El Telégrafo
Ecuador / Martes, 26 de Agosto de 2025

No hay ciudad más propensa que Eusapia a gozar de la vida y a huir de los afanes. Y para que el salto de la vida a la muerte sea menos brusco, los habitantes han construido una copia idéntica de su ciudad bajo tierra. Los cadáveres, desecados de manera que no quede más que el esqueleto revestido de piel amarilla, son llevados allí abajo para que sigan con las tareas de antes.

Italo Calvino en Las ciudades invisibles

 

La imaginación y la ciudad

¿Qué ha hecho de las ciudades objeto de tantas cavilaciones desde la antigüedad más remota? ¿Por qué se han constituido como la forma más extendida de convivencia humana? ¿Cómo funcionan? Las preguntas que he esbozado abren, aunque de manera muy burda, algunos ámbitos para ingresar a  la discusión de lo que representan las ciudades y, en gran medida, del presente y futuro de las condiciones en que se desenvuelve la vida en la Tierra.

Si el mundo está condenado a convertirse en un lugar dominado por la generación y crecimiento de espacios urbanos, la humanidad está abocada a pensarse bajo condiciones que hagan de estos sitios lugares habitables en el sentido más extenso de la palabra. Las expectativas de lo que representa la urbanización mundial no son siempre alentadoras ya que el desarrollo de lo urbano va a ir necesariamente contrapuesto a la idea de la satisfacción de las necesidades vitales de los grupos humanos que habitan estas ciudades y más allá de esto, de la conservación de los hábitats necesarios para la supervivencia de las ciudades y de nuestra especie, es decir, de la vida misma en el planeta. Fernando Carrión  y Lisa Hanley daban cuenta, a mediados de la década pasada, de la condición urbana de la región latinoamericana: “Por un lado tenemos que en 1950, el 41%  de la población vivía  en ciudades y se estimó que para el año 2000 serían el 77%”. Sin embargo, este proceso de crecimiento de la población urbana no suele ir acompañado de capacidad física y estructural para recibir en las urbes a las poblaciones. Edward Soja sostiene en su texto Postmetrópolis que el futuro del desarrollo urbano, tal como se lo avizora hoy, puede ser muy conflictivo. Las grandes aglomeraciones urbanas se localizarán, según Soja, en los países pobres, siendo Tokyo la única megalópolis que estará en los países desarrollados; ciudades como Nueva York o Londres podrían en futuro vivir una desaceleración en su crecimiento, mientras que se espera que ciudades como San Pablo, México o Lagos continúen creciendo sin poder asimilar las demandas de sus, cada vez más numerosos, habitantes.

El futuro de las ciudades y de las condiciones de vida de los seres humanos, no solo ha acompañado a los urbanistas, antropólogos, arquitectos, geógrafos o sociólogos que han teorizado sobre el hecho urbano; de hecho la ciudad, desde sus orígenes, ha sido relatada, pintada o representada de las maneras más diversas. Así han llegado a nuestros días los míticos relatos de Ur o Jericó, pero también los caminos del hastío descritos por Baudelaire en su París desconsolado o las callejuelas oscuras que recorría el célebre Chulla Romero y Flores en ese Quito, hoy lejano, que retrató Icaza. En estos relatos de caminantes urbanos, de edificios y multitudes  se puede entender que la ciudad, como la humanidad misma, puede ser vista como un ente vivo  y en constante trasformación.  Resulta imposible, por ejemplo, desconectar a Onetti de La Rambla Montevideo o a Vallejo de su nostálgica visión gris de Lima; sin embargo, algo que da cuenta de la vitalidad de las ciudades es que ni Montevideo ni Lima son hoy lo que fueron cuando las describieron los autores mencionados.

“Cada vez es más común encontrar el avance de lo que se ha llamado ‘cultura urbana’ a lo largo de todos los espacios nacionales...”.Tal como sostiene Olivier Mongin, en la pluma de los escritores no solo se encuentra  la evidencia física de la existencia de la ciudad, es decir, su estructura. Lo más importante, sin duda, es que las narraciones de las que hablamos dan cuenta de la descripción misma de lo que podría llamarse “la experiencia urbana”: “No hay una acepción de la ciudad —dirá Mongin— sino que hay varios niveles de enfoque que se recortan, se superponen y forman la arquitectura de la experiencia urbana.” Se entiende, por tanto, que cuando se habla de lo “urbano”, también y necesariamente se debe hablar de lo “humano” que es la condición necesaria para la comprensión de los espacios sociales. La ciudad, es por tanto, más allá de su estructura formal, un cúmulo de experiencias que la habitan y le dotan de sentido. Por ejemplo, la experiencia que el lector de Joyce obtiene respecto a Dublín estará vinculada a las consideraciones y vivencias que motivaron al autor a realizar sus descripciones en el marco de su ciudad; sin embargo, la Dublín de hoy será, necesariamente, distinta y tal es una de las condiciones que muestran la vitalidad de un espacio urbano: no su quietud sino su dinamismo.

Horacio Capel, geógrafo español, escribió un documento muy sencillo  en el que intenta aclarar  “La definición de lo urbano”, en el mismo se puede entender que la idea misma de lo que es la ciudad y su funcionamiento es muy difusa y depende, en gran medida, de las consideraciones administrativas de los países en los que se encuentren las urbes. Por ejemplo, en Dinamarca puede ser considerada ciudad una población con más de 1.000 personas, mientras que en Japón solamente será considerado urbano un conglomerado de más de 30 mil  habitantes. Más allá de la definición estatal y formal de los espacios urbanos, es necesario dar cuenta que la diversidad del mundo contemporáneo, el acceso a las nuevas tecnologías, las redes de comunicación y los flujos económicos determinan que la diferenciación dicotómica entre campo y ciudad se vuelva difusa. Cada vez es más común encontrar el avance de lo que se ha llamado “cultura urbana” a lo largo de todos los espacios nacionales, mientras que en países desarrollados se piensa en la “rurbanización” como modelo que podría equiparar la situación del espacio rural basado en la dotación de las condiciones de vida y ventajas  propias del espacio urbano.

“La categoría de lo patrimonial funciona más como un dispositivo de distinción y exclusión que como una noción que permite y fomenta la diferencia y la diversidad...”.Esta complejidad descrita en el párrafo anterior, nos habla  en la actualidad de ciudades difusas, sin límites, incluso de ciudades donde el trato humano es cada vez menor. Decía Fernando Carrión que es muy posible que un habitante de Cumbayá tenga más contacto físico y virtual con Miami o con cualquier ciudad de Estados Unidos que con un barrio en el sur de Quito. Esta realidad, que se evidencia cada vez más, tiene como resultado  el aparecimiento de modelos de desarrollo urbano que  quizá no sean los más deseados. Teresa de Caldeira prevendrá ante el surgimiento de lo que ella llama “la ciudad de muros”, espacios urbanos caracterizados por la vigilancia, el control y la exclusión en lugar de la circulación y la convivencia. Cada vez es más común ver casas con tendidos eléctricos, equipamientos con vigilancia privada, el abandono de los espacios públicos y el aparecimiento de una suerte de paranoia urbana que se opone radicalmente a la experiencia urbana de la ciudad caminada, vivida y experimentada.

El epígrafe que precede a este texto, tomado de un célebre libro del genial escritor italiano Italo Calvino, nos habla de una ciudad de niveles. El espacio de lo visible y un espacio subterráneo donde se esconde la “otra ciudad”, la ciudad de los muertos, que bien puede ser equiparada con la ciudad de la vergüenza, es decir, la ciudad que no debe ser mostrada en los folletines turísticos. Los modelos de planificación de los espacios urbanos de la contemporaneidad, sostendrán algunos autores como David Harvey, Milton Santos o Manuel Castells,  se basan en la generación de estas diferencias que separan a la ciudad de la sobrevivencia del espacio de los flujos y el comercio.

Hacia dónde se dirige la experiencia urbana: problemáticas en el proceso de planificación urbana

Pensar una ciudad, se podría entender como el trabajo de unos cuantos funcionarios municipales encargados de los procesos de planificación; sin embargo, nada hay más lejano al real funcionamiento de una ciudad que se caracteriza por  la gran complejidad que encierran las dinámicas urbanas.  Lo más común en el ámbito de planificación de ciudad suele ser la aplicación sin sentido de modelos exitosos de otras latitudes y la práctica de políticas basadas en los requerimientos de grupos de poder que determinan el funcionamiento y la estética de las ciudades.

Hace falta, en este punto destacar la perspectiva crítica de la cuestión urbana que, desde las voces de Lefebvre, Castells o Harvey, destaca la existencia de un espacio urbano cuya existencia no se puede explicar por la simple cercanía de personas en un espacio, sino que propone una dimensión crítica de lo urbano entendiéndolo como parte constituyente de un proceso de planificación y dominio llevado a cabo por grupos de poder. Evidentemente, desde una perspectiva de este tipo, el ciudadano no aparece solamente como el beneficiario de políticas de administración, sino que su presencia tiene sentido en tanto es potencial transformador de las dinámicas urbanas de las que es parte.

Se comprenderá que toda iniciativa en el espacio urbano que busque tener resultados aceptables deberá basarse en la acción social de los ciudadanos que habitan en las distintas comunidades urbanas; sin embargo, esto suele ser obviado quizá por la complejidad que encarna el planificar junto a la población, o tal vez  porque la planificación suele  adaptarse a los periodos electorales y no a las verdaderas necesidades de las poblaciones.

Este tipo de pensamiento, generalizado y ampliamente aplicado en ciudades de todo el mundo, ha convertido a gran parte de las ciudades en los espacios donde se muestra con mayor claridad la disparidad  que se da entre los espacios de opulencia y aquellos de indigencia. Dirá Loïc Wacquant en Los condenados de la ciudad que “si no se ponen a punto y en marcha  nuevos mecanismos de incorporación social y política  que reincorporen a la población desechada en esos territorios de abandono, puede esperarse que esa marginalidad urbana siga creciendo y extendiéndose y con ella la violencia en las calles, la alienación política, la desertificación  organizacional  y la informalización de la economía que afectan a los barrios de relegación  […]”.  La afirmación de Wacquant distingue diferentes prácticas políticas que se ejecutan sobre el espacio urbano y que, evidentemente, se desarrollan de maneras distintas, en unos casos relacionadas a la imposición de visiones del mundo relacionadas al poder y en otros a economías de precaria subsistencia urbana.

Turismo genérico y patrimonio cultural de la humanidad: el caso quiteño

El 18 de septiembre de 1978, la Unesco, declaró a Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Para todos quienes nacimos luego de la declaración la noción de “Quito Patrimonio”  nos ha sido inculcada desde la más temprana infancia y, casi siempre, en relación con los espacios religiosos del Centro Histórico y bajo un manto sepia de ciudad conventual y vieja.

Cierto es que la noción de lo patrimonial, en los últimos años se ha remozado, dando cabida dentro del término, por ejemplo, a ciertas prácticas sociales que dan sentido a la estructura física de la ciudad. Pero, a pesar de todo, creo que tal como lo sostiene Mireya Salgado, en muchos casos la categoría de lo patrimonial funciona más como un dispositivo de distinción y exclusión que como una noción que permite y fomenta la diferencia y la diversidad. Bajo esta noción se han justificado muchas de las intervenciones que, en base a una justificación turística, han pretendido desconocer el carácter de ciudad viva y no de museo que tiene el Centro Histórico de Quito.

Las políticas patrimonialistas aplicadas sin ningún tipo de consenso con la población han producido la recuperación de edificaciones inmuebles, pero han fomentado también el vaciamiento de la ciudad  y la necrosis de buenas porciones del tejido social urbano. Fuera del Centro Histórico, el dispositivo patrimonial funciona de manera distinta; en un taller sostenido con vecinos del bulevar 24 de Mayo un vecino de Guamaní, luego de exaltar la belleza física del “centro” sostenía que en su barrio no había nada digno de ser mostrado a los turistas. De alguna forma, la relación de lo patrimonial con lo turístico ha producido la exaltación de ciertas manifestaciones urbanas en detrimento de otras que han quedado fuera de lo que debe ser mostrado.

“El habitante despreocupado e impávido demuestra falencias en el proceso de planificación urbana...”.En este contexto, Eduardo Kingman, afirmará: “No solo ciertas zonas de las urbes pasan a convertirse en museos desprovistos de vida, sino que sus pobladores  se ven sujetos a distintos mecanismos de expulsión, ya sean coactivos o “legítimos […]”. Paralelamente a las acciones de gentrificación, se desarrollan políticas de activación de la memoria, pero que en la mayoría de los casos se trata de una memoria cosificada y banal, al punto que habría que preguntarse sobre el derecho que les asiste a las instituciones para definir lo que constituye el pasado de una ciudad o de una localidad, ahí donde hay una multiplicidad de memorias posibles”. El reclamo de Kingman tiene sentido cuando se analizan a profundidad las nociones de patrimonio que ha interiorizado la población. Si el patrimonio es lo viejo, las iglesias, los museos, el Centro Histórico, o lo “turístico”, estaremos ante una perspectiva sumamente limitada  de lo que puede ser el ejercicio de una práctica ciudadana basada en la idea de que la población es productora constante de memoria. Como se puede notar, la idea de que la población, en tanto base social de la ciudad y razón de su existencia, viva y se constituya en patrimonio tendrá lugar siempre y cuando el ciudadano sea un sujeto crítico frente a los procesos que dan sentido a su ciudad. Ejemplificaré citando el caso de las iglesias del Centro Histórico; si se las admira a nivel estructural como testigos de una época lejana asociada a la época colonial de la ciudad se puede tener una visión parcial que les resta importancia y actualidad, en tanto, estos templos siguen siendo utilizados por la población y son espacios donde se producen prácticas rituales, comerciales, didácticas e incluso lúdicas que son propias de la gente de esta época y no del periodo colonial. Fernando Carrión sostendrá que esta generación parece haberse dedicado a recuperar todo, y de tanto recuperar se está olvidando de escribir sus propias líneas en la historia de la ciudad; de tanto buscar el color original y el sabor primigenio, se está olvidando de sazonar a su gusto y de dejar su impronta en muros y espacios.

Milton Santos sostiene que el papel del ciudadano en su espacio es fundamental y debe ser recuperado en su importancia central. El habitante despreocupado e impávido demuestra falencias en el proceso de planificación urbana, pero también falta de sentido crítico y de responsabilidad frente a los procesos que le deben importar. El ejemplo que he citado del Centro Histórico de Quito y la aplicación de políticas patrimonialistas demuestra que las dinámicas sociales urbanas revisten fundamental importancia, pero, a pesar de todo, suelen ser ignoradas en los procesos de planificación.

¿Qué debería significar para los habitantes el derecho a la ciudad?

David Harvey, en uno de los cursos dictados en el Instituto de Altos Estudios Nacionales en Quito, sostenía que durante toda su carrera se había preguntado cómo algunos de los derechos mínimos de la coexistencia urbana habían sido tratados sistemáticamente como asuntos de mercado. El pensador se refería explícitamente al caso de la vivienda que, en muchas ciudades del mundo, es controlado por grandes grupos financieros que se encargan de determinar los niveles de precio de suelo, inversión y dotación de unidades de vivienda. Harvey decía: “Es increíble que se trate de esta manera algo que es un derecho humano fundamental, es impensable que vivir bajo un techo siga siendo un lujo. Algo tiene que cambiar, algo debe cambiar pronto.”

“No corresponde únicamente  a las entidades estatales y municipales la generación de espacios para discusión urbana...”.El derecho a la ciudad, define Harvey, es el derecho a cambiarnos nosotros mismos, a valorarnos y cambiar nuestras ciudades. Es, por tanto, un derecho que se exige en comunidad y que requiere acción y participación y no sujetos pasivos. Dirá Harvey: “Desde sus inicios, las ciudades han surgido mediante concentraciones geográficas y sociales de un  producto excedente. La urbanización siempre ha sido, por tanto, un fenómeno de clase, ya que los excedentes han sido extraídos de algún sitio y de alguien mientras que el control sobre su utilización  habitualmente radica en pocas manos.” Bajo esta óptica se entiende que la vida urbana se haya convertido en una mercancía que, en el caso del Centro Histórico de Quito, se desarrolla por debajo de los intereses impuestos por la aplicación de políticas sustentadas en la  promoción de un turismo genérico y de postal.

El derecho a pensar la ciudad, el derecho a vivir la ciudad, es por tanto, un derecho fundamental que debe ser perseguido por la población en base a un ejercicio crítico de la ciudadanía. No corresponde únicamente  a las entidades estatales y municipales la generación de espacios para discusión urbana, sino que es un papel que debe ser ejercido, principalmente, por los ciudadanos.

El derecho a la ciudad, nota Harvey, es en muchos casos únicamente ejercido por las élites y los grupos de poder que son quienes participan activamente en el diseño de la ciudad. El ejemplo del Centro Histórico de México es aleccionador, Carlos Slim, el multimillonario mexicano, usando su dinero “había remodelado  las calles del centro para agradar a los turistas”. Evidentemente, y más allá de las autoridades municipales, el derecho a la ciudad como perspectiva crítica de acción debería partir del cuestionamiento interno de los ciudadanos y de los movimientos sociales urbanos, antes que de las autoridades municipales.

Las propuestas de Harvey y de otros teóricos críticos respecto a la condición urbana contemporánea suelen ser tildadas de radicales en cuanto se sustentan en la idea de participación activa para su práctica, la misma, que no permite comprender los fenómenos urbanos desde perspectivas más plácidas y neutrales. Sin embargo, creo que se trata, más allá, de la perspectiva marxista, de una idea que se entrona en el sentido de participación y reconocimiento de la población como componente fundamental de los espacios urbanos. En tal sentido Harvey sostendrá la importancia de un cambio micro para lograr cambios en el sistema urbano: “Para cambiar el mundo debemos cambiarnos nosotros mismos […] ¿cómo podemos cambiar sin que cambie nuestro mundo?”.

Se puede afirmar, basados en la lectura del texto de Harvey Espacios de utopía que la práctica  social que es definitoria para el ejercicio del derecho a la ciudad debe, necesariamente impactar en el plano de lo político y debe buscar ser ejercida en colectividad. Afirma el autor: “En el esfuerzo sostenido por la humanidad por cambiar el mundo existe un momento y un lugar en el que los proyectos alternativos, por más fantásticos que sean, proporcionan el impulso para modelar poderosas fuerzas políticas transformadoras.” Creo que el trasfondo que Harvey observa se compone de la acción del hombre sobre el espacio social, de la posibilidad de un ejercicio crítico como colectividad que se piensa y piensa su ciudad.

La práctica de este ejercicio crítico, es sin duda, uno de los retos mayores para los ciudadanos y para las autoridades; todo depende de la ciudad que queramos tener y de las posibilidades de acción y resistencia que se pongan para lograr ejercer una ciudadanía real. Hace tiempo leí una hermosa novela de J.G. Ballard, uno de los maestros de la anticipación y la ciencia ficción, su título era Rascacielos”. En esta novela el autor habla de un futuro lejano en el que las ciudades no son más que inmensos complejos verticales de los cuales nadie precisa salir pues lo concentran todo en su interior. En cierta medida, Ballard imagina un mundo en el que la utraplanificación y la homogenización se han hecho presentes debido a que las poblaciones permanecen en un estado de inactividad acrítica. El ejercicio de la práctica ciudadana motivaría a que los pobladores del rascacielos de Ballard se decidan a salir; sin embargo, esto dañaría el argumento pesimista de la novela. En cada uno de nosotros está la posibilidad de escribir el siguiente capítulo de nuestra experiencia urbana.

PERFIL

Doctorando en Historia de Los Andes y Máster en Gobierno de la Ciudad con mención en Centralidades Urbanas y Áreas Históricas por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Ecuador (Flacso). Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Coordinador de investigaciones en Fundación Gescultura.