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Mompiche, el destino donde empieza la aventura

Mompiche, el destino donde empieza la aventura
08 de febrero de 2015 - 00:00 - Makuteros-Family Run

Queridos amigos y familia: Del frío y la altura de Quito pasamos al calor tropical de Esmeraldas en unas 8 horas de viaje. Llegamos a la terminal a las 5 de mañana y enseguida conseguimos los boletos para el primer autobús a Mompiche.

El pueblo está todavía aletargado, durmiendo. Nuestro alojamiento se encuentra un poco alejado, hay que cruzar un río que, a estas horas, con la marea baja no presenta ninguna dificultad. Sobre una playa de arena, de unos 500 metros de anchura, el taxi recorre los 2 kilómetros que nos separan de nuestro alojamiento: Cabañas del Mar. Estamos ansiosos por llegar. A primera vista se asemeja a las cabañas frente al mar de la isla de Robinson Crusoe. Nos acercamos, a lo que parecía la casa principal, y llamamos. ¡Hola!, ¿hay alguien?, al poco oímos un ruido en la parte superior y un hombre joven, de unos 35 años, se presenta, -me llamo David-, junto a él baja un niño de unos 4 años.

El cansancio de no haber pegado prácticamente el ojo en el traslado nocturno nos pasa factura así que, después de colocar la ropa, descansamos un rato. A la hora de comer, nos revitalizamos y David nos prepara una comida a base de cebiche, pescado y conchas. Es un lujo poder degustar al pie de playa estos platos. Solo faltó la cerveza. Se lo digo a David y me promete que, para la cena, no faltará “agua de cebada”. Regresamos a la habitación para ponernos los bañadores y proceder al primer baño en el Océano Pacífico. La playa va más allá de lo idílico, es un lugar entre paradisíaco y mágico. El baño familiar lo disfrutamos de manera plena. Juegos, risas, abrazos y brazadas, ponen de manifiesto las ganas que teníamos de mar y playa. La puesta de sol engalana todavía más la estampa de este asombroso lugar.

Es la hora de los mosquitos y provistos de pulsera antizancudos y spray ahuyentador bajamos a degustar nuevamente la cocina de David. Ahora sí, con una cerveza, los mayores repetimos cebiche y pescado, mientras los pequeños comen algo de pollo y ensalada. David nos cuenta como él, originario de la zona de Manta, y su mujer, decidieron formar una familia y cómo se radicaron en Mompiche. Su esposa no está, se ha marchado a Suiza pues su hija, sufre una enfermedad al haber nacido prematura, que es difícil de tratar en Ecuador. Nos habla de la dificultad de vivir separados por este tema, y de la cantidad ingente de recursos económicos destinados al tratamiento de su hija, una bebé. Después de escuchar su historia y con tristeza, nos retiramos a nuestra cabaña, en el segundo piso, para dormir. Durante la noche los mosquitos nos pican, a pesar de las mosquiteras que están puestas en las ventanas.

Nuestras pulseras antimosquitos parecen no tener ningún efecto frente a estos zancudos agresivos. Al otro día, una vez puesto el uniforme de playa, bañador, chanclas y camiseta, bajamos a desayunar y conocemos al hijo mayor de David, un muchacho de 16 años que junto con su primo de 18, ayudan a sobrellevar la temporada.

Mientras desayunamos huevos, tostadas, café y algo de fruta, llegan a las Cabañas del Mar unas chicas estadounidenses en un todoterreno. El tiempo transcurre deprisa entre chapuzones y juegos en la playa. La marea sube, pero decidimos ir hasta el pueblo, situado a 20 minutos. Poco a poco, el agua sube y la playa encoje.

Cuando llegamos al cruce del río el mar ya lo ocupa todo. El riachuelo que vimos al llegar se ha convertido en un enorme río. Nos quitamos camisetas y zapatos y, con todo en la cabeza, comenzamos a cruzar al otro lado.

El agua nos llega hasta el cuello, los niños nadan para cruzarlo y, aunque no percibimos el peligro, no deja de ser una experiencia arriesgada. Cuando alcanzamos la otra orilla los niños piden volver a cruzarlo, están con la adrenalina a tope.

Nos adentramos en Mompiche y vamos a una tienda, donde compramos galletas y fruta que nos servirán como merienda para los niños. Preguntamos por la posibilidad de rentar un bote o lancha para ir a ver ballenas. Todos los pescadores coinciden en que todavía no es la época para realizar esta actividad. Ninguno de ellos todavía ha divisado ninguna. Nuestro ánimo se desploma, pues es una de las actividades que deseábamos hacer aquí. Acabamos comiendo unos sánduches en un restaurante. Durante el retorno, ya por la tarde/noche, contemplamos otro de esos atardeceres mágicos mientras caminamos por la playa.

Cae la noche, equipados con linternas, recorremos el último kilómetro que se hace más misterioso y divertido en la oscuridad. David nos prepara la cena y, aunque esta vez no es a base de pescado, sino de pollo, está sabrosa. Por la noche, de nuevo nos recubrimos con antimosquitos, pero esta vez nos ponemos manga larga por lo que pueda ocurrir, y encendemos también un rosco de humo. Nos dormimos bajo un manto estrellado y con el ruido de mar de fondo. Hay pocos lugares en el mundo donde la paz tome la forma del lugar. Amanece. Los temibles vampiros nocturnos han hecho de las suyas y los niños están ¡llenos de picaduras! Piernas, brazos, espalda… incluso a Sonia le han picado en un ojo.

De nuevo, con el uniforme playero. Desayunamos y acompañamos a David a dar una vuelta junto a sus hijos, con la lancha que poseen para ir de compras al pueblo de al lado. Nos enseñan a hacer surf remolcados por la motora. Es bastante difícil porque, aparte de equilibrio, hay que tener mucha fuerza en los brazos para conseguir ponerse de pie mientras la lancha tira de ti. El único que consigue hacerlo es Mateo. Lo pasamos genial navegando por los canales salados y los manglares. Visitamos la parte más industrial de la zona, donde se cría el camarón. En nuestra última noche en Mompiche, David nos prepara una cena especial de despedida. Camarones y conchas con pescado al curry hacen las delicias de todos, mientras, uno de sus hijos nos prepara una gran hoguera al borde de la playa.

Un nuevo día. Preparamos la partida; hemos desayunado tortillas y ya está el mototaxi esperando para llevarnos al autobús con dirección a Atacames. Esta ciudad es el lugar de veraneo de muchos ecuatorianos. Una vez decidido nuestro lugar de alojamiento, vamos a la concurrida playa, nada parecida a la solitaria Mompiche. Nos ofertan, por un precio bajo, ir a ver ballenas. Todos nos miramos sorprendidos y, sin dudarlo, contratamos el servicio con la ilusión de ver finalmente a estos cetáceos.

Nos sentimos un poco estafados porque el paseo dura más de 3 horas, de las cuales más de 2 horas, han sido de traslado.

Solo hemos permanecido 15 minutos en la zona de ballenas. Una sensación agridulce, recorre nuestro ánimo, casi no hemos podido disfrutar, pero la verdad es que estábamos muy alejados de la costa. A la vuelta alquilamos una tabla de bodyboard, para que los niños se diviertan con las olas. Mientras, desde las tumbonas vigilamos como Candela y Mateo ríen y se deslizan sobre la espuma del mar. Después de agotar el tiempo de tabla, Candela se queda prendada de una de las actividades que se realizan en la playa el parasailing. Una lancha motora te eleva por los aires, mientras sobrevuelas la costa sujeto con un arnés a un paracaídas. El vuelo acaba en el mar para los pequeños, que dispuestos de chalecos salvavidas flotan en el agua. Aprovechamos para comer en la zona de las cebicherías. A la hora de la cena comemos un buen pescado. Nuestro próximo destino, una localidad a las afueras de la capital ecuatoriana, el lugar ideal para ver el vuelo del ave del cóndor.

* Para quienes gusten de la aventura y quieran descubrir otra forma de viajar en familia, les invitamos a ver nuestros videos, disponibles en el Canal Makuteros de YouTubeMakuteros de YouTube.

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