Por esas cosas de la vida compartimos un sueño de justicia y estuvimos juntos en la primera Corte Nacional, producto de la nueva Constitución. Cuando te presentaste ante tus compañeros de Sala, lo primero que dijiste fue que eras padre y esposo, luego destacarías tus anhelos y tu profesión, tu presencia fue inquietante, siempre advertías, profetizabas, eras un excelente jurista, un estudioso incansable, siempre a la vanguardia en la jurisprudencia, en la doctrina, nos traías novedades, temas que nos producían cuestionamientos profundos.
Tuvimos una magnífica oportunidad de conocerte y de aprender, fuimos el primer tribunal de la novísima Sala Penal, un tribunal casi permanente el que conformamos contigo y con Lucy Blacio, conocimos tantas causas como para llenar 365 días de audiencias penales intensas, fue un tiempo de trabajo concentrado, luego seguimos y ese tiempo nos aportó deliberaciones riquísimas, coincidimos casi siempre, aprendimos, tu ojo de juez no dejaba que nada pase desapercibido, escribías y señalabas cosas aparentemente insignificantes para el profano, pero que adquirían inusitada relevancia ante tu inteligencia. Hiciste historia, juez Robalino, pues llevaste la justicia con los ojos bien abiertos a su más alto sitial.
Aplicabas la Constitución, los Derechos Humanos, innovabas, te habías convertido en ese Juez Hércules del que hablaba Dworkin, “aquel operador jurídico que basa sus fallos no solo en el tenor literal de la norma, sino en su contexto, en sus fines y determina por esto las consecuencias de las sentencias que dicta”, incorporabas jurisprudencia de DD.HH., doctrina, traías la justicia constitucional como lluvia fértil a cada caso, nos mostrabas el camino de la justicia, profunda, solidaria, humana, siempre hablabas… comparabas, a veces lo hacías de manera extraña, contabas anécdotas, hacías juegos de palabras que aparentemente no eran comprensibles, pero que entrañaban una dimensión desconocida que dejaba entrever tu humanidad y tu convicción perenne en la justicia por sobre toda norma, la justicia como dimensión humana con rostro vivo. Innovamos, doctor Robalino: Hicimos las primeras audiencias telemáticas, tu preocupación permanente fue escuchar qué tiene que decir quien estaba discurriendo en las enardecidas y agrestes aguas de los procesos penales, decías que la última palabra la tiene el imputado, condenaste sin temor cuando era menester. Tu legado son tus sentencias, mi honor será haberlas compartido.
Estas palabras pretenden ser un sencillo homenaje a tu memoria, escuchando el Réquiem de Mozart. Quiero decirte: Gracias, doctor Robalino; gracias por tus enseñanzas, tu sabiduría y tu entrega. (O)