El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 28 de Agosto de 2025

La semana pasada hablé sobre cómo los emoticonos y otros signos gráficos sirven para comunicar circunstancias extralingüísticas, como nuestros estados de ánimo o nuestros silencios. No podemos negar la utilidad de estos símbolos para nuestra conversación ni el hecho de que forman parte de nuestra comunicación coloquial, espontánea y virtual. No obstante, también resulta penoso ver cómo el uso excesivo y constante de estos símbolos y otros acortamientos (como k, pq, d, entre otros) van confinando las conversaciones a mínimas expresiones que ‘virtualizan’ nuestro lenguaje y nos confinan a una comunicación impersonal que se reduce a lo práctico.

El ‘WhatsApp’, el Facebook, el Twitter y tantas otras aplicaciones condicionan nuestra comunicación y restringen el espacio a ventanas y chats donde solo cabe lo básico, lo urgente, lo práctico. Nuestra interacción lingüística en muchas ocasiones se restringe de tal manera que las relaciones virtuales se disfrazan de la única realidad y la acaparan, nos envuelven. Corremos el riesgo de que todo se ‘virtualice’: las relaciones interpersonales están mediadas por dispositivos que las convierten en ‘interdigitales’. Amores, trabajos, compras... todo se encuentra a un clic. Incluso convenciones que acrecentaban la cercanía, como desear feliz cumpleaños, festejar un acontecimiento o dar un pésame, pasan ahora, cada vez con más frecuencia, por el tamiz de lo virtual.

No podemos negar la importancia de Internet en nuestra cotidianidad. Es una presencia ineludible, es una existencia que ha cambiado definitivamente y para siempre nuestra manera de ver el mundo y de interactuar con él; sin embargo, no podemos dejar de estar conscientes de que la comunicación, la lengua y todo lo que la rodea se enriquece cuando se comparte cara a cara, cuando se debate ampliamente, cuando la vamos construyendo en largas tertulias y discusiones... cuando se comparte. Por más emoticonos que usemos o más convenciones que establezcamos para hacer más práctica nuestra comunicación, esta nunca va a ser tan rica como cuando aprendemos a conocer e interpretar de frente los silencios y las expresiones de otro. La conversación virtual, creo yo, da lugar al malentendido, a la sobreinterpretación de lo que se dice... y de lo que se calla.

Pensarán, seguramente, que soy una vieja nostálgica que añora épocas pasadas. No, como a todos nosotros, migrantes digitales, la virtualidad también me ha servido y me ha acercado a muchas situaciones y personas; pero creo que es momento, antes de que sea tarde, de recuperar muchas interacciones que precisa nuestra lengua para seguir evolucionando y enriqueciéndose. Y que precisamos nosotros, como seres humanos, para seguir evolucionando y enriqueciéndonos.