Por alguna extraña razón, Paul McCartney será por siempre el beatle que va detrás de John Lennon. Y para muchos, incluso, por debajo de George Harrison. Esta es una de esas injusticias provocadas por los prejuicios que gravitan alrededor del mito de la banda de rock que pateó el tablero del mundo: Paul, el de la cara bonita, el que hizo ‘Yesterday’, el que parecía disfrutar del reconocimiento, el que quería melosas y cursis…
Para muchos, Paul McCartney siempre será la sombra de John Lennon. Aunque, como premio de consuelo, lo coloquen por encima de Ringo Starr.
Esa mitología gana en todo nivel porque una personalidad como la de Lennon no deja a nadie de pie.
Pero Paul fue quizás la pieza determinante dentro de la banda, tanto para lo bueno como para lo malo. Porque muy pocos saben que de no haber sido por él, los Beatles hubieran desaparecido 3 años antes de su fecha de caducidad. Él los mantuvo unidos cuando murió Brian Epstein, su mánager, en 1967; encabezó proyectos y tomó la batuta, trató de respetar las individualidades de los otros 3 y logró controlar a la bestia por un poco más de tiempo, hasta que la ficción se reventó, a fines de los setenta.
No era solo que disfrutara de ser uno de los Beatles; ser un beatle era lo único que sabía hacer, con todos los pros y contra que eso involucraba.
De los fab four, Paul McCartney era el más interesado en la alta cultura y vanguardia. Hijo de un músico de jazz, el bajista, en 1963 —cuando la banda viajó de Liverpool a instalarse en Londres— fue quien empezó a consumir de inmediato la oferta de la capital inglesa. Fue asiduo asistente a obras de teatro y a conciertos de cámara y óperas, McCartney diversificó sus intereses con solo 21 años. De la mano de George Martin, el eterno productor de The Beatles, escuchó y se dejó llevar por las obras de Shubert y Stockhausen. McCartney fue el primer beatle que caseramente trabajó en experimentaciones sonoras y cuando algo de lo hecho funcionaba, lo llevaba al estudio. De hecho, fueron su curiosidad e insistencia las que permitieron que sus cintas con sonidos reproducidos al revés fueran parte de la música del grupo. ‘I’m only sleeping’ y ‘Rain’, 2 canciones de Lennon, se beneficiaron de este trabajo.
Paul llevó al estudio un conjunto de cintas que había trabajado en casa y que todos usaron como parte del caos sonoro de ‘Tomorrow Never Knows’, uno de los temas del disco Revolver, de 1966.
Fue McCartney quien tomó su guitarra semiacústica Epiphone y tocó el solo de ‘Taxman’, canción compuesta por George Harrison, con el que la cargó de ese aire oriental como guiño a su compañero de banda.
Paul insistía en usar más músicos, en llevar a gente que tocara instrumentos que ellos no pudieran tocar. Paul fue el corazón, las piernas y la cabeza por mucho tiempo, quizás demasiado, y por eso el mito ha sido demasiado duro con él: ni Lennon ni Harrison quedaron en buenos términos con él; con los años, esas relaciones se arreglarían.
La canción de The Beatles que pocos saben cómo va
En diciembre de 1966, cuando David Vaughnan entregó a McCartney el piano que había pintado con un diseño psicodélico, le preguntó si estaba interesado en componer algo para el festival de arte llamado The Million Volt Light and Sound Rave, que se desarrollaría en el Roundhouse Theatre, a fines de enero de 1967, por varios días. McCartney dijo sí. El festival era un espacio para mostrar los más actuales trabajos en luces y música electrónica de entonces y estaba destinado a convertirse en un acontecimiento en Londres.
Paul sabía lo que era eso. En una entrevista de la época, que aparece en el documental ‘Going Underground: Paul McCartney, The Beatles and the UK Counter-Culture’, el músico habla de su fascinación y del rechazo del público a este tipo de manifestaciones: “Realmente quisiera que la gente dejara de ver con ira a los ‘raros’ y a los happenings, a todo eso que pasa con la corriente sicodélica. En lugar de mirarlos con ira sería bueno que los miraran sin nada, sin ningún sentimiento, ir más allá. Porque lo que realmente la gente no sabe es que todo eso que se habla en estos sitios es lo que ellos quieren para sí mismos, es lo que todos queremos: libertad personal y ser capaces de hablar, de pensar lo que sea. Y si se lo viera así sería un placer básico para cualquiera, pero se ve raro para afuera”. La declaración del Paul con bigote de la era Sgt. Peppers… —nombre psicodélico del clásico disco de The Beatles y que inventó el bajista— no hay que tomarla tan a la ligera dentro del contexto. McCartney había dicho sí a un pedido y el 5 de enero de 1967, luego de terminar unos arreglos de voces en el estudio 2 de Abbey Road, para la canción ‘Penny Lane’, metió a sus otros compañeros de grupo a grabar lo que se conoce como ‘Carnival of light’.
Y esa será la única canción de The Beatles de la que todo el mundo ha escuchado hablar, pero pocos han podido escuchar.
“Dura 17 minutos, creo. Encuentras un poco de eco. Hay gente golpeando cosas y gritando. Creo que a veces se escucha la voz de Ringo o de John gritando, o tal vez sean otras personas. Pero, de nuevo, no hay melodía. No hay ritmo, no hay ganchos pop ni nada que te haga desear tocarla de nuevo, si soy honesto”, declaró Barry Miles, biógrafo de McCartney y una de las pocas personas que ha podido escuchar la pieza.
En 2008, cuando le preguntaron sobre esta composición, en una entrevista para la BBC, Paul intentó hacer memoria: “Les dije a todos: quiero que jueguen con lo que encuentren por ahí, lo toquen o golpeen. Griten, hagan algo, no importa que no tenga sentido. Aporreen un tambor y luego vayan al piano. Toquen algunas notas y busquen qué más hacer. Así que eso fue lo que hicimos y al final le pusimos un poco de eco. Es una pieza muy libre”. ‘Carnival of light’ solo se escuchó para el evento que fue diseñada y ya. Para la discografía oficial de la banda, para la época, fue vetada. Ninguno de los otros 3 consideraba que los Beatles podrían sacar esa canción porque era demasiado extraña. Era Paul expresando su amor e interés por los trabajos de John Cage y Stockhausen. Se salió con la suya a medias.
McCartney entendía algo sobre la realidad de The Beatles y quizás los demás también, pero él fue más extremista en esto: eso que encantaba a la gente no podía ser trastocado de ninguna manera. Ser popular involucraba hacer cosas populares. Los Beatles no eran avant garde, podían darse lujos, ciertamente —escuchaban hasta el cansancio el disco Freak out!, de The Mothers of Invention, con un Frank Zappa despegando, y sentían que se podían mover en esa dirección—, pero no podían irse de largo.
Hay efectos de sonido, extrañezas, canciones en un solo acorde, cosas al revés, etc… pero los Beatles no debían ser los artistas de la vanguardia. Coqueteaban con ella, la buscaban, participaban, pero no eran parte.
Casi 2 años después, Lennon —ya en pareja con Yoko Ono— no dejaría de insistir en que quería que su pieza ‘Revolution 9’ apareciera en un disco de The Beatles. Y se salió con la suya. Mientras Paul dejaba su ‘Carnival of light’ guardada, Lennon peleó y amenazó para que la pieza que creó sea parte de un disco oficial.
Ahí está la gran diferencia
Para Lennon no había forma de dividir al músico y al artista. McCartney siempre tuvo esa necesidad de que todo tuviera su espacio, su lugar. Para él siempre se ha tratado de no colocar piezas en lugares que no calzan.
‘Carnival of light’ casi se publica en el disco Anthology 2, pero George Harrison no lo permitió. “Es una pieza de avant garde —o como George solía decir ‘avant garde a clue’ (juego de palabras en inglés que quiere decir “No tengo idea”) — y a George no le gustaba, porque a él no le gusta la música avant garde (…) George la vetó (para el ‘Anthology’). No le gustaba y quizás su tiempo no ha llegado”, dijo McCartney a Mark Ellen, en una entrevista de 2002 para la revista The Word.
¿Lo más extraño de esto? George Harrison presentó en 1969 el disco Electronic Sound —bajo el sello Zapple Records, que los Beatles tenían para música avant garde— que consiste en 2 piezas hechas en un piano Moog.
Demasiadas personas
La relación de Paul con Lennon determinó mucho del camino a seguir. John tenía a Yoko —una artista japonesa que resultó ser una pianista entrenada desde niña en el rigor de lo clásico— y Paul, a Linda Eastman, fotógrafa, a quien enseñó a tocar el teclado para que lo acompañara. Si el otro lo hacía, él no se quedaba atrás. McCartney necesitaba demostrar que era capaz de mover no solo las listas de ventas de discos, sino las conciencias y deseos de millones de personas, más allá del sonido.
Él podía ser Lennon, mejor que Lennon
Se puso político (su ‘Give Ireland Back to the Irish’ fue vetada por la BBC), pintó y a vendió su trabajo, dedicó canciones a su excompañero (‘Too many people’ es una cachetada con guante blanco a Lennon, que el otro beatle supo responder en su irascible ‘How do you sleep?’), colaboró en las exposiciones fotográficas de su mujer, volvió a los escenarios, hizo giras, tuvo otra banda exitosa (Wings), hizo una canción para James Bond, produjo el álbum “Band on the run”… Paul buscó labrarse un camino de éxito que pudiera demostrar a sus otros compañeros que él no era un lastre, e hizo todo esto con una tranquilidad impresionante. Incluso cuando lo detuvieron en Japón, en enero de 1980, por posesión de marihuana, la historia no deja de tener un final apacible: luego de 10 días detenido lo deportaron, sin presentarle cargos.
A mediados de los setenta, con una banda exitosa, giras impresionantes y un recuerdo más agradable sobre su época como beatle, Paul McCartney vuelve a ver a la música como un juego. En 1977 aparece el disco Trillington, hecho por Percy ‘Thrills’ Thrillington, y que no es más que las versiones orquestadas y casi de ascensor del disco Ram, que en 1971 lanzó con su mujer, Linda. Nadie supo, hasta una entrevista en 1989, que él era ese Percy Thrillington.
Sin embargo, ya en los noventa, como un artista afianzado completamente, aparece una serie de discos que van desde la música académica o culta a trabajos electrónicos. McCartney, a sus 50 años, se mueve de una manera impresionante en el terreno de la experimentación. Ya no solo es el hombre que fue el chico lindo de The Beatles, en ese punto se trata de hacer lo suyo, a veces en silencio y, casi siempre, sin presiones. Este es el momento de ‘Liverpool Oratorio’, ‘Standing Stone’ y ‘Ecce Cor Meu’. También de proyectos electrónicos como ‘The Fireman’ —con el bajista Youth, más conocido como Martin Glover, miembro de la banda Killing Joke— o como ese disco llamado Twin Freaks, de 2004, en el que el DJ The Freelance Hellraiser toma varias canciones de McCartney y las descontextualiza hasta convertirlas en otras obras.
Pero si se trata de armar una ‘venganza’ alrededor de esa imposibilidad de congeniar su pasión por el avant garde y su etapa de beatle, en 2000, Paul McCartney lanzó el disco Liverpool Sound College. Aquí, el compositor tomó parte de su obra, Conversaciones de Los Beatles en el estudio de grabación, trabajos de Youth y de los Super Flurry Animals y los mezcló en 5 piezas de música ambiental, en las que los beats y las voces de Lennon, Harrison y Ringo producen una reiteración que hace que todo se vuelva un sonido sustancial, una nota, con su importancia melódica. Este disco responde mucho a los conceptos de la musique concrète, por los que cualquier sonido que pueda ser fijado en un soporte (en este caso en cintas o en computadoras) puede ser tratado como algo que salga de un instrumento musical.
Si los Beatles no lo dejaron vivir ese espacio como artista, ya sea por una prohibición expresa y por la propia visión que él tuvo sobre su banda, Paul lo puede hacer ahora. Lo hace. No se detiene. En 2008 apareció Electric Arguments, de The Fireman, en el que congenia ese pop para adolescentes con un guiño electrónico que no aparece del todo en sus trabajos de solista. Quizás en New, su disco de 2013, se pueda encontrar mucho de esto ya que para ‘Macca’ (apodo con el que se conoce a Paul) con 71 años, hay muy poco para dividir. Todo es una obra, y en su caso, el tipo que canta canciones tontas de amor, es el mismo tipo que sigue amando esa música que escuchó hace medio siglo y a la que de vez en cuando le rinde tributo, para salir de la melodía tradicional y entrar en otros terrenos que son agradables de recorrer.