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En Ahuano la naturaleza jamás desampara (Galería)

1. Desde Misahuallí es posible llegar a Ahuano por vía terrestre, atravesando una ruta de tercer orden. Foto: Geovanna Melendres
1. Desde Misahuallí es posible llegar a Ahuano por vía terrestre, atravesando una ruta de tercer orden. Foto: Geovanna Melendres
15 de marzo de 2015 - 00:00 -

Las risas de unos niños que juegan en la arena se funden con el arrullo del río. Están desnudos, refrescándose en la orilla del afluente más extenso del Ecuador. Allí, a 220 km de Quito, el calor sonroja y el paisaje amazónico se extiende tanto como el ojo humano es capaz de hacerlo.  

En la orilla del río Napo reposan unas largas barcazas que conectan a la provincia de Tena con una de sus 7 parroquias: Ahuano. Esas barcazas transportan gente, víveres, enseres, combustible y cultura. Junto a ellas una gabarra —renovada hace apenas 6 meses–  espera por los buses, equipo caminero y demás vehículos que quieren llegar a ese ‘oasis tropical’.

En el sur de la provincia de Napo está Ahuano, una parroquia de 11 mil habitantes que se desenvuelve entre la agricultura y el turismo. El 85% de la población es kichwa. La localidad, que debe su nombre a los característicos árboles de ahuano, está rodeada de 6 ríos que conectan a sus 43 comunidades. Y fue precisamente esa ubicación privilegiada la que les permitió desarrollar el turismo, que hoy en día es mayoritariamente extranjero.

Según el presidente de la Junta Parroquial, César Puma, el 15% de la gente se dedica a esa actividad, de ahí su hospitalidad. Para quienes llegan sin una agenda previa, las viviendas ofrecen alojamientos con calor de hogar, en donde nunca está demás servirse un pollo al jugo o un maito de bagre recién pescado, acompañados de yuca. Es que allí la naturaleza jamás desampara.

Un sitio en donde el smartphone no tiene cabida

En Ahuano no hay tráfico ni esmog. Todos se conocen. En los hogares la sala se extiende hasta la vereda. Una banca junto a la puerta o una hamaca componen ese entorno familiar.  Allí es más fácil caminar hasta la casa de un amigo que ‘chatear’ porque —felizmente— hasta allá no llega el servicio 3G. Los niños juegan en las esquinas y los jóvenes esperan hasta que el sol decaiga para reunirse en la cancha de voleibol o exhibir sus habilidades en el básquet.  Su público son los más grandes,  aquellos que ya trabajaron suficiente y cuya alegría está en ver la sonrisa de sus nietos.

Fue a mediados de los años setenta que esta localidad cobró auge, pues con la llegada de las petroleras la parroquia se convirtió en un puerto fluvial, y familias de Bolívar, Loja y Chimborazo empezaron a poblar la zona. Su ubicación estratégica facilitó el desarrollo turístico y actualmente algunos de los hoteles más destacados de la Amazonía se asientan allí. ¿Cuál es su éxito? Permitir que los turistas disfruten de la sencilla y cálida vida que ofrece el Oriente ecuatoriano.  

Parte de esa cotidianidad es navegar sobre el río Napo sostenido apenas de una boya e impulsado por los brazos. Es una experiencia incomparable. La fuerza de la corriente se percibe entre los dedos de los pies y el sonido que produce el agua cuando choca sobre la orilla se convierte en melodía, una melodía que acompañará un trayecto de casi 30 minutos hasta el puerto —el borde de una vivienda— más cercano. Allí el cuerpo se aliviana y bajo la guía del sol es posible disfrutar de las aves que vuelan a centímetros del agua en busca de un descuidado pez. Este viaje, extraordinario para quienes sobreviven a la inclemencia de las ciudades, es común para los pobladores de Ahuano cuando buscan un momento de soledad o simplemente contrarrestar los efectos del fuerte sol. En ese entorno, los niños  se convierten en expertos capitanes de sus propias embarcaciones.

El amor por la vida silvestre no tiene nacionalidad

Vivir en estado natural es un privilegio en estos tiempos. Y ese privilegio es lo que motiva a  un grupo de voluntarios que diariamente lucha por devolverles la libertad a esos seres únicos que caracterizan a la Amazonía: los animales.

Con la llegada de los colonos y su admiración por la extraordinaria fauna de la región surgió el gusto por mantenerlos en cautiverio, casi siempre como mascotas. Hoy en día esa práctica se está erradicando, pero aun así cada mes llegan animales indefensos hasta el refugio AmaZoonico, ubicado en la ribera del río Arajuno, a 40 minutos de Ahuano por vía fluvial. Este proyecto se ha convertido en otro de los atractivos de la provincia.

El sitio se creó hace 22 años por iniciativa de la pareja suiza-kichwa Angelika Raimann y Remigio Canelos, y cada año recibe a decenas de voluntarios extranjeros que desean cooperar en la rehabilitación de animales silvestres para que puedan reinsertarse en la naturaleza. En el sitio, que forma parte de las 1.700 hectáreas del bosque protector Selva Viva, existen unas 50 especies que fueron rescatadas de hogares, centros de distracción o que perdieron a sus padres por causa de los cazadores.

Actualmente cooperan 15 jóvenes de Alemania, Francia, Suiza, Colombia, Italia, Estados Unidos y Canadá, quienes costean su alimentación en el refugio y cuidan de los animales. Pocos voluntarios provienen de la misma localidad y se convierten en guías de los turistas que llegan atraídos por la diversidad de especies que pueden conocer.

Sarah Hayday (32 años) conoció de este centro hace 6 años y decidió dejar temporalmente su empleo como investigadora de infecciones hospitalarias para aportar al proyecto. “Aquí te conectas con la tierra. Vives en el mundo real, sin servicios, sin teléfono. En la ciudad hay gente que se aficiona con una película o por un celular, pero que es incapaz de mirar a su alrededor. Aquí, en cambio, pones tus prioridades en orden”, sostiene la canadiense, mientras sobre sus piernas yace una cría de oso perezoso al que alimenta con leche de cabra. El pequeño fue rescatado por el Ministerio del Ambiente hace un mes en Baeza.

Al sitio llegan animales en malas condiciones, maltratados y desnutridos. Los voluntarios los atienden con paciencia y cariño. La experiencia más triste para Sarah ocurrió hace un año, cuando les entregaron a una cría de  mono araña que llegó esquelética. Hicieron todo lo posible, pero no sobrevivió. En los últimos 6 años ha venido por períodos de un año o 6 meses. La última vez llegó en diciembre y tiene previsto quedarse un año. Durante una estadía en el Ecuador, su padre falleció en Canadá, un duro episodio en su vida, pero que supo sobrellevar por el amor que siente hacia los animales.

Cada año cientos de turistas, mayoritariamente extranjeros, visitan el refugio y sus contribuciones permiten costear la alimentación y medicinas de los animales. “Nuestro mensaje es que conozcan el sufrimiento de los animales que no pueden correr libres en la naturaleza”, sostiene. Es que allí habitan monos, tortugas, caimanes, loros, guacamayos, boas, sajinos (pecari), tigrillos y demás especies que no logran rehabilitarse o que carecen de las destrezas para sobrevivir en la selva.

Una ruta de escape a la realidad

Muy cerca de Ahuano está otro de los atractivos de la provincia de Napo: Misahuallí. Una playa en el corazón de la Amazonía que anualmente atrae a cientos de turistas por su gastronomía y los monos capuchinos que conviven en el parque central. Se trata de un balneario bastante conocido en el país por su arena blanca y blanda, ubicado a 30 minutos de Tena,  con una extensión de aproximadamente 700 metros.

Desde allí se puede partir hacia Ahuano por vía terrestre, en un recorrido de aproximadamente 90 minutos a través de la selva. Para los amantes del 4x4 esta es una ruta de mediano impacto, pero que se compensa con el paisaje de una vía de tercer orden que atraviesa comunidades autóctonas y que en el trayecto es interrumpido por 2  afluentes de agua transparente.

Transitar en medio de las chacras que abastecen a los pueblos kichwas y atravesar grandes extensiones de vegetación silvestre contribuyen a olvidar el ajetreo de la ciudad. La señalización todavía es mínima, pero siempre habrá un comunero dispuesto a ayudar.

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