El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 28 de Agosto de 2025

Leer o no leer, las alternativas son esas.

Todos tenemos la opción de elegir y es cierto, lo admito, compadezco a aquellos que no disfrutan de la lectura, pero también hay que conceder algo más, y es que la falta de interés en leer no es un pecado, sino una carencia.

Que les pase a otros, a los que tienen otros hobbies, pues bueno, es natural. Pero que les suceda a quienes se supone que leen y que comparten con otros ‘ratones de biblioteca’ sus lecturas, apreciaciones, críticas, etc., es raro, una especie de enfermedad. ¿Por qué alguien a quien le gusta la lectura deja de leer? Y la pregunta más horrible, esta sí me produce escalofríos hacerla, ¿por qué, por amor a todos los dioses, a alguien se le ocurre opinar sobre un libro si no lo ha leído?

Estas carencias, síntomas de virus, se notan, en serio, ¡se notan!, cuando se entabla conversación sobre las publicaciones recientes, las últimas lecturas. Se hace la pregunta de rigor, ¿has leído tal o cual cosa?, ¿qué te pareció tal o cual libro?, y la respuesta suele ser una excusa, un irse por la tangente al tiempo que se pide un trago con urgencia al camarero o bartender: “Es que…”.

Aunque no lo crea, casos se han visto. Y he aquí las excusas.

 

Caso 1: No lo he leído porque la escritora o escritor me cae mal

Es cierto, los escritores no le caen bien a todo el mundo, de hecho, se mueven entre pequeñas intrigas y envidias, peleas por faldas y pantalones, como el resto de habitantes, en verdad, así que no están exentos de provocar simpatías y odios acérrimos. Le pasó a los grandes, alguna vez, y es que quizá se lo merecían, sino basta citar el caso de Céline, repudiado en su época por su manifiesta colaboración con los nazis durante la ocupación, al punto que en 2011 el Gobierno francés desistió de hacerle un homenaje al escritor por los 50 años de su muerte. Y es que seguramente sí, Céline era un completo (sustantivo a gusto del lector), pero es innegable su talento, quien haya leído Viaje al final de la noche lo sabe, lo siente, ha llorado con ese libro, se ha botado contra el suelo sin pensar en el antisemitismo del autor.

No, esta no es una apología de aquellos que hacen y deshacen horrores en la humanidad, ni tampoco estoy comparando a algunos ecuatorianos, de mi generación o anteriores, con Céline, líbrame Santa Claus de semejante osadía. Estoy, sencillamente, exponiendo un caso de prejuicio ante la lectura que resulta en el mismo saldo negativo que ya he mencionado: “No, no lo he leído”. En la posteridad, no sería raro que alguno de nosotros, de aquellos, de los nuevos o los pasados, sea reconocido por su trayectoria literaria y uno diga, con la mayor expresión de inocencia y estupor: “No lo leí en aquel tiempo porque me caía mal”.

Y no solo ocurre esto con los escritores a los que uno tiene la fortuna o desgracia de conocer en persona —eso queda a su juicio—, sino que resulta que hay escritores que caen mal de lejos, los famosos, porque se visten así, porque son de otra forma, porque sí. Y nos quedamos sin leer, cuando quizá, a pesar de parecer un Yeti o un monje budista (versión femenina), el autor en cuestión puede ser realmente bueno.

Como consejo, para finalizar la exposición de este caso, diré que es más sencillo leer que no leer, aunque este sea el archienemigo, la antítesis de toda nuestra maravillosa humanidad individual, pues hasta de ahí puede agarrarse uno para criticar y odiar a gusto, pero criticar por la animadversión pura, por las ganas de fastidiar, pues no, eso no es válido.

 

Caso 2: No lo leeré hasta que pase de moda

Decidámonos por una postura: o lo olvidamos o le damos mucha atención a un escritor. Ambas, por supuesto, solo contribuyen a que haya menos lectores de un autor y eso, en general, solo va en desmedro de cada uno. En algún momento recuerdo que estaba de moda leer a Mishima, la historia de su seppuku estaba ligada al morbo de su lectura, y por ello, por despreciar ese amarillismo, muchos no querían leer al autor japonés. Por suerte, habrá que agradecerle a alguna deidad oscura, se rompió el cerco y se conocieron otras obras de él, no solo Confesiones de una máscara, sino la brillante tetralogía de El mar de la fertilidad, cuyo segundo tomo, Caballos desbocados, aparte de ser una obra de exquisita belleza, habla, precisamente, de un joven que… (verbo a gusto del lector).

Entonces, que un libro esté o no de moda, que un autor esté en boca de los happy few, no lo hace mejor ni peor, lo hace un libro más dentro de la larga lista que una espera completar algún día, aunque sabemos, lo sabemos y nos damos el lujo de desdeñar lecturas, que el tiempo no es suficiente para nadie. Leerlo o no es cuestión de cada uno. Opinar sí es opcional y no es necesario, porque creo que más vergonzoso sería el hecho de ser trincado en mitad de una opinión que no ha sido sustentada. Algo así como ese viejo chiste en que le preguntaban a una señora si había leído ‘El dinosaurio’ de Monterroso, y esta respondió que aún lo estaba leyendo.

Suspiro (puede ser otro verbo en primera persona a gusto del lector).

 

Caso 3: No lo leo por su club de fans o porque tal o cual, que me lo recomendó, me cae mal

Y aquí sí me incluyo yo, que casi no leí a Bolaño por culpa de la fanaticada de ‘detectives salvajes’ que pulula por la ciudad, con chamarra de cuero y cara de maldad, creyéndose delincuentes de la literatura.

Vayamos por partes. Que un autor tenga su fanaticada no está mal, todos tenemos derecho a denunciar nuestro gusto a voz en cuello, volvernos pesados a ciertas horas y después de ciertas bebidas, recitar fragmentos en la calle, vestirnos como se nos venga en gana (aunque en esto último también tenga que ver el presupuesto, que no es lo mismo una chamarra que una chaqueta, discusión para después, en todo caso). La cuestión no radica en el amor a un autor, sino en la ceguera que impide leerlo bien, recomendarlo de buena forma, y aceptar que puede haber otros escritores en el mundo, y esto, precisamente, es lo que algunitos y algunitas no logran. 

Caen mal, su autor cae mal, y este último ni siquiera estará enterado de la situación.

Así le pasó también a Cortázar, muchos se han dejado llevar por la fanaticada infame que ha aligerado sus libros, aquellos que citan el capítulo 7 de Rayuela como si fuera el Corán, y los lectores que podrían resultar complacidos corren lo más lejos posible de la obra. Triste pero cierto, y así podría citar muchos nombres más enlodados por sus propios amantísimos lectores.

*

Al parecer, es más fácil escudarse en cualquier excusa absurda para no leer, cuando nos jactamos de tal o cual lectura. Y opinar es más fácil, aun cuando no se ha leído el texto sobre el que se debate.

De todos estos casos expuestos se desprende, entonces, una crítica aberrante, basada en el prejuicio y la negación, y esta crítica, basada en antipatías y no en la literatura, es la que mejor prolifera, sobre todo en redes sociales, ahora la plataforma idónea para esparcir un virus, el virus de la mala leche antes que el de la lectura.

¿Y el libro? Bien, gracias.

No sé si lo sabrán algunos, o si lo sabrán todos, da igual, a estas alturas, pero cuando un autor escribe un texto, se desprende de sí mismo, y deja, en la obra, no una parte de sí, solamente, sino una parte de otro, de otros, de los que han servido para construir su universo literario. Es decir, el Autor no es más que una estrategia implícita dentro del texto, así como el Lector es otra de estas estrategias. Ambos conviven en la obra y le otorgan vida, así: “La cooperación textual es un fenómeno que se realiza entre dos estrategias discursivas, no entre dos sujetos individuales”.  En pocas, la lectura es un proceso en el cual interactúan 2 seres, sí, pero dentro de un texto, llamémoslos virtuales, para comprensión de los más jóvenes, no importa si se han encontrado en la calle y se han mirado con cara de ‘te robaste mi taxi’.

Si después de que ha habido una lectura se sigue con la teoría de que tal o cual no hace más que embarrar las hojas de un libro con borborigmos, pues bueno, ya hay experiencia, ya hay un asidero para opinar. Y hablo de lectura, no de esa otra respuesta más sutil para encubrir la carencia de no haber leído un libro: “Solo lo he hojeado”. Entonces, si hay una mala recepción, deje el libro a un lado, bótelo por la ventana y siéntese a leer algo que realmente le guste y sobre lo que después pueda opinar hasta quedar ronco. O regáleselo a alguien que sí pueda interactuar de otra forma con el autor virtual de la obra.

Yo, por ejemplo, recibo colaboraciones todo el tiempo.

Gracias.