Uno
De todo lo que he escrito a mano, el treinta por ciento lo he perdido gracias a mi incapacidad de dibujar bien las palabras; la caligrafía como razón principal. Pero si a eso le añado la prisa, el movimiento, las manchas de vino derramadas, obtengo un cocktail de párrafos indescifrables, un enorme desafío a mi paciencia.
Tras mi última mudanza he vuelto a revisar mis diarios; apuntes que resultan semillas de otros textos que —en el mejor de los casos— llegarán a ser ensayos o poemas; pero que en su mayoría mantendrán su naturaleza híbrida, fragmentos dispersos que, en conjunto, terminarán sosteniendo ideas concretas.
Esto último me encanta, pues siento que la hibridez es mi verdadero hábitat. O como diría Ítalo Calvino: “Ojalá se pudieran partir por la mitad todas las cosas enteras, así cada uno podría salir de su obtusa e ignorante integridad. Si alguna vez te conviertes en la mitad de ti mismo comprenderás cosas que escapan a la normal inteligencia de los cerebros enteros. Habrás perdido la mitad de ti y del mundo, pero la mitad que quede será mil veces más profunda y valiosa. Y también tú querrás que todo esté demediado y desgarrado a tu imagen, porque belleza, sabiduría y justicia existen solo en aquellos que están hechos a trozos”.
Dos
He decidido empezar hoy mismo a descifrar unos pocos párrafos. Abro mis diarios al azar, con esa manía insomne de quien ya no sabe qué más hacer para reconciliarse con el sueño. Esa es la razón por la que ahora —madrugada del viernes 4 de abril— me dispongo a la tarea de traducir mis jeroglíficos. Algo tan productivo como inoportuno, tomando en cuenta que en unas horas debo ir al trabajo y entregarle a mi editor el artículo que —a último momento— he decidido cambiar por estas líneas.
4:05. Me tomo un café, consciente de que mañana seré una zombi en la sala de redacción, pero con el consuelo de haber sido consecuente, una vez más, con mi instinto. Coloco la Polonesa Heroica de Frédéric Chopin. Abro la cortina. Mañana será este día.
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Vuelvo a escribir con fechas en mi diario. Como una forma de reconciliarme con el tiempo. Aunque sepa de antemano que, en cualquier momento, esa reconciliación se romperá. Por ahora disfruto de nombrar los días sin miedo.
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(París, 11 de mayo de 2012)
Llueve. Llueve mucho sobre la Place de Vêndame donde se encuentra la columna que Napoleón Bonaparte ordenó levantar para celebrar su victoria en la batalla de Austerlitz, columna a la que el pintor Gustave Courbet se opuso en 1871, tratando de que se retiraran los relieves del obelisco. Courbet decía que en una plaza que conduce a la Rue de la Paix no debe haber “ningún monumento que conmemore las guerras ni las conquistas”; eso, desde luego, le costó la cárcel.
Ayer encontré algunos cuadros de Courbet en el Museo de Louvre. Pero fueron en realidad otras piezas las que lograron emocionarme. Muchas de ellas, más que por su valor histórico, por la capacidad de activar recuerdos de mi niñez.
Me pasó con la Venus de Milo. La escultura me recordó a mi maestra de historia en la escuela. “Muchas de esas maravillas —la escuché decir nuevamente— aún se conservan. Y es posible, pequeñas, que yo muera sin tener la dicha de conocerlas. Pero quizá algún día, alguna de ustedes viajará muy lejos para verlas por mí”.
Ese día llegó. Y aunque no supe más de mi maestra de historia, he contemplado con fervor cada una de las piezas, en su nombre
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(Quito, 8 de febrero de 2012)
Despierto y encuentro a mi abuela en casa. Me saluda amorosamente y al verme con un libro en la mano, se disculpa. Según ella por quitarme tiempo. Siempre lo hace, como si estuviese condenada a disculparse por intervenir en nuestras vidas. ¿Tiempo? —le digo sonriendo— ¿Qué es eso?, usted no me quita nada, y enseguida la abrazo.
Mientras le preparo un té caliente, le pregunto si sintió el temblor de la mañana. Me dice que sí, que a pocos minutos de que paró la lluvia todo su cuarto se movió. Eso significa que estaba despierta desde muy temprano o que llevaba horas sin dormir, como siempre. Me la imagino en medio de esa oscuridad, sola, sujetando alguna de sus estampitas. Aun así, la veo más fuerte hablándome de eso que de sus propios miedos. A veces creo que ninguna catástrofe le asustaría tanto como los rayos y temblores que a diario ocurren al interior de su cabeza.
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(Madrid, 14 de mayo de 2012)
Museo del Prado. Encuentro fascinantes todos los retratos de santos, particularmente los que se refieren a sus respectivos martirios. Ahora mismo estoy sentada frente a ‘La visión de San Francisco de Asís’. Me gusta la expresión de su rostro en esta pintura, su sufrimiento es tal que bien podría confundirse con un rictus de placer extremo. Es en esa ambigüedad que radica el misterio de todo lo sagrado, la grieta por donde pasa una luz imposible de traducir.
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(Nuevamente sin fecha)
A veces confundo el año de mi nacimiento con el de mi edad. Y entonces digo: voy a escribir hasta desgarrarme la mano, hasta quedarme exhausta y finalmente dormir. ¿Pero cuándo llegará ese día? Ninguna de estas heridas es nueva. Y entonces confundo mi edad con el año de mi nacimiento, y así sucesivamente. Confío en estas letras pero no confío en mí.
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Tiemblo
escribo un poema
y luego me alejo
pero sigo temblando
La poesía, comprendo,
no se cura
Me alegra
estar enferma
de tanta luz.