El Telégrafo
Ecuador / Miércoles, 27 de Agosto de 2025

Uno

No son pocos los intelectuales que desprecian el fútbol al considerarlo una droga social, un juego capaz de dopar a las masas, generar rivalidades y fomentar nacionalismos; y para quienes el término ‘arte’, aplicado a este deporte, resulta incompatible. Pero hay, también, muchos pensadores y artistas que han declarado su pasión por el fútbol. Albert Camus fue uno de ellos. Antes de saltar a la escritura con obras como El extranjero, La Peste o La Caída, el Nobel de Literatura era portero profesional en el equipo de la Universidad de Argel. “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, afirmaba Camus.

El filósofo francés Jean-Paul Sartre también es parte de la lista. Hincha del París Saint Germain, aseguraba que el fútbol es una metáfora de la vida; por ello sus reflexiones, muchas veces, giran en torno al balompié. En la Crítica de la razón dialéctica (1960), Sartre utilizó el ejemplo del equipo de fútbol para ilustrar su teoría sobre los grupos: “Es ejemplar el caso del fútbol con las relaciones entre los jugadores, esos pequeños grupos estrechos y rigurosos; la indiferenciación del derecho y del deber para cada jugador, así como el juego de las reciprocidades entre jugadores, grupo adverso y espectadores”.

Martin Heidegger era otro apasionado por este deporte. Su biógrafo, Rüdiger Safranski, cuenta que el filósofo alemán solía ir a la casa de algún vecino del pueblo de Messkirch, cerca de Friburgo, en la Selva Negra alemana, para seguir por televisión los partidos de la Copa Europea. El autor de obras como Ser y tiempo, ¿Para qué poetas? y Arte y espacio, creía que el fútbol era una obra de arte total, en la medida en que el juego y el arte guardan similitudes como la creatividad, la autenticidad y la libertad.

Tanto Camus como Sartre y Heidegger mantienen una imagen profunda y comprometida con el pensamiento del siglo XX, sus representaciones —a menudo solitarias y sombrías— responden a ese patrón introspectivo, pero llegado el momento de gritar un gol, todos ellos lo hacían —no cabe duda— a todo pulmón, como verdaderos hinchas.

Dos

En efecto, fútbol y pensamiento pueden ir de la mano. Pero si además le añadimos humor, como tercer elemento, la mezcla puede resultar explosiva. Eso es justamente lo que hizo el grupo cómico británico Monty Python con Partido de Fútbol para Filósofos, un genial sketch en el que se representa un partido de fútbol en el Estado Olímpico de Múnich durante los Juegos Olímpicos de 1972.

El narrador empieza con las respectivas alineaciones: “Los alemanes muestran un 4-2-4, ofensivo, con Leibniz en la portería; una defensa de cuatro con Kant, Hegel, Schopenhauer y Schelling; de delanteros Schlegel, Wittgenstein, Nietzsche y Heidegger; y en el medio campo el dúo Beckenbauer–Japers... Ahora vienen los griegos, liderados por el veterano centrocampista Heráclito, cuentan con una alineación más defensiva como era de esperarse: Platón de portero, Sócrates de delantero y Aristóteles de central (es el hombre más en forma). Sorprendente la inclusión de Arquímedes”. En la pieza —de cuatro minutos de duración— los filósofos compiten pensando mientras recorren la cancha en círculos. Entre los acontecimientos más importantes, Nietzsche recibe una tarjeta amarilla por acusar a Confucio, el árbitro, de no tener libre albedrío. Sócrates marca de cabeza el único gol del partido al minuto 89, tras el centro de Arquímedes, quien recibe la idea de usar la pelota después de gritar “¡Eureka!”. El único futbolista genuino (anunciado como una sorpresa en la alineación) fue Franz Beckenbauer, quien, desde luego, no era filósofo.

Tres

Como cazadora de citas y frases anónimas, debo admitir que de los partidos de fútbol me he llevado gratas sorpresas. Con fecha de 11 de junio encuentro una frase notable, rescatada tras el partido Chile-Bolivia por las eliminatorias al Mundial Brasil 2014. Esa noche, Chile ganó 3 goles a 0, por lo que al final del encuentro, el ‘Diablo’ Etcheverry, asistente técnico de la selección boliviana, dijo: “Más abajo no podemos estar, así que a divertirse”. La frase vibró en mis oídos. Genial y sencilla, digna de cualquier libro de Malcom Lowry. “Más abajo no podemos estar, así que a divertirse”. Y eso hicimos.

Cuatro

Veo un anuncio en la cartelera del Cine de la Flacso anunciando la proyección gratuita del documental Football is God (Fútbol es Dios) del director Ole Bendtzen (Dinamarca, 1976). La película trata sobre la pasión que el fútbol genera en tres hinchas. O mejor aun: la pasión desmedida, desbordante y enfermiza de tres personajes locos por su equipo. Me interesa. Ya no tanto por el deporte, sino por esas tres obsesiones que me intrigan. ¿A qué se consagran las vidas para quienes el fútbol se ha convertido en culto?

La pantalla se enciende. Hernán es un periodista ultrafanático, aparece en una de las gradas vacías de la legendaria bombonera. Recuerda que a cuando tenía diez años vio un gol del jugador Mastrángelo en esa misma cancha, se le quiebra la voz. No puede avanzar con la entrevista. Llora. No puede continuar. “Lo estoy viendo, repite, lo estoy viendo”.

Pablo es un joven de clase media baja, tiene un tatuaje de Maradona en su pecho, al lado del corazón. Pertenece, desde hace varios años, a la Iglesia maradoniana. “Hoy es Navidad, dice, porque un día como hoy nació Diego, es decir, nació D10S”. La felicidad le inunda cuando habla del “más grande de todos los tiempos”. “El día que conozca a Diego, habré entrado en el paraíso”. Pablo asiste, puntualmente, como cada domingo, a la iglesia, y cumple con los diferentes ritos. Una corona de espinas se coloca sobre un balón. “Representa el esfuerzo y el sacrificio por la camiseta”, dice.

La tía” es el tercer personaje, una señora madura que trata a los jugadores de Boca como si fueran sus sobrinos, visita religiosamente todos sus entrenamientos, está pendiente de que no tengan lesiones, les lleva dulces y hasta le compra calzoncillos a su jugador favorito: Martín Palermo. Ella le reza a todos sus santos para que el Boca Juniors gane sus partidos.

Le dicen la tía. Los trata como sobrinos. Pero hay una especie de relación incestuosa por parte de ella, se nota que los desea. Hace mucho que sus vidas dejaron de girar en torno a su equipo, sus vidas son su equipo, esa es la gran diferencia. Cruzaron la línea, pienso, y sin embargo no han perdido la pureza. Sus respuestas son casi místicas. Pero hay un rasgo de tristeza en todas ellas.

Cinco

Tras la película, Bendzten conversa con el público. En 2010 llegó a Argentina con la única idea de filmar un documental. Solo le faltaban dos cosas: el tema y los recursos. En apariencia, todo. Pero no. Bendtzen era dueño de lo más importante: el alma de su película. Rodara lo que rodara, el filme estaría atravesado por una sola característica: la pasión. Pudo haber filmado sobre el tango, por ejemplo, pero Bendtzen se inclinó por otra pasión argentina, tan distinta como importante en la cultura popular: el fútbol.

Seis

Ahí estaba la clave. Bendtzen quería pasión, pero no una pasión lineal, predecible, sino una pasión intensa, extrema, bipolar. Bendtzen decidió centrarse en el club Boca Juniors. Había decidido recorrer el barrio La Boca cuando se enteró de que había hinchas que deseaban, tras su muerte, ser incinerados para que sus cenizas fuesen esparcidas detrás del arco de su amado equipo. Bendtzen nunca había escuchado semejante devoción. Y fue ahí cuando se enteró de que —tras varios casos en que los restos se habían mezclado con el lodo y la brea, a causa de las lluvias— los dirigentes decidieron construir un cementerio exclusivo para los hinchas del Boca. La demanda era tan grande que había una lista en espera. De esa lista, Ole Bendtzen sacó sus personajes.

Siete

La palabra pasión viene del latín passio y este del verbo patti (sufrir, padecer). Hoy, cuando hablamos de pasión nos referimos a un movimiento muy intenso, pero no le asignamos el sentido de sufrimiento y pasividad, aplicable al verdadero hincha. Juan Villoro lo explica mejor en su libro Dios es redondo: “Durante 90 minutos, una semana, meses, años, el aficionado confía en acontecimientos por venir. Contempla partidos grises y padece derrotas animado por un afán compensatorio, los goles que vendrán”.

Ocho

Hay una línea divisoria entre la pasión y el fanatismo. Pero también entre el absurdo ostracismo de quien desprecia lo que no entiende. A veces es mejor verlo todo con la mirada más simple (única forma de entender lo complejo). Hay cosas a las que es preciso no darle muchas vueltas, apenas verlas desde adentro, disfrutarlas. La vida, finalmente, es un juego impredecible; y el fútbol, en efecto, una metáfora de la vida. Sartre tenía razón.

Notas

Este texto fue originalmente publicado en Opio. Fútbol para leer (2014). Coordinador editorial: Huilo Ruales, 5ta. Avenida Editores, Quito, Ecuador.