Los oficios de escritor y diplomático pueblan la vida del narrador manabita Raúl Vallejo. Desde enero de 2011 se desempeña como embajador de Ecuador en Colombia, cargo que no le ha hecho dejar de lado la pluma de toda la vida.
La innovación narrativa es una obsesión que ejerce con rigor y cuya última producción es la nouvelle Marilyn en el Caribe (Penguin Random House, 2015), ganadora del Premio de Novela Breve Pontificia Universidad Javeriana 2014.
En esta obra, Vallejo decidió -para introducirnos a las lecturas de su protagonista- describir los contenidos que develó al mundo la red social Wikileaks de esta manera:
“Correos electrónicos en los que se vertían análisis de coyuntura de cada país encuadrados en las directrices de cada Departamento de Estado, matizados con los prejuicios de la ética protestante y el particular sentido del humor de los embajadores norteamericanos para caracterizar a los políticos de los países en los que ejercían sus funciones diplomáticas. (...) Correos -escribió el también autor de Acoso textual- que fueron puestos al descubierto por ese australiano rijoso a quien la policía del mundo lo tendrá confinado sin remedio en Londres, ante el olvido del planeta, preso en la embajada de un país con nombre de una línea imaginaria. Julian Assange ya fue condenado a perpetua existencia bajo la ilusión de vivir libre en la oficina de cuatro por cuatro del edificio de Hans Crescent y Basil Street, calles sembradas de piggies. Assange es el donjuán más buscado del mundo” (2015: p. 17).
La última frase es una descripción por demás verosímil, por lo cual -antes de entrar de lleno en la huella imaginaria que la diva dejó en el Caribe ficticio de Raúl Vallejo- se le preguntó si el perfil del hacker australiano no lo ha seducido para ser protagonista de una próxima novela.
Julián Assange es un símbolo de las nuevas formas de espionaje y represión globales que existen en el mundo -respondió-. Lo que sucede es que su historia vital todavía está muy cercana para ser ficcionalizada. Hay asuntos y personas que requieren de cierta distancia temporal para que la literatura los pueda convertir en temas y personajes. Assange vive una paradoja política: nadie lo acusa formalmente de haber develado los secretos de una potencia imperial y la alianza de poderes que se cierne sobre él ha tejido una tan deleznable como fabricada acusación de acoso sexual. Me parece, en un sentido metafórico, que el delito de Assange, al revelar los cables del servicio exterior norteamericano, sería el de acoso textual. En todo caso, creo que una crónica sobre su estancia en la embajada ecuatoriana en Londres o un texto testimonial sobre su vida de perseguido, serían formas expresivas mucho más interesantes que las novelescas.
Es, precisamente, un supuesto cable de Wikileaks sobre Silvio Berlusconi que lee el personaje de John G. Greene el que provoca preguntarse al embajador si en la diplomacia es posible encontrar un lenguaje que no sea prosaico o acartonado...
“Para mí era importante introducir un elemento político contemporáneo a una historia que partía de los tiempos de la Guerra Fría. El paralelo entre (John F.) Kennedy y Berlusconi tiene que ver con esa desmesura erótica que provoca el poder: la diferencia es que Kennedy, al morir joven y de manera trágica, quedó convertido en un mito y, en cambio, Berlusconi, al envejecer como un viejo verde, carga en sí toda la ignominia del político, en el peor sentido de la palabra. Está, además, el hecho de que durante los años de la Guerra Fría un diario como el de Marilyn era un instrumento político de importancia por el que los espías de cualquier bando hubiesen hecho cualquier cosa y, en cambio, la difusión de los cables de Wikileaks ha convertido en obsoleto el trabajo de los agentes: hoy, el espionaje se puede hacer sentado frente a una computadora.
Los cables de Wikileaks mostraron el estilo del lenguaje de la diplomacia norteamericana: muy profesional y muy dado a los moralismos. El acartonamiento es tal vez una característica no solo del lenguaje diplomático sino, en general, de todo lenguaje burocrático o administrativo. Sin embargo, es muy interesante leer algunos de los informes de Alfonso Reyes dirigidos a la cancillería mexicana, cuando se desempeñó como diplomático: el estilo del maestro perdura y vence por encima de cualquier obstáculo estilístico al lenguaje burocrático de la diplomacia”.
De vuelta a Marilyn en el Caribe, el desafío narrativo de esta novela corta no era menor al de incluir al mayor espía de la historia: la protagonista es Marilyn Monroe, la femme fatale por antonomasia. ¿De qué manera esquivó el uso de lugares comunes, frases hechas al incluirla en su relato?
El autor respondió, mientras presentaba su obra en las ciudades de Quito y Guayaquil esta semana que “Toda escritura de literatura es un combate permanente contra el llamado lugar común. Ya sea en una metáfora, en una imagen o en la caracterización de un personaje. Me parece que siempre hay que buscar una mirada distinta, diversa e inédita para abordar la escritura literaria de tal forma que los prejuicios o los estereotipos sean derribados en el texto. Trabajar con el personaje de Marilyn me obligó a resignificar el mito que ella encierra, a mostrar aristas de su condición humana que el gran público no conoce y que desdicen de su imagen estereotipada de ‘rubia boba’ que la industria del espectáculo proyectó.
Marilyn, quienes considerada como una femme fatale, aparece en mi novela, a partir de la construcción de un diario ficticio, como un ser humano que lucha, desde sus lecturas poéticas y cierta rebeldía frente al star system, contra la cosificación a la que fue sometida por Hollywood. La resignificación del mito fue la base para escapar a los lugares comunes”.
En el libro, la historia de Odalys Moreno evoca una nostalgia parecida a la de los personajes de la película Fresa y chocolate.
Eso se debe a que la novela, según Vallejo, “es también un homenaje a La Habana, al cine cubano y al proceso revolucionario que ha vivido Cuba. La referencia explícita a ese filme es parte de un diálogo intertextual con el cine de Tomás Gutiérrez Alea, pues también existe una referencia implícita a Memorias del subdesarrollo, otra de sus películas. La Habana, en medio de este diálogo, es una ciudad que tiene una identidad literaria que ya la ha vuelto mítica, tal vez porque está como detenida en el tiempo y semeja una postal algo descolorida y, al mismo tiempo, maravillosa. Obviamente, en la novela está mi visión personal de La Habana, una ciudad que conozco y quiero tal como es, con su gente, sus carencias y su belleza particular.
En las páginas de Marilyn en el Caribe está presente una fluidez comparable a la de Acoso textual. Sin embargo, no deja de llamar la atención que haya descripciones varias, un recurso arriesgado para una novela de poca extensión. ¿De qué manera se planteó esa estructura?
“Siempre he creído -afirma el escritor-embajador- que cada tema busca su canal expresivo y presiona a su autor para que, en esa suerte de exorcismo que es el acto de escritura, encuentre la forma en la que saldrá de adentro para habitar en el papel (o en los papiros electrónicos como el Kindle). Entre Acoso textual y Marilyn en el Caribe hay diferencias notables ya que la primera es una novela epistolar y sus historias difieren sustancialmente. La fluidez, en mi caso, se logra con un permanente trabajo de búsqueda de la frase y de las palabras adecuadas: hay que reescribir y corregir mucho para lograr que un párrafo sea fluido. Por lo menos, yo no tengo la habilidad de esos escritores que aparecen en las películas y que, con un cigarrillo en la boca y un whisky al lado, se sientan frente a la máquina de escribir y de un tirón terminan un capítulo de su novela. Mi trabajo tiene muy poco de genialidad y mucho, pero mucho más, de tarea artesanal”.
Por otro lado -continúa explicando el también ganador del Premio Joaquín Gallegos Lara 1999-, soy particularmente maniático con la estructura de un texto: tengo la necesidad de planificar cuidadosamente el desarrollo de la anécdota, situar los momentos climáticos y los contrastes, antes de ponerme a escribir el texto como tal. No es que, al final, el texto responda ciento por ciento a lo planificado, puesto que en el proceso de escritura van apareciendo situaciones que uno no tenía previstas, pero es importante para mí tener, como si fuera un cómic, la historia que quiero narrar. En el caso de esta novela, aparte de la investigación que hice sobre la vida de Marilyn Monroe, quería mostrar La Habana, algunos de sus lugares emblemáticos, los almendrones (esos carros de los 60 que se han convertido en un atractivo turístico) y, bueno, siempre es necesario describir para ubicar al lector. Lo que me parece es que la descripción de algo, de alguien o de alguna situación, siempre tiene que ser significativa para la historia y no meramente un adorno”.
La innovación narrativa de Raúl Vallejo recuerda algunas técnicas de Miguel Donoso Pareja, quien fue su instructor en su célebre taller literario, ¿hay una influencia concreta del maestro fallecido en su obra?
“La experimentación literaria también es una necesidad del texto. En mi caso, la experimentación no es mampostería sino elemento estructural del relato. Quiero decir que, a medida en que uno va escribiendo, se va dando cuenta de que determinados aspectos exigen un punto de vista nuevo. En el caso de Acoso textual se trataba de escribir una novela epistolar pero con una nueva herramienta de comunicación como el correo electrónico; cuando publiqué la novela eso era una novedad en nuestra literatura pero hoy los correos electrónicos están plenamente incorporados al cuerpo narrativo como antes estuvieron incorporadas las cartas entre los personajes. Pero Acoso textual no es sobre el e-mail: es una novela sobre la identidad múltiple y escindida que asume el sujeto posmoderno.
Marilyn en el Caribe está ubicada con precisión en términos temporales. La historia del relato sucede en La Habana del sábado 4 al domingo 5 de agosto de 2012, cuando se cumplieron 50 años de la muerte de Marilyn Monroe. El tiempo que abarca el relato, sin embargo, es mayor pues incluye varios sucesos que ocurren durante esos cincuenta años. La experimentación en esta novela tiene que ver con los diálogos intertextuales entre el relato literario y el relato cinematográfico; entre la narración del autor y el diario cuya autora en la ficción es Marilyn; entre los distintos mundos culturales que representan el gringo John G. Greene, el santero Usnavy Cruz y la mulata Odalys Moreno.
Las técnicas literarias, en realidad, son formas expresivas que surgen como necesidad de expresión del tema que uno quiere desarrollar en un texto literario. No creo en un ‘recetario’ pues la técnica por sí sola no sirve, más bien incomoda. Hay temas que exigen un narrador omnisciente en tercera persona como es el caso, sin ir más lejos, de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; y hay otros que demandan un proceso de experimentación radical como en Rayuela, de Julio Cortázar.
Miguel Donoso Pareja, por su lado, fue un escritor cuya literatura es un espacio de experimentación permanente en función de desentrañar eso que llamamos la condición humana. Mi literatura es muy distinta a la de Miguel en lo que tiene que ver con preocupaciones temáticas, filosóficas, existenciales y formales. No obstante, de él aprendí a trabajar con rigurosidad el texto; aprendí, sobre todo, que uno no se sienta a escribir sin más, sino que se sienta, antes que nada, a pensar qué es lo que quiere decir y cómo lo quiere decir: la escritura viene por añadidura y el oficio es el del artesano meticuloso que revisa su obra por todos los lados y desde todos los ángulos posibles”.
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Raúl Vallejo (Manta, 1959) Es director de Kipus: revista andina de letras. Publicó la novela El Alma en los labios en 2003. La obra Acoso textual obtuvo 2 galardones: el Premio Joaquín Gallegos Lara a mejor novela, en 1999; y, el Premio Nacional del Libro del Ministerio de Educación y Cultura del Ecuador, en 2000. En 2002 ganó el Premio de Periodismo Símbolos de Libertad. Entre los varios libros de cuentos que ha publicado están: Máscaras para un concierto (1986), Solo de palabras (1988), Fiesta de solitarios (1992), Huellas del amor eterno (1999) y Pubis equinoccial (2013).