La misión de la TV es -además de educar- transmitir emociones. El público quiere verse reflejado en los personajes que aparecen, o pensar: “así soy yo, eso me pasa a mí, en algún momento ese o aquel pude haber sido yo”, etc.
Es lo que sucede con ETT 3 (Ecuador tiene talento, tercera temporada), que emite la cadena Ecuavisa cada domingo.
Es una franquicia y los productores se deben apegar a los lineamientos de los dueños de la marca. O morir en el intento. ETT 3 no lo hace mal. Cada noche dominguera vemos desfilar una gama variopinta de participantes, de talento maravilloso, estrictamente ubicados al lado de circenses concursantes, y otros que no tienen nada que hacer allí. Verlos partir eliminados causa conmoción, tristeza, rabia... risa.
Los jueces de diferentes personalidades y expertos (a veces ese ítem es cuestionable) en diversas ramas del arte, convertidos en verdugos o salvadores, son en realidad los protagonistas de toda esa estructura que busca un ganador que se convierta en una nueva estrella de la farándula criolla y -si es posible- ‘carne de cañón’ de los cada vez menos chismógrafos de programas rosa. Por allí veo el problema.
¿Qué sucede con el ganador del reality? ¿Además de llevarse 30 mil dólares (menos descuentos), la televisora lo guía en su carrera? ¿Lo avala, proyecta o promociona? Evidentemente no. ¿Qué es de la vida del cómico monologuero que ganó la primera temporada? ¿Qué pasó con el muchacho de buena voz que ganó la segunda versión el año pasado? ¿Qué es de la vida de Rosita Chiles y Óscar Junco?... Ninguno suena para nada. El dinero se acaba. El talento, si no se lo pule, tecnifica, cuida o nutre, pasa desapercibido. Se viene a mi mente la estrategia del emporio mexicano Televisa para con las posibles estrellas que tocan su puerta. No los dejan solos jamás. Tienen un centro artístico que se encarga de educar sus talentos y valores. Luego los mandan al ruedo.
El reality del cerro demuestra que Ecuador tiene talento, pero sería genial que también tenga tiempo y capacidad de moldear, cuidar, proyectar y educar a muchos diamantes en bruto, para que no solo sean carne a la parrilla de historias adobadas -que eso no es lo cuestionable- , sino que se conviertan en artistas de verdad, encumbrados hacia el estrellato. El canal habrá cumplido entonces con su labor social, cultural... humana.
EL TEATRO DEL SUR
Me enamora este complejo de arte ubicado al inicio del sur de Guayaquil, denominado Teatro Centro Cívico Eloy Alfaro. Todo en su entorno y contorno es maravilloso. La estructura de esta mole visible desde cualquier parte alta de la urbe es extraordinaria. Recuerdo lo abandonado que estuvo durante años. Sus alrededores oscuros y tenebrosos eran refugio de malandros. Eso fue en los 80.
Los enamorados osados se devoraban a besos en el amarillento césped de los alrededores de un teatro en cuyo interior las ratas deshacían las butacas y el telón. Hoy es un teatro de lujo de gran metrópoli, que la semana pasada se engalanó con Raúl di Blasio, Alberto Plaza, Pamela Cortés y Gustavo Herrera, matizados con la Orquesta Sinfónica de Guayaquil. ¡Qué lujo! ¡Cuánto arte!