sus temas.

 

Volviendo a nuestra pregunta sobre el amor, el poeta finalmente responde de muchas maneras, siempre en su camino de retorno desde las profundidades del averno, desde la soledad o incluso de las putrefacciones y deterioros del cuerpo que con desorbitada atención ha constatado:

 

 

Viejos, viejos. (Dice por ahí). Los viejos con un fervor repulsivo.

 

Y sobre sus carteras viejas

 

Unas fotografías de mujeres viejas,

 

Fuera del tiempo;

 

Pero sobrevive el sepia

 

Y es todo lo que tienen.

Es su música,

 

 

Una música que agrieta

 

Los más remotos huesecillos del amor.

 

¡Ah los viejos y sus guaridas!

 

La maligna soledad de la vejez. Por sí mismos.

 

El amor, pues.

 

El diario y solo acabamiento del amor”.

 

 

¿Cómo no creer en Dios después de Auschwitz? ¿Cómo no creer en el amor, nos dice talvez Guerrero Obando, luego de esta aventura por los meandros oscuros de nuestra propia condición, enfrentados a la finitud del tiempo que nos ha sido concedido y a la precariedad del cuerpo— expediente único por el cual experimentamos nuestra presencia en el cosmos—?

 

En este punto es inevitable que emparentemos la poesía de Fabián Guerrero con la temática central de Pablo Palacio, allá por los años veinte. Nuestro poeta indaga la problemática humana en el contexto de su cotidianidad, abocado a su fracaso, al deterioro de la corporalidad, y en el contexto de un poder del que emana, irresistible, imperioso, el mal, el mal trasmutado en las multiplicadas máscaras de lo que denominan “el bien”. En la indagación, en ese descenso a los infiernos, el poeta se encuentra con la realidad crasa de la carnalidad, de lo palpable, del vacío, de la imposibilidad de trascenderse del propio ser. Palacio en su momento se encontró con el mismo vacío. En un lúcido ensayo sobre Palacio escrito por Alejandro Moreano, este señala: “En contra del romanticismo, la naturaleza y el cuerpo pierden en Palacio toda su trascendencia maldita o sagrada y devienen en materialidad crasa —cal, polvo, calor, frío—, carne corrugosa, putrefacción, muerte. La muerte de Dios es la muerte de la naturaleza como aura o lo Numinoso y su emergencia como paisaje yermo y como cadáver. A la visión del médico corresponde la del geólogo”.

 

Fabián Guerrero, el poeta, enfrenta, sin sublimar ni parodiar la palabra, pero tornándola imagen fulgurante, esa misma realidad: entre la contingencia humana y la precariedad de su realidad física, corporal, y el advenimiento omnímodo y deshumanizante del poder.

 

Debemos entonces agradecerle por este nuevo libro mediante el cual, a más de ahondar en la construcción de una suerte de gran poema constituido por este y los volúmenes precedentes, nos conduce, sin complacencias, a redescubrir las diversas cosmogonías oscuras de la soledad, de la espera, de la noche entendida como antesala y también de la lluvia, del tiempo, del cuerpo, de la vejez y la muerte. Y, sin embargo, si atendemos a todo lo que nos quiere decir con ese título, Cuándo el amor, comprendemos que en estas páginas, en todos estos poemas, subyace a la vez una visión en búsqueda incesante de la luz, una actitud de esperanza en el devenir suyo y de la especie: el descenso a los infiernos no es gratuito ni impune. “Me fallan las palabras / Como a Dante/ En el umbral del paraíso;/(dice por ahí)/ Aún así, /La que acude y se pierde en las aguas encalmadas/ Es otra palabra./ No la que reitera lo que nunca sucedió./ O la interrumpida;/Tampoco la que alberga el vientre de madera del silencio,/ Sino otra./ La que busca encontrarse a sí misma”.

 

El poeta ha encontrado su palabra y esa palabra nos concierne y compromete, porque es una palabra que indaga desde la libertad, interpretativa, descubridora e incitadora, pero, sobre todo, interpelante.