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LETRAS

Antimanual (para lectores aquejados por un insomnio joyciano)

Joyce tal como aparece en la portada de Retrato del artista adolescente.
Joyce tal como aparece en la portada de Retrato del artista adolescente.
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Cuando se cuestiona o problematiza a sí mismo quien se acerca a las páginas promovidas por la ficción, puede recordar que James Joyce planteó su novela Finnegans Wake para un lector ideal aquejado por un insomnio ideal. Por otro lado está el mito que rodea las enormes dificultades visuales que tuvo Joyce durante dilatados segmentos de su existencia —que lo llevaron a intervenciones quirúrgicas—, lo que lo asocia a la nómina de escritores ciegos, al lado de Homero, Ibn Sida, Milton y Borges, entre otros. Y así se va bosquejando, advirtiendo, la enorme influencia con que la narrativa de este autor sombreó todo el siglo XX.

Los puentes que se construyen entre la existencia y la literatura han sido permanentemente visualizados. Se pregunta Umberto Eco que si los mundos narrativos son tan confortables, por qué no intentar leer el mundo real como si fuera una novela. O algo que es lo mismo: si el mundo de la ficción narrativa es tan pequeño y falsamente cómodo, por qué no configurar universos narrativos tan provocadores como el universo real. La de James Joyce es una de las obras que da respuesta por sí sola a dichos cuestionamientos. El mismo Eco asegura que el Ulises se parece más a la vida que muchas otras obras. Así, en algunas ocasiones nos cuesta separar aguas entre las ciudades donde nacieron y/o hicieron carrera escritores clásicos de las que podemos atestiguar y transitar hoy en día. París y Nueva York tendrían numerosas perspectivas, incluso en lenguas distintas. Pienso, para nuestro medio, en la Guayaquil de Medardo Ángel Silva, Joaquín Gallegos Lara y Jorge Velasco Mackenzie; o en la Quito de los modernistas, Icaza, Ubidia y Vásconez. Proyectándonos en esa dirección, están la Londres de Arthur Conan Doyle, Charles Dickens, Virginia Woolf; la Praga de Franz Kafka; la Dublín de esa potente tríada William Butler Yeats, Samuel Bekett y James Joyce. Dublín es el espacio escogido por Joyce para convertirlo en las tablas donde se desenvuelve el drama humano.

La recepción que tuvo la obra de Joyce, por otro lado, fue variopinta desde sus inicios. La maquinaria socialista criticó la novela Ulises, al igual que En busca del tiempo perdido, de Proust, como muestra de la producción de la burguesía decadente. Hubo otras voces que intentaron introducirse en los misterios de la pieza narrativa y, a la manera de Thomas Stearns Eliot, detectar allí el horizonte anárquico en que se había convertido —esa era su lectura— la historia contemporánea. Jung llegó a afirmar que Ulises es el libro en el que se procede a la destrucción del mundo.

La poesía

Joyce mantuvo siempre una relación cercana con la educación religiosa, concretamente la instrucción jesuita. La agradeció adjudicándole el favorecer la libertad, aunque renegó de ella después. Aquella capacidad de pensar por uno mismo que reconocía haber asumido en las bancas escolares lo impulsó, tras el fracaso de empresas personales para ensanchar su economía, al desarrollo de la escritura y a la enseñanza de la lengua inglesa en las distintas ciudades en las que habitó. Bien apunta Luis Aguilar Monsalve que el modernismo es bisagra, catapulta que engarza dos tiempos: el siglo que muere (XIX) y el que nace (XX). Capítulo aparte son los poemas de nuestro autor. Mucha de la carga temática y formal pertenece a influencia de la poesía última del siglo XIX. Hay algo de roce con la mitología celta, propia de su país, combinada con un cristianismo que habla de una posición sincrética a la hora de asumir la creación en el género lírico; algo de oscura simbología. Por ejemplo, ¿a quién dirige la voz lírica su ‘A prayer’ (‘Oración’)?:

Gentling her awe as to a soul predestined/ Cease, silent love! My doom!/ Blind me with your dark nearness O have/ mercy, beloved enemy of my will!/ I dare not withstand the cold touch I dread./ Draw from me still/ My slow life!/ Bend deeper on me, threatening head,/ Proud by my downfall, remembering, pitying/ Him who is, him who was!

(Suavizando su temor como para un alma predestinada/ Ciégame con tu oscura cercanía, Oh, ten / piedad, amado enemigo de mi voluntad/ Te desafío a que no resistas el frío toque que me da miedo/ Sácame de mí aún/ Mi lenta vida/ Dobla lo más profundo de mí, amenazando la cabeza/ Orgulloso de mi caída, recordando de lástima/ ¡Aquel que es!, ¡aquel que fue!)

La narrativa: dédalo de dédalos

Dublineses es, a través de sus quince relatos, un espejo que refleja la historia moral de Irlanda y su epicentro, Dublín. La fuerte denuncia de las formas, los tratos, los prejuicios derivados básicamente del anquilosado paraguas político que ejercía el Imperio Británico por un lado, y al temor y doble moral que se vivía en la población católica por el otro. A lo largo de la obra subyace la interrogante de que dónde se desarrolla la verdadera vida, pero también la de qué significa ser irlandés y lo que representa en un momento tan convulso para la historia de un país siempre a la defensiva ante el Reino Unido y su cultura. Joyce dibuja un tiovivo donde se mueven a velocidad sostenida las máscaras de los habitantes de esta ciudad.

En Retrato del artista adolescente se acude a la edición folletinesca a través de la revista The Egoist (entre 1914 y 1915). Conoció su edición exenta en 1916, y tuvo una especie de prototexto, Stephen el héroe, que, escrita una década antes, no apareció como libro sino de forma póstuma. En El retrato..., Stephen Dedalus (álter ego de Joyce) se presenta en un relato semiautobiográfico. Ya tenemos el flujo de consciencia, que aparecería como uno de los recursos literarios innovadores propuestos por el autor en su obra posterior. Los conflictos de un joven que se reconoce como talento disruptivo dentro de una sociedad plagada de convencionalismos burgueses. La Irlanda de principios de siglo XX no se quería distanciar mucho de sus fundamentos católicos, y eso se refleja en el texto. La novela es el pretexto perfecto para mostrar la evolución del estilo de un autor desde sus primeros trazos hasta la decantada expresión posterior. El resentimiento, con todo, lo aleja de las clases de irlandés para embarcarse, simbólica y realmente, en un viaje a una ciudad grande, París, con la seguridad de que allí podrá desarrollar sus cualidades de escritor y adquirir la experiencia que, sumada a sus lecturas, será el material en que se base su obra.

Ulises

Cuando Ezra Pound expresó, tras la lectura de Retrato..., que no había en la literatura de su tiempo nada a su altura, no imaginaba que vendría el proyecto más ambicioso de Joyce. El 16 de junio de 1904 es una de las fechas más rememoradas de la literatura occidental. Es un día cualquiera, pero trasciende debido a que es el día escogido por el narrador de Ulises para presentar la vida, casi insignificante, de Leopold Bloom. Obviamente también hay rasgos autobiográficos aquí (se trata de su primera cita con la que se convertiría en su esposa, Nora Barnacle).

Si el escritor se propuso, como afirmaba, mantener ocupados a los lectores por siglos, lo logró. De cómo una jornada entera llega a convertirse en algo de trascendencia universal ha sido y es motivo de estudio para cientos de lectores. Harry Levin dice que más que las similitudes con La Odisea que mantiene la novela de Joyce, le atraen las divergencias. Cree ver allí a Joyce, pero también a sus trasuntos (al maduro Leopold Bloom y al joven Stephen Dedalus) como exiliados en su propia ciudad, Dublín. Se cumple casi al pie de la letra el mito del judío errante. Ulises es, en sí, un dédalo en que es sencillo extraviarse. El especialista Eduardo Lago habla del genoma joyciano, como la línea que pervive antes, durante y después de los libros. La anécdota no es compleja: hay tres bloques narrativos. El primero es la ‘Telemaquiada’ y presenta las actividades matutinas de Stephen Dedalus (que ya vio la luz en Retrato del artista adolescente). En el segundo, ‘Andanzas de Odiseo’, el discurso pormenoriza la agenda de Leopold Bloom, desde que deja su casa (reside con su esposa Molly y su hija Milly) para emprender su odisea por las calles de Dublín. Si se preguntara por las cualidades de Leopold Bloom, la respuesta es que se trata de un ciudadano común. Quizá la silueta de su personaje, colocado sobre el modelo épico de Homero, sea la metáfora de la vida común del ser humano de hoy. El tercer bloque es ‘Nostos’ o ‘El regreso a Ítaca’, y registra el retorno de Leopold Bloom a su residencia en Eccles Street.

Lo complejo es el tratamiento de los acontecimientos. Eslabones cuasi indescifrables constituyen el grueso de esta estructura laberíntica. Los modelos de lectura han sido abundantes, empezando por el que el propio Joyce dejara en manos de Linati, el traductor de la obra al italiano. El cedazo homérico resulta imprescindible, pero la obra de Joyce hace que haya un puente que habla de los juegos de imitación entre la vida y la ficción, y viceversa.

Finnegans Wake

Múltiples han sido los acercamientos a la obra de Joyce. En ese sentido, Gilles Deleuze usa la palabra Epifanía como un procedimiento joyciano a la hora de pensar en su narrativa:

...se trata siempre de reunir un máximo de series dispares (en última instancia, todas las series divergentes constitutivas del cosmos), haciendo funcionar precursores sombríos de índole lingüística (en este caso, palabras esotéricas, palabras-valija), que no descansan sobre ninguna identidad previa, que no son, sobre todo, ‘identificables’ en principio, sino que inducen un máximo de semejanza y de identidad en el conjunto del sistema, y como resultado del proceso de diferenciación de la diferencia en sí (véase la letra cósmica de Finnegans Wake).

Entonces a la consecuencia, a lo que sucede en el sistema entre series resonantes, “bajo la acción del precursor oscuro”, es a lo que Deleuze denomina ‘epifanía’. Y había que hacerlo de dicha forma, viendo la epifanía también como un juego del azar, como el lugar de las convergencias y divergencias, como el eje de lo que sucede entre los seres humanos y el cosmos. El sueño es el espacio de Finnegans Wake, y algunos han visto que así como el día aparece en Ulises en sus diferentes segmentos, más o menos ordenados, esta novela de 1939 es en cambio el lugar de la noche, del sueño y de los sueños con todo lo que eso connota: los engranajes lúdico-oníricos y los insondables juegos del inconsciente. La crítica literaria Cristina Burneo se refiere a la labor de traducir Finnegans Wake como un trabajo atractivo y casi d de inconclusividad garantizada. En cuanto al argumento, afirma que “al final, cualquiera habría podido ser la anécdota de la obra. Lo que se necesitaba eran soñadores destinados a ser los traficantes del lenguaje que Joyce buscaba para transformar radicalmente el día de Ulises en la noche de Finnegans Wake”. Partidaria de la ‘traducción infinita’, quiere decir, que la lógica (trama sostenida en una lengua) se fractura a cada tramo, y que es un juego al que invita constantemente el autor.

En lugar de una conclusión

Joyce es un clásico al que no se puede dar la espalda. La suya es una obra de constantes hallazgos provocados por su lectura. Los seres humanos, parece decirnos nuestro autor, son igual de complejos que el universo que habitan. Los lugares no son solamente espacio, sino que aparecen como mera jornada coincidente en la que dos o más voluntades se acercan/distancian. Empieza viendo su entorno, continúa registrándolo todo (aunque ese todo sea una vida casi insignificante) y termina erosionando la lengua, su idioma con registros variados, préstamos de otras lenguas, haciendo imposible una única vía de traducción para su obra última. ¿Nos arrimamos como lectores a la obra de Joyce, o dejamos que él se arrime a nuestra línea de lectores? En fin, el que nos deje pensando en la literalidad y posibles contrastes dentro del mundo literario es algo que ya había previsto en su momento.

Bibliografía

Joyce, James (1995). Ulises. trad. José María Valverde. Barcelona: Lumen.

Joyce, James (1991). Finnegans Wake. Madrid: Alianza.

Joyce, James (1976). Retrato del artista adolescente. Buenos Aires: Lumen.

Joyce, James (1972). Dublineses. Buenos Aires: Lumen.

Joyce, James (2007). Poemas manzanas. Madrid: Visor.

Joyce, James (2007). Música de cámara. Madrid: Visor.

Deleuze, Gilles (2007). Diferencia y repetición. Buenos Aires: Amorrortu.

Eco, Umberto (1997). Seis paseos por los bosques narrativos. Barcelona: Lumen.

Joyce, James (1997). Interpretación y sobreinterpretación. Madrid: Cambridge University Press.

Varios autores (2004). Revista Kipus: revista andina de letras, 18. Quito: UASB-Corporación Editora Nacional.

Levin, Harry (1982). James Joyce: A Critical introduction. Nueva York: Penguin Books.

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