El Telégrafo
Ecuador / Jueves, 28 de Agosto de 2025

Cecilia Velasco (Quito, 1965) no solo se ha destacado como escritora, en el año 2010 ganó el Premio Internacional Fundalectura con su novela Tony, sino que ha ejercido desde hace años la labor de docente y de crítica literaria. En este marco, Cecilia ha organizado una serie de diálogos con escritores ecuatorianos, por ahora ya hay seis participantes, conversatorios abiertos al público, para que la gente pueda charlar con los autores y conocerlos en una faceta más humana, dentro, por supuesto, de su labor literaria. Los diálogos se iniciaron el pasado jueves, y seguirán dándose, en ese mismo día de la semana, en el Centro Cultural Benjamín Carrión. A propósito de esto, queríamos, precisamente, dialogar con Cecilia sobre lo que significa conversar.

Acerca de esta serie que se llama La palabra encendida. ¿Por qué estos narradores —Alemán, Vásconez, Manzano, Égüez, Páez y Proaño Arandi— para estos diálogos?

La idea era rendir una especie de homenaje pero también hacerle unas preguntas autores que ya no están tan jóvenes. De este listado, claro, exceptuamos a Gabriela Alemán. Iván Égüez y Francisco Proaño Arandi son del 44, Javier Vásconez es del 46, Sonia Manzano del 47; después nos saltamos 10 años y llegamos a Santiago Páez, nacido en el 58, y terminamos con Gabriela Alemán, del 68, con quien empezamos, en realidad, las charlas. Me parece que estos autores son importantes, representativos, merecían un homenaje, así como una serie de preguntas. Pensamos que en el caso de Gabriela Alemán tiene una obra que se ha mantenido en el tiempo. Es decir, más que un criterio que antepone la fecha de nacimiento de los autores, sí nos guiamos por un criterio de intergeneracional.

Otro de los criterios de selección fue esta permanencia en el tiempo. Se trata de autores que sigan publicando, que estén presentes en la esfera cultural sin negar que es probable que se diga que es una lista arbitraria… Pero hay una subjetividad, por supuesto. En cuanto a estos narradores con una obra ya consagrada y que se han mantenido en el tiempo, ¿qué cosas nuevas se les pueden plantear que no se les haya planteado antes?

Me parece que la posibilidad de un diálogo no es algo tan frecuente como se cree. Cuando se hacen lanzamientos, hablan los críticos, tal vez se hace un montaje escénico, pero la experiencia de un diálogo en sí es una novedad. La idea es que, más allá de las preguntas de índole especializada o literaria, se hagan preguntas respecto de su cotidianidad, de sus ritos de escritura, cábalas, horarios, etc., de modo que el público vea al escritor de forma más cercana.

Con respecto a estas preguntas que pretenden acercar al escritor a la gente, ¿usted las está planteando desde su posición de escritora, crítica o lectora?

Yo creo que es imposible separar esas tres esferas. Por ejemplo, quiero preguntarle a Gabriela Alemán cómo hace para diferenciarse en sus facetas de escritora y lectora, pues en sus libros encontré muchas frases de ella mezcladas con fragmentos de otros. Sin embargo, te diría que en este momento voy a plantear este diálogo como lectora. He vuelto a releer mucha obra, y he leído obras que no conocía de los autores, para tener una mirada fresca de lectora; no soy una lectora ingenua, pero al mismo tiempo sí lo soy, porque siempre tienes que acercarte a una obra con una cierta confianza e ingenuidad, sin demasiados juicios a priori.

Eso quiere decir que el público que asiste a La palabra encendida puede captar las preguntas y las respuestas, que no obedecen a lo muy técnico o académico.

Esa es la idea. Me parece que lo técnico en un escritor tiene que ver con cómo arma su cuento, su estructura, como si le preguntases a un carpintero cómo construyó tal o cual mueble. La pregunta me parece interesante en el sentido de que sin despreciar lo académico, la idea es que estos no sean diálogos de ese tipo, que haya preguntas técnicas, pero que nos permitan acercarnos a estos seres humanos.

¿Es usted la única interlocutora de estos diálogos con los escritores?

No. El director del Centro Cultura Benjamín Carrión, Leonardo Hidalgo, aportó con la idea de que hubiera alguien más, después de que yo hago las preguntas, en una segunda parte, que sería un invitado sorpresa. Esto me divierte mucho porque los escritores están supernerviosos, no me imaginé que pudiese ser así, me han preguntado quién será el invitado, y qué les irá a preguntar… Claro, no se trata de ponerles a los autores una cáscara de plátano, pero sí es refrescante que haya alguien en el público y que el autor no lo sepa, un alguien que le hará preguntas, que estará preparado, que conoce la obra del autor… Obvio, se trata de que este alguien sea un representante de los autores llanos.

No es necesario que esta persona sea un escritor joven, ¿o sí?

No precisamente. La idea es que sea alguien que tenga una amistad con los libros, pero no un representante de la academia.

¿Se abre también la conversación con el público?

Sí, en esa segunda parte. Esta va precedida por ese alguien y luego el público puede hacer tres o cuatro preguntas. Sabes que de todas maneras esto tiene un carácter experimental, pues no sabes finalmente cómo va a reaccionar el público y cuánta disposición tenga para escuchar. Hay que tener una actitud generosa para entregarse al diálogo.

Estamos basando todo este trabajo en la intención del diálogo. ¿Qué significa para usted este desde su significado más básico?

Para mí es un intercambio. En algún momento pensamos con Raúl Pacheco en algo que fuese como ‘palabra de ida y de vuelta’. Se trata de que realmente escuche a la persona con la que estoy hablando y que de ahí las preguntas mías vayan por otra dirección. Esto es un intercambio abierto y generoso. Hay que recalcar esto de la generosidad.

Llama la atención esta ‘puesta en escena’ que tiene que ver con el diálogo. ¿Cree que la práctica del diálogo se da frecuentemente en nuestro país, en todos los niveles, intelectual, cultural, social?

No. Me parece que hemos perdido —alguna vez sí la tuvimos— la oportunidad de dialogar. En algún momento, había bares, cantinas o cafés donde podía sentarse el comunista, el rico, el pobre, el conservador, el ‘comecuras’, y ese era el espacio donde se encontraban los diversos para tomarse un trago y tal vez discrepar un poco, pero amigablemente. La intención de crear diálogo en un país tan escindido ojalá tenga feliz término.

El diálogo, decía usted, debe ser generoso y es un intercambio, pero también debe haber un bagaje o un sustento para mantenerse como interlocutor. ¿Hace cuánto está preparando esta serie de diálogos, tomando en cuenta su proceso de relectura?

Hace más o menos unos seis meses que hablo con Raúl y Leonardo. Ya conocía la obra de algunos autores, de unos con más profundidad, entonces me tocó prepararme y leer mucho. Fuera de esos seis meses, está el conocimiento previo que tenía.

A la inicial, ¿qué le añadió esta nueva lectura? ¿Redescubrió cosas, cambió su parecer con respecto a algunas obras?

Varias cosas. Algo que me llamó la atención al revisar la biografía de algunos de estos autores, es que de ellos algunos empezaron a publicar muy jóvenes, incluso a obtener premios con menos de 30 años, como Iván Égüez, que ganó el Aurelio Espinosa Pólit a los 30 o 31. Esto es algo que me parece sorprendente.

¿Por qué esta sorpresa?

Porque tal vez uno cree que solo en el presente hay una literatura joven o que ahora solamente los jóvenes publican más y están presentes en el arte, en la vida. Y no es así. En décadas pasadas, los autores empezaban a proponer sus obras también con menos años.

Asimismo me he sorprendido al redescubrir el fértil movimiento literario en Quito que había a través de revistas, un movimiento político y cultural intenso, que a veces lo echo de menos. Me parece que ahora los círculos son más cerrados, es como si las universidades o las instituciones fuesen las únicas que dirigen los diálogos. Tengo la sensación de que en el pasado esto estaba guiado por las inquietudes de los jóvenes, a nivel político e intelectual. Un proyecto de tesis, o de investigación podría girar en torno a este movimiento cultural en otros tiempos.

Y después de esta retrospectiva que ha iniciado, ¿cómo ve, a comparación de entonces, la actividad literaria emergente?

Me parece que hoy son voces individuales. No digo que una u otra cosa esté mal, pero sí me parece que en el pasado había una mayor articulación en torno a ciertas ideas o utopías, mientras que ahora se trata en realidad de lo que siempre ha sido, un trabajo en soledad.

A propósito de esto, la idea es que podamos suscitar estos diálogos con autores más jóvenes, con otros más viejos, con poetas, con personas vinculadas al mundo del arte más allá de la literatura, fotógrafos, arquitectos, pintores, periodistas... Buscar distintos grupos para dialogar con ellos.

En esta producción que hacen los jóvenes, que usted me dice considera más individuales, ¿cree que existen diálogos entre las generaciones?

Creo que sí. Alrededor de figuras como Javier Vásconez, Iván Égüez, se han animado proyectos editoriales. En el caso de Santiago Páez, como profesor universitario, sí ha establecido un diálogo como los más jóvenes. Y aunque no puedo hablar con total conocimiento, creo que sí hay un movimiento fuerte de gente joven interesada en la literatura. Los puentes existen, pero se puede hacer más para enriquecerlos.

Antiguamente se hablaba de generaciones literarias, unidas por temáticas y años. Hoy parece que no hubiera generaciones sino tendencias. ¿A qué se debe esto, cree usted?

Los estudios generacionales siempre han sido criticados. Juan Valdano fue de los que encabezaron estos estudios y decía, si no me equivoco, que se producía una generación cada 25 años... Hubo una crítica desde la sociología y la recepción de las obras sobre que el generacional no debería ser el único criterio de estudio. Me parece que esto es para considerar quiénes, por ejemplo, nacieron del 70 para acá y qué están haciendo. Como sabemos, las generaciones o nombres de grupos son más un producto arbitrario de la crítica. En pocos casos existe la conciencia para decir “yo pertenezco a esta generación”.

Al final de estas generaciones literarias, ¿quién tiene la última palabra para la permanencia en el tiempo de los escritores?

Creo que los dos. Mira, me parece interesante que Gabriela Alemán, con otras personas, haya lanzado un proyecto editorial, El Fakir, con la idea de publicar a autores marginales. Comenzaron con Hernán Hoyos, de Colombia, y realmente tengo mis dudas... pero no lo he leído, pero sí críticas, por ejemplo de un académico que decía que a Hoyos le faltan algunos criterios.

Me parece que siempre hay un roce entre la tradición y la ruptura. La academia, en general, siempre será conservadora, y me parece que hay que abrir el diálogo otra vez. Si Hoyos se desplazaba con su maletita vendiendo libros y millones de personas lo han leído, bueno, pues la academia debería fijarse en quién es esta persona. No me parece que yo pueda decir “ellos o ellos”. En el diálogo siempre fértil, es el tiempo el árbitro.