Si en este siglo ha habido intentos meritorios, y otros triunfalistas o tendenciosos por actualizar lo que se entiende por cultura nacional, Radiografía de la cultura ecuatoriana (1964), de Jorge Carrera Andrade es una inevitable plantilla conceptual a la que deben volver similares ardores futuros, sobre todo a la subsección dedicada a investigadores de la realidad nacional. De la última colección de ensayos que publicó en vida, ahora se encuentra ese ensayo en Ecuador: radiografía y retratos, tercera sección de Reflexiones, indagaciones y retratos (publicada en el 2013), caudalosa compilación del Centro Cultural Benjamín Carrión (CCBC).
Nuevamente se les debe al investigador y ensayista cubano Alejandro Querejeta, y al incansable Editor de Publicaciones del CCBC, Raúl Pacheco, una recuperación cuidadosa, pulcra, minuciosa, y sobre todo muy bien pensada del acervo intelectual nacional. En épocas de crisis aumentadas por la atomización de intereses, valórese su dedicación e inmensos esfuerzos por disponer de ediciones definitivas en concepto y ejecución. Armarlas es revolucionario, y hacerlas llegar al exterior, ilusión que se debe compartir, demostrará el valor verdadero y concreto de una obligación fundamental del quehacer ciudadano.
¿Quién puede decir hoy, con seriedad y obra comprobada, “Mi método es el extremo rigor del lenguaje, en el cual cada palabra debe ocupar su sitio exacto. Rigor y concentración constituyen las características de mi trabajo poético” (115), sin ser acusado de convencional, purista, conservador, o sin arriesgarse a acusaciones relativistas infundadas? Carrera Andrade emite esa autopercepción en ‘Poesía de la realidad y la utopía’, 1 de 4 ensayos en ‘Vida y poesía’, primera de las 6 secciones de Reflexiones, indagaciones y retratos. Se lo debe leer con los de la segunda sección, ‘Ensayos y reflexiones’, sobre todo el revelador ‘Origen y porvenir del micrograma’ (1961), que pone en perspectiva la práctica del fragmento como forma “simple” poética, antecesora de la renovada fragmentación en la prosa de la segunda mitad del siglo XX.
Otro gran logro de Querejeta es que su clasificación entreteje sin ambages ideas directrices del poeta, permitiendo notar lo que con pensamiento usado se llama la condición “transatlántica” o interdisciplinaria de Carrera Andrade, jerigonza que ofusca su condición de intelectual cosmopolita dedicado a borrar fronteras patrioteras y desplazar límites genéricos. La probidad y frecuentemente la extensión de textos extraídos de Galería de místicos y de insurgentes. La vida intelectual del Ecuador durante cuatro siglos (1555-1955) (1959) —en que pudo ver más que sus contemporáneos el valor de Salvador y Palacio, su compañero de universidad— y en particular de Reflexiones sobre la poesía hispanoamericana (1987), confirman que podía medir y ver las cosas en el contexto de varios siglos, y no sorprende que la cuarta sección, ‘Hispanoamérica en su poesía’, incluya ‘Cuatro siglos de poesía hispanoamericana’, tomado de Viajes por países y libros (1961).
Hay además gran liquidez conceptual en pasar de las 2 primeras secciones a “pasear” por esta cuarta, la más extensa del libro. En ella ‘Precursores del modernismo en el Ecuador’ y ‘El modernismo y la nueva sensibilidad’ (que comienza con el triunfo de Alfaro en 1895) adquieren mayor significado con su lectura en la quinta sección(‘Indagaciones europeas’) de T.S. Eliot, su casi contemporáneo, responsable de otro modernismo de otra América. Si las secciones anteriores se dedican a temas nacionales e hispanoamericanos, la quinta sirve para puntualizar y matizar su universalismo. No sorprende, así, su conocimiento de Góngora y Valery, o que se cierre esa quinta sección con ‘Heraldos de la poesía moderna’ y ‘Rumbos del pensamiento francés’, sin olvidar en ningún momento los contextos y cambios sociales de cada época, y sin asumir preeminencia moral o virtud cívica, solo un humanismo insobornable.
La maestría ensayística de Carrera Andrade también yace en establecer conexiones insólitas, recoger oportunidades perdidas y señalar nuevos comienzos y, por ende, los lazos que señala entre poesía y pensamiento. Sin embargo, a la vez se notan más las marcas de su poesía: grandes elencos temáticos, encuadres históricos, una atmósfera de solidaridad global desde la nación sin alienación. No es romántico atribuirles a ciertos poetas clarividencia, porque casos como el de Carrera Andrade dan muestras fehacientes de esa capacidad. Es el sello de poetas que se esfuerzan por la cuadratura del círculo, según Iván Carvajal, con cuya obra comenzó esta serie canónica del CCBC.
He postergado la discusión cabal de la tercera sección, ‘Ecuador: radiografía y retratos’, y de la sexta y última, que no es más que el brevísimo ‘Los derechos del hombre’ (1949, concentrado en abogar por evitar el exilio en casa), a propósito. En ellas el poeta da lecciones cívicas, no hay otra palabra, sobre la necesidad de no monopolizar posiciones morales, custodiar los derechos de todos, sin creer que abogar por un pluralismo que no desdeñe el mérito es ser deficiente mental. Esa lección es patente en ‘Juan Montalvo, defensor de los derechos humanos’, y en ‘Destino de la joven poesía’, culminación de su crítica de la sensibilidad romántica.
En estos días también es pertinente ‘Interpretación de Rubén Darío’, cuya sección ‘Darío y las pequeñas naciones’ concluye que los adelantos científicos no elevan la moral ni el carácter, imponiéndose la proposición ‘Dejemos a los poetas la tarea de elevar los sentimientos y ampliar el horizonte de los pueblos’ (399). Valga la paradoja o contradicción; es un fin romántico, pero no si se lo sopesa con el compromiso de la gran mayoría de Reflexiones, indagaciones y retratos. Tampoco es baladí pensar en que argumentar que se descubre fácilmente la nación en la literatura y esta en la nación, es creer en un compromiso nada renovado que sigue creyendo en el determinismo de las relaciones sociales. En 2014 hay una situación muy clara: la identidad del estado moderno es definida por la exclusión del otro o los otros, y aunque temamos de los extranjeros o exiliados los necesitamos a ellos para ser nosotros.
En su prosa no ficticia el poeta ciudadano hablaba modestamente de “paseos”, y como demuestra con creces la selección de Querejeta, ese término le queda tan corto como alguna actualización débilmente teórica y colonizada que hablaría de “pasajes” a lo Walter Benjamin. A 110 años de su nacimiento Jorge Carrera Andrade sigue siendo mucho más que nuestro poeta canónico del siglo XX, por no haber dicho nada pasajero.