De esa época en que el sustrato físico de la memoria pasaba por la película fotográfica en blanco y negro, por el cuarto oscuro, por la ampliadora y por largas horas de revelado, nos llega el recuerdo Don Augusto de la Rosa, narrador de historias, menudo de estatura, ágil y de buen talante que acostumbraba bromear con sus colegas, en medio de solemnes momentos de una política rancia y una economía compleja. Su apariencia siempre profesional era cotidiana en las carreras de autos, en la posesión presidencial, en la jornada del Estadio del Arbolito, o en la cobertura del aeropuerto.
Don Augusto de la Rosa, llegó a Quito, desde su natal Tulcán, para conquistar un muy merecido espacio en la historia del periodismo y la fotografía documental ecuatoriana. De él nos quedan varios registros que fijan la memoria: La polvorienta imagen de la ‘Y’ en Quito, un registro del desfile militar que enaltecía el primer barril de petróleo, la multitud que acompañó al presidente Velasco Ibarra, mientras salía de la misa que conmemoraba el aniversario número 50 del milagro de La Dolorosa, la algarabía del apoteósico recibimiento a la actriz mexicana Rosita Quintana, entre otras fotografías que hoy son parte de la historia de la capital.
Tuvo la suerte de compartir las páginas de los diarios con otros tantos recordados fotógrafos, en una época en la que el producto de su oficio se convertía en una competencia por la demanda de los periódicos que compraban imágenes indistintamente a unos y otros. Tiempo después, cada diario o revista se procuró personal propio, para asegurar su producción y una línea gráfica casi estándar a la época.
Como Augusto de la Rosa, muchos fotógrafos clásicos han tenido que adaptarse a los nuevos sistemas tecnológicos y la globalización de la información. Actualmente, el oficio de la fotografía análoga es más difícil y en muchos casos se ha vuelto innecesaria. En nuestro país, personajes como Don Augusto de la Rosa, Don Víctor Jácome, Luis, César y Francisco Pacheco, Fernando Cruz y Sergio Mejía Aguirre, entre otros, han pasado desapercibidos y lejanos de nuestra atención, pues lo que comúnmente observamos son sus fotografías, que acompañan relatos históricos, mas no nos hemos detenido a indagar sobre sus vidas y su trabajo.
Por ello, es necesario reconocer la contribución cultural de los cronistas gráficos en beneficio del país pues, a más de ser destacados fotógrafos, se han convertido en protectores y custodios de grandes archivos patrimoniales, muchos de los cuales ya son parte del acervo cultural del Estado.
Este artículo queremos dedicarlo al trabajo de don Augusto de la Rosa, quien nos ha dejado a los 98 años, como un homenaje a su labor y como un merecido reconocimiento a un oficio que día a día contribuye a garantizar el derecho a la información.
Apuntes: Augusto de la Rosa inició su trayectoria profesional en 1935, como ayudante del célebre fotógrafo Cruz Ignacio Pazmiño, posteriormente, colaboró en El Comercio de Quito, con EL TELÉGRAFO y El Universo. En 2013 fue reconocido con la Medalla Bicentenario al Mérito Cultural, otorgada por el Ministerio de Cultura, por su permanente entrega en favor de la cultura, y por fortalecer y construir referentes de identidad para las nuevas generaciones.
Investigación gráfica: Patricio Estévez.
Imágenes: Consejo Nacional de Cultura.