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Eduardo Lalo: ‘Reivindicar nuestro derecho a la tragedia’
A su paso por la capital peruana, como invitado especial en la XVIII Feria Internacional del Libro de Lima, Eduardo Lalo, reciente ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, compartió algunas de sus impresiones sobre la literatura, la creación y los mecanismos que, a su juicio, han significado la invisibilidad para una mayoría de sectores sociales y artísticos en todo el mundo.
La literatura, por su propia naturaleza, es un territorio de tensiones: el lenguaje, el discurso, las formas que toma la palabra y lo que busca expresar. ¿Cómo te sitúas en ese territorio de conflicto en el momento de la creación?
Creo que estamos rodeados por impostura. La más grande, es aquella que nos señala como invisibles. Mi intención es cuestionar eso: las estructuras que nos determinan. Todos los países vivimos esas realidades. ¿Qué imagen tiene alguien de Ecuador? ¿Cómo está construida esa imagen? ¿Qué significa? Esas respuestas vienen dadas por la mirada de otro, de alguien que nos ha dominado, que nos ha nombrado, que nos ha impuesto una lengua, una cultura. Construir textos quizá, de alguna manera, desarticule ese espacio de tensiones.
¿Eso colocará a la creación como una labor de resistencia frente a circunstancias de corte colonial?
Claro. A veces la gente ve mis libros y dice que soy negativo por lo que en ellos cuestiono, pero no. Creo que es importante ver lúcidamente la situación. Aunque sea muy negativo, acercarse con lucidez es una forma de defenderse, de estar mejor con el mundo, de vivir más plenamente en él. En ese sentido la literatura es una función salutífera. Nos brinda salud, nos brinda bienestar. Uno lee y se siente mejor, a veces se siente, frente a una tragedia, reivindicado o centrado. No está en un caos, sino frente a una estructura en la que uno se siente más a gusto.
Esa labor de resistencia, sin embargo, no ha tenido la visibilidad como para ser difundida con mayor amplitud. Ahora mismo, en su caso, ha sido necesario el premio Rómulo Gallegos para que los ojos se vuelquen hacia el trabajo de Eduardo Lalo, hacia la tradición literaria de Puerto Rico. Pasaría lo mismo si el caso fuese de un escritor ecuatoriano o boliviano. ¿Qué explica esa poca visibilidad frente a tradiciones tan ricas como las nuestras?
Hay muchos factores, pero sobre todo hay una estructura establecida. Ecuador es un país pequeño, Puerto Rico es un país todavía más pequeño con unos problemas políticos, de representatividad propia muy grandes. No es lo mismo que ser argentino o ser mexicano. No porque signifique superioridad o inferioridad, pero sí porque somos sociedades que se han construido de otra manera. En esos países han promovido más a sus producciones culturales. No nos debemos acercar con ingenuidad a estas realidades. Un evento como una feria de libro, como un encuentro literario, a veces tiene detrás a un gobierno, a un Estado que está promoviendo su cultura. Por ejemplo hay muchas universidades de Estados Unidos que hasta hace poco recibían dinero de España, en becas e intercambios que promovían el estudio de la literatura española. A lo mejor si no había eso no se la estudiaba o no se la estudiaba tanto. En Ecuador o Puerto Rico no se hace eso. No se tienen esas posibilidades o no hay la cultura política para ver un valor en esa situación que implica una promoción, tratar de ocupar un espacio, una presencia que signifique visibilidad.
¿Es un ejercicio de poder en la literatura replicar rasgos del carácter colonial con el que se han edificado nuestras sociedades?
Por supuesto. Para mí la conquista no ha terminado. Seguimos viviendo sus consecuencias. Esas consecuencias están en nuestro cuerpo: ¿quiénes somos?, ¿qué religión tenemos?, etc. Son imposiciones que están ligadas a la violencia. En Puerto Rico se habla muchísimo, como una cosa positiva, del mestizaje. No hay duda que es un encuentro, pero no es como nos estamos imaginando, pues implicó la violación, la muerte de indígenas y africanos. Las mujeres han quedado estigmatizadas para siempre por la violencia del género. Esos son mecanismos de dominio. Entonces pensamos que un puertorriqueño no tiene más remedio que ser parte de occidente, sino dónde vas a estar. Nadie pensaría, por ejemplo, la posibilidad de que entre nosotros apareciera un filósofo ecuatoriano o puertorriqueño, eso ni en chiste. Hay una mirada maculada que impide ver lo que tenemos frente a los ojos.
Esos ejercicios de dominación han tenido sus efectos: las marcas en los imaginarios, por ejemplo. El lenguaje revela esas marcas. ¿Cómo hacer frente con el lenguaje a las marcas que lo someten?
Partiendo de ahí, no de otra pretensión, sino del reconocimiento a la existencia de esas marcas. Examinándolas, señalándolas, en esa medida desactivándolas hasta donde sea posible. No vamos a poder salir de ellas, pero por lo menos vamos a redefinir sus límites, sus fronteras, y creo que en gran medida esa es la labor de la cultura. Constantemente está redefiniendo sus límites. Pensar —como yo lo entiendo— es ir en contra de las creencias. Un científico que descubre tal cosa redefine el límite. Aunque pensar es una acción, a veces, dolorosa porque se descubre que las cosas no son como se creían. Quizá la persona amada no es como imaginábamos, ahí hay un dolor. O puede ser que al lugar que yo creía pertenecer, o del que creía participar, no lo era simplemente, ni siquiera me consideran en él, entonces qué hago, cómo ocupo mi lugar. Tengo que andar por mí mismo.
Redefinir —desde el pensamiento— un nuevo lugar de partida es también replantear las herramientas con las que se inicia ese camino. ¿Tu trabajo, al que has definido como híbrido por la utilización de varios géneros (ensayo, narrativa, fotografía, dibujo) dentro de un mismo proyecto, podría ser visto como esa redefinición?
Mis libros son eso: una exploración constante. Por ejemplo ahora estoy trabajando un libro fotográfico y su punto de partida es un precepto emitido por la Agencia Fotográfica Magnum. En él se decía que las fotografías debían responder a cinco preguntas: quién, dónde, cuándo, cómo y con quién. Todas esas inquietudes debían ser respondidas por la imagen. Mi ensayo fotográfico busca que la foto no responda a ninguna de esas preguntas, sino que sean enigmas, a lo mejor van a ser cosas muy próximas a la cotidianidad. La intención es cuestionar lo que se cree sobre una buena fotografía. Redefinir las cosas, ver cómo eso cambia la cancha, la vuelve más chiquita o más grande, pero en ella ya hay otro juego que trata de alterar lo que se daba como establecido.
Eso es mover el enfoque desde el que se mira. Juan Duchesne, miembro del jurado que te concedió el Rómulo Gallegos, resalta tu interés por lo que hay fuera del enfoque, por los invisibles y recordé que hace años titulaste a un ensayo tuyo Los países invisibles. ¿Qué estás buscando en ese lugar poco conocido por lo cotidiano, pero muy interiorizado por la mayoría de personas?
Ahí estamos casi todos. Unos más, unos menos. Pero la mayor parte de la gente vive o sufre la invisibilidad que es una condición. Pensemos en América Latina. Ninguno va a pensar inmediatamente en Puerto Rico o Ecuador. El propio Perú, para el mundo es Machu Picchu y nada más. Y la riqueza cultural enorme del resto del país no la ven. Pero pensemos también en los países “visibles”. Por ejemplo Franca. Si estás en un barrio pobre de París tampoco eres visible. Si estás a lo mejor en el distrito más caro o privilegiado de una provincia, y eres un escritor, no existes. Porque la sociedad está construida de forma centralizada. Si no estás en el centro no existes. Todos estamos impactados por ese testimonio.
Pero aun en esas condiciones hay variantes que rompen la regla, que salen de la estructura. Li Chao, personaje de tu novela Simone, con la que obtuviste el premio Rómulo Gallegos, para encarnar esa excepción: ante una constante explotación y opresión, ella encuentra en la lectura y en su formación personal, una forma de resistir. ¿No es también una metáfora de la realidad de nuestros países?
Sí. Porque la gente se engancha con ese personaje de Li Chao, muchos hasta se sienten casi defraudados porque ese personaje no existe en la vida real. Yo creo que ahí están viendo algo. Un sentido que está presente en todos y que a todos, como a Li Chao nos da la condición de migrantes: estamos desubicados en alguno o en muchos momentos de nuestras vidas.
¿Por eso, como señala, es necesario reivindicar nuestro derecho a la tragedia?
Reivindicar ese lenguaje, reivindicar nuestra propia historia, es decir, la historia como un relato: la tragedia, los grandes sufrimientos no son de otros. Estamos acostumbrados a que el cine, los libros y casi todo lo que nos llega es de otro lugar. La palabra propia o la postura propia no tienen espacio. Los puertorriqueños, y así cualquier otra persona, también somos griegos. No es que la tragedia —en el sentido clásico, una descripción de los límites de la naturaleza humana— solo la hayan podido hacer aquellas personas porque eran occidentales y eran griegos. Nosotros tenemos derecho a crear nuestro propio estilo, nuestra propia imagen, nuestra propia marca. Yo creo que eso es algo muy valioso: posturas que crean huellas y marcas desde lo sonoro hasta lo textual, que establecen algo a lo que nada se parece. Ese algo es del mundo y evidentemente del lugar de donde surge.
¿Ese mundo que ahora tenemos mediado por lo inmediato, propone un nuevo rol al artista?
Yo creo que en un mundo tan banal como el que estamos viviendo, el papel del creador tiene que ver con preservar una diferencia y una tradición. La escritura, la música, las artes visuales tienen tras de sí miles de años, son prácticas que significan algo, que han significado algo siempre. Si vamos a tener la imagen de un dibujo animado, las canciones vacías o un libro de autoayuda como horizontes vitales, es una pérdida, una formación de sub culturas, el ser humano queda disminuido. Los artistas quedan para mostrar la posibilidad de otra cosa. Siempre hay seres humanos que necesitan eso. Siempre hay Li Chaos que en medio de la total precariedad se salvan por medio de estos instrumentos. Ahí están muchas de las mejores cosas que tenemos los seres humanos. No tener esa posibilidad es tener una vida miserable, pero esa es la realidad del 97% de los habitantes del mundo. Gentes que nunca van a llegar a tener esa posibilidad. Y por eso sufren, sus vidas pasan sin conciencia sobre ellos. Por eso la violencia, la explotación del medio ambiente, el hambre. Creo que si tuviéramos esas oportunidades la destrucción del otro o la propia autodestrucción, nos quedarían un poco más lejanas.