El 1 de febrero del año bisiesto de 2016, se conmemoró medio siglo de la muerte del genial e inimitable Buster Keaton.
En 1972, Anagrama publicó un libro breve, de formato pequeño, de 122 páginas, en cuya portada, de un verde aceituna, se leía en letras blancas, como en un cartel:
Anagrama presenta orgullosamente a BUSTER KEATON en
Buster contra la infección sentimental
Una superproducción en dos partes y un intermedio, precedida por un tráiler de Julio Cortázar. Intervienen en la primera parte Judith Erébe y Eric Rohmer. Animan el descanso Luis Buñuel, Federico García Lorca y Rafael Alberti. Actuación personal en la segunda parte de BUSTER KEATON asistido respetuosamente por Christopher Bishop, John Gillet, James Blue y Arthur B. Friedman.
Acomodadores: JOS OLIVER y JOSÉ LUIS GUARNER.
Conservo esta pequeña joya desde los años ochenta, como el tesoro que en verdad es, en el que a partir del concepto editorial creativo y riguroso, hace que en su fragmentada brevedad se abran las claves para acercar y alertar la admiración por uno de los más grandes talentos del humor en el cine. Y no podría ser de otra manera con un título tan propio de Luis Buñuel, quien de esa forma reseña la película College de Buster Keaton en Cahier d’Arte en 1927.
En Buster Keaton, la extraña condición humana del humor no es más que el ejercicio arduo y serio del individuo frente a las tareas que se empeña en realizar donde la cotidianidad en su aparente monotonía, las torna en un hecho mecánico y, en el mejor de los casos, en audacia que pretende suplir a la experiencia. Eso sí, indistintamente de las dos, asumidas con una genuina y cristalina actitud ante la irrupción de lo inesperado, que más que derrota es una interrogación que clama por otro nuevo intento. Entonces, la frustración se repliega y en el rostro se dibuja el esbozo de una sonrisa que se convierte de inmediato en una profunda y escueta carcajada que cae sobre nosotros mismos. Es así como en El maquinista de La General, película considerada como una de sus obras maestras, el protagonista es un hombre solo, de estatura pequeña, rostro estático y sin expresión, de apariencia frágil, que solo sueña en recuperar dos de las cosas que más quiere en su vida: la locomotora y la mujer que ama.
Joseph Frank ‘Buster’ Keaton VI nació el 4 de octubre de 1895 en Piqua, Kansas, Estados Unidos. Sus padres fueron Joe Keaton y Myra Keaton. El padre, un vendedor de específicos que dejó su oficio para moverse con su familia como actor ambulante, en un género que hacía furor en la época, el vodevil o Musical hall. Desde los 3 años acompañó a su padre en el escenario manteniéndose recostado en una pared lateral y en algunas ocasiones, si así lo requería el momento, el padre integraba al niño en la actuación utilizándolo como escoba para barrer el escenario o en otras era tirado al foso de los músicos sin ningún miramiento. La Asociación Protectora de la Infancia de Nueva York recriminó al padre por vincular al niño en un trabajo violento, a lo cual les respondió enfadado que eran unos “fanáticos de la dulzura” que se dedicaban únicamente al pequeño Buster, mientras cientos de niños deambulaban con hambre y desprotegidos por las calles de Nueva York.
“A los 4 años me hice profesional”, diría el propio Buster cuando le preguntaron en una entrevista sobre sus inicios en el cine. Desde que al padre se le ocurriera disfrazar al niño con peluca, barba postiza, chaleco de fantasía y pantalones grandes como un irlandés, imitando los movimientos que hacía el padre vestido como él, lo que generaba la carcajada general entre los asistentes. Hasta que la Asociación prohibió que el niño participara durante 2 años en los espectáculos que hacía en Nueva York, lo que obligó a la familia a trasladarse a Inglaterra para continuar con sus presentaciones. Es posible que esta experiencia señalada como traumática para un niño (como él mismo dijo, nunca le había pasado nada a excepción de un puñetazo que recibió del padre en forma accidental a los 8 años, y lo dejó inconsciente durante largas horas), determinara en el futuro actor, libretista y director, la audacia y valor que caracterizaron muchos de los gags que aparecen en sus mejores cortos, largometrajes y películas, en los que resaltan asombrosas escenas de acrobacia, como en El rostro pálido, en la que salta de una altura de más de 20 metros, y en El moderno Sherlock Holmes, en la que se rompió el cuello.
A los 21 años, decidió regresar solo a Nueva York, donde conoció al cómico irlandés Lou Anger, que le presentó al director y estrella del momento Roscoe ‘Fatty’ Arbuckle, con quien hizo su primera serie de películas cómicas. A lo largo de 1919, rodaron Keaton entre bastidores, Fatty en la feria, Fatty, cartero, Fatty en el garaje. De quince filmes que reunieron a Keaton y Fatty, solo se conservan doce. Fatty enamorado y Fatty héroe desaparecieron. Fatty y las estrellas está incompleto. Así inició su carrera imparable, entre el rechazo a propuestas verdaderamente llamativas y rentables, hasta el éxito y el fracaso de muchas de sus producciones. De 1919 a 1923 rodó el largometraje Pasión y boda de Pamplinas y diecinueve cortos. De 1923 a 1928, diez largometrajes.
Se considera que sus mejores películas son: El maquinista de La General (1923), Las tres edades (1923), La ley de la hospitalidad (1923), El navegante (1924), El moderno Sherlock Holmes (1924), Las siete ocasiones (1925), El héroe del río (1928). Protagonizó también una serie de comedias que cimentaron su fama como uno de los comediantes más geniales del cine: Una semana, La nodriza, La casa eléctrica, El gran espectáculo.
En la década de los treinta, presionado para someterse a las condiciones de las empresas cinematográficas de la época, como la MGM (para la que fue libretista y productor de gags, y dirigió algunas películas que tuvieron mucho éxito, pero que detestó por considerarlas poco artísticas), se aisló, se dedicó al alcohol y escribió para los célebres Hermanos Marx Una noche en la ópera (1935), Una tarde en el circo (1939) y varias películas de Red Shelton.
Julio Cortázar, en La vuelta al día en ochenta mundos (1967), dice: “Oh, quién nos rescatará de la seriedad para llegar por fin a ser serios de veras en el plano de un Shakespeare, de un Robert Burns, de un Julio Verne, de un Charles Chaplin. ¿Y Buster Keaton? (...) En cada escuela latinoamericana debería haber una foto de Buster Keaton, y en las fiestas patrias el director pasaría películas de Chaplin y de Keaton para fomento de futuros cronopios”.
No sé si en el imaginario actual se reconozca, así sea en la fugacidad de Facebook, la figura de ese hombre con cara de palo, sombrero ladeado de copa aplanada, que todo lo ve con la impasibilidad de quien traspasa un vidrio. Con solo nombrarlo se me ilumina el rostro y viene a mi cabeza su figura estática, sentado en el guardafangos de un tranvía o huyendo por las calles perseguido por una legión de mujeres vestidas de novias.
A Buster Keaton lo persigue el silencio. O aparece en un plano sombreado, eclipsado por algunos críticos insustanciales, ante la genialidad de otro actor y cineasta, Charles Chaplin. “Las comparaciones entre Chaplin y Keaton nos parecen bastante vanas. Éste quizá no sería lo que es sin el primero, y todavía esto no es seguro. Su técnica es la del musical hall; la de Chaplin también, por lo demás, y puesto que los dos han hecho, antes de llegar a la pantalla, una feliz carrera como mimos y acróbatas”, dice Judith Erébe. Y a propósito, cuando le preguntaron a Buster cómo había adquirido las habilidades acrobáticas que despliega en El moderno Sherlock Holmes, respondió:
Bueno, yo era un chico aturdido que creció entre bastidores, que lo probaba todo mientras se hacía mayor. Si una semana actuaba un equilibrista sobre el alambre, intentaba yo andar sobre el alambre cuando nadie me veía. Si había un malabarista, pues hacía juegos malabares, hacía acrobacias. No hay nada que no quisiera probar. Quise ser ventrílocuo, quise ser payaso, quise ser mago, un Harry Houdini. Intenté quitarme unas esposas y una camisa de fuerza.
Buster Keaton
En un ejercicio de supervivencia extraño y marcado por el olvido, su bibliografía es escasa y difícil de conseguir. En 1958, se hizo justicia cuando André Martín publicó Le mécano de la pantomime, un trabajo esencial sobre la obra keatoniana. En 1959, Keaton recibió el Óscar Especial por su contribución al arte cinematográfico. Los jóvenes de los sesenta se interesaron por todo lo que había hecho: Sin embargo, algunos estudiosos señalan que las monografías publicadas en esa década son imprecisas y contradictorias.
Sus contemporáneos fueron conscientes de su importancia, y en 1927 se publicó el ensayo de Judith Erébe, Sobre el cine cómico y especialmente sobre Buster Keaton, uno de los análisis más lúcidos sobre la filmografía de Keaton, en el que descubre la profunda singularidad de su humor, que a partir de una gestualidad simple devela el trasfondo de un humanismo genuino: “La mano por encima de los ojos a guisa de visera para otear el horizonte; el beso de adiós a la vida enviado con las dos manos en el momento de efectuar algún salto peligroso que debe conducirle a su pérdida; el efecto de las precauciones que toma para escapar de un adversario siempre presente; el alivio de creerse salvado, cuando el enemigo está detrás de él, o a su lado; la confusión del tímido que inicia múltiples y bruscos gestos”; conforman sin duda el retrato del “hombre que para hacer reír a los demás no ríe nunca”.
Con una obra delirante y absurda, Buster Keaton nos deja su legado de artista esencial. Su autenticidad y dimensión devastadora nos lleva a nuevos significados sobre la condición humana.
Hasta ahora solo el cine cómico parece haber encontrado algunas leyes y cierto rigor de construcción, gracias a lo cual se establecen imágenes que satisfacen a la vez la necesidad de lógica y el deseo de evasión. Arte alusivo, su sabor reside sobre todo en lo imprevisto, la abreviación, la transposición.
Judith Erébe
En sus últimos años, participó en pequeños papeles, como en Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950) y en Candilejas (1952, Chaplin). También apareció con Mario Moreno ‘Cantinflas’ en La vuelta al mundo en 80 días (1956), en el papel de jefe de tren: un claro homenaje a El maquinista de La General. Luego se dedicó a hacer anuncios en televisión y espectáculos en directo, y logró que la gente se interesara por sus antiguas películas, muchas de ellas obras maestras que fueron prácticamente ignoradas en su estreno.
Su última aparición en público fue en el Festival de Cine de Venecia en 1965 para presentar su última película, Film, escrita por Samuel Beckett y dirigida por Alan Schneider, el primer drama que protagonizó en su vida. A la vez, fue un encuentro memorable de dos creadores que desde el cine y la literatura, con sus obras respiraron sobre la enorme nuca del silencio. Cinco meses después, falleció. Era el 1 de febrero de 1966.