El Telégrafo
Ecuador / Sábado, 23 de Agosto de 2025

Desde el pasado 14 de junio, cuando la Asamblea Nacional aprobó el texto de la Ley de Comunicación, se ha generado una gran expectativa en el ámbito musical acerca de las oportunidades que se abren con los artículos sobre rotación radial, cuotas de pantalla y la prohibición de importación de piezas publicitarias. Ya hemos revisado antes las ventajas que presenta esta normativa para el desarrollo de una verdadera industria de la música, y sus implicaciones en términos de impacto económico a mediano y largo plazo. Sin embargo, debemos tener claro que para que funcione, es necesario cubrir una serie de necesidades que todavía tenemos quienes de alguna forma estamos involucrados en el ejercicio de la profesión musical.

 

Una de las falacias más comunes construidas en torno al 1x1, repetida hasta el infinito por las radios privadas, es que en Ecuador no existe la cantidad de producciones necesaria para llenar la cuota que exige la ley. Esta aseveración está construida sobre la base de una realidad en la que, pese a que existen cientos de discos nacionales que se producen cada año a costa del esfuerzo artístico, laboral y económico de nuestros músicos; dichas producciones son víctimas de dos condiciones adversas de nuestro medio: la invisibilización sistemática de los músicos ecuatorianos operada por los medios de comunicación, y los disímiles niveles de calidad entre las diversas producciones ecuatorianas.

 

La invisibilización de los músicos ecuatorianos en los medios resulta de la confluencia de algunos factores: la lógica de expansión territorial de grandes corporaciones de la comunicación y el entretenimiento tales como el Grupo Prisa, Walt Disney Company o MVS Comunicaciones, cuyos intereses están afincados en producciones extranjeras, sobre todo las que provienen de España, México y Estados Unidos; las prácticas clientelares de directores y programadores de radio, y de los promotores de artistas, que han instalado a la payola como el medio más usual de acceso a las radios, lo que genera un entorno de competencia desleal del que se benefician los artistas que tienen más posibilidad de invertir en los llamados “premios” (Ipods, laptops, celulares que son entregados a las radios para efectos de “promoción”); además del desconocimiento de locutores, programadores y directores de lo que se produce en Ecuador. Es de esperar que la aplicación de la ley ayude a cambiar esta situación, para lo cual haría falta, además de un reglamento que penalice la payola, el compromiso de los radiodifusores por salir de su letargo profesional e investigar el entorno de la música local.

 

El tema de la producción, en cambio, es más complejo y requiere de soluciones estructurales. Todas las industrias prósperas del mundo funcionan a partir del encadenamiento de una serie de actores que conforma el clúster de su cadena de valor. En el caso de la música en Ecuador, no se puede hablar de una industria porque entre los actores que conformarían el clúster están, por un lado los que se encuentran completamente desconectados entre sí (productores-distribuidores; músicos-medios de comunicación; músicos-productores de espectáculos; Sociedad de Productores Fonográficos-productores; músicos-escenarios y salas de conciertos, entre otros), y por otro los que simplemente no existen (sellos discográficos, editoras, plataformas de distribución digital, estudios de masterización y canales de televisión especializados; entre otros).

 

En este contexto, la gran mayoría de agrupaciones y solistas ecuatorianos concentra en una o muy pocas personas una serie de funciones que en las grandes industrias se reparte entre varias. Así, un mismo individuo puede llegar a ser autor, compositor, intérprete, productor ejecutivo, productor musical, arreglista, mánager, publicista, promotor y hasta vendedor de discos. Es evidente que este sistema de trabajo le resta competitividad al producto final, pues en el mejor de los casos, cuando ha existido la inversión suficiente para un alto nivel de producción, no se ha tomado en cuenta la demanda, se carece de estudios de mercado y de planes de negocio, lo que produce: o bien productos radiales que no apuntan al verdadero mercado local, sino a mercados de los países que dominan en la rotación; o bien productos indie o underground (mal llamados independientes), dirigidos a públicos pequeños cuyo consumo difícilmente alcanza para sostener económicamente una producción.

 

Esta es la estructura que debe ser cambiada. Es necesario que tanto desde el ámbito de la empresa privada cuanto desde la institucionalidad pública se invierta en fortalecer los eslabones rotos de la cadena de valor de la producción musical. El año pasado, ante la perspectiva de aplicación del 1x1, se crearon dos empresas de prensaje de discos. Esto es un gran avance para un país que estuvo acostumbrado por más de una década a importar los discos de sus músicos, pagando aranceles para consumir su propia música.

 

Por otro lado, es necesario trabajar en incentivos para los emprendimientos en este sector, y fortalecer la enseñanza de las artes musicales a nivel secundario y a nivel superior. Pero no solo las artes musicales deben ser profesionalizadas. Debe estimularse la tecnificación de los procesos de producción. Debemos aumentar nuestro número de productores profesionales, y especializar las ingenierías de sonido, de manera que en los años venideros no sea una quimera tener un estudio de masterización profesional en el país.

 

La Ley de Comunicación, es verdad, abre muchas oportunidades, pero plantea retos que deben ser asumidos por todo el sector. ¡Manos a la obra!