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El sonido más bello después del silencio: ECM
Tres billones de notas, tres siglas: ECM (Editor of Contemporary Music). Fundado en Alemania en 1969 por Manfred Eicher, aprovechando el talento del jazz más libre que había sido rechazado por la sociedad norteamericana. Este abogado —que trabajaba de asistente de grabación en la Deutsche Grammophon— asistía como un aficionado al jazz a varios conciertos que presentaban en Europa intrépidos músicos de talento como el compositor y saxofonista Ornette Coleman, el trompetista Don Cherry, los bajistas Scott La Faro y Charlie Haden y los bateristas Paul Motian y Billy Higgins que habían fundado el Free-jazz en Norteamérica a inicios de la década de los años sesenta del siglo pasado. En su natal Alemania, también se venían presentando en distintos pubs y otros escenarios —artistas jóvenes europeos— inventivos que andaban en búsqueda de sonidos espaciales, libres de ataduras de tiempo, de armonía y de clave como los noruegos: Terje Rypdal, Jan Garbarek, Jon Christensen y Arild Andersen, los alemanes Eberhard Weber y Joachim Kuhn, el sueco Bobo Stenson y otros, quienes traían en sus composiciones sonidos de esa áspera belleza del norte, de los fríos legendarios y misteriosos conocimientos walhállicos (1). Eran músicos con formación académica que querían desarrollar temas telúricos germánicos o incluso celtas, que proponían esa forma musical de cromática avezada, agrediendo el tonalismo tradicional. Manfred Eicher fue acercándose a cada uno de ellos a conversar y persuadir para formar un sello discográfico que aglutine toda esta rica improvisación.
Acto seguido, llegó otra camada de músicos jóvenes, discípulos de ese dios oscuro de la música contemporánea que había cambiado tantas veces los estilos del jazz de Norteamérica: Miles Davis. Pianistas de talento como Keith Jarrett y Chick Corea, el guitarrista John McLaughlin, el bajista Dave Holland y el baterista Jack DeJohnette integrantes del grupo del famoso trompetista, venían grabando esa obra maestra del jazz del siglo XX: Bitches Brew.
El trompetista Donald “Don” Cherry fue el mago que amalgamó y convenció a Manfred Eicher a producir fusiones de culturas tan dispares en apariencia pero que tenían una sola fuerza: la libertad de expresar un jazz donde cada nota sorprenda por sí misma al oyente, de modo tal que nunca la melodía se torne previsible; abriendo de este modo la experiencia estética musical a un campo de resonancias imaginativas; porque se trataba de músicos con desarrollada capacidad de improvisar. Es decir, que siendo poseedores de gran fluidez técnica y teórica, anticipan momentos siguientes, construyen ideas o conceptos a partir de conocimientos ya adquiridos a través de situaciones y experiencias diferentes. Seleccionan y transforman las informaciones, toman decisiones basadas en una estructura cognitiva. En una palabra: innovan, que es una capacidad de riesgo, efectiva y alargada pero que le da una vitalidad extraordinaria al jazz.
Durante toda la década de los setenta y ochenta del siglo pasado este sello discográfico se constituyó en un gigantesco imán que atrajo a decenas de jazzmen de diversas latitudes de Americafricasia. Esto le dio un espectro amplio para desarrollar en sorprendentes improvisaciones jazzísticas, fusiones de ritmos folklóricos con expresiones sonoras jamás antes conocidas, dando como resultado múltiples giros melódicos. Hoy, ECM es un sello que está en constante evolución y sus músicos no han parado de producir obras de jazz de todo el planeta.
Manfred Eicher, el productor
Poseedor de un conocimiento erudito en música logró durante los últimos 40 años cambiar la estética musical del jazz, concibiendo al silencio como parte fundamental y único generador de toda creación musical. El silencio no es un problema acústico —dice Eicher— el silencio es solamente el abandono de la intención de oír. Es decir, el significado esencial del silencio es la pérdida de atención. Esto constituyó un giro radical, un cambio de concepción en la atención permanente que el músico debe tener de sí mismo y de los músicos que están a su alrededor improvisando; algo fundamental en el jazz del siglo XXI.
El productor del nuevo sello dialogó con cada uno de los nuevos e intrépidos músicos que iban llegando como Jim Knapp, Derek Beiley, Eva Parker, Gary Peacock y Paul Bley, quienes “tenían poesía en sus dedos” y no eran “comprendidos” en sus países; les invitó al estudio en Münich, donde expresaron sus ideas melódicas y pudieron grabar sus primeras composiciones. Al escuchar por ejemplo, Solstice (ECM 1060) de 1974, la mente ingresa en un universo musical inexplorado e imprevisto, navega en una atmósfera donde todas las relaciones normales se subvierten, lejanas al común universo musical, remotas a todo canon armónico tradicional. El espacio se amplía y el tiempo recupera su dimensión cósmica. Manfred Eicher —amigo del filósofo Peter Sloterdijk (2)— sabe que la música puede invadir y sensibilizar la psique humana ejerciendo una especie de secuestro del ánimo, con una fuerza de penetración y éxtasis, tal vez solo comparable a la de los narcóticos o a la del trance referido por los chamanes, los místicos y los santos. Sabe también, que la música puede transmutarnos, puede volvernos locos a la vez que puede curarnos.
Músicos de todas partes del planeta empezaron a llegar, unos con instrumentos electrónicos, otros con instrumentos tradicionales y muchos —curiosamente— con instrumentos de sonidos “raros” y de formas desconocidas para el “culto” occidental. El percusionista Nana Vasconcelos por ejemplo, trajo consigo un arsenal de instrumentos de la batucada brasileña, introduciendo incluso el berimbau en el jazz; si escuchamos As falls Wichita, so falls Wichita falls (ECM 1190) de 1980, los sonidos de sus instrumentos abren un amplio espectro en la fantasía de la percusión (3). El hindú Trilok Gurtuk estrenó su tabla hindú produciendo efectos extraños para el oído occidental, Manú Katché, Agnes Buen Grias, Stephen Micus y un largo etcétera de grandes talentos incorporaron diversos instrumentos de distintas culturas. Otros jazzmen del sello en cambio, han realizado interpretaciones de temas populares como Hasta siempre del compositor cubano Carlos Puebla; ejecutado por el quinteto del saxofonista noruego Jan Garbarek (ECM 2146-48); o la estupenda interpretación del pianista sueco Bobo Stenson de la canción Oleo de mujer con sombrero de Silvio Rodríguez (ECM rarum 8008). Por otro lado, son decenas los temas folclóricos de distintas culturas que han sido interpretados —enriquecidos y ampliados— pertenecientes a diversas partes del planeta. Esto último, le ha dado una extensa versatilidad a las numerosas pero muy selectas grabaciones significando para el auditor, una nueva experiencia auditiva.
La producción discográfica
El primer artista en grabar al iniciar el sello en 1969, fue el pianista norteamericano Mal Waldron Free at last, pianista de elegantes construcciones y brillantes voicings (los voicings son básicamente formas distintas de tocar un mismo acorde), vendió 14 mil copias; una cifra bastante modesta para iniciar un sello. Sin embargo, fue creciendo el número de grabaciones y en 1975 aparece la primera obra maestra del sello; su compositor, el pianista Keith Jarrett quien grabó Koln Concert (ECM 1064). Fue un éxito artístico y comercial, vendió 2’000.000 de copias. Keith Jarrett —un año más tarde— se constituyó en el mayor improvisador de toda la historia de la música, cuando graba improvisando en cinco ciudades distintas del Japón (Nagoya, Tokio, Osaka, Yokohama y Kyoto); sus conciertos Sun Bear (ECM 1100) prueban esta hazaña (4). Para Keith Jarrett el arte es alquimia: hacer algo a partir de la “nada”. “Si la música está también sujeta a las leyes de la conservación de la energía —se pregunta— ¿qué debemos hacer con la invención espontánea?” Lo importante es ofrecer a la música unas coordenadas. El acto creativo es por lo tanto, un control negativo que se propone esquivar los patrones, las conclusiones previsibles y los deja-entendus. El riesgo es altísimo. La improvisación en solitario es como “salir desnudo al escenario”. (5)
Por otro lado, el guitarrista Pat Metheny —otro músico creativo del sello— tiene el récord de haber ganado el Premio Grammy en 18 ocasiones. Además de haber producido más de 40 discos, ha creado su famosa guitarra “Picasso” de 24 cuerdas. Es importante destacar que no existen largos contratos de exclusividad entre los músicos y la compañía, sino acuerdos puntuales para cada disco. De los más de 1.000 artistas que tienen el sello son muy pocos los que se han desvinculado, más bien han ido aumentando año tras año.
Un productor discográfico —dice Manfred Eicher— debe dejar su huella en cada proyecto en que interviene. Las portadas de los discos de ECM están diseñadas bajo un principio y es el de trasladar su particular filosofía musical al mundo de las imágenes: “Piensa en tus oídos como si fueran tus ojos”.
Para conocer de cerca al sello está publicado un estupendo libro, Tocando el horizonte, dedicado a ECM por sus 40 años de existencia y la grabación de 1.500 discos. Los productores Steve Lake y Paul Griffiths explican y analizan desde múltiples perspectivas el variado y valioso trabajo llevado a cabo por esta extraordinaria empresa. Se trata de una obra cuidadosamente ilustrada con magníficas fotos de músicos, compositores y portadas de discos. Incluye extensas entrevistas a Manfred Eicher y más de 20 ensayos específicos sobre las distintas facetas de la copiosa labor realizada durante estos 40 años. Unas 100 contribuciones procedentes de los intérpretes, compositores, diseñadores e ingenieros que han aportado su talento al proyecto y cuyas voces forman aquí una suerte de historia oral en contrapunto. Además, al final trae una extensa discografía con toda la producción del sello (6).
A modo de conclusión, una pregunta
¿Por qué la humanidad ha dado tanta importancia al mundo de la palabra y no al del sonido? El prejuicio occidental en favor del ojo y en desmedro del oído ya nos ensordece a todos los participantes en el foro sobre lo que los griegos llamaban “las grandes cosas”. No se dice: “y en principio fue el sonido” sino “en principio fue el verbo”. Ni hay un evangelio del sonido ni una alfabetización sonora. En una frase, vivimos dentro de nosotros mismos la larga agonía del ángel. Si no escuchamos música planetaria que motive nuestra inteligencia y expanda nuestra sensibilidad, seguiremos en una terca “ceguera” auditiva.
NOTAS:
(1) Walhalla: (la patria de los dioses), que estaba en constante acecho por parte de los nibelungos. El anillo de los nibelungos, Mitología germana.
(2) Peter Sloterdijk, Los Latidos del Mundo. Diálogo; (trad. de la ed. en francés Heber Cardoso); Buenos Aires; Amorrrortu; 2008
(3) As Falls Witchita, So Falls Witchita Falls, con Pat Metheny, Lyle Mays y Nana Vasconcelos, ganan el Premio Grammy 1980.
(4) Freddy Russo, Análisis histórico del Jazz hasta nuestros días, pag. 170-172 Editorial UCSG, 2007.
(5) Tocando el horizonte. La Música de la ECM, Steve Lake y Paul Griffiths, Primera edición en Global Rhythm Press, marzo – 2008 pag. 241. Para ampliar sobre este tema, ver el documental de Mike Dibb: Keith Jarrett , El arte de la improvisación.
(6) Obra citada. Alexander Berne & The Abandoned Orchestra Self Referentials Vols. 1 & 2 Innova Recordings Released November 13, 2012