Frente al ruido, la atención flotante, la hiperestimulación permanente y el aturdimiento generalizado, para algunos surge la nostalgia del silencio, el ensimismamiento, la búsqueda del sentido ausente. La religión alcanza un lugar allí, como una de las propuestas de valores ante una sociedad que tiene déficit de orientación normativa. Es un modo de evocar ‘lo otro’ dejado fuera por la sociedad consumista. Esa es la lectura del psicólogo argentino Roberto Follari sobre el espacio que hoy ocupa la espiritualidad.
Hay una gran discusión alrededor de la individualidad del ser humano y la defensa del derecho a la libertad, ¿qué rol juegan la religión y sus dogmas en ese contexto?
La libertad para el absurdo se hace insostenible; ya lo presagiaba la noción absolutizada de libertad que proveyó la filosofía de (Jean Paul) Sartre. Un cierto modo no culpógeno de vivir lo religioso podría conciliar con la libertad (pensar lo religioso más desde la gracia que desde la evitación del pecado), y desde allí mismo no ser lesivo para cierta individualidad. Es que (Sigmund) Freud demostró que el “amar a todos como a sí mismo” es imposible, pero se puede amar mucho a los otros si uno sabe amarse a sí mismo sin desmesura. Es decir: cuando hay lugar para la propia felicidad, hay reserva psíquica para promover la felicidad de los otros (en ese caso no vivida como ajena, no sentida como amenaza a la propia carencia de felicidad). Por cierto, las más de las ocasiones, los modos de vivir lo religioso aparecen lejanas a esta apertura a la libertad y al individuo, y funcionan más bien en oposición con estos. Con ello, plantean un repertorio un tanto lejano a la cultura actual. De cualquier modo la religión siempre tendrá adeptos, pues el dolor, la carencia y la muerte son inevitables, y frente a ellos la religión provee una dosis de consuelo y de compensación simbólica que no puede encontrarse fácilmente en otros repertorios de creencias.
También se habla de una crisis de la fe, ¿está incidiendo contra eso la presencia del papa Francisco?
En ello su presencia es ambivalente [...] Francisco ha producido un llamativo entusiasmo por lo religioso, un fervor que hacía tiempo la Iglesia católica no concitaba; para ello, su dominio del espacio mediático y de los gestos hacia él mismo son de mucha importancia.
Sin embargo, el hecho de penetrar ad intra a la cultura contemporánea, e incluso el uso de sus mecanismos visuales, ponen el mensaje de Francisco en cierta tensión con los que repelen esta contemporaneidad vacía. Francisco habla contra lo más mundano (el mercado, la superficialidad, el desamor, la guerra), pero no deja de apelar a mecanismos muy mundanos de difusión y de promoción del mensaje eclesial. Desde ese punto de vista, la legitimación de su discurso y su actuación quedan presos de esta entrada a la cultura hegemónica (no en los contenidos ideológicos, sino en cuanto a los modos y procesos de emisión y difusión), y ello le resta posibilidad de ganar adeptos entre aquellos más ‘espiritualizados’, los que más repelen el curso de la cultura trivializada.
¿Qué significa Francisco para la Iglesia?
Significa una necesaria adecuación histórica, y con ello una nueva vigencia planetaria y cotidiana que la Iglesia había perdido hace bastante tiempo. También se implican tensiones con esa cultura hacia la que se apunta: hay logros diplomáticos notables (como la mediación entre Castro y Obama) y ciertos avances -al menos discursivos- en cuestiones tan sensibles como la participación femenina en la Iglesia, o la concepción católica acerca de la homosexualidad. En ello el Papa ha hecho avances parciales, que quizá sean todo lo que la institución puede absorber.
Se avanza, pero con un amplio sector conservador de la Iglesia que se molesta y opone soterradamente, mientras desde la sociedad se considera a estos avances como limitados y tímidos. Esto se advierte en temas relevantes como las finanzas vaticanas o las torrenciales denuncias a sacerdotes por pedofilia; algunos responsables han sido apartados de sus cargos, pero poco se ha colaborado para que sean expuestos y juzgados en tribunales.
Cuando parecería que la humanidad halla todas sus respuestas en la ciencia, ¿el Papa latinoamericano, al abordar la religión desde escenarios tangibles -como la naturaleza, la tecnología y el consumo- está reivindicando a la Iglesia católica?
Hay que advertir que hoy la ciencia quizá convenza pero no convoca, no motiva, no promete. En tiempos posmodernos la fe en el progreso está en caída, así como la que se tenía en la ciencia e incluso parcialmente en la técnica: a esta se apela constantemente, pero pocos creen que nos salvará, o dejan de advertir cómo nos aleja de la naturaleza, e incluso de modos tradicionales de relación social y de comunicación interpersonal. De modo que la religión opera en la crisis de los metarrelatos de la que en su momento hablara (Jean-François) Lyotard; hay que advertir que, lejos de la profecía cientificista de Freud en El porvenir de una ilusión, la religión no solamente no ha desaparecido sino que ha reverdecido en las últimas décadas. Y con singular fuerza las religiones en versiones carismáticas, electrónicas, incluso fundamentalistas (como sucede con algunas versiones del islamismo, en oposición al paradigma de apertura y tolerancia que esta religión ha mostrado en otros contextos). De tal modo, la Iglesia no se enfrenta al auge y el prestigio de la ciencia sino más bien a su progresiva nulificación, a la conversión en rutina de lo que alguna vez fue su carisma.
¿Abordar la religión desde esos escenarios tangibles evidencia un replanteamiento filosófico de la Iglesia o simplemente es su necesidad de recuperarse ante el secularismo que gana espacio desde los ochenta?
Hay un poco de ambas cosas. Es que incluso cuando uno hace una adaptación ‘oportunista’ a una realidad que no puede evitar (como es el catolicismo ante la cultura posmoderna), empieza a asumir discursos, tonos, comportamientos y actitudes con los que finaliza identificándose de manera espontánea, formando un nuevo “habitus”, como diría (Pierre) Bourdieu. El nuevo modo de actuar, al inicio un tanto forzado, se convierte a posteriori en una “segunda naturaleza”. Puede ser que la Iglesia asumiera por conveniencia su readaptación histórico-cultural, pero lo cierto es que ella no deja de convertirse en auténtica en la medida en que se despliega y se ejerce. Y esto va redundando en replanteamientos conceptuales y teológicos.
¿Halló revelaciones teóricas en la última encíclica del papa Francisco denominada Laudato Si (Alabado seas)?
No hay revelaciones diferentes de las que las ciencias han desplegado sobre temas ambientales. Pero lo revelador es que la Iglesia haga suyas postulaciones de la ciencia; a menudo la relación entre religión y ciencia fue de exclusión pura, y la religión tuvo alta responsabilidad para que así fuera, persiguiendo durante siglos a los que sostuvieran hallazgos de la ciencia que contradijeran sus posturas. Con mucho trabajo se pasó en el siglo XX del integrismo católico a la noción de “autonomía de lo temporal”, que por ejemplo (Jacques) Maritain abanderara en su momento, como adecuación de la Iglesia a la modernidad avanzada. Ahora se busca ligar de nuevo lo religioso al mundo secular, pero por vía de aceptar posiciones no-religiosas como las de la ciencia. Con ello, la Iglesia produce potencialidad para que el mensaje llegue a un sector mucho mayor de la humanidad.
Los puntos asumidos, como el calentamiento global, la disminución de las reservas de agua, la polución ambiental o la deforestación y las urbanizaciones que arrasan el ambiente, no son para nada originales. Pero ello no les quita valor e importancia y en la letra del Papa resignifican su sentido para muchas audiencias. Su mensaje no es molesto para ningún poder establecido. Es políticamente correcto hablar de defensa ambiental, nadie se escandaliza por ello ni se da por aludido (por cierto, eso es lo triste; nadie se molesta en tomarse en serio su responsabilidad en esta cuestión crucial para las próximas generaciones).
Cuando, en cambio, el Papa se ha pronunciado en temas candentes como la actual política latinoamericana -más con gestos que con palabras, como en su reciente recepción a la presidenta argentina- le han llovido los comentarios ácidos y violentos desde los sectores del stablishment y sus obedientes escribas mediáticos.
¿Qué rol juega Dios en esa propuesta?
Dios, según Francisco, invita a “hacer lío”, a modificar socialmente el mundo. Está disponible para la oración y la esperanza personales, pero sobre todo llama a una conversión colectiva de la Iglesia como institución, y del mundo contemporáneo, en la medida en que este se hegemoniza por el mercado, el consumo, el poder y el sinsentido.
Por supuesto que la sola apelación a Dios nada resuelve esos problemas, pero el Papa entiende que en nombre de Dios los hombres y mujeres pueden obrar eficazmente en modificar el mundo y la sociedad. Sin dudas de que algo de esto es posible, y que es mejor una Iglesia ocupada de estas acciones, que una ensimismada en un espiritualismo estéril. Pero ello no oculta las limitaciones eclesiales frente a temas como el aborto, la eutanasia, el rol de la mujer y otros en los cuales la adaptación a los tiempos entra en colisión con los dogmas (mucho más provenientes de la Iglesia histórica, que del Evangelio y de Cristo mismo).
El discurso del Papa no sintoniza con los sectores más reaccionarios de la Iglesia al acercarse a feministas, GLBTI, los identificados con la Teología de la Liberación...
Los sectores más reaccionarios de la Iglesia detestan el discurso del papa Francisco, si bien en general expresan eso solo en voz baja. Quieren volver a una Iglesia que se enfrente sin más a la cultura actual, abogan por una Iglesia aislada, espiritualizante y anclada en valores hoy anacrónicos para casi toda la sociedad. También quieren ver a la Iglesia proclamando el statu quo económico y político, una Iglesia que defienda -como mayoritariamente ha hecho los dos últimos siglos- a la derecha ideológica. Y quieren que no se ponga en cuestión la pseudo moral sexual y de género legada por vetustas generaciones. Menos aún quieren que se revise el largo prontuario de ilegalidades financieras vaticanas, o la catarata de casos de pedofilia ventilados (que son solo la punta de un iceberg de lo que nunca se conocerá, dado las muchas víctimas que no denuncian). Feministas y otros activistas de género reconocen algún avance de Francisco, pero en general son muy radicales en sus posiciones, ante un espacio en que las modificaciones papales son bastante leves; de modo que ellos no suelen reconocer a este Papa. En cambio desde la Teología de la Liberación hay un buen tratamiento hacia Francisco, por su buena relación con los gobiernos nacional/populares del continente (Argentina, Uruguay, Brasil, Ecuador), por su prédica clara contra el dominio planetario de los poderosos y en favor de los pobres, y también por acciones importantes que, desde la paz, sirven sobre todo a los débiles, como es el caso del diálogo entre EE.UU. y Cuba o la canonización del obispo salvadoreño (Arnulfo) Romero.
¿Puede la visita de Francisco devolverle creyentes a la Iglesia o a la sociedad latinoamericana?
Sin dudas, al margen de cómo valoremos ese fenómeno, la acción de Francisco le devuelve creyentes a la Iglesia. Porque coincide con los modos espectacularizantes de la cultura contemporánea, porque coincide a la vez con los contenidos nacional/populares de muchos de los actuales gobiernos regionales que gozan de amplios apoyos en la población y en las juventudes, porque practica cierto margen de recomposición ética por parte de una institución golpeada en su credibilidad.
¿Es oportuno hablar de religión en este momento en América Latina? ¿Contribuye a bajar tensiones sociales y políticas?
Sí, en la versión de lo religioso que da Francisco -no en cualquier versión religiosa- se contribuye a la paz y al arreglo del conflicto. Es lo ocurrido en relación con Cuba; es lo que puede ocurrir en Ecuador, en un momento de fuerte campaña política antigubernamental. El Papa ha dejado claro que no comparte los anatemas contra gobiernos anti-stablishment, como los de Cuba, Argentina o Venezuela, asumiendo por supuesto las diferencias que hay entre estos, pero que concitan todos el odio y el ataque de los grandes empresarios y de la política imperial. Pero el efecto que esto tenga en reforzar a la Iglesia va más allá de las políticas de Francisco; los sacerdotes que desde este período surjan, seguirán oficiando luego de que él ya no esté en El Vaticano.
Y si hay una reversión posterior hacia políticas como las de Benedicto, podrían colaborar a encubrir acciones de pederastia, a promover un anticomunismo primario y cerril que va contra gobiernos que de comunistas nada tienen pero que mejoran la situación de los pobres, a sostener una moral sexual imposible, represiva y antinatural, que perjudique -como se ha hecho- la vida de las poblaciones llenándolas de culpas irremisibles y produciéndoles temores irracionales e indelebles. (I)